Francisco alegre.

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Yurtoman
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Francisco alegre.

Mensaje por Yurtoman »

Hace ya unos años un amigo de por aquí me pasó este relato que había escrito para que le diera mi opinión. Lo he guardado durante años y nunca lo he sacado a la luz. Es una pequeña historia como tantas otras acaecida durante nuestra guerra civil. Esta en concreto tuvo lugar en Sevilla. A ver qué os parece.

En los carteles han puesto un nombre que no lo quiero mirar,
Francisco Alegre y olé,
Francisco Alegre y olá,

María y Juana pasaron juntas todas las tardes durante cincuenta años. Juana y María compartieron más tiempo del que pudieron pasar con sus maridos, porque ambas compartían también, además de las tardes, el ser viudas jóvenes; viudas de guerra. A María le mataron a Emilio, su Emi. A Juana a Gregorio, su Goyo. Todo pasó en tres días del mes de Noviembre del año treinta y seis, cuando unos señores de azul y de rojo decidieron matarse respectivamente porque no se aguantaban, porque llevaban mucho tiempo odiándose y por vete tú a saber qué cosas más, que María y Juana nunca llegaron a comprender, ni comprenderán.



A Emilio le mataron en Sevilla, en el mismo pelotón de fusilamiento que a un padre y a sus tres hijos, el día de Todos los Santos. Era muy de mañana y hacía algo de frío, todo el frío que puede hacer en Sevilla a principios de Noviembre. María nunca supo que su marido se orinó en los pantalones, que tiritaba, en parte por la temperatura, en parte porque tenía miedo a morir. Sentía su propio orín, y durante unos segundos se espabiló por el calor del líquido que le corría por la entrepierna, pero luego éste se enfrío, y la sensación de alivio se volvió desagradable. Ahora todo era humedad, y la humedad es algo que inquieta aún más los sentidos. Se preguntaba como pasarían las balas por su cuerpo, si le harían mucho daño o si por el contrario moriría apenas sin darse cuenta, antes de que el suboficial al mando del pelotón le diese el tiro de gracia. Había dormido tres horas en los últimos días, pero no le habían tratado mal porque como los comisarios políticos sabían que no era más que un afiliado de Falange que nada sabía de estancias más altas, así que decidieron dejarle en la celda hasta que se recibiese la orden de fusilamiento. A los dos días lo sacaron en un camión junto con otros hombres a los que no conocía. El camión lo habían requisado a una tienda de ultramarinos y aún quedaban sacos de legumbres a medio llenar en el compartimento de la mercancía.



De los hombres que lo acompañaban aquella noche, sólo algunos trataron de mostrar valor despreciando a los milicianos y dando proclamas políticas. Otros estaban serenos y alguno pedía clemencia. Un señor muy mayor le dijo a un soldado que él había sido sindicalista en los años veinte y que conoció a la Noi del Sucré y a Layret en Barcelona. El soldado se fue a buscar al sargento y volvió poco después, cogió del brazo al anciano y lo introdujo en el camión mientras éste se quejaba y sacaba todo tipo de carnés de afiliación de su cartera. Durante el camino de la cárcel al Cementerio de San Fernando, Emilio había visto entre las rendijas del camión la Plaza de Toros de la Maestranza y se acordó de la Verbena de Santa Ana del año treinta y cinco, cuando había venido a una corrida de Mihura porque a María le gustaban los toros y sobre todo Gitanillo de Triana. ...Coño, ¡qué bien toreaba el Gitano! ¡Y qué calor hacía aquel día de Julio en Triana! ¡Y qué frío hace ahora!... Se puso a pensar en María y en aquel verano. Tras la faena se fueron a pasear por el río, en la calle Betis le regaló a María el disco de Juanita Reina que tanto le gustaba, el del pasodoble "Francisco Alegre". María se pasó todo aquel verano cantando como Juanita…

- “¡Coño que nos matan! ¡Que estos hijos de puta nos van a matar!”

El grito de un joven estudiante que viajaba en la parte interna del camión, junto a los sacos de alubias, le sacó de su ensimismamiento...

La gente dice ¡vivan los hombres¡ cuando lo ven torear,
yo estoy rezando por él,
con la boquita cerrá,


A Gregorio, el día de la Inmaculada, unos falangistas el dieron el alto en la carretera de Utrera. Desde el momento en que los vio supo que iba a morir. Fue poco después de salir de Sevilla, tratando de llevar un importante mensaje a los grupos que combatían en los pueblos. Gregorio se hubiera alistado el primer día de la guerra pero tuvo que esperar hasta finales de Octubre... su mujer, Juana, se había puesto a llorar y hasta le tiró de los pelos.

- “No me hagas esto Goyo, que si te matan me mató el mismo día”

- “¡Qué me van a matar, mujer!- y le pellizcaba en el trasero- si a los fachas nos los merendamos en dos semanas. Anda no seas mema y cántame esa canción de Juanita Reina que tanto te gusta, guapa”

Y entonces ella sonreía y comenzaba a tararear el pasodoble de Francisco Alegre. Lo hacía por él, pero estaba temerosa porque no le parecía que fuesen a derrotar a los fascistas en sólo dos semanas.

Desde la arena, me dice “niña morena,
¿por qué me lloras, carita de emperaora?,
Dame tu risa mujer, que soy torero andaluz,
Y llevo al cuello la cruz de Jesús que me diste tú”



Gregorio pisó el acelerador pensando en eso que le había dicho a Juana: “en dos semanas”. En dos semanas lo iban a matar y sabía que ella no lo soportaría. Su camioneta pasaba ya de los cien kilómetros a la hora y empezaron a sonar ráfagas de ametralladora. Eso no lo aguantaba Juana, que no, que ella se pegaba un tiro o se tiraba desde el balcón en cuanto se lo contasen, que Juana era así de bruta... Coño, ciento veinte por hora, y en su cabeza como un rayo el resquicio de esperanza... si los fascistas tienen mala puntería a lo mejor paso...Que si no paso la Juani se me mata, vaya si se me mata, el mismo día que le lleven la noticia...y ciento treinta por hora…

- “¡Coño que nos matan! ¡Que estos hijos de puta nos van a matar!”

Emilio tenía miedo, miedo a morir, miedo por María, miedo por el niño que iba a venir... tenía mucho miedo. Pensó que la vida de los hombres es como la liviana existencia de los granos de arena, que el viento mueve de un lado a otro, que permanecen durante siglos en un mismo lugar hasta que la mano de un niño que juega los lanza al aire y van a parar junto a otros granos, en otro sitio distinto y sin ninguna razón ni lógica alguna. Pensó que la vida es un encuentro, un azar, una carambola, como la de aquella tarde del verano del treinta y uno, cuando a una señora mayor le dio un vahído frente al mercado de abastos de la puerta de la carne. Gracias a aquel desmayo conoció a una joven que en la acera intentaba reanimar a la señora y se enamoró. Gracias a aquel desmayo o al mercado de abastos o vete tú a saber qué. Y la misma enfermedad que se llevó a la tumba a la señora en aquel mismo invierno unió a María y a Emilio. Parece que las cosas de la vida tienen orden y concierto, programado con todo detalle, y no; ... ¡qué coño!!... somos como granitos de arena, y ahora nos juntamos aquí treinta granos lanzados por la mano del comisario político de los rojos para acabar juntos en la fosa común. Granos de arena... y la puerta trasera del camión está ya abierta...

Francisco Alegre, corazón mío,
tiende su capa sobre la arena del redondel,
Francisco Alegre tiene un vestido,
con un “te quiero” que entre suspiros yo le bordé,


Ciento treinta por hora... y ciento cuarenta…Gregorio deja a los falangistas a la derecha y se agacha bajo el volante para protegerse de los disparos que llueven contra la puerta de la camioneta como si los niños le estuviesen tirando piedras... Piedras, carretera de Utrera, ciento cuarenta por hora y la cabeza bajo el volante, mal asunto... Gregorio hace cuentas consigo mismo. Diez años trabajando en la fábrica de rodamientos de San Jerónimo, cree sincero que honradamente... “Bueno, una vez le sisé treinta duros al delegado, pero era un cabrón y se lo tenía bien merecido, que él nos sisaba a nosotros treinta veces más que treinta, y además era para madre que estaba enferma...”. Pero saldada esa cuenta, Gregorio no puede sacarse de la cabeza lo del Cementerio de San Fernando. Era el día primero de noviembre, el de Todos los Santos, y desde entonces tenía pesadillas cada noche. Un teniente les ordenó sacar a veintitantos presos de la cárcel y llevarlos allí para fusilarlos. A él no le gustaba la idea.

- “Mi teniente que yo estoy aquí para pegar tiros en el frente no para dar matarile a unos viejos”.

- “¡¡No digas gilipolleces, lleva la saca y no me jodas, que si los hombres ven dudar a su sargento ya me dirás tú qué coño van a pensar!!. Cuando los fusiles ten presente que son los asesinos del Pueblo...”.

Pero no tenían cara de asesinos del pueblo, eran gente normal y corriente. Algún exaltado que daba gritos, pero la mayoría personas comunes; afiliados a Falange y religiosos. A la mayor parte de los verdaderos fachas les habían sacado ya, otros muchos estaban a salvo o escondidos. Iban a pagar justos por pecadores.

Un soldado se le acercó:

- “Mi sargento, que hay un viejo que dice que conoció a no se quién y que era anarquista en Barcelona”.

- “No me jodas Gómez, mételos a todos en el camión y vamos a terminar esto rápido”.

Torito bravo no me lo mires de esa manera,
deja que adorne tus rizos negros con su montera,
Torito noble, ten compasión,
que entre bordaos, lleva encerrao,
Francisco Alegre y olé, mi corazón.


La vida de los hombres es como la de los granos de arena.

Emilio sale el último del camión y ya no piensa en eso. Ahora sólo piensa en que lo van a matar. Se ha orinado encima porque ya los han puesto a todos en fila frente a la tapia del cementerio. Mira a las tumbas de alrededor y se pregunta si todo será rápido. Ya sólo piensa en eso… y en María y en el niño. Se sorprende de que aún no se haya preguntado el por qué lo han elegido a él. Qué más da… va a morir.

Delante se colocan siete milicianos que les apuntan con sus rifles. Se vuelve a orinar y cierra los ojos. Se encoge, hace frío, todo es húmedo y cierra los ojos…y entonces el dolor, ligero, como una aguja que le atraviesa el pecho. No, son tres agujas, o cuatro, y cae al suelo mareado. Hace frío, hay humedad. María... el niño... María... la calle Jeréz, el mercado de abastos... Huele a sopa de Madre, hacía años que no recordaba ese olor...y mira al cielo del alba durante unos segundos...cuando siente que se ha acabado todo, aparece la cara del sargento que lo mira fijamente... tiene los ojos verdes y grandes, como María... como el cuento de Bécquer que le regaló en la primera cita...sus ojos verdes se dilataban cuando hacían el amor...María...un ruido sordo y todo se apaga…

En mi ventana tengo un letrero pa quien lo venga a mirar,
Francisco Alegre y olé, Francisco Alegre y olá,
en el que dice cuanto te quiero pero que pena me da,
por culpa de otro querer, no nos podemos casar


- “No me jodas Gómez, mételos a todos en el camión y vamos a terminar esto rápido”.

Gregorio no podía hacer nada por el anciano. Al teniente le habían matado a sus dos hermanos. Eran capitanes en África y no se habían sublevado. Estaban ya muertos el día que empezó la guerra. ¡¡No!!, el teniente no estaba por la labor de salvar viejos anarquistas que probablemente mintiesen; si el viejo estaba allí sería por algo, o no… ¡Qué más da!

Con la cabeza debajo del volante, a ciento sesenta por hora, con una lluvia de piedras que en realidad son balas de ametralladora y la carretera mojada, Gregorio entiende que la vida de los hombres es como las gotas de lluvia. Unas caen más rápido que otras, tardan menos en tocar la tierra y en morir. Las gotas van a distinta velocidad aunque recorren el mismo camino, al igual que los hombres tienen diferentes intensidades para cada momento de su vida, y mientras caen se juntan unas con otras y se vuelven a separar, como hacemos también nosotros. Creemos que los días tienen la misma duración para todos los seres humanos, pero es mentira. Los días pasan muy lentos o muy rápidos, y no somos capaces de darnos cuenta de que nuestros minutos de dicha pueden ser horas de angustia para los demás. Diferentes intensidades como corrientes eléctricas en el mismo campo, ¡pero es tan difícil entender la intensidad del momento del resto de los seres!

Ahora comprende la mirada de aquel hombre moribundo que tuvo que rematar en el fusilamiento del Cementerio. Él guardaba la esperanza de no tener que disparar a ningún hombre vivo, de que todos estuviesen ya muertos; guardaba la esperanza, que a la vez lo llenaba de desprecio a sí mismo por su cobardía, de que los soldados del pelotón hubieran hecho bien su trabajo. Pero uno de los hombres estaba vivo, y le miró a los ojos. Pasaron tres, cuatro segundos, y amartilló su pistola; pasaron cinco, seis segundos y el hombre dijo “María” y entonces él disparó. María... quizás, pensó aquel día... quizás pronto yo tenga que decir Juana ante los ojos de un soldado que va a matarme.

Pero no entendió en verdad lo que sintió aquel hombre hasta que su camión, a ciento sesenta kilómetros por hora, se salió de la carretera y comenzó a rodar por el lateral de la carretera. Se golpeó dos o tres veces contra la cabina. Sólo tuvo tiempo para recordar a las gotas de agua y al falangista que mató en el Cementerio. Ahora ellos eran dos gotas de agua que caían a la misma velocidad y que estaban juntas. Y entonces sintió un dolor agudo en la cabeza...

...Juana...

Desde la arena, me dice "Niña morena,
¿quién te enamora, carita de emperaora?
ya no te acuerdas mujer, de este torero andaluz,
que lleva al cuello la cruz de Jesús que le diste tú.


Durante veinte años. María y Juana, Juana y María, se vieron diariamente. Las tumbas de sus maridos estaban la una frente a la otra en el cementerio de San Fernando, como una burla del destino que les condenaba a reflejar sus dolores y sus odios, que se hacían más y más fuertes y tomaban los unos alimento en los otros, del mismo modo que la luz del sol reflejada en la luna la hace brillar.

Pertenecían a bandos enfrentados, a cada una de las dos Sevilla, de las dos España y lo sabían. Lo que no supieron nunca es lo que ocurrió aquella noche en el Cementerio de San Fernando. Y así pasaron los meses y los años y se hicieron mayores. Y un día, Juana se sintió enferma y pensó que no volvería jamás a visitar a Gregorio. Se acercó a la tumba y comenzó a cantar en bajito el pasodoble de Juanita Reina que tanto le gustaba....

- "En los carteles han puesto un nombre que no lo puedo mirar..."

Y a María se le avivaron los sentimientos cuando escuchó aquello, y se puso a recordar el disco de pizarra que le había regalado Emilio antes de la guerra. A pesar de la altivez y de la frialdad que escrupulosamente se habían mostrado las dos mujeres durante un cuarto de siglo, tras unos segundos de dudas, comenzó también a cantar...

- "La gente dice :vivan los hombres cuando lo ven torear…"

Y Juana... y María...continuaron con su pasodoble, a la vez, en perfecta compenetración como dos cupletistas de postín... lo habían cantado más de mil veces y más de diez mil también. Y así de corrida se oyó la canción, cada vez un poco más alto, hasta que llegaron a las últimas estrofas y se miraron sintiendo ese estremecimiento que nos producen las coincidencias más increíbles, esas que dan sentido a la vida. Y estuvieron muy cerca de decirse algo, de sincerarse, de hablarse por vez primera, casi balbucearon una palabra, pero entonces, llevadas por un irrefrenable impulso, callaron y se adentraron de nuevo dentro de sus respectivos mundos ya caducos desde hacía muchos años.

- "Somos como granos de arena"- dijo para sí Juana.

- "Somos como gotas de lluvia" - pensó María.

Saludos. Yurtoman.
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Tubal
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Re: Francisco alegre.

Mensaje por Tubal »

Bueno, Yurto, dile a tu amigo de por aquí que se anime a compartir otros escritos. :wink:

Creo que mucha gente escribe alguna vez cosas que solamente leen ellos mismos o algunos allegados, y habría que perder la reticencia esa a expresar en un papel lo que uno siente o piensa. Deberíamos escribir a menudo, no solo leer.

Saludos.

De nada sirve rezar, Flanders. Yo mismo acabo de hacerlo y los dos no vamos a ganar.
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Xesco
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Re: Francisco alegre.

Mensaje por Xesco »

Muy bonito Yurto!

Gracias por postearlo.
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"No saques la espada sin razón, ni la envaines sin honor" Dicho entre los soldados de los Tercios
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Joffre
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Re: Francisco alegre.

Mensaje por Joffre »

Me ha gustado mucho. Un magnífico relato.
Dale la enhorabuena a tu amigo.
La primera perdíz que levanta el vuelo recibe el tiro. Proverbio africano
La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana. Joseph Joffre
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