Voluntarios para saltar sobre Normandia

[Patxi]

Después de que el caza desapareciera del campo de batalla, unos instantes de silencio absoluto se extendieron por el campo de batalla.
A algunos les pareció un suspiro. A otros, una eternidad. A todos, unas vacaciones previas a la vuelta a la cruda realidad. Una pausa donde lamerse las heridas, remunicionar los cargadores y echar un trago a la cantimplora suspirando melancólicos por rememorar el último vaso de buen vino probado frente a aquella apestosa playa galesa o la excelente cerveza tostada que servían en aquel oscuro tugurio junto a los muelles en Kiel.
Un par de segundos después, algún amargado de la vida contemplativa realizó un disparo solitario y fue el final de aquella minúscula tregua. La máquina de la guerra volvía a ponerse en marcha, picando carne con la eficacia acostumbrada.

Vayan dando la voz de "presente" aquí mismo para presentarse después del periodo vacacional. Volvemos a Coquigny, señores.

[Von Patoso]

Presente

[Vencini]

Presente

[Tiopepe2]

Presente

[Patxi]

El mundo se ve diferente dependiendo de los ojos con que lo mires.

El soldado SS Vinto se movió ligeramente hacia otro lado de la ventana, intentando desentumecer su cuerpo. Las gotas de la lluvia repiqueteaban en el tejado, en el alfeizar y una pocas de ellas resbalaban por el cañón de su fusil, yendo a estrellarse al suelo de madera que conformaba el ático donde se encontraba, pero él se encontraba razonablemente seco, después de estar un largo rato apostado a salvo de la lluvia que caía fuera. No era un mal sitio donde se había colocado, aunque la estrechez del ventanuco no permitía disponer de un amplio campo de visión. Además, la altura a la que se encontraba, le obligaba a adoptar una posición incómoda, medio flexionadas las rodillas, encorvada la espalda, por lo que aquellos tímidos movimientos de un lado a otro de aquella improvisada tronera le ayudaban a silenciar los gritos de dolor provenientes de su espinazo. No es que fuese muy recomendable andar paseándose de un lado a otro de una ventana frente a unos árboles donde se escondían algunos tipos dispuestos a darte matarile, pero era un riesgo pequeño que merecía la pena correr.
El soldado Vinto no tenía una puntería tan excelente como otros compañeros en el campo de entrenamiento de Seetaleralpe, pero compensaba este defecto con otras virtudes. Paciencia infinita, perseverancia y una suerte endemoniada que le había librado de criar malvas un par de veces durante la guerra. Ese sexto sentido volvió a sonar en su cabeza de nuevo y un pensamiento fugaz le asaltó: la imagen de un francotirador enemigo oculto junto al río. Vinto se detuvo en seco de inmediato y volvió a encorvarse sobre la culata de su G43. Miró a través de la mira telescópica y barrió concienzudamente por enésima vez el sector que podía cubrir desde su posición. Pudo ver, de forma intermitente, un casco asomarse entre el follaje. Bendita corazonada.



Debajo de ese casco oscilante, al cabo Prentiss se le iba a salir el desayuno por la boca de un momento a otro. Escuchaba el ronco motor de un blindado unas decenas de metros por delante suyo pero no conseguía ver un palmo más allá de sus narices por la cantidad de arbustos que tenía a su alrededor. Solo el río Merderet a su izquierda rompía el constreñido universo vegetal en el que se encontraba encerrado. Esa sensación de estar moviéndose como un ciego en un lugar desconocido, de no ver a su enemigo, hacía que las tripas se le revolviesen dentro del abdomen. Maldito ardor de estómago. Se palpó el muslo inútilmente, intentando encontrar el bolsillo del pantalón donde había dejado la cajita de Alka-Seltzer. Aquella gastritis en ciernes provocada por la tensión le estaba devorando lentamente, pero no fue una úlcera lo que le llevó al otro barrio. Una bala de un francotirador alemán hizo que aquel runrún se acabase para siempre.

El SS Vinto arrastró el dedo, tenso como una cuerda de guitarra, hacia el guardamontes. Las líneas del visor de cuatro aumentos se cruzaron sobre aquel casco sin cabeza ni cuerpo que avanzaba cercano por el bosque del Merderet. Mejor así. Podría dormir más tranquilo esa noche, sin que una nueva cara se uniese a las decenas de rostros que asaltaban sus sueños de vez en cuando. Vinto calculó la distancia en unos 90 metros. El índice resbaló hacia el gatillo. No era un oficial, lo distinguió por el casco, pero a aquella distancia tan cercana cualquier soldado se convertía en un enemigo potencial, así que las falanges del dedo se arremolinaron en torno al disparador. Este apretó el émbolo que a su vez desplazó la pestaña que retenía el percutor, el cual penetró en la cápsula que contenía el fulminante. La pequeña explosión hizo que la pólvora de la vaina se incendiase, saliendo la bala por la boca del fusil a una velocidad endiablada. Esa bala tenía un dueño y Vinto se alegró de estar al otro lado del cañón que la disparó.
Ver la guerra en la distancia no es una mala forma de hacer la guerra, pensó. No sabía que más pronto que tarde la guerra llamaría a su puerta y aquellos listones de madera que conformaban el ventanuco se iban a convertir en el hogar definitivo de muchas otras balas que salieron en dirección contraria ¿Conseguiría Vinto evitarlas todas?

La pobre Ivette había enviudado días después de casarse. Otros se aprovecharían y los pretendientes se agolparían a su puerta para intentar darle las condolencias. Los muy cabrones. El oficial de Prentiss se santiguó apresuradamente e indicó con la cabeza a sus camaradas para que siguiesen avanzando dejando atrás el bulto inmóvil el que se había convertido el cabo. Aquel malnacido francotirador iba a probar su propia medicina. Por Ivette.

[Tiopepe2]

R.I.P

[Patxi]

Nunca jamás se pudo averiguar las verdaderas razones de aquel terrible bombardeo de mortero aliado sobre un grupo de paracaidistas norteamericanos, durante el dia D. Fuego amigo. Se entrevistaron a múltiples supervivientes y testigos, expertos en balística traídos días después ex profeso desde el Pentágono analizaron los cráteres y la trayectoria de los proyectiles y una miríada de asesores, politólogos y periodistas inundaron durante toda aquella semana, los boletines y noticieros de rumores, desmentidos y opiniones sobre el que se empezó a conocer como el “Misterio de la lluvia de plomo”.

Que se lo digan al cabo Reese. No se sabe por qué razones, aquella húmeda mañana intentó detener una de aquellas granadas con la cocorota, con funestas consecuencias para su cuero cabelludo y su cráneo, que se volatilizaron con el resto de su cuerpo en aquel remate de cabeza imposible.
El cabo John Reese era un muchacho alegre. Jovial. Trastornado por la espantosa visión de sus compañeros asesinados

Spoiler:

El comienzo de la historia de John Reese aquel 6 de Junio de 1944
Cuando tocaste tierra, recogiste el paracaidas e intentaste recordar por donde habian caido tus compañeros. Buscaste infructuosamente por los alrededores. Hiciste sonar el grillo metalico y solo recibiste el silencio como respuesta. Estabas completamente solo. Cuando saliste a un camino viste la silueta de un hombre balanceandose colgado de un arbol. Reptaste sigilosamente y cuando te aseguraste de que la zona era segura, te acercaste hacia él. Era Peter. Estaba muerto. Cosido a balazos. Retrocediste asustado y tropezaste con un bulto que se encontraba junto al ribazo del camino. Asustado, apuntaste el fusil hacia él, pero no se habia movido. Palpando en la oscuridad, tus dedos sintieron una humedad pegajosa empapándole la casaca. Extrañado y curioso, tus manos sacudieron levemente aquel cuerpo y solo conseguiste que la palma de la mano se hundiese en el abdomen y saliesen de él parte de los intestinos y algunos fluidos. Horrorizado, te retiraste gateando, intentando limpiarte la mano en la hierba, vomitando. Temblabas como una hoja seca. No controlabas tu cuerpo y acabaste meandote en los pantalones. Permaneciste acurrucado unos minutos mientras la cabeza te daba vueltas y decenas de pensamientos se apelotonaban golpeandote con fuerza las sienes ¿Quien diablos habria hecho aquello? Disparar a quemarropa a un hombre desarmado y coser a bayonetazos a otro. Te volvieron a dar arcadas. Pero no vomitaste. Estabas vacio. No habia nada dentro de tus entrañas. Ni dentro de tu alma. Te rehiciste. Dejaste de temblar. Tu cuerpo se endurecio. Tu alma tambien. Te levantaste y empezaste a caminar hacia tus compañeros. Trepaste al arbol y cortaste las cuerdas del paracaidas de Peter. Su cuerpo se desplomo pesadamente. Aquellos cerdos le habian acribillado como un mono de feria. Hijos de perra. Te agachaste y recogiste una de sus chapas de identificacion. Te giraste y volviste hacia el otro cadaver. Pudiste ver en el suelo unos galones de teniente arrancados por las idas y venidas de las bayonetas alemanas y unas enormes botas colgando grotescamente en una posicion imposible. Cabrones. El teniente Highman no se merecia este final. Te volviste a agachar. Doblaste la chapa. Ésta se partio y te metiste la mitad en el bolsillo. Te incorporaste lentamente. Y lentamente les diste la espalda y te alejaste caminando hacia la oscuridad. Tus mano izquierda asia con fuerza el guardamanos del fusil. La diestra acariciaba el guardamontes, rozando la yema del dedo indice el gatillo. La mirada inyectada en sangre y un ademan de sonrisa aviesa dibujada en la cara. Asi, lentamente, rumiendo tu venganza, te marchaste hacia tu objetivo: un sector en la salida de Utah beach. Dispuesto a llevarte por delante cuantos alemanes se cruzasen en tu camino. Sin cuartel, ni misericordia alguna. Querias hacer la guerra por tu cuenta y no habria oficial o suboficial que te haria cambiar de opinion.
En resumen. Tu mision es matar cuantos mas alemanes mejor, intentar (siempre que lo consideres oportuno y necesario para tu vendetta particular) cumplir las ordenes de los mandos que te encuentres, salir por el norte de este mapa para acercarte a tu zona objetivo (a no ser que recibas ordenes contrapuestas de algun oficial o suboficial en este mapa) y, sobretodo, sobrevivir a la campaña para seguir aumentando las muescas en la culata de tu Springfield.

se había vuelto silencioso y hosco en el trato. Nada que ver con la afabilidad que destilaba tiempo atrás. Reese había muerto junto a sus compañeros en aquella cuneta, horas antes de aquel pepinazo tan bien dirigido y tan mal rematado, le mandase de forma urgente y expeditiva al otro barrio, con todos los papeles firmados, junto a los malogrados Highman y Peter. Era un muerto viviente. Un zombie armado con un bazooka, un fusil y un uniforme con el águila aulladora cosida al hombro. Sabía que su final estaba próximo y contaba los minutos que pasaban como una condena insufrible, una prórroga innecesaria, superflua e inútil sobre la faz de la tierra. Un tiempo añadido que le atormentaba sobre manera. La droga que le permitía seguir aferrado a la vida era el ver alemanes caer frente a la mira de su fusil. O imaginárselos. Así que los periodos de calma, donde no podía saciar su sed de venganza y vaciar su cargador contra alguien, eran insufriblemente irritantes y su carácter acusaba el golpe, convirtiéndolo en el ser esquinado que conocemos ahora. Con el paso del tiempo, los hombres de la Dog sabían que la mejor forma de tratar con él, era no tratar con él, lo que retroalimentaba su soledad y su odio y, por ende, sus ganas de acabar con todo de una puñetera vez por todas.

Así que de esta forma estaba. Agazapado tras unos arbustos. Cumpliendo órdenes. Rumiando su resentimiento. Aborreciendo a aquellos oficiales timoratos que no se atrevían a lanzarse al ataque de una vez por todas. Maldiciendo y renegando de su mala suerte al encontrarse con aquella compañía en mitad de la campiña normanda. Enemistándose con la vida y entregándose con devoción a la muerte.

No aguantó más. Caló la bayoneta y tomó la decisión que acabó con su vida. Se lanzaría al ataque él solo. A tomar por saco. Saltó de su parapeto, sin dar ni un solo grito para darse ánimos. No le hacía falta. De eso iba sobrado. Ansioso de matar y morir matando. Sus compañeros le vieron moverse rápidamente, como si fuese a orinar o a cambiar de posición. Pero aquel fulano siguió avanzando. En aquel instante se abrió el cielo y de él dejaron de caer gotas de lluvia y descendieron granadas de plomo. De 81mm. Made in USA, ni más ni menos. Mal negocio para la Dog. Y aquello se convirtió en un baile de tierra, ramas y piedras. Todo el mundo se puso a resguardo, excepto dos soldados que siguieron impertérritos en sus posiciones previas al bombardeo. Uno, Reese. El otro, el soldado Fortune, que fascinado por el espectáculo de ver a Reese saltando como un cervatillo entre geiseres de barro y esquirlas de metal, no podía apartar la vista de tamaña muestra de valor. O de inconsciencia, que nunca se sabe donde empieza la una y acaba la otra.

Reese siguió a lo suyo, progresando hacia delante, ajeno a lo que le estaba cayendo del cielo. Ojos inexpresivos, boca suavemente apretada, aletas de la nariz agigantadas por la respiración. Igual que si estuviese haciendo footing un domingo por la mañana por el parque. Fortune no salía de su asombro ¡Qué tipo aquel! ¡Vaya cuajo! Reese evitó un viejo tronco caído dando un gran salto. Una astilla volante se le incrustó en la pierna derecha, con la que tomaba impulso y el salto se convirtió en un escorzo, una grotesca zancada, brazos hacia delante, cabeza levantada, justo en el momento en que el que descendía la mortal granada que lo mató. Fortune aseguró, horas después, que se había abalanzado contra la granada, para cabecearla como lo solía hacer Telmo Zarra con los balones que le colgaba Gainza desde la banda. Una plancha perfecta oigan, aseguraba una y otra vez. Ni Zarra en la final del 43.
Fortune era un apasionado del fútbol europeo. Ya se notaba, ya.

[Von Patoso]

El final de esta campaña puede ser trágico, como en el teatro griego clásico...

[Tiopepe2]

Cierto, presiento un final dramatico

[Patxi]

Todavia no habeis visto nada, jurl.... Ya vereis el siguiente turno que os envie el oponente.

Preveo unas bonitas cabezas de paracaidistas norteamericanos decorando los despachos de los jerifaltes alemanes tras la guerra, en sus despachos con vistas al Sena y la Torre Eiffel. Y todo porque una compañia, perdida entre los setos normandos, no pudo hacerse con un diminuto puente defendido por dos "gatos".

Parafraseando a Churchill, "nunca tantos debieron tanto a tan pocos".

[Presi]

Puestos a parafrasear al del puro (al cual por cierto, se lo han borrado de varios carteles “vaya usted a saber por qué” razones de salud pública e imagen), te hubiera quedado más adecuado:

“Solo puedo prometeros sangre, sudor y lágrimas” (y algún que otro morterazo desplomándose sobre vuestras cabezas)

Spoiler:

“Lo siento chicos, sé que” he estado desaparecido tiempo “pero se han juntado también cosas de curro” y familia. Han sido varios meses de visitas al hospital, entierros, inicio de curso escolar y por tanto laboral, tensiones de pareja, con la familia política y consanguínea, enfermedades de familiar (mas hospitales), problemas penales y otros asuntos menores con los que “yo he acabo mentalmente muy desgastado” …

Estoy seguro que más de uno sabrá entender y disculpar las comillas

[Patxi]

Pues mira que leo y releo y no logro entenderte nada. Maldita maquina Enigma que no logra descifrar estos mensajes cifrados..... Sere zoquete.

[Presi]

Pues mira que leo y releo y no logro entenderte nada. Maldita maquina Enigma que no logra descifrar estos mensajes cifrados..... Sere zoquete.

Pero la gorra y la pipa te siguen quedando genial <3

[Patxi]

Estoy confuso. Trabajar en el turno de noche me abotarga las neuronas.

Sigamos con el asalto de la Dog....
 
Una densa neblina comenzó a extenderse frente a Fowler y Jackson. Tenían que salir del escondrijo donde se encontraban y empezar a correr como posesos. Atravesar una amplia carretera, batida por un Stug y empotrar sus cuerpos en cualquier agujero o monton de piedras que les cubriera de las balas disparadas desde el otro lado de la calle. Un puñetero suicidio. El humo comenzó a espesar y Fowler rogó para que los últimos metros de aquella alocada carrera también estuvieran envueltos por aquella nube vaporosa. Intento decirle algo a Jackson pero tuvo miedo de que le fallasen las cuerdas vocales y aquella frase de ánimo se transformase en un tembloroso murmullo que destilase todo el pavor que padecía, así que se limitó a mirarlo y mover varias veces la cabeza de arriba abajo diciendo de esta forma que estuviesen preparados para salir. Jackson respondió mecánicamente de igual modo y ambos hombres estuvieron dispuestos a abandonar la seguridad y enfrentarse al desamparo más absoluto, arrojandose a las fauces de aquellos monstruos que disparaban como malditos demonios. Apenas se podía ver más allá de diez metros. El cuerpo y la mente se resistían a semejante muestra de autoaniquilamiento, así que esperaron unos segundos más. Unos segundos eternos. Nueve metros y el humo seguía ganando terreno. Lo mejor que podía hacer un soldado era no pensar demasiado y aquella dilación no ayudaba a tener la mente en blanco. Las caras y las voces de Kapalsky, Lampton, Ballew y Heath. De Stephen Matesich de Pittsburgh y de Robert Dale. De los sargentos Duckworth, Marmiton y Marsch. Todos seguían junto a ellos en aquella casa. Listos para recibirles en el Walhalla o en el Infierno. Ocho metros y bajando. Jackson y él eran lo que quedaba de su pelotón. Dos hombres. Pronto el pelotón de dos menguaría y se reduciría a una sola unidad, pero eso él todavía no lo sabía.

[Continuará...]

[Joffre]

Parece que Utah está seriamente amenazada por un fuerte contraataque blindado alemán. Los hombres de la Dog están sufriendo lo indecible para intentar cortar ese avance en el puente de Coquigny. Las tropas alemanas que lo protegen se aferran a sus posiciones con denodada desesperación. Los combates son terribles allí.

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