El fuego de Siracusa (AAR Empire TW)

Para poder leer y disfrutar de todos esos AARs magníficos que hacen los foreros.

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Salivan
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El fuego de Siracusa (AAR Empire TW)

Mensaje por Salivan »

Aquí os dejo mi aporte, un AAR que escribí hace tiempo y comparto con vosotros. Consta de unos pocos capítulos, los iré subiendo según vaya pudiendo, espero que os guste:


EL FUEGO DE SIRACUSA

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CAPÍTULO 1

Contralmirante Johan Klopstock

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- Como tarde mucho más me voy a dormir aquí mismo…
Y no es para menos; el joven contralmirante Johan Klopstock lleva ya 3 horas sentado en su silla mientras apoya los brazos en la mesa larga y gruesa de caoba en la que se apoyan también otros altos mandos de la reformada fuerza naval prusiana, todos contenidos en un salón decorado a la última moda: dorados, remiendos, jarrones chinos, cortinas multicolores, frescos en el techo (bastante altos, por cierto, sobre todo para alguien acostumbrado al camarote de un navío en línea de 2ª, que elevando apenas el brazo se toca en lo alto) y demás elementos.

Johan Klopstock ha llegado a la urgente junta del alto mando naval lo mejor que ha podido en cuanto a su aspecto se refiere. Le habría gustado vestirse con su traje de gala y así lucir su moderado y respetable número de medallas, galones y méritos, no por soberbia o chulería, si no porque llevan meses (o más) cogiendo polvo en el baúl del camarote sin encontrar la ocasión de ver la luz del sol.

Ronda los 32 años y ya ha cosechado una gran reputación entre sus compañeros de oficio. Marino de toda la vida ha visto más mundo que cualquiera de los presentes en la sala. Ha luchado contra Francia y España en el Caribe, en la costa atlántica de la ibérica, en el Mar del Norte y otras zonas del globo muy dispares. Por eso nadie se sorprende del loro que siempre le acompaña en el hombro derecho, aunque hoy lo tiene a buen recaudo, fuera del salón, su fiel y sumiso ayudante Rolf, un hombre de edad avanzada pero de muy eficiente servicio, quien debe la vida a su señor Klopstock desde una refriega en Barbados.

La armada Prusiana es joven, tanto en mandos como en historia. Desde que Federico I de Prusia decidiera que ya habían tenido suficiente paciencia, su familia y él, al aguantar guerras y disputas defendiéndose sin mover un dedo, Prusia no ha dejado de crecer aplastando a aquellos que osaban desafiarle, con la conveniente reforma en el ejército, y sobre todo, su armada.

Al no existir apenas tradición marítima en Prusia, la aristocracia no ha metido sus avariciosas y altivas narices en la armada, dando lugar a un alto mando naval joven que ha ascendido mediante meritocracia, con la consecuente excelente experiencia y preparación. Sin embargo siempre hay excepciones, como la que, por cierto, acaba de entrar por la gran puerta principal del salón de juntas con gran violencia y escándalo, pero con una condescendiente sonrisa al percatarse de que más de uno se ha asustado con su repentina entrada rompiendo el relajante murmullo de suaves charlas cansadas de esperar.

Este hombre que luce una ropa impecable (no militar), un maquillaje cuidadísimo y unos ruidosos zapatos blancos a la moda, es el Almirante Waldo Brendel, el comandante en jefe de toda la flota Prusiana y amigo de su majestad el recién coronado Federico Guillermo I, que lo pensó demasiado poco al poner a su amigo Waldo al mando de la flota.

El almirante Brendel es un marinero valiente y firme, pero durante el régimen del anterior monarca permaneció muchos años inactivo en Lübeck, ahogando su talento y años de experiencia en las tres botellas de vino que llegó a tomarse diariamente. Pero ahora, con esta nueva oportunidad que se le ha otorgado para demostrar su valía (sobre todo a sí mismo), se encuentra, tal vez, excesivamente entusiasmado con la campaña que se acomete, y ya se sabe, que no hay nada peor que un tonto motivado.

Almirante Waldo Brendel

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- Buenos días señores –dice con una amplia sonrisa-, no quiero hacerles esperar más, tomen asiento y comencemos la junta general.

Lentamente, los que estaban de pie se dirigen a sus asientos, muy despacio y sin quitarle de encima una mirada de reprobación al almirante, mientras que los que estaban sentados rencuentran su postura erguida y firme delante de la mesa.

- Como bien saben, la flota principal española al mando del almirante Juan de Lángara y Arizmendi se encuentra refugiada en la ciudad costera de Siracusa, lo cual se considera una invasión por parte del enemigo hacia la recién capturada región de Nápoles, que cedió las costas sicilianas a su majestad. Las ordenes son claras y el objetivo también: la derrota de Lángara y Arizmendi, lo único que nos separa del dominio del Mediterráneo occidental.

Almirante Juan de Lángara y Arizmendi

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- Hasta aquí todo bien. Dinos algo que no sepamos- piensa Johan.

- He decidido, con la aprobación de su majestad, el plan de ataque- prosigue el almirante.

En ese momento aparecen de detrás de él dos auxiliares quienes extienden sobre la mesa los planos y dibujos explicativos sobre la estrategia a seguir pensada por el almirante, con lo que, poco a poco, los presentes alrededor de la mesa se levantan de la silla para ver mejor lo presentado.

- La verdad es que este hombre estará oxidado de ideas, pero no le falta iniciativa, ni dedicación ni motivación- piensa Johan.

En aquellos dibujos y planos no falta detalle ni adorno pictórico, se entiende casi a la perfección la estratagema que el Almirante Brendel ha gestado en su cabeza.

-Como ven, señores, está todo perfectamente planeado. Si todos siguen mis órdenes derrotaremos a nuestro rival sin esfuerzo y sin pérdidas significativas, según mis precisos cálculos, ni en tropa ni en material.

- La idea es buena,- piensa Johan- pero tan compleja que su realización suena casi utópica. Comete uno de los grandes fallos de los estrategas marinos de todos los tiempos: apenas se toman en cuenta los factores imprevistos. Cuanto menos se cuente con una marejada adversa, un viento inesperado, una mala formación, etc. flaco favor se está haciendo a la campaña.

- ¿Alguna pregunta?- propone el almirante mientras sonríe y levanta una ceja sin dejar de mirar las caras de los presentes.

Johan levanta la cara de los papeles con intención de hablar pero es agarrado del brazo sobre la mesa por su amigo, el capitán de navío Theodor Kurting. Cuando Johan mira a su amigo Theodor, joven como él, éste le niega con la cabeza de forma tan sutil que casi no comprende lo que el capitán le intenta decir. Theodor sabe que una réplica al almirante cuando está tan entusiasmado puede encender su cólera y, habiendo tantos oficiales delante, es peligroso incluso para un contralmirante como Johan.
Pero es entonces cuando, con aire de indignación, se endereza en su sitio el brigadier Oskar Zum.

Capitán de navío Theodor Kurting

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Brigadier Oskar Zum

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- Permítame señor que compruebe si he comprendido bien el plan- espeta el brigadier.

- Adelante señor Zum- dice el almirante, consciente de la perfección de su plan.

- Debemos pues dividir nuestra flota en 4 secciones que irán organizadas según el tamaño de los navíos de que disponemos. Por la izquierda y en vanguardia situara a los barcos más ligeros de la flota, que servirán de cebo al enemigo para que éste movilice sus naves en esa dirección. Mientras tanto, lejos a la derecha sitúa usted el grueso de la fuerza con todos los navíos pesados, que entraran por la retaguardia del enemigo para envolverlos, rodearlos y destruirlos desde un perímetro de barcos prusianos.

- ¡Efectivamente!- exclama Brendel.- Veo que lo ha comprendido a la perfección, señor Zum.

Oskar Zum es posiblemente el mejor marino de toda Prusia. Veterano, honrado, honorable, valiente y disciplinado, pero con muy malas pulgas, sobre todo ante lo que él pueda considerar una injusticia, especialmente si perjudica a sus hombres y el barco que capitanea desde hace 30 años.

- Sí señor– hace una pausa-, comprendo que quiere usted llevarnos a mis hombres y a mí a una misión suicida jugando a ser el cebo de sus juegos de barcos– sentencia con una absoluta calma y mirando directamente a los ojos del almirante Brendel.

Waldo Brendel no deja de sonreír pero frunce el ceño, mostrando un gesto que, viniendo de él, es algo temible.
- Oskar, nos conocemos desde hace muchos años y creo que no hay nadie mejor para cumplir esta misión que usted y su navío en línea de 4ª “Coronel”. Estoy seguro de que con su pericia y experiencia no correrán ningún peligro.

Dicho esto, ambos oficiales dejan pasar unos segundos enfrentando miradas, cada uno desde su lado de la mesa, Oskar Zum claramente enfadado y Waldo Brendel con el mismo gesto desafiante.
El salón está en absoluto silencio y con una tensión en la que se puede nadar. Así, Oskar Zum recoge su sombrero de picos de brigadier con enojo y sale por la puerta del salón con la misma serenidad que manifiesta cuando los disparos de cañón le pasan a pocos metros en batalla.

- Bien– el almirante vuelve a sonreír, alegre, como si nada hubiera ocurrido-, ¿alguna otra pregunta?

- ¿Cómo estarán repartidas las formaciones?– pregunta un capitán de navío que Johan no conocía.

- La sección ligera estará comandada por el brigadier Zum con la “Coronel” junto con el “Stettin”, la “Derfflinger” y el navío en línea de 5ª que capturamos en Ferrol, el “Proyectados para el asiento Agüero”, que logrará captar aun más la atención enemiga gracias al casco pintado de rojo característico de los navíos de 5ª españoles. La sección que yo dirigiré- continúa el almirante- con el “Hildebrand” en cabeza, estará compuesta por los navíos en línea de 2ª “Seeadler”, “Frettchen”, “Frithjof”, “Oker”, “Fuchs” y “Gefion”. Por nuestra parte nos encargaremos de rodear al enemigo por la retaguardia y cañonearlo hasta la extenuación- prosigue, inmerso en el plan-. El capitán de navío Theodor Kurting será ascendido a jefe de escuadra, y desde el “Luchs”, con los navíos en línea de 2ª “Dorsch”, “Wolf”, “Iltis”, “Strelitz” y “Ägir” deberán envolver al enemigo por la vanguardia y actuaran como reserva.

Al oír esto, Theodor recibe un codazo de aprobación de su amigo Johan.

- Y por último, el contralmirante Johan Klopstock dirigirá la escuadra de los navíos en línea de 1ª pesados “Flunder” y “Sirius” desde el “Auerbach”. No me falle hijo, usted y sus navíos de 1ª pesados son lo que nos diferencia de esos atrasados españoles.

Pero de forma inconsciente, Johan se lanza a responder:

- Pero señor, el almirante español, de Lángara Arizmendi, dirige el “Santa Teresa”, el buque de guerra más grande del mundo, un cuatro puentes que dirige ágil como si de un bergantín se tratara.

Johan siente el silencio sobre sus hombros. Todos le miran con disimulado asombro, excepto su amigo Theodor, que, clavando las manos sobre la mesa, hunde su cara entre los hombros preocupado por la insensatez de su amigo Johan.
Sin embargo, y para sorpresa de todos, el almirante no se inquieta y adquiere una postura paternalista ante el joven pero respetado Johan.

- Descuide señor Klopstock, conozco a Juan de Lángara y sí, es un gran marino, pero no sabe dirigir una flota.

- Pero señor y si el viento…

El puñetazo del almirante en la mesa le interrumpe la frase, montado en cólera y con la cara tan roja que el maquillaje no logra disimularlo.

- ¡El rey de Prusia se lo ordena, y no hay más que hablar si no quiere acabar capitaneando una balandra de tres al cuarto!- El almirante se vuelve a enderezar enseguida y se coloca la chupa de seda y el lazo.- Eso es todo, señores. Tienen dos días para reabastecerse y partiremos al amanecer del tercero. Buenos días.


Plan de batalla del almirante Brendel:
Spoiler:
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Última edición por Salivan el 27 Feb 2018, 16:58, editado 1 vez en total.
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por Tubal »

Venga, tiene muy buena pinta!! :Ok: :

Muy chulos tu gato y el canal de Youtube. :mrgreen:

Saludos.

De nada sirve rezar, Flanders. Yo mismo acabo de hacerlo y los dos no vamos a ganar.
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por PijusMagnificus »

Muy bueno, ¿de qué juego se trata?
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por Salivan »

Tubal escribió: 22 Feb 2018, 02:07 Venga, tiene muy buena pinta!! :Ok: :

Muy chulos tu gato y el canal de Youtube. :mrgreen:

Saludos.
Muchas gracias! debes haber repasado el canal de arriba a abajo porque mi gato sale bastante poco y de refilón! xD
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por Salivan »

PijusMagnificus escribió: 22 Feb 2018, 11:13 Muy bueno, ¿de qué juego se trata?
Se me olvidó decirlo: EMPIRE TOTAL WAR
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por Salivan »

CAPÍTULO 2



- Un espléndido día, ¿no lo cree señor Klopstock? Si mañana sigue tan despejado el cielo y la brisa tan constante, navegaremos a las mil maravillas mi señor.

- Sí señor Rolf, no dudo del abrasante sol de Cádiz y el buen viento atlántico, pero al cruzar el estrecho de Gibraltar la cosa puede variar mucho, y ya no le cuento en pleno Mediterráneo, mar traicionero. Haga usted el favor señor Rolf de no distraérseme con las vendedoras de pescado, tengo mucha prisa, debo estar completamente establecido en el camarote del Auerbach en una hora, me esperan compromisos.

- Mis disculpas mi señor Klopstock- se disculpa Rolf bajando la mirada con moderada sumisión mientras se apaña con los trastos y pertenencias de Johan Klopstock, entre otros, la jaula de su loro.

El paseo por los muelles de Cádiz es para Klopstock de sabor agridulce: por la derecha puede percibir en el ambiente de aquel país, ocupado por el suyo, cómo las miradas de aquellas gentes nativas del lugar intentan sustraerle la vida con el rencor más perseverante que ha observado nunca en una nación ocupada; pero por otro lado, la galería de buques de guerra que regala la vista a la izquierda le hace hincharse de orgullo y gloria.

Toda esta experiencia junto al calor que está sufriendo bajo sus capas de ropa militar de almirantazgo hace que solo desee una cosa por encima de todas: largarse de allí lo antes posible y salir a la mar, donde el contralmirante Johan Klopstock ha vivido más de la mitad de su vida.

- Hemos llegado señor Klopstock- anuncia Rolf.

En alguna ocasión Johan había visto atracado o navegando al Auerbach, pero ahora lo mira de una manera completamente diferente. Ese buque en línea de primera clase va a ser, a partir de ahora, su hogar, su niña y su arma. Su destino está ligado a aquel castillo de madera, arbolado hasta donde alcanza la vista. Más de 800 personas hacen falta para gobernarlo en batalla con el fuego de sus 106 cañones repartidos en 4 cubiertas. Es la perla naval de su majestad Federico Guillermo I de Prusia, tan solo una pizca inferior al temido Santa Teresa del almirante Juan de Lángara y Arizmendi.

Navío en línea de primera clase Auerbach

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Johan sale de su asombro al darse cuenta de que Rolf y el resto de grumetes que portean sus pertenencias se encuentran por delante de él, observando con gracia al asombrado contralmirante. Johan pone los pies en la tierra, endurece el gesto y aprieta el paso entre sus asistentes.

- Vamos señores, ¡no tengo todo el día!

Por las pasarelas de acceso a la cubierta principal hay un tráfico de hombres y mercancías que parece no tener fin. Los hombres trabajan sin descanso para tener el buque listo para la mañana siguiente, y queda mucho que hacer aun.

Cuando Johan logra subir la empinada pasarela de acceso (os recuerdo: cuatro cubiertas por encima de la lumbre del agua) se detiene para observar a los que en adelante llamará "sus hombres", muy atareados en labores de a bordo. A medida que se van percatando de la presencia del comandante se despistan de su tarea mirando con curiosidad y de reojo a Johan.

Cuando la inactividad de los marinos se evidencia más de lo deseado, aparece un oficial gritando y caminando raudo:

- ¡Volved a lo vuestro patanes, quien no suda no come!

Solo cesa el paso cuando está delante de Johan, ante el cual se cuadra con saludo militar y mirada perdida.

- Disculpe el comportamiento del personal señor, son buenos marinos pero curiosos.

- Descanse y preséntese oficial.

El oficial relaja la postura y coloca sus manos a la espalda.

- Sí, señor contralmirante, se presenta el alférez de fragata Alexander Lauter, a su servicio y órdenes. Conozco este buque y sus tripulantes como la palma de mi mano, señor.

El alférez Lauter es más joven aun que Johan. De estatura media y gesto brusco, puede percibirse su disciplina a simple vista, viste el uniforme perfecto sin faltar un solo detalle, es el suboficial perfecto, transmisor y ejecutor de órdenes diligente y sin dilación.

- Encantado, alférez Lauter- dijo Johan alargando la mano.

Con cara de asombro, el alférez baja la vista y duda por un momento si es correcto estrechar la mano de un contralmirante, pero rápidamente entiende que es su voluntad y debe cumplirla agarrando la mano de Johan. Ambos se miran y esbozan una leve sonrisa de confianza.

- En adelante no soy contralmirante señor Lauter, soy su capitán de navío, así que como tal se dirigirán a mí como capitán. Haga el favor de correr la voz. Puede retirarse.

Johan libera la mano del alférez al cual le cuesta ya disimular la sonrisa que su cara esta conteniendo.

- ¡A sus ordenes mi capitán!- dijo Alexander catapultando su mano a la frente en saludo militar. Se da la vuelta y se aleja por la cubierta.

En ese momento Rolf se pone delante de Johan.

- Mi señor, sus pertenencias se encuentran ya en su camarote y esperamos su aprobación.

- Excelente señor Rolf, vaya usted delante.

Atraviesan el alcázar para penetrar en el castillo de popa. Al entrar en las estancias Johan ve otro uniforme de oficial, quieto en mitad del paso como esperando su llegada. Al alzar la vista, ve una cara conocida.

- Buenos días capitán Klopstock, me decepciona usted porque no veo su loro por ninguna parte. Tengo más ganas de verle a él que a vos- espeta el oficial con gesto serio.

- Veo que al menos habéis venido sobrio por una vez a mi presencia, no quisiera tener que oleros de cerca- replica del mismo modo Johan.

Rolf se encuentra en medio del fuego cruzado de miradas entre ambos y tras unos segundos no sabe hacer otra cosa que tragar saliva.

Cuando ambos oficiales explotan en carcajadas Rolf da un brinco en el sitio. A punto ha estado de echar a correr por la puerta si no fuera por el tremendo respeto que otorga a su señor, el valor no es el punto fuerte de Rolf.

- ¡Walther, bribón!- grita Johan entre carcajadas de ambos.

- ¡Johan, perro!

Se abrazan brevemente y poco a poco cesan las risas.

- Sabía que los rumores de tu muerte en Porto eran falsos Walther, pero esta es una grata sorpresa, ¿Que haces aquí?

- Como siempre, el papeleo y los documentos te los pasas por el forro, amigo Johan- bromeaba Walther.- Ahora soy tu segundo a bordo: ¡Capitán de fragata Walther Basedou!

- Me alegro de tenerte aquí- se sincera Johan cogiendo el hombro de su amigo.

Pasan unos segundos mirándose, parece que Johan no acababa de creerse que tiene delante a su antiguo compañero de academia y batallas mil. Walther Basedou es un hombre alto, de voz barítona y de mente científica. Siempre tiene en la mano libros con las ultimas teorías en física, astronomía, química, biología, geología, etc. pero siente especial pasión por las teorías de Newton. Es muy hábil con el estoque y la pistola gracias a su época de gentilhombre, en la que tuvo que batirse en numerosos duelos, casi todos con éxito, aunque una marca de bala en la mejilla le recuerda siempre que es mortal.

- Vamos Johan, hay trabajo que hacer y los españoles no perdonan.

Mientras Walther muestra las estancias del Auerbach a Johan se ponen al día de sus vidas.

- Me tendrás que apoyar mucho para llevar el navío más grande de la flota Walther. Han depositado mucha confianza en mí desde el alto mando, debemos darles duro a esos españoles.

- Lo haremos Johan, este buque es lo último en batallas navales. Las baterías superiores son calibres habituales de 18 y 24 libras. Aquí en la primera batería tenemos cañones de 36 libras.

- Muéstramelos por favor Walther.

Ambos oficiales bajan escaleras hasta la cubierta inferior, la que está encima de la línea de flotación, donde se encuentra la primera batería con los cañones de gran calibre.

- ¡A sus ordenes mi capitán!

Es el alférez de fragata Alexander Lauter de nuevo, quien manda en la primera batería. El techo es angosto y hay que caminar doblando el cuello para no tocar con el techo.

- Me alegro de volver a verle alférez- sonríe Johan- venimos a ver los nuevos cañones de su batería.

- Por supuesto, acompáñenme si son tan amables.

Los tres oficiales caminan por la cubierta y se hace el silencio en la batería que hasta hace unos instantes era un batiburrillo de voces, ordenes, lecciones y ruidos. Los artilleros y auxiliares no pueden creer lo que estaban viendo. Es totalmente inusual que el comandante del Auerbach baje a cubiertas de un nivel tan inferior. Hacia la parte media del buque, cerca de la fogonadura del palo mayor, se detienen con el alférez Lauter, el cual realiza unos gestos bruscos con la mano que hacen a los artilleros y operarios de una pieza que se aparten.

- Capitán, estos son los nuevos cañones de 36 libras, hechos del mejor fundido español. Su calibre no impide un fuego lejano como si fuera el de una pieza de 24. El tallado del ánima es excelente, haciendo disparos muy precisos y distantes. Además como puede usted observar los cañones se detonan con llave de pedernal señor, como innovador sistema- dijo Alexander.

- Vaya, esto no lo había visto nunca- se sorprende Johan.

- Sí señor, es el mecanismo del mosquete aplicado a la artillería naval. Es muy rápido de cargar y seguro de disparar. Son muy nuevas y no siempre funcionan, así que siempre tenemos los botafuegos a mano por si hay que disparar como toda la vida.

- Impresionante, estoy deseando verlos en acción.

- No te impresionaría tanto si leyeras alguna vez los malditos informes del almirantazgo...- le susurró Walther al oído.

- He ahí tu cometido, capitán de fragata- responde Johan en tono burlón.

- ¿Quien dirige esta pieza, alférez?- pregunta Johan.

- Un cabo de cañón señor, un artillero preferente veterano.

- Tráigalo- ordena.

El alférez hace otro gesto brusco y aparece un hombre cuarentón, sudoroso sujetando su gorrilla con las dos manos delante del hinchado vientre cervecero mientras se pone delante a toda prisa sin atreverse a mirar la cara del comandante, piensa: "algo habré hecho...".

Johan solo mira el cañón. El alférez le da un empujón al hombre sumiso.

- ¡Salude y preséntese, insensato!- le grita Alexander.

El artillero eleva la vista hacia el capitán manteniendo el mentón bajado.

- Soy Simón mi señor, artillero preferente a su servicio- dice el hombre con un tímido gesto de saludo militar. No se ha visto obligado a saludar de esa manera apenas en toda su vida como marinero.

- ¿Usted opera esta pieza?- pregunta Johan, sin apartar los ojos del cañón y sus componentes.

- Si señor, así es- responde al fin Simón tras otro empujón del alférez.

- La tiene usted impecable, buen trabajo marinero, siga así, cuento con usted. Alférez, doble ración de ron para este hombre.

Johan y Walther se dan la vuelta y se alejan por la cubierta. Su mirada no ha rozado tan siquiera la cara de Simón, pero este queda congelado mientras un sentimiento de orgullo recorre todo su cuerpo, arde en deseos de batirse junto a su capitán.

Cuando Johan tiene un pie en el peldaño para subir a las cubiertas superiores se detiene y mira hacia la silenciosa batería, todos lo observan anonadados.

- ¡Prusia espera que cumplan con su deber! Yo velaré por ustedes y ustedes por mí. Acabaremos con esos españoles - sentencia Johan.

- ¡Viva el rey!- grita Walther.

- ¡¡VIVA EL REY!!- tiembla el barco.


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A la tarde de ese mismo día caminan por las calles de Cádiz, escoltados por supuesto, Johan y su amigo Theodor Kurting, el capitán del navío en línea de segunda Luchs. Se dirigen a las oficinas del almirantazgo del hospital naval de Cádiz atendiendo a la puntual reunión de jefes de escuadra con el almirante Waldo Brendel, comandante en jefe de la flota prusiana.

Cuando están a pocos metros de la puerta del despacho del almirante, sale de éste como una furia el veterano brigadier Oskar Zum con su sombrero en la mano. Ni se molesta en cerrarla. Al pasar por al lado de los jóvenes oficiales, que no dan crédito a lo que ven, se detiene.

- Esta misión es una locura, ese loco hará que nos maten, recuerden mis palabras jóvenes, puede que sean las ultimas que escuchan de este viejo marino.

Johan y Theodor no saben qué decir, por lo que transcurre un instante y el brigadier sale caminando raudo a la calle.

Cuando se asoman al despacho el almirante éste está sonriente con los brazos en jarra (una pose muy habitual en él) mientras mira por la ventana el ir y venir de los habitantes de Cádiz con sus insignificantes vidas.

- Con su permiso almirante- solicita Johan mientras se adentran en el despacho barroco.

El almirante Brendel, como siempre, viste ropa sofisticada y pulcra, con sus zapatos blancos, peluca, maquillaje y toda la pesca nobiliaria.

- Curioso es este país... los monarcas y dirigentes que había antes de nuestra llegada, hace años, exprimían a la población todo lo que podían para sus caprichosas fiestas y guerras como si fueran príncipes feudales. Un país con mucha energía en sus gentes, que estaban dirigidas de manera nefasta hasta el punto de la hambruna y la tiranía. Dócilmente se entregaban a los reyes abusadores, sin embargo nosotros ahora traemos el orden prusiano, la medicina y justicia organizada, eliminamos la corrupción, enriquecemos los mercados y facilitamos la vida de la gente... y fíjense... cada dos por tres tenemos ejércitos rebeldes, caciques que luchan contra nosotros en una constante e incansable guerra por la vuelta de los antiguos líderes que estrangulan esta sociedad con tantas posibilidades. Como prusiano no entiendo a los españoles, insensatos...

Prudentemente Johan y Theodor no abren la boca.

- Tomen asiento señores- los tres se sientan en sus respectivos sitios, el almirante Brendel tras su lujosa mesa.

- Les he traído aquí para asegurarme de que comprenden su papel en esta batalla. Los detalles sin importancia no me interesan, deben ustedes permanecer detrás de mi columna mientras yo con el navío en línea de segunda Hildebrand a la cabeza envuelvo al enemigo hasta alcanzar el Santa Teresa y hundirlo. Este objetivo me corresponde a mí, ¿lo han entendido claramente?

- Sí señor- responden los dos al unísono.

Waldo Brendel se pone en pie de nuevo.

- Bien, eso espero de ustedes. Oskar Zum no lo ha comprendido, pero sé que cumplirá con su misión.

El almirante se aproxima a la puerta del despacho, a la espalda de los dos jóvenes oficiales, y la cierra asegurándose de que así permanece.

- Oskar Zum no entiende que esta misión me pertenece y debe salir como yo lo he planeado, sin escusas. Ya sea en la batalla o tras esta, el señor Zum recibirá su merecido, asique espero que ustedes no me decepcionen- dice elevando la voz con tono amenazante y sin dejar de sonreír mientras toca los hombros de nuestros héroes, que no dicen ni mu.

Lentamente el almirante vuelve a colocarse en la posición en la que lo encontraron, frente a la ventana mirando al exterior con los brazos en jarra, pero esta vez muy serio.

- Fuera...- dice sin inmutarse.

Johan y Theodor, con muecas de ira, se levantan de la silla y salen por la puerta en silencio.
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por Sotomonte »

Salivan escribió: 22 Feb 2018, 15:31 Se me olvidó decirlo: EMPIRE TOTAL WAR


¿Lo juegas "a pelo" o utilizas algún mod?

Este es uno de esos juegos que tengo en la librerái de Steam desde hace años, pero que todavía no he probado. pero tengo entendido que la IA, sobre todo a la hora de reclutar no es muy buena (se dedica a crear ejércitos de milicias), y no se si habrá mods que la mejoren.


Un saludo.
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por Salivan »

Sotomonte escribió: 24 Feb 2018, 13:38
Salivan escribió: 22 Feb 2018, 15:31 Se me olvidó decirlo: EMPIRE TOTAL WAR


¿Lo juegas "a pelo" o utilizas algún mod?

Este es uno de esos juegos que tengo en la librerái de Steam desde hace años, pero que todavía no he probado. pero tengo entendido que la IA, sobre todo a la hora de reclutar no es muy buena (se dedica a crear ejércitos de milicias), y no se si habrá mods que la mejoren.


Un saludo.
El juego es imprescindible jugarlo con mods. En mi caso estoy jugando con el DARTHMOD, y para mi es practicamente el mejor, asi que si lo juegas que sea con mod instalado. El juego esta bastante roto, la IA es bastante estupida en todos los aspectos, pero especialmente en batalla, el mod lo mejora un poco pero no demasiado, ya que la plantilla del juego base esta bastante mal. Aun asi es un juego vistoso, y muy pausado y tactico para los total war que se hacen hoy en dia.

Hay mods tambien que te permiten cogerte naciones pequeñas, suponiendo un desafio mayor, ya que el juego base es realmente facil de ganar.
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por LordSpain »

Salivan escribió: 22 Feb 2018, 15:31 Se me olvidó decirlo: EMPIRE TOTAL WAR
Justo iba a preguntar !! :Ok:
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Re: El fuego de Siracusa (AAR de Sálivan)

Mensaje por CM »

Yo igual, se pueso a escribir y el título del juego no entra :D
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Salivan
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Re: El fuego de Siracusa (AAR Empire TW)

Mensaje por Salivan »

CapÍtulo 3



Aguas del Canal de Malta:


En las dependencias del comandante del navío en línea de 4ª de 58 cañones “Coronel”, el orden y la limpieza no son precisamente una prioridad. Se puede ver desde hace horas al brigadier Oskar Zum sentado en el escritorio con la frente apoyada en su mano, mirando a la superficie de la mesa. Bueno, lo cierto es que uno desde fuera no sabe realmente si el Brigadier Zum está meditando o medio dormido.

La puerta del despacho se abre con suavidad dejando entrar al segundo de abordo, el capitán de fragata Gottfried Bauer. Conoce a su comandante y no se sorprende al verlo en ese estado, el Brigadier Zum es muy de montar el numerito.

Gottfried es un hombre muy curtido, tiene una cuidada barba negra que oculta cicatrices de su rostro. Su mirada es la de un hombre que murió hace muchos años, se suele decir de él que ha luchado en todas las batallas del mundo. Los horrores que Gottfried ha vivido le privaron de su humanidad y ahora es una máquina de guerra al servicio de quien la disponga, en este caso, Oskar Zum. Una vez cerrada la puerta se endereza delante del escritorio.

-Señor Zum, hay asuntos de la tripulación que requieren su valoración y ordenes al respecto.

-Si me vienes otra vez con el asunto de los víveres y el agua ya te puedes marchar por dónde has venido- Dice Oskar sin mover ni un milímetro la postura pensativa que lleva horas adoptando.

-Sabe perfectamente que en estas condiciones la tripulación puede bajar su efectividad en combate, señor- anuncia Gottfried.

-¡Y qué demonios quieres que haga yo!- grita Oskar dando tal puñetazo en la mesa que lo levanta de la silla con gran violencia.

-¡Dos días para aprovisionar un navío que lleva meses sin moverse del puerto con la garantía de un maldito viento favorable que no veo en toda la semana que llevamos intentando cruzar el Mediterráneo! Ahora que estamos tan cerca del combate no estamos en condiciones, mientras que ese almirante hijo de Satanás está siguiéndonos la estela, azuzándonos el paso como a cerdos al matadero. ¡¡Así que si crees que con estas estupideces me ayudas lo mas mínimo, es que tienes serrín en vez de cerebro Gottfried!!- despotrica Oskar sin percatarse en su ira de que esta salpicando saliva por doquier.

Gottfried no se mueve, pero le sigue con la mirada constantemente con gesto serio.

En medio del monologo del brigadier Zum irrumpe otro oficial en la habitación.

-¡Señor Zum, velas españolas justo en frente, en doble hilera cortante. No alcanzamos a ver todos los navíos señor, pero debe haber unos 15 buques, pesados y ligeros!- anuncia de un tirón el oficial.


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Oskar Zum se sosiega, se coloca las solapas de la chupa militar y se pone su sombrero de brigadier.

-Esos hijos de puta han salido de Siracusa a nuestro encuentro, odio tener razón…


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La flota prusiana avanza por el mediterráneo con aire invencible. A la cabeza de la tremenda columna de buques de guerra está el brigadier Oskar Zum y su escuadra de 4 navíos ligeros: El Stettin, el Coronel, el Derfflinger y el español capturado de nombre "Proyectados para el asiento Agüero". Están a una gran distancia del resto de la formación de barcos pesados que componen el grueso de la formación. Sin embargo las ordenes del Almirante son claras, La escuadra de Zum son el cebo que la flota enemiga debe picar para que Waldo Brendel tenga su premio en forma de gloria y reconocimiento.

La armada española se ha dado en las narices de Zum, pero es algo que queda lejos de la retaguardia prusiana, donde nuestro protagonista, el contralmirante Johan Klopstock, respira la brisa mediterránea en paz convencido de que la lucha no llegará aun. Es la primera vez en su vida que navega por estas aguas. En el Mediterráneo se siente forastero, debe ser de los pocos mares que Johan no ha surcado aún.

Mientras, Johan tiene este aire de reposo, con la mirada distraída en el agua que tan lejos queda en las alturas del castillo de proa del Auerbach. Hace su aparición por la escalinata de la toldilla Walther Basedow, el segundo oficial del navío.

-Johan, deberías echar un vistazo a las banderas de ordenanza del Hildebrand. Parece que nuestro queridísimo almirante tiene novedades para nosotros.

El loro se altera batiendo brevemente las alas sobre el hombro de Johan, quien adquiere un gesto muy serio al escuchar las palabras de su amigo. Con un movimiento de su mano llega Rolf y deposita en su palma el catalejo. Después de observar durante un rato lo cierra y lo devuelve a Rolf.

-Qué…- se interesa Walther.

-No veo nada desde aquí, pero el Almirante Brendel ha dando órdenes de comenzar con el plan establecido. El brigadier Zum ha encontrado a los Españoles, de eso no hay duda. Toque a zafarrancho y envíe ordenes a la escuadra para tomar rumbo noreste, aunque con este viento en contra no sé cómo vamos a maniobrar. Solo espero que lleguemos a tiempo al combate.

-¡Zaafarrrrancho!- repite el loro.

El contralmirante sabe que mover navíos de estas características a contraviento va a ser una hazaña, con suerte llegaran antes de que todo haya terminado.
Johan adquiere de pronto conciencia estratégica. La brisa mediterránea y la belleza que en el mar es capaz de apreciar carecen de sentido ya. Para él ahora solo cuenta el hierro, la pólvora, la carne y la madera.


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El brigadier Oskar Zum recorre las pasarelas del Coronel que se han convertido en un enjambre de marinos e infantes preparando el zafarrancho y las maniobras. Llega a la proa para ver las acciones en primera línea. Observa a simple vista y con su catalejo, fabricado por él mismo y al que tiene bastante aprecio, por cierto. Cuando el capitán de fragata Gottfried Bauer le observa mirando la flota enemiga, puede sentir cómo intenta leer el pensamiento de su rival español. Es consciente de que lo están observando, piensa Gottfried.

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El segundo abordo no habla, cuando el Brigadier tenga algo que decir lo dirá. Así pasan algunos minutos y al fin parece que Oskar abre la boca.

-Estos españoles me confunden. O son tremendamente necios o tremendamente listos, su formación no me convence, parece que les ha sorprendido nuestra aparición, el factor sorpresa es nuestro. Pero no tiene sentido que venga toda la flota a por nosotros, ¿realmente han picado el anzuelo?

-Eso parece señor- responde Gottfried

-Bien, les presentaremos batalla.

-A pesar de superarnos aplastantemente en número- evidencia Gottfried.

-Así es, capitán de fragata Bauer. Ordene a la escuadra virar al oeste. Les daremos las baterías de estribor a esos canallas y que vayan viniendo a estamparse con nuestro muro. Con suerte, alguno rendiremos, el aparente desorden de la línea española puede ser una ventaja.

-A la orden- con el saludo militar Gottfried Bauer se aleja para dar las ordenes a los oficiales. Izan ordenanzas para la escuadra y comienzan a maniobrar como pueden con viento en contra.

Así pues la escuadra de cuatro navíos ligeros comienzan la maniobra para formar en la trayectoria de la flota española una pared de cañones, con diligencia y disciplina propia de los prusianos. Mientras, la flota española se aproxima algo anárquica, como si estuviera jugando una carrera para llegar antes al encuentro del pequeño grupo germano.

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Al maniobrar al oeste, los buques prusianos van encontrando viento que cazar, de modo que el primero de ellos, el Stettin comienza a hinchar velas, luego le sigue el Coronel, el Derfflinger y el capturado español Proyectados en último lugar.

La española se acerca rápido con todo el viento a favor. En cabeza, un navío en línea de 5ª clase, el Paloma Indiana. Parece que va a ser el que estrene plomo, piensa Oskar. La flota aun queda lejos de alcance efectivo, pero la escuadra del Brigadier Zum ya se encuentra en posición, a excepción del Proyectados, que parece que le cuesta cazar viento. A pesar de la distancia, el Derfflinger abre fuego sobre el Paloma Indiana probando suerte. La mayoría de los proyectiles no llegan ni a la altura del objetivo pero unas pocas hacen salpicar mar sobre el ala de babor del navío español; faltó poco.

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-Ha estado cerca Gottfried, deberíamos seguir su ejemplo. Ordene a la escuadra para fuego lejano y encaremos estribor al enemigo. Abra fuego total a mi orden- dice el brigadier Zum sin quitar ojo al enemigo con una pose relajada. Él sabe que con la inferioridad numérica y el viento en contra no debe preocuparse por efectivos o municiones, la escaramuza será breve, en pocos minutos los españoles lo habrán arrollado. Probar suerte desde lejos puede mutilar algún oficial o romper algún aparejo importante al enemigo.

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El navío en línea de 4ª Coronel es un hervidero de gente corriendo y realizando tareas de abordo, gritos insultos, carreras... Casi todo el mundo concentrado en las baterías de estribor, cada pieza con su grupo de hombres, rascando, refrescando, cargando, atacando y picando, niños con estuches de madera trayendo cargas de la santa bárbara, marineros asegurando cabos y aparejos, infantes de marina revisando mosquetes y vigilando que no haya cobardes que abandonen su puesto y los artilleros preferentes con el botafuego en la mano. Cuando los 29 cañones de la batería de estribor están cargados el jaleo amaina y el navío queda a la espera de la orden de disparar, aunque nunca alcanza el silencio total.

Desde el castillo de proa Oskar observa el objetivo. Conoce bien su barco, no existen números que logren contar las veces que el Coronel ha disparado a las ordenes del brigadier Zum.

Oskar Zum gira la cabeza hacia su segundo, el capitán de fragata Gottfried Bauer. Se miran un instante y el Brigadier con una mueca muy dura golpea el aire con su barbilla.

Gottfried se gira hacia la cubierta del alcázar:

-¡¡FUEGOOOO!!

Su grito se ahoga en un estampido que hace vibrar el barco violentamente, alguno de los niños que transportan cargas caen de bruces por la sacudida. La batalla comienza.

Segundos después del batacazo, el Stettin abre fuego también sobre el navío español en vanguardia, el Paloma Indiana y el bergantín que le sigue de cerca. A continuación se oye el flanco derecho prusiano, el Proyectados está en posición y abre fuego también. El objetivo aun está lejos del alcance y ninguna bala llega al enemigo.

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El Paloma Indiana responde al fuego con sus dos cañones de proa, uno de ellos alcanza el casco del Derfflinger sin bajas ni daños que destacar. Como si de un arrebato por el proyectil recibido se ofendiera el Derfflinger abre fuego total de nuevo contra el Paloma Indiana, que tiene su proa mirando al navío prusiano. Esta vez el español sí que recibe una lluvia de balazos que, al arrasar la cubierta a lo largo, causa varias bajas y destrozos celebradísimos en las baterías germanas.

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Aunque no lo diga, el Brigadier Zum está bastante sorprendido con la situación: de todo el bloque español se han despuntado del grupo dos buques que se lanzan de forma suicida contra la formación defensiva preparada por la escuadra de Oskar. Ahora se encuentran disparando a discreción sobre el Paloma Indiana y el barco menor que lo sigue.

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De nuevo las baterías del Coronel abren fuego y perturban brevemente los pensamientos de Oskar. Los navíos españoles continúan avanzando en trayectoria de colisión con el Derfflinger, pero no aminoran. La línea prusiana abre fuego una y otra vez contra el Paloma Indiana que ya comienza a tener daños serios, velas agujereadas y desgarradas y ha perdido casi 20 cañones de los 48 que tenía en un principio. Sin embargo continua su titánica marcha.

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De pronto el español pone rumbo al hueco que dejan el Derfflinger y el Coronel.

-Pretende pasar por la proa al Derfflinger- comprende Oskar -continúen el giro para seguir abriendo fuego sobre ese hijo de Satanás, debemos machacarlo antes de que nos pase por el hueco.
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El segundo Gottfried da órdenes a timonel y contramaestres para que el Paloma Indiana no salga del umbral de fuego del Coronel.

A esa distancia los infantes de marina del español y el Derfflinger comienzan a dispararse a mosquetazos. Se percibe perfectamente cómo las astillas revolotean y aniquilan a su paso dentro del buque español cuando impactan los zurriagazos prusianos, pero el Paloma Indiana continua sin parar. Oskar comienza a no dar crédito a lo que ve.

El Stettin, el Coronel y el Derfflinger abren fuego al unísono, la ira de Dios. Provocan una matanza en el Paloma Indiana que ya ha perdido la mitad de sus cañones y tropecientos hombres, a saber en qué estado.

Los barcos españoles están tan metidos en la formación que responden el fuego prusiano por las baterías de babor y estribor. Los proyectiles llegan vagamente al Stettin, al Coronel y al capturado Español Proyectados; nada serio.

Entonces el Paloma Indiana pasa por la proa al Derfflinger que se defiende con la batería de proa a quema ropa sin respuesta española. Los aparejos de ambos barcos están a punto de enredarse, se suceden descargas de mosquetes que confirman el blanco al grito de su víctima. Para cuando el español casi ha rebasado por completo al Derfflinger, abre fuego con los pocos cañones que le quedan funcionando provocando daños y bajas en las cubiertas prusianas, pero menos de lo esperado. La defensa planificada por Oskar parece funcionar, de momento.

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Sin embargo ahora el Brigadier contempla impotente cómo el bergantín que seguía al Paloma Indiana toma rumbo para coger al Derfflinger por la popa. Lo van a destrozar, piensa.

Y así es, el bergantín entra por el hueco entre el Proyectados y el Derfflinger, al que abate por la popa. Al haber dejado este barco español en segundo plano, ahora se halla con la mayoría de las baterías intactas y el destrozo es muchísimo mayor. Desde el Coronel, Oskar Zum puede ver el color rojo salpicar la cubierta del Derfflinger.

-Señor nuevos navíos españoles acercándose con intención de rodearnos- anuncia Gottfried.

-Bien, ahora que cada uno luche por su propio trasero, aguantaremos lo que se pueda- sentencia el Brigadier.

Oskar Zum echa un vistazo general desde el castillo de proa del Coronel. Por mucho que busca no encuentra la esperanza para él y su escuadra. Concentrados en el Paloma Indiana se les han echado encima seis navíos en línea españoles, todos de 5ª, y están mandando bolazos a todo lo que lleva bandera blanca con águila negra.

Oskar se sobresalta al impactar una bala en la baranda de borda del castillo a un metro de la mano que tenía ahí apoyada. Gottfried, siempre a su lado, no se inmuta e invita con un gesto al Brigadier para que se refugien en el alcázar. Oskar accede mientras se recompone rápidamente. El Paloma Indiana les ha pasado por la popa a distancia prudencial, pero el peligro empieza a crecer.

En el alcázar el caos es el mismo que rebosa todo el barco. Artilleros dando órdenes a gritos afónicos, marineros y auxiliares cargando y disparando los cañones como autómatas, como si cargar y disparar el cañón fuera lo que alimenta de aire sus pulmones y de sangre sus venas.

Afortunadamente ni el Coronel ni el Stettin han sufrido graves daños, pero el peligro es inminente. Gottfried observa que su capitán muestra una cara pensativa, sabe que por fin ha logrado leer la mente de su adversario.

-Creo que no hay nada más que hacer aquí señor Bauer. Están fragmentando nuestra formación, si no reaccionamos rápido, tanto el Derfflinger como el Proyectados se quedarán aislados y bloqueados. Debemos tomar rumbo sur y usar el viento a favor- concluye Oskar.

-¿Llegará el almirante Brendel a sacarnos del atolladero?- pregunta Gottfried.

-¿Es que usted pensaba que íbamos a recibir ninguna ayuda? Usted es duro señor Bauer, pero no muy inteligente. Estamos solos desde que salimos de Cádiz. Hemos cumplido con nuestro deber en esta locura. Ahora el almirante tendrá su trofeo. Rumbo sur para toda la escuadra, romper formación y a escapar de esta trampa.

Efectivamente el grueso de la flota germana, con los navíos más pesados, aún se encuentra intentando tomar posición para envolver a la flota española, pero sin viento a favor y con buques tan pesados aun tienen un largo recorrido por hacer.

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Siguiendo las órdenes del brigadier toda la escuadra despliega velas y pone pies en polvorosa volviendo por donde vinieron.

Un oficial se acerca a Oskar:

-Señor, el Proyectados se ha rendido por lo visto, no sabemos si definitivamente.

-Ese navío español…siempre supe que serian los primeros que me fallarían. Mala idea la de dejar parte de la tripulación original. Desertores bastardos.

Así, la escuadra de tres buques restantes intenta escapar mientras los españoles los siguen de cerca, incluso algunos ligeros los superan y entablan combate en paralelo en plena persecución. El Stettin se bate con un bergantín, y el Derfflinger, rezagado, recibe fuego combinado de sus perseguidores por todas direcciones, casi lo han envuelto, lo tiene muy crudo.

De pronto hace su aparición de nuevo el Paloma Indiana, que destrozado y agujereado tanto en casco como en velas lanza una descarga a la batería de babor del Derfflinger intentando rematar a la víctima. El Coronel está disparando lo más rápido que puede al español intentando dar una oportunidad para escapar del cerco al buque aliado. Pero se encuentran a una distancia considerable por lo que no logran detener al imparable buque español. Algunos artilleros en el Coronel empiezan a murmurar y rumorear que lo gobiernan los muertos.

A los pocos minutos el Derfflinger arria velas y se rinde abrumado por el fuego de cuatro navíos contra él.

-Maldición- piensa Oskar.

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Los dos navíos restantes prusianos, el Stettin y el Coronel, se lanzan a toda vela para salir del tumulto de barcos que los intentan acorralar. Dos navíos ligeros españoles los dan caza a toda velocidad por ambos flancos y empiezan a batirse en paralelo. No son rival para los dos buques en línea prusianos, pero están recibiendo mucho plomo por la popa que disparan los barcos mayores españoles que intentan darles caza. Una doble andanada de dos navíos en línea enemigos llegan por la popa del Coronel, reventando varios cañones y defenestrando a varios artilleros. Uno de ellos sale despedido con una violencia terrible mientras que otro, proveniente de las baterías de la toldilla, es horriblemente mutilado golpeando partes del cuerpo en la espalda de Gotffried acompañado de metralla de astillas en su costado, que le obligan a hincar la rodilla. La locura es tremenda, estallidos color rojo sucio, pero pocos dejan su tarea desbordados por la demencia, los cadáveres van por la borda y los heridos a la enfermería. Los tripulantes pierden fuerza y se nota, la cadencia del fuego se reduce y las maniobras se realizan con más lentitud, la falta de suministros está pasando factura en el Coronel.

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Gottfried se levanta del suelo como puede y se mantiene todo lo erguido que le permiten las astillas que han desgarrado profundamente su costado. Sangra moderadamente pero de eso ni se ha percatado.

Poco a poco los dos buques prusianos dejan atrás a sus perseguidores, que parece que se han percatado de la amenaza que se aproxima por el este: el grueso del almirante Brendel. La pequeña escuadra deja de ser un peligro, sobre todo después de rendir dos buques prusianos a cambio de ninguno español .

-Esto parece que no acabará tan mal después de todo señor Bauer, pongamos rumbo sureste, intentemos agregarnos a la retaguardia de la línea del Almirante Brendel- Ordena el Brigadier.

Así, los dos navíos que quedan de la escuadra se dirigen al resguardo de los buques pesados aliados que, aunque están lejanos, suponen la salvación.

-Por alguna razón, el Stettin se queda atrás señor- dice Gottfried.

-Deben tener problemas, están recibiendo mas fuego que nosotros, solo espero que no se rindan- murmulla Oskar.

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Cuando parece que ambos buques están por salir de la zona de combate, dos de 5ª españoles se adelantan a sus movimientos para cortarles el paso hacia el grueso germano, el Gloria Veneto y el Santa Rosa. La situación hace ver que al Stettin no le quedan muchas esperanzas y poco a poco le comen terreno.

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Gottfried, con gesto inquietante, tiene la mirada fija en algo a babor.

-Señor, el proyectados se encuentra incendiado.

Rápidamente Oskar se gira y hace uso de su catalejo. Al poco se lo vuelve a guardar sin quitar ojo al capturado español.

-Así es señor Bauer, parece que su rendición va a estar justificada después de todo, esperemos que el fuego no llegue a la santa bárbara.

Antes de terminar la frase ven perfectamente y sin ayuda de óptica que el fuego se ha propagado por todo el barco con una rapidez asombrosa.

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El brigadier vuelve a mirar por el catalejo, pero de pronto se lo aparta con violencia. Un gran fogonazo, que a todos llama la atención, a Oskar lo ha deslumbrado a través de las lentes. Pasan dos segundos y un estruendo llega a oídos de todos los seres humanos presentes en la batalla. El fuego del Proyectados ha llegado a la santa bárbara y ha explotado descomunalmente con cientos de tripulantes y heridos en su interior.

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Un silencio se hace en el Coronel. A los pocos segundos se oyen voces aisladas de suboficiales y contramaestres mentando a la madre que parió a todos, para continuar gobernando el navío en retirada.

El Stettin, que se había quedado rezagado, ahora se encuentra de nuevo rodeado de enemigos, lo cañonean y envuelven sin cuartel, los mástiles prusianos se mantienen erguidos, los españoles juegan a destruir el casco con ánimo de hundir y desarmar. Al verse rodeado y cañoneado por doquier, el Stettin se rinde.

Al Buque del Brigadier Zum, el último de la escuadra ligera prusiana, le siguen ya muy de cerca por babor los dos buques españoles que intentan cortarle el paso. Están a punto de entablar combate en paralelo de persecución. Se encuentran en mejores condiciones que el navío germano, con casco y velamen lleno de boquetes, ya no es tan rápido como antaño.

-Nosotros os daremos cera- Murmura Oskar –Señor Bauer, deles a esos bastardos nuestra batería de babor a tiro, les vamos a dar plomo para comer, aunque sea lo último que hagamos.

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Al oír las palabras de su comandante, Gottfried presiente que el fin se acerca, pero esto no nubla su mente, conoce muy bien a la muerte.

Al cerrar trayectorias, los buques se aproximan aun mas entre sí, y empiezan a dispararse a mosquete, que a esta distancia es menester.

Cuando el Coronel vira y la batería de babor encara al enemigo, la voz de Gottfried vuelve a atronar y otro tremebundo estampido la envuelve repartiendo muerte y haciendo añicos los barcos españoles, que al estar uno tras el otro reciben de lo lindo los dos. Una nueva andanada germana provoca la primera rendición española, la del Gloria Veneto, que parece un queso de gruyer fantasma, un respiro por fin. Pero para desgracia del navío prusiano, del hueco que deja el Gloria Veneto al aminorar y el Santa Rosa al acelerar surgen dos nuevos enemigos de 5ª nuevecitos, abriendo fuego al primer vistazo.

Los germanos siguen dando balazos a todo lo que ven y los españoles responden el fuego provocando mortandad tremenda. A esta distancia el fuego es terrible, casi se puede oler el humo de la pólvora española que desprenden las bocas de hierro de cuatro barcos de guerra a la vez machacando el suelo prusiano. La moral en el Coronel se ve muy mermada, los hombres que quedan siguen cargando cañón y disparando cañón. Algunas piezas se ven operadas patéticamente por un solo hombre que no da a basto con la tarea y hace lo que puede, ya no por valor, si no por supervivencia. Los boquetes de las cuadernas son como ventanales, los niños que traen cargas de la santa bárbara tienen la piel negra, algunos yacen en el suelo moribundos por el agotamiento. El espectáculo es propio de las peores pesadillas, se escuchan gritos en las bodegas y algunos son callados en seco por el impacto de un balazo limpio en carne o astillas rebanando gaznates. A pesar de todo, el Coronel ruge cuando los oficiales invocan la muerte para el enemigo a la voz de fuego. Oskar se encuentra inquieto y aturdido, se apoya en el mesana. Si relaja un instante la mente siente que el miedo lo invade, prefiere concentrarse en el combate. Observa a su segundo, a Gottfried, dando órdenes desde el alcázar sin apartar la vista de tripulación y enemigo. Mirarle da animo combativo al comandante del Coronel. De pronto un tiro de mosquete alcanza el hombro de Gottfried y le hace retroceder un paso, no hace ninguna protesta, se mira la herida y continua con sus órdenes como si nada. Él sabe cómo acabará esto, piensa Oskar.

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En el alcázar no quedan hombres que gobiernen los cañones de babor que tanta falta hacen. Un oficial llama a un grupo de grumetes a que se encarguen de las pocas piezas que quedan servibles en la batería. Los inexpertos marineros que llegan a la llamada se detienen súbitamente cuando ven que lo único que queda en la batería de babor del alcázar son partes de cuerpos humanos, algunas irreconocibles y otras erizadas por las astillas de madera.

Todo es presenciado por el capitán Brigadier Oskar Zum, que invadido desde hace rato por una explosiva serenidad, revienta:

-¡Por mil demonios! ¡Marineros de agua dulce! ¡Disparad los mald…!

Oskar Zum no ha podido terminar la frase, ya que una bala de cañón española lo ha decapitado.
Podrás contar con comandantes mucho mejores que yo, pero no encontrarás mejor suboficial.
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Capítulo 4



Johan Klopstock lleva un buen rato erguido mirando por la borda de babor totalmente alienado, observando el combate lejano a través de la lente. El contralmirante siente una frustración casi incontenible y se enoja con su propio navío, que por sus enormes dimensiones tiene un desplazamiento lento y cansino. Nuestro protagonista no puede hacer otra cosa más que observar desde hace rato como los españoles masacran la escuadra de Oscar Zum por una superioridad aplastante. Para colmo aun no han logrado rendir ni un solo navío enemigo.

El segundo al mando Walther Basedow lo observa desde hace rato. Percibe perfectamente su gesto obtuso, incluso algo desgarrado. Le toca el hombro y Johan se sobresalta al contacto de la mano de su amigo con mal recibimiento.

-Johan, ya sabemos todos lo que le espera al brigadier Zum y a toda su escuadra, no podemos hacer nada. Por favor reflexiona.

Johan no dice nada, ni siquiera ha movido el catalejo de su posición, aunque ya ha dejado de mirar a través de él escuchando las palabras de su subordinado. Por su mente pasan muchos pensamientos, la ira hacia el enemigo visceral por hacerles recibir su merecido, la decepción que le inflige su situación actual, en la que no es de ninguna ayuda, la ansiedad por entablar combate y huir del razonar más de la cuenta, el enfado hacia el almirante por llevar con su absurdo plan a la catástrofe a él, a sus hombres y a su flota completa. Tras ordenar sus sentimientos durante un minuto comprende al fin que de no está siendo práctico, hay que actuar.

-No te acostumbres Walther, pero te doy la razón. Ordena a la escuadra virar a babor, vamos al encuentro directo del enemigo. Y sí, soy consciente de que desobedecemos el plan del almirante Brendel, pero no vamos a permitir que esto acabe mal por el ansia de gloria de un vejestorio marino.

-Lo cierto es que tal como va encaminado nuestro amigo el almirante, no le auguro un buen futuro- dice con tono algo burlón Walther.

-Waldo Brendel murió hace muchos años, en sus días de gloria pasada, ahora solo hay un loco al frente de esta debacle sin pies ni cabeza. No voy a ser más loco que él obedeciendo su plan enfermo. Si quieres que algo se haga, amigo Walther, hazlo tu mismo.

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El capitán de fragata Basedow esboza una sonrisa leve, por fin el capitán del Auerbach vuelve a la autentica batalla, la que tendrán que librar ellos dentro de poco.
Ya se iba a girar para dar las órdenes oportunas para la maniobra cuando de repente un fogonazo de luz lejano abduce a toda la tripulación que dejan de hacer lo que estuvieran haciendo para girar la cabeza hacia la batalla.

-Oh, dios…- Las palabras de Walther se pierden en un estampido potente aunque lejano, que ahora llega a ellos tras la gran luz, segundos después.

-¿¡Ha sido el proyectados¡?- pregunta Walther.

-Eso me temo. Esto supondrá una brecha para la moral terrible. Denos toda la velocidad que tenga este buque señor Basedow- Habla con claridad Johan a pesar de la horripilante escena presenciada, incluso a esta distancia se distingue si lo que vuela por los aires es madera, hierro o carne.

-Con la cara descompuesta, Walther tarda en reaccionar, pero pronto se gira dejando atrás pensamientos inútiles y azuza a sus oficiales para que el Auerbach y el resto de la escuadra de navíos pesados se ponga en marcha.

Así las banderas de ordenanza se mueven y los tres buques en línea de 1ª clase prusianos viran al oeste en imponente columna. Con ello consiguen cazar el viento de lleno que propulsa los buques directos hacia el infierno.

Johan está más relajado ahora, ha enfriado su mente simbiotizando sus pies con la madera que pisa, él es el Auerbach. Analiza la situación:

Oscar Zum y su escuadra ligera están siendo aniquilados, están perdidos. La línea de navíos de segunda que comanda en cabeza el Almirante Brendel, comandante de la flota, hace rato que ha virado por delante de Johan para envolver a los españoles, que ahora mismo son una pelota de barcos concentrados, confían en rodearlos y rendirlos a cañonazos de fuera hacia adentro. Ahora la escuadra pesada de tres barcos que dirige Johan Klopstock pone rumbo directo al fregado aun cortando la línea curva de navíos aliados que tendrá que cruzar.

Johan ahora se asoma por el propao de proa para ver el progreso de la batalla, aunque para la escuadra de Zum esta todo el pescado vendido. Del proyectados ya no hay mas rastro que tablas de madera y desgraciados supervivientes que se agarran a ellas, los otros tres navíos fueron rendidos, incluido el Coronel que comandaba el Brigadier Zum. La batalla debe haber sido terrible, sobretodo conociendo a Oskar, piensa Johan.

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Ahora el Auerbach está a punto de cortar la larga línea que comanda el Almirante Brendel. Johan mira a un lado y a otro pero detiene la vista en el Luchs, que capitanea su amigo Theodor Kurting. Casi le parece ver como se miran el uno al otro manteniendo una breve conversación mental: “¿Que demonios haces Johan? , ¿a ti que te parece Theodor?, Pues me parece que tu quieres todos los españoles para ti y lo llevas claro”. En ese momento el Luchs saca banderas de ordenanza para su escuadra (la mitad trasera de la gran línea del almirante) haciendo que todos los buques bajo las ordenes del capitán Kurting rompan la formación de línea poniendo rumbo oeste para unirse a Johan. Nuestro protagonista sonríe mientras sus emociones le impiden reprimir que sus pensamientos alcancen sus labios:

-Lo sabía, bribón…

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El Hildebrand es un navío en línea de 2ª formidable: tres puentes de baterías con 86 cañones y una dotación de 275 entre marineros, infantería de marina, oficiales y artilleros. Es un barco joven pero bien equipado con lo último en navegación y artillería naval. Lo comanda el almirante de toda la flota prusiana, Waldo Brendel. El Hildebrand encabeza la escuadra en línea de ataque seguido de los buques en línea de 2ª Seedler, Frettchen, Frithjof, Oker y Fuchs.

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La línea avanza impasible ante los terribles acontecimientos sufridos por la escuadra del difunto Zum. Brendel tiene buenas razones para pensar de forma optimista, pues el tonelaje y numero de cañones españoles es inferior al que posee su barco y los que trae tras de sí, por no decir ya si contamos con el resto de la flota, además el enemigo ha recibido cierto daño de la rendida escuadra ligera prusiana. El plan es infalible, envolviendo a la flota enemiga, apiñada en un espacio reducido podrá destruirla toda junta rodeándola sin escapatoria como una soga de muerte.

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Sin dejar de repetirse estas palabras mentalmente, e incluso a veces por lo bajini, el almirante Brendel posa junto a la borda de babor del castillo de popa con el pecho hinchado, metiendo tripa sin mucho éxito (los años y excesos pasan factura) con una mano posada en la baranda y la otra en la empuñadura de su envainado sable. Dan ganas de pintarle un retrato como quien pinta a un faisán, piensa el capitán de fragata y segundo a bordo Adam Von Viereck.

El capitán Von Viereck es un hombre muy delgado y de estatura media, tiene la cara chupada. Los hombres le llaman capitán Knochengerüst (esqueleto). No es un hombre de gran experiencia en la mar, no es fornido ni valiente y apenas puede sostener un remo con sus manos, pero consciente de ello ha sabido aprovechar otras cualidades que le han llevado tan lejos como está ahora, pues es diplomático, muy inteligente, estratégico, embaucador y prudente. Camufla su grimosa figura con gran limpieza y elegancia al vestir. En casi todos los aspectos es todo lo contrario de su oficial superior, el almirante Brendel que actúa sin pensar apenas. Esto irrita especialmente a Adam, que a veces se imagina a si mismo empujando a Waldo por la borda saludándolo después desde arriba mientras chapotea ridículamente y chilla como una niña. Estos pensamientos abstraen a Adam que, mirando a ninguna parte, ríe por dentro.

-¡¡EH!!- El grito proviene de la bocina que tiene por boca Waldo y le ha ladrado a pocos centímetros del oído. Por si no fuera poco el susto que le ha dado, encima ahora le pita el oído.

-¡¡Le estoy hablando imbécil!! Como le tengo que decir que ponga los pies en la tierra Adam, ¡¡Maldita sea!!- El almirante tiene por costumbre comportarse como un energúmeno constantemente, no hay pócima ni ungüento que le quiten a Adam el crónico dolor de cabeza que le provoca estar a su lado.

-¡Que demonios está pasando ahí atrás! ¡¡Desobedecen mis órdenes deliberadamente!! No deben marchar al combate! ¡¡Por la madre que lo parió, Adam, haga algo o le hago colgar por los pies del bauprés!!- Sin darse cuenta Waldo se encuentra ahora agarrando con rigidez el brazo de Adam, el cual esta alucinado. Lo suelta y este se marcha agitado sin saber muy bien qué va a hacer.

El Hildebrand navega a toda velocidad, está ya muy cerca de entablar combate, va en rumbo directo de colisión frontal con el navío español Rayo, que parece desafiarlo encarando la proa también hacia el prusiano. Waldo Brendel refleja ahora un oscuro rostro lleno de ira y rencor, pero no hacia los españoles, sino a su vida llena de frustración y ambición, por la que van a pagar ahora los barcos enemigos que le han puesto delante para, no solo coronarse, sino también para desahogarse. Mucha mierda he tenido que comer estos años y por fin llega mi momento, piensa.

Sus pensamientos se cortan cuando cuatro fogonazos escupen hierro desde las baterías de proa del Rayo. Hacen dos agujeros en el velacho, gavia y trinquete y otro en el casco por la amura de estribor.

En una torpe carrera, Waldo se asoma al alcázar y despotrica a sus hombres como un poseso. En ese instante las baterías de proa del Hildebrand responden al Rayo pero fallan los tiros, aun están lejos. A lo que Waldo se pone aun más histérico:

-¡¡Malditos bastardos!! Tendré que disparar yo mismo, inútiles ineptos. ¡¡Todo a estribor, joder!!- Se hace eco de las órdenes del almirante, y la tripulación trabaja impulsada por el miedo a la ira de su señor.

El Hildebrand maniobra, dando al Rayo su batería de babor. Esta abre fuego en “cortina”, y un hermoso espectáculo de fuego encadenado de proa a popa recorre el costado del Hildebrand. Esta vez sí que llegan los impactos, tanto al Rayo como a un buque de morteros que tiene justo a su lado.

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Waldo suelta una seca carcajada. El combate vuelve a comenzar, la línea del almirante lleva el rumbo que perfectamente había planeado Waldo. Sin embargo:

-¡Adam! Venga aquí ahora mismo- El capitán de fragata acude presto –¿Qué cojones pretenden estos gandules (así se refería Waldo a los españoles)? No lo entiendo.- Cuando algo se le escapa a su ya senil razonamiento, se multiplica su frustración y enfado aun más. Ahora ya no atiende la estrategia, solo actúa como un niño manejando sus barcos de juguete, al margen de la acción que acontece, del peligro al que pone la operación. Quien lo vea pensará que es un loco.

En ese momento Adam se percata de algo que no comprende. La flota española hace tiempo que derrotó a la escuadra de Zum. ¿Porque no han maniobrado al encuentro del almirante? Dos navíos han salido a su encuentro mientras que el resto mantiene posiciones con velas replegadas. O demasiado tontos o algo falla aquí, piensa Adam, que observa al almirante, totalmente fuera de sí.

-Esta maniobra española la hemos visto antes mi almirante, la utilizaron contra el brigadier Zum, le sugiero prudencia.

-¿Esto es lo que ha venido a decirme?¿Así es como quiere ayudar? ¡Fuera de mi vista!- Como buen irresponsable, Waldo también acostumbra a culpar a todo el que tiene a su alrededor de todo lo que a él le desagrada.

Cuando la línea prusiana avanza rebasan al Derfflinger por babor, ya rendido y agonizante sin fuerzas para luchar, a lo cual Waldo solo siente asco y desprecio.

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Poco a poco todos los buques prusianos van pasando por delante del Rayo y el barco de morteros, quienes no encaran baterías. Apenas se defienden con las baterías de proa y los morteros.

Cuando el Hildebrand ha recorrido distancia suficiente, el Rayo se escora levemente y dispara sus baterías de babor contra el Hildebrand, produciéndose una terrible escena, pues el rendido Derfflinger se encuentra en medio del objetivo. El Rayo dispara sin escrúpulos a través del caído. Algunas de las balas dejan las velas del Hildebrand teñidas de rojo al agujerearlas, ya que han visitado en el Derfflinger antes de alcanzar el Buque almirante.

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Adam está horrorizado, ¿cómo iba él a imaginar que una batalla, en la que ni siquiera podías ver el rostro del enemigo, podía llegar a ser tan fatal? No se sentía en su lugar, nadie le advirtió de dónde se estaba metiendo. Ahora temía que tuviera que pagar con su vida su afán de escalar en la cadena de mando, pues sus argucias, las que le han conducido hasta ahí, no hacían su cuerpo a prueba de balas.

En lo sucesivo al Rayo lo cañonearán los navíos prusianos que vienen detrás mientras el Hildebrand continúa su maniobra envolvente cambiando de objetivo a cada paso que da.

La batalla se ha desatado en toda su envergadura, los barcos están aun sin daños, todos los cañones listos, es la peor parte. Los estruendos se repiten y prusianos y españoles disparan y responden con toda la crudeza con la que animales marinos se despedazarían entre sí.

-Señor, me informan de que nos han abierto algunas vías en la lumbre del agua, hay algunas bajas y hemos perdido tres cañones de la batería de babor- Informa Adam al almirante con toda la calma que ha conseguido reunir en su presencia.

-Yo no estoy aquí para insignificancias capitán de fragata, ocúpese usted si le place- Responde Waldo con toda la serenidad y desprecio de la que se ve capaz, ni siquiera le ha mirado a la cara, detesta que le interrumpan.

Adam se cuadra, y mirando casi al suelo eleva el tono:

-Señor si el navío se hunde no habrá victoria posible, su obligación es atender las necesidades del Hildebrand o nos conducirá a una trampa.

Como si hubieran apretado un botón en la mente de Waldo, este reacciona como un depredador. Coge a Adam de las solapas de la chupa de oficial y lo estampa contra la baranda, quedando la cabeza del capitán de fragata suspendida en el acantilado de madera de cuatro cubiertas de altura. Waldo, como poseído por un oscuro demonio, tiene los ojos completamente abiertos y deja su rostro a pocos centímetros del de Adam y le habla en voz baja:

-Usted, no sabe quién soy yo. Usted no sabe de lo que soy capaz, capitán. Me he ganado su sumisión y su obediencia, usted hace tiempo que estaría muerto si hubiera tragado la mitad de mierda que he tenido que tragar yo. Usted no entiende las reglas de este juego, no voy a permitir siquiera que piense que sabe mejor que yo lo que tengo que hacer, pero ahora lo sé mejor que nunca- Sus caras se rozan y Waldo susurra –Cuando esto acabe le mataré con mis propias manos- Adam se somete totalmente.
Adam cae sentado sobre la cubierta y tose. La cara de Waldo cambia cuando de entre aparejos, arboladuras y humo surge a su encuentro el Santa Teresa, el gran buque en línea de 1ª pesado español, comandado por el estratega de la flota rival, el almirante Juan de Lángara y Arizmendi. Es enorme, casi duplica en hombres y artillería al Hildebrand. Su cascarón rojo y sus cuatro puentes llenos de cañones lo hacen inconfundible.

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Ahora la mueca del almirante Brendel ha cambiado, como si le hubiera visto las orejas al lobo, duda por un instante, pero pueden más su odio y rencor que el miedo, y se convence de la victoria.

Detrás del Santa Teresa surge otro navío de 2ª, el Catalán, que nada más ver al Hildebrand, no duda en abrir fuego calculado justo por delante del buque almirante español. Da de lleno al Hildebrand que recibe muchos impactos. Los daños y bajas dejan de ser leves, el barco titubea un poco, conmocionado por la violenta agresión del Catalán. El almirante Brendel oscurece su rostro:

-No podrás conmigo, maldito- Dice, y baja las escaleras hasta el alcázar.

Adam, quien lo estaba observando desde el suelo, se incorpora, se gira y decide analizar la situación, pero lo que ve lo horroriza y se santigua. Más navíos españoles empiezan a encarar desde más o menos distancia al Hildebrand, que como un pato en la feria de tiro al blanco va desfilando delante de todos ellos, que lo tienen a su merced.
España entera dispara. Los impactos se suceden sin cesar, el Hildebrand es un matadero de carne picada, los artilleros se ven incapaces de realizar ninguna tarea. El buque no tiene respiro y realiza disparos sueltos sin efectividad. Los tablados están hechos picadillo y la madera, astillada y rota está por todas partes.

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El Hildebrand, de momento, se salva por los pelos de hundirse, explotar o algo peor. Lamiéndose las heridas consigue a duras penas superar en velocidad al Santa Teresa, mucho más pesado que el prusiano, y suelta una descarga artillera cuyo estruendo se eleva por encima del ruido ensordecedor de la batalla, pero los disparos van dirigidos al que sigue al buque almirante prusiano, el Seeadler, cuyas cuadernas saltan por los aires.

Waldo está tendido en el suelo desmayado. Cuando abre los ojos empieza a distinguir poco a poco al capitán Adam Von Viereck que lo está intentando reanimar. Al poco sus oídos vuelven a funcionar y distingue su voz propia a duras penas. Ya no sabe si esta muerto o qué. Varios hombres se reúnen en torno a él, ninguno esta ileso, ni siquiera Adam, que ha perdido el sombrero y le sangra una brecha de la sien. De repente siente como lo elevan en el aire y lo portean hacia las bodegas. En el trayecto Waldo va tomando conciencia y raciocinio, ahora ya puede girar la cabeza y mirar, pero lo que ve no le gusta demasiado. Ve la muerte en los ojos y en los cuerpos de la tripulación, la arena teñida del suelo, el olor a carne y madera quemada mezclado con pólvora, los gritos sordos, y algunos ahogados. Al bajar a la enfermería, Waldo llega a la conclusión final de que ha muerto, ya que aquello no podía ser otra cosa que el infierno. La desesperación le da fuerzas para intentar moverse, pero cualquier cosa que intenta le produce un dolor espantoso que ya no cede. Por fin lo plantan en una mesa. El médico lo examina y se lleva la mano a la boca poniendo ojos como platos, al almirante le parece que hablan un idioma que no comprende, aun está muy conmocionado. No sabe porqué pero ahora siente un alivio, no siente dolor. Intenta balbucear, intenta decir:“agua, agua” pero cuanto más lo intenta mas se ahoga. Cuando intenta hablar varios rostros se acercan al suyo y le hacen gestos de calma.

Adam es ahora el oficial de mayor rango a bordo. Waldo tiene arrancada una pierna, un brazo descoyuntado unido solo por pellejos y un trozo de baranda atravesado a la altura del estomago de un metro de largo. La táctica del difunto almirante Brendel ha sido su propia trampa.

Cuando el médico anuncia su muerte, en todas las cubiertas superiores se oye un trueno, como si hubieran partido el barco en dos. Adam sube todo lo rápido que sus heridas le permiten. La masacre que encuentra es terrible.

-¡¿Qué demonios ha pasado?!- Pregunta a uno de sus oficiales que ha sobrevivido.

-El Santa Teresa nos ha pasado por la popa.

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Por si fuera poco el Santa Teresa no había disparado toda su artillería, y una segunda oleada vuelve a arrasarlos. Adam presencia aterrorizado como el oficial que le estaba hablando ya no existe y en su lugar, a muchos metros, hay solo un muñeco de trapo al que un niño le ha quitado alguna extremidad a mordiscos.

Adam se ve superado por la situación y ordena arriar bandera para rendir el navío.

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Con el Hildebrand inmovilizado, la línea ha llegado a un punto de no retorno en el que el buque español Rayo ha cortado la retirada machacando todas las popas que sus cañones logran abarcar. El combate se torna desesperado, el avance envolvente ha sido interrumpido en seco y cada uno lucha por salvar su pellejo, pero copados y destrozados por el tiro al pato al que han sido sometidos, difícilmente encuentran la esperanza.

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El Santa Teresa campa a sus anchas sembrando destrucción entre los germanos, él solo se las ve con el Seeadler y el Frettchen, a los que aniquila disparando ambas baterías a la vez provocando la rendición de los dos. El Frithjof se encuentra rodeado por dos buques españoles que lo atosigan sin descanso y lo incendian, el Oker intenta auxiliarlo pero está recibiendo de cuatro barcos incluidos los que rodean al Frithjof. Solamente resisten con algo más de tesón el Fuchs y el Gefion, pero este último está siendo pasado por la popa por el Rayo, que sigue cortando cualquier escapatoria a la desesperada escuadra prusiana.

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El Hildebrand es un barco fantasma. Su recién nombrado comandante, el capitán de fragata Adam Von Viereck no podría tenerse en pie si no es porque se apoya en la baranda del castillo de popa. Con esa lamentable figura derrotada observa el patético paisaje: fuera, un bosque de velas agujereadas con un humo que abrasa la garganta y los ojos, y dentro, una catarsis, un coro de lamentos. Adam piensa y piensa, hipnotizado en la obra de su ex-almirante. No puede evitar sentirse responsable de aquello. Mientras intenta desacerse del sentimiento de culpa un suboficial se le acerca:

-Capitán, ¿Cuáles son sus órdenes?

Adam lo mira y resopla con la nariz como respuesta. Luego se vuelve al mar y ve por encima de la densa arboladura española los gigantescos mastiles de los navíos pesados prusianos aproximándose por el otro extremo.

-¿Órdenes?... observar el espectaculo, porque lo bueno está a punto de comenzar.
Podrás contar con comandantes mucho mejores que yo, pero no encontrarás mejor suboficial.
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