¡ Hombre, Piteas, salió la epístola porque la mentaste tu

y, desde luego, el versículo 20 es parte de la misma !.
Te recuerdo la primera línea de tu intervención:
“Esta discusión no es tal, porque desde el ya citado por aquí San Pablo queda claro que la religión (o su derivado pijo, el deismo) no se sustenta en la razón”.
La Iglesia católica asume totalmente las palabras de San Pablo como puede verse más adelante. Y es clara en decir que la fe y la razón se apoyan mutuamente, si bien, desde luego, la fe que tiene un componente que proviene directamente de Dios, permite una conversión mas plena (quiza no he acertado la expresion) y es un paso necesario en la religión católica. Esto es, no todo puede ser conocido por la razón, necesitamos la fe en la Revelación. Como se dice más adelante la razón permite, sin embargo, alcanzar niveles decisivos de conocimiento.
Los versículos de San Pablo arriba citados son claros en la necesidad de un adecuado conocimiento racional. Lógicamente esa adecuación ha de ser respecto a la fe de la Iglesia, de otro modo no tendría sentido tal necesidad. San Pablo dice clara y explícitamente que a Dios se le puede conocer, que la verdad ( objeto claro de la inteligencia y de la razón) puede ser arrumbada por la impiedad y la injusticia; que no hay excusa en que Dios se deje ver por la inteligencia (y esta incluye, evidentemente, la razón); habla del error (ofuscación) en los razonamientos y de la elección de la mentira vs la verdad. Todo ello no es sino una afirmación clara y contundente de la necesidad de una adecuada razón si bien no es el todo en la conversión, en la religiosidad.
Insisto, es del todo lógico que si se afirman una Revelación y una fe como verdaderas se sostenga que la razón ha de estar supeditada a ella dado que la razón la elabora el imperfecto hombre y la fe contiene, en parte, como se ha dicho unos post antes, un componente que proviene directamente del perfecto Dios. No hay pues, tal prejuicio, sino una fe en el mensaje de Dios hecho hombre. Desde luego, primero es Dios y luego es la razón y lo mismo puede decirse del resto de lo creado. Así pues no es sorprendente sino necesario que todo lo creado obedezca a Dios.
Si se parte de la negación de Dios no tiene sentido la comparación de fe y razón. Y si se sostiene la supremacía o igualdad de la razón frente a Dios se cae en una falacia.
Precisamente la experiencia referida por el artículo inicial de Hoyle, la aducida respecto a Flew e incluso la trayectoria que se adivina en el también citado Ayala, apuntan al reconocimiento de que la razón recta reconoce a Dios como creador. Cuando Einstein, no sin mucha reticencia y denodados esfuerzos, tiene que renunciar a ese universo que siempre existió y admite la existencia de ese momento cero, con esa nada antecedente, entra en la misma dinámica racional que los otros científicos citados dado que ese momento cero implica sólo dos posibilidades: el recurso al azar, lo que no explica nada, meramente reconoce ignorancia y, por tanto, no es científico o la necesidad de un Ser con potencia, inteligencia y voluntad suficientes para crear lo observado.
Todo debe ser interpretado dentro de su contexto. No es un tópico. Un término o un hecho aislado no comunica. Así que nada tiene de extraño que se señale cuando se comenta un texto. Lo poco fiable y falto de honestidad sería no reconocerlo. En cuanto al desarrollo personal no solo es lo natural en un ser temporal como es San Pablo, sino que la religión católica versa de la Historia de la Salvación, es decir está inmersa en el tiempo y en la historia de la humanidad, tuvo un inicio, un desarrollo y tendrá un final glorioso. Efectivamente la Iglesia reconoce un progreso en el conocimiento o interpretación (no se si uso el término correcto pues no soy experto) de la Revelación. La Iglesia católica sigue desarrollando la teología y el Magisterio doctrinal a la luz de la Biblia y de la Tradición apostólica.
Te adjunto, seguidamente, documentos de la Iglesia católica donde se asume lo dicho por San Pablo sobre la razón y su relación con la fe. Sin duda que San Pablo no escribió un tratado sobre la razón en la religión. Tampoco lo pretendía. Sin embargo la Iglesia va desarrollando todo eso sin cambiar el sentido original de la revelación. Todo lo que es firme e inequívoco (espero que ahora no te quejes de inflexibilidad o dogmatismo) en la doctrina católica puedes encontrarlo en Denzinger, del cual te señalo lo de interés al tema tratado.
Lamento no poder dar mejores razones o datos dada mi condición de poco versado, he de reconocerlo, en la materia pero, sin embargo, estimo que lo aportado es más que suficiente.
Un saludo.
http://www.corazones.org/doc/fides_et_ratio_1.htm
16. La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridad el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón. Lo atestiguan sobre todo los Libros sapienciales. Lo que llama la atención en la lectura, hecha sin prejuicios, de estas páginas de la Escritura, es el hecho de que en estos textos se contiene no solamente la fe de Israel, sino también la riqueza de civilizaciones y culturas ya desaparecidas. Casi por un designio particular, Egipto y Mesopotamia hacen oír de nuevo su voz y algunos rasgos comunes de las culturas del antiguo Oriente reviven en estas páginas ricas de intuiciones muy profundas.
17. No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización. El libro de los Proverbios nos sigue orientando en esta dirección al exclamar: «Es gloria de Dios ocultar una cosa, y gloria de los reyes escrutarla» (25, 2). Dios y el hombre, cada uno en su respectivo mundo, se encuentran así en una relación única. En Dios está el origen de cada cosa, en Él se encuentra la plenitud del misterio, y ésta es su gloria; al hombre le corresponde la misión de investigar con su razón la verdad, y en esto consiste su grandeza. El Salmista pone una ulterior tesela a este mosaico cuando ora diciendo: «Mas para mí, ¡qué arduos son tus pensamientos, oh Dios, qué incontable su suma! ¡Son más, si los recuento, que la arena, y al terminar, todavía estoy contigo!» (139 [138], 17-18). El deseo de conocer es tan grande y supone tal dinamismo que el corazón del hombre, incluso desde la experiencia de su límite insuperable, suspira hacia la infinita riqueza que está más allá, porque intuye que en ella está guardada la respuesta satisfactoria para cada pregunta aún no resuelta.
20. En esta perspectiva la razón es valorada, pero no sobrevalorada. En efecto, lo que ella alcanza puede ser verdadero, pero adquiere significado pleno solamente si su contenido se sitúa en un horizonte más amplio, que es el de la fe: «Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre conocer su camino?» (Pr 20, 24). Para el Antiguo Testamento, pues, la fe libera la razón en cuanto le permite alcanzar coherentemente su objeto de conocimiento y colocarlo en el orden supremo en el cual todo adquiere sentido. En definitiva, el hombre con la razón alcanza la verdad, porque iluminado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosa y, en particular, de la propia existencia. Por tanto, con razón, el autor sagrado fundamenta el verdadero conocimiento precisamente en el temor de Dios: «El temor del Señor es el principio de la sabiduría» (Pr 1, 7; cf. Si 1, 14).
22. San Pablo, en el primer capítulo de su Carta a los Romanos nos ayuda a apreciar mejor lo incisiva que es la reflexión de los Libros Sapienciales. Desarrollando una argumentación filosófica con lenguaje popular, el Apóstol expresa una profunda verdad: a través de la creación los «ojos de la mente» pueden llegar a conocer a Dios. En efecto, mediante las criaturas Él hace que la razón intuya su «potencia» y su «divinidad» (cf. Rm 1, 20). Así pues, se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece superar casi sus mismos límites naturales: no sólo no está limitada al conocimiento sensorial, dado que puede reflexionar críticamente sobre ello, sino que argumentando sobre los datos de los sentidos puede incluso alcanzar la causa que da lugar a toda realidad sensible. Con terminología filosófica podríamos decir que en este importante texto paulino se afirma la capacidad metafísica del hombre.
Según el Apóstol, en el proyecto originario de la creación, la razón tenía la capacidad de superar fácilmente el dato sensible para alcanzar el origen mismo de todo: el Creador. Debido a la desobediencia con la cual el hombre eligió situarse en plena y absoluta autonomía respecto a Aquel que lo había creado, quedó mermada esta facilidad de acceso a Dios creador.
23. La relación del cristiano con la filosofía, pues, requiere un discernimiento radical. En el Nuevo Testamento, especialmente en las Cartas de san Pablo, hay un dato que sobresale con mucha claridad: la contraposición entre «la sabiduría de este mundo» y la de Dios revelada en Jesucristo. La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestros esquemas habituales de reflexión, que no son capaces de expresarla de manera adecuada.
El comienzo de la Primera Carta a los Corintios presenta este dilema con radicalidad. El Hijo de Dios crucificado es el acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de la mente de construir sobre argumentaciones solamente humanas una justificación suficiente del sentido de la existencia. El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir el plan salvador del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso. «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo?» (1 Co 1, 20), se pregunta con énfasis el Apóstol. Para lo que Dios quiere llevar a cabo ya no es posible la mera sabiduría del hombre sabio, sino que se requiere dar un paso decisivo para acoger una novedad radical: «Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios [... ]. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es» (1 Co 1, 27-28). La sabiduría del hombre rehúsa ver en la propia debilidad el presupuesto de su fuerza; pero san Pablo no duda en afirmar: «pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10). El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera «locura» y «escándalo». Usando el lenguaje de los filósofos contemporáneos suyos, Pablo alcanza el culmen de su enseñanza y de la paradoja que quiere expresar: «Dios ha elegido en el mundo lo que es nada para convertir en nada las cosas que son» (1 Co 1, 28). Para poner de relieve la naturaleza de la gratuidad del amor revelado en la Cruz de Cristo, el Apóstol no tiene miedo de usar el lenguaje más radical que los filósofos empleaban en sus reflexiones sobre Dios. La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que san Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.
La sabiduría de la Cruz, pues, supera todo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡Qué desafío más grande se le presenta a nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde! La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante trascenderse del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la «locura» de la Cruz la auténtica crítica de los que creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su sistema. La relación entre fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden encontrarse.
CONCILIO VATICANO I
CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA
«FILIUS-DEI»
SOBRE LA FE CATÓLICA
TERCERA SESIÓN: 24 DE ABRIL DE 1870
http://www.mercaba.org/CONCILIOS/Vat-i-2.htm
CAPÍTULO 4
SOBRE LA FE Y LA RAZÓN
El asentimiento perpetuo de la Iglesia católica ha sostenido y sostiene que hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto. Por su principio, porque en uno conocemos mediante la razón natural y en el otro mediante la fe divina; y por su objeto, porque además de aquello que puede ser alcanzado por la razón natural, son propuestos a nuestra fe misterios escondidos por Dios, los cuales sólo pueden ser conocidos mediante la revelación divina. Por tanto, el Apóstol, quien atestigua que Dios es conocido por los gentiles «a partir de las cosas creadas»[31], cuando habla sobre la gracia y la verdad que «nos vienen por Jesucristo»[32], declara sin embargo: «Proclamamos una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo... Dios nos la reveló por medio del Espíritu; ya que el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios»[33]. Y el Unigénito mismo, en su confesión al Padre, reconoce que éste ha ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las ha revelado a los pequeños[34].
Y ciertamente la razón, cuando iluminada por la fe busca persistente, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios cierto entendimiento, y muy provechoso, de los misterios, sea por analogía con lo que conoce naturalmente, sea por la conexión de esos misterios entre sí y con el fin último del hombre. Sin embargo, la razón nunca es capaz de penetrar esos misterios en la manera como penetra aquellas verdades que forman su objeto propio; ya que los divinos misterios, por su misma naturaleza, sobrepasan tanto el entendimiento de las creaturas que, incluso cuando una revelación es dada y aceptada por la fe, permanecen estos cubiertos por el velo de esa misma fe y envueltos de cierta oscuridad, mientras en esta vida mortal «vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión»[35].
Pero aunque la fe se encuentra por encima de la razón, no puede haber nunca verdadera contradicción entre una y otra: ya que es el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, quien ha dotado a la mente humana con la luz de la razón. Dios no puede negarse a sí mismo, ni puede la verdad contradecir la verdad. La aparición de esta especie de vana contradicción se debe principalmente al hecho o de que los dogmas de la fe no son comprendidos ni explicados según la mente de la Iglesia, o de que las fantasías de las opiniones son tenidas por axiomas de la razón. De esta manera, «definimos que toda afirmación contraria a la verdad de la fe iluminada es totalmente falsa»[36].
Además la Iglesia que, junto con el oficio apostólico de enseñar, ha recibido el mandato de custodiar el depósito de la fe, tiene por encargo divino el derecho y el deber de proscribir toda falsa ciencia[37], a fin de que nadie sea engañado por la filosofía y la vana mentira[38]. Por esto todos los fieles cristianos están prohibidos de defender como legítimas conclusiones de la ciencia aquellas opiniones que se sabe son contrarias a la doctrina de la fe, particularmente si han sido condenadas por la Iglesia; y, más aun, están del todo obligados a sostenerlas como errores que ostentan una falaz apariencia de verdad.
La fe y la razón no sólo no pueden nunca disentir entre sí, sino que además se prestan mutua ayuda, ya que, mientras por un lado la recta razón demuestra los fundamentos de la fe e, iluminada por su luz, desarrolla la ciencia de las realidades divinas; por otro lado la fe libera a la razón de errores y la protege y provee con conocimientos de diverso tipo. Por esto, tan lejos está la Iglesia de oponerse al desarrollo de las artes y disciplinas humanas, que por el contrario las asiste y promueve de muchas maneras. Pues no ignora ni desprecia las ventajas para la vida humana que de ellas se derivan, sino más bien reconoce que esas realidades vienen de «Dios, el Señor de las ciencias»[39], de modo que, si son utilizadas apropiadamente, conducen a Dios con la ayuda de su gracia. La Iglesia no impide que estas disciplinas, cada una en su propio ámbito, aplique sus propios principios y métodos; pero, reconociendo esta justa libertad, vigila cuidadosamente que no caigan en el error oponiéndose a las enseñanzas divinas, o, yendo más allá de sus propios límites, ocupen lo perteneciente a la fe y lo perturben.
Así pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo. «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento»[40].
Las verdades reveladas
6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a sí mismo y manifestar los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, «para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana»6.
Confiesa el Santo Concilio «que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas» (cf. Rm., 1, 20); pero enseña que hay que atribuir a su revelación «el que todos, aun en la presente condición del género humano, puedan conocer fácilmente, con firme certeza y sin ningún error, las cosas divinas que por su naturaleza no son inaccesibles a la razón humana»7.
http://www.cenacat.org/uploads/1_-_cons ... verbum.pdf
Denzinger:
La fe divina no rebaja la razón humana: 1635 y 1706.
La Revelación y la razón no pueden mutuamente contadecirse: 738; 1634 y sig; 1649; 1797 y sig: 1878; 1947; 2023 y sig; 2109 y 2146.
La razón sin la Revelación y la Gracia pueden conocer antes de abrazar la fe algunas verdades religiosas:
1022; 1391; 1616 y sig; 1626; 1650; 1652; 1670; 1785; 1795; 1806 y 2072.
1.Puede conocer la existencia de Dios: 1622; 1650; 1670; 1672; 1785; 1795; 1806; 2072 y sig.
2.y la cual puede incluso demostrar: 1670 y 2145.
3.al igual que Su naturaleza y atributos: 1670.
4.y también la infinidad de Dios: 1622.
5.la espiritualidad y la inmortalidad del alma: 1650.
http://www.saotomas.com/livros/Espanhol/Denzinger.pdf