-¿Pero que mierda de bombardeo previo es este?
El teniente Patxi estaba fuera de si. Los nudillos de su mano derecha que estaban sujetando el auricular estaban blancos. Espumarajos de saliva salian despedidos del interior de su boca abierta. El bombardeo previo encargado para desalojar a los alemanes del bocage que se interponia entre ellos y el puente habia sido un completo fracaso. El teniente se alzo sobre su asiento del jeep. Seguia enloquecido las estelas de los obuses impactando en tierra de nadie. Su voz tronaba por encima de las explosiones de las granadas de 81mm. Bramaba. Agitaba energicamente los brazos. Pateaba el salpicadero. Golpeaba con el puño izquierdo el parabrisas. La sangre comenzo a aflorar a sus capilares. Sus venas se hincharon en su cuello y aquel bombeo continuo de sangre comenzo a teñir sus sienes y mejillas.
-Cancelen ese bombardeo de mierda. Inmediatamente.
Apenas un minuto antes, el sargento Chunguez Perez, emboscado en un bocage situado en segunda fila habia dado el visto bueno para aquella mierda de bombardeo. Nunca habia destacado para los calculos de trigonometria y las explosiones del enemigo le habian desorientado tanto que habia dado por bueno el ultimo lanzamiento de la primera bateria de morteros. Habia caido razonablemente cerca del bocage que pretendia borrar.

Las explosiones de obuses enemigos cerca estaban arreciando. Demasiado cerca como para mantener la cabeza fria. Tenia un par de heridas sangrantes en su antebrazo derecho. Otra explosion sacudio el terreno y el soldado que le acompañaba se echo al suelo lanzando un pequeño grito al ser alcanzado por pequeñas esquirlas en su pantorrilla.
Maldijo su suerte. Con lo bien que estaba aprovisionando la despensa del teniente Patxi. La cosa se habia complicado en apenas dos minutos. Dos minutos de barrera artillera enemiga.
-Una mision facil, sargento -se habia sincerado el teniente al enviarle a la otrora tranquila posicion-, dirige el fuego de la primera bateria y vuelva a la carrera a retaguardia. -No quiero perder al mejor sargento de intendencia de todo el batallon -apostillo sonriente, mientras le asignaba a dos soldados, uno de ellos equipado con una radio.
Mierda de guerra -penso para sus adentros Chunguez Perez. Aferraba el papel arrugado. Garabateado con tres cruces que marcaban los lugares donde debian de haber explosionado las salvas iniciales de la primera bateria y lineas y mas lineas, rayadas unas sobre otras. Jodio galimatias. El radio que se encontraba encogido a su vera, le agarro el brazo:
-Mi sargento....., la primera bateria pregunta si las coordenadas enviadas son las correctas.....
Otra explosion al otro lado del muro del bocage. El sargento volvio a mirar la cuartilla cuadriculado. Unas cuantas hojas habian caido de los arbustos. Agito el papel. Vaya lio de coordenadas. Habia que volver a hacer los calculos. Se mordio el labio inferior. Se rasco el menton. Otra explosion. Joder. Y luego, otra. Vaya birria. Apreto su cuerpo contra el suelo. El soldado con la radio, palido, le imploraba con la mirada que le diese una contestacion, aunque Chunguez no apartaba la vista de la hoja y de la media decena de crateres humeantes junto al bocage que tenia que bombardear.

El otro soldado se retorcia en el suelo intentando colocarse una pequeña gasa en la llaga de la pantorrilla. Apretujando la hoja con los calculos, la hizo desaparecer en el interior de su puño:
-Coordenadas correctas. Fuego perfecto. Adelante.
Quien sabe. Igual sus nociones de trigonometria no fuesen tan malas despues de todo.
Un minuto despues de todo aquello, el cabo Svendsen, oculto tras un seto en medio de la tierra de nadie, alzo ligeramente la cabeza. El y sus dos hombres apenas si podian moverse en su precario escondite. Vio como el bombardeo previo habia levantado una ligera cortina de polvo. Miro a sus camaradas. No hizo falta decir ni una sola palabra. Asintieron todos en silencio. En unos segundos, levantarian el vuelo, con una trayectoria directa hacia el bocage enemigo. Tantearon las granadas colgadas de sus correajes. Tragaron saliva. Calaron bayonetas. Cada uno se encomendo a Dios, al diablo o a sus santos cojones y corrieron para alcanzar la gloria.
La hora de los valientes