Dialogo entre el conductor del jeep y de mi segundo al mando, sargento mayor Chunguez, que me esperan fuera del Cuartel General para llevarme a mi nuevo destino:
-A Iberalc le han asignado la compañia A, la mejorcita de todas.
-Siempre fue el niño bonito del general, todo el mundo lo sabe. Tan apolineo, tan guapete, tan perfecto.
-Si, eso parece.... A nosotros parece que nos asignan la Charlie.
-No jodas.... ¿la C? Pero si son unos picajosos y unos cenizos del quince. Que si el agua esta muy fria, que si con este oleaje no llegaremos nunca a la playa, que si Pointe du Hoc queda a la derecha y lo estamos dejando a la izquierda..... Burf.
-El capitan Patxi ha vuelto a entrar para asegurarse, pero me parece a mi que si.
-Burffff..... -mascullo el conductor mientras se frotaba el pelo infestado de piojos deslizando las yemas de los dedos por debajo del casco.
-Por lo menos nos hemos librado de la compañia B. Dicen que andan revueltos desde el dia de desembarco. Diarreas, mareos y vomitos marcan su camino de las playas hasta aqui.
-En caso de que nos perdamos, ya sabemos que rastro hay que seguir para volver a dar con ellos.
Los dos hombres rieron con ganas. No sabian todavia lo que les esperaba a la mañana siguiente.
Las ruedas traseras el jeep derrapan sobre la grava y el vehiculo sale "cagando leches", tal y como habia ordenado Patxi, hacia la zona de despliegue de la compañia Charlie. El teniente Patxi (Dios, que bien suenaaa.....) va dando tumbos mientras hojea los mapas de carreteras proximos al puente sobre el Vire. El sargento Chunguez, sentado en la parte trasera, guarda silencio desde la salida del oficial, cabizbajo y serio, del Cuartel General del Batallon. Entre vaiven y vaiven del jeep (el conductor maneja el jeep bruscamente a traves de los caminos normandos), el sargento distingue en el mapa un rio y un par de pueblos grandes. Estira un poco el cuello y por encima del hombro del oficial alcanza a ver el nombre de uno de ellos: Saint Patrie o Marie. No lo distingue bien. Este soldado conduce como un condenado y bastante hace con no salir despedido del automovil cuando pasan algun bache.
El oficial cierra el portamapas y se gira hacia atras, agarrandose el casco y dice a Chunguez algo que el viento y el ruido del motor se encargan de hacer inteligible.
El sargento, mecanicamente, asiente con una mueca que pretende ser una leve sonrisa. Patxi habia bajado las escaleras del Chateau reconvertido en Cuartel General con el semblante ensombrecido y con gesto grave comunico al chofer el destino: a Picard House, al este de Villetot. Y cagando leches. No estaba de humor para importunarle con simplezas. En estos casos, mejor asentir y dar por sentado que habia entendido la frase.
En lontananza, se podia ver la aguja de la iglesia de Villetot despuntando entre el bocage. Alli se encontraba la compañia A, la mejor de todas las compañias del batallon.
El conductor redujo la velocidad y atraveso lentamente las calles del pueblo, que estaba inmerso en una gran agitacion. El teniente toco el antebrazo del chofer y este detuvo el jeep en seco frente al mayor edificio del villorrio.
-Sargento, pregunte a algun soldado de la compañia A donde se encuentra el almacen y consiga alguna caja de Calvados para la cena de esta noche para los muchachos y un par de botellitas de Licor Benedictine para mi.
-A la orden, señor.
-Entregue esta orden de aprovisionamiento firmada por el coronel Von Voit por si se hacen los locos, como de costumbre. Nos vemos en media hora. Voy a buscar al teniente Iberalc.
-A sus ordenes.
Patxi entró por la puerta del edificio. Un par de soldados, impecablemente uniformados, se cuadraron marcialmente ante él flanqueandole la entrada al interior. Por el rabillo del ojo pudo ver como el chofer y el sargento, enlodados y descuidados tras cinco dias de agotadoras marchas desde la playa Omaha, maniobraban el jeep para acercarlo al granero que hacia las veces de almacen avanzado. En el interior de la casa habia una gran actividad. Aun asi, todo estaba muy bien ordenado. Todos los papeles pulcramente apilados y los archivos brillaban por la ausencia de polvo y telerañas. Los correos, subalternos y cabos llevaban las botas correctamente atadas y abrillantadas y los pantalones y casacas estaban tal y como el reglamento ordenaba. Cosas del teniente Iberalc. Se notaba su presencia. El teniente Patxi descubrio como algunos de los hombres llevaban fundas en los dientes, blancos y perfectamente alineados, e incluso algunos lucian un pelo elegantemente recortado. Al estilo de Clark Gable. Dita se, refunfuño. Un espejo le devolvio su propia imagen y se sintio fuera de lugar.
-El teniente Iberalc -gruño a un herculeo cabo que pasaba por alli.
-En el piso superior. Tercera puerta a la derecha, señor -le respondio con una resplandeciente sonrisa.
Gruñendo, farfullando y renegando ante tanta perfeccion y con el recuerdo de sus hombres demacrados en el jeep revoloteandole por la cabeza, subio trastabilleando los escalones de dos en dos. Tenia la imperiosa necesidad de salir de alli, ir a tomar el maldito puente el solo y convertir la picajosa compañia C en algo parecido a una fuerza de combate parecida a aquella.