[AAR CMN] Mañana (Campaña Devils' Descent)
Publicado: 27 Ene 2012, 12:18
Señores wargameros de PdL: me dispongo a narrar de manera más o menos novelada una pequeña pero muy divertida campaña que supuso mi primera toma de contacto con el CMN, Devil’s Descent.
La calidad de las imágenes no es muy buena, porque mi ordenador no es muy allá y porque no sé tratarlas para dejarlas más bonitas, y seguramente mi prosa será muy mejorable, pero aun así espero que nos divirtamos un rato.

“Y ahora buenas noches. Duerman para reunir fuerzas para mañana. Porque la mañana vendrá. Brillará la luz del sol para los valientes y honrados, para todos los que sufrieron por la causa.”
Churchill a los derrotados franceses, octubre de 1940.
CAPÍTULO I
Tras caer bruscamente en la maleza quedó brevemente desorientado. Sólo un instante después, el festival de armas antiaéreas y los centenares de aviones de transporte que sobrevolaban la campiña normanda a los que aquéllas trataban de repeler, le hicieron recobrar la consciencia de la situación. La misión para la que Evans llevaba meses preparándose había llegado.
Se despojó rápidamente del paracaídas y, mientras lo hacía, un soldado aterrizaba a una veintena de metros. Era Blaes, el operador de radio. Cuando el hombre al mando de una compañía acababa de saltar tras las líneas enemigas, si alguien quería que cayese a su lado, ése era el operador de radio. Lo ayudó a recoger su equipo y se ocultaron junto a unos arbustos. Pronto comprobó Evans que no había tenido tanta suerte como había pensado en un primer momento: la radio no funcionaba. No tenía tiempo para lamentarse, de modo que urgió a Blaes a ponerse en marcha; tenían que encontrar al mayor número posible de integrantes de la Compañía C.
Apenas habían caminado unos instantes cuando el ruido de pisadas tras unos matorrales los alertó. Evans alzó su puño para ordenar a Blaes que se detuviera; apuntó su rifle al otro lado de la maleza y susurró: “Rayo”. “Trueno”, se oyó a sólo unos metros. Evans bajó el arma, ya tranquilo, y preguntó a la silueta que se recortaba en el oscuro horizonte mientras se aproximaba: “¿Quién va?”.
El que salía de las sombras era el sargento Beman, y varios fusileros tras él. Beman hizo saber a Evans que había podido reunir a una escuadra, y cuando aún informaba de la situación a su superior, vieron acercarse a otra escuadra carretera abajo, con el teniente Gage al frente. No hubo lugar para el regocijo de haber saltado con éxito, pues el tiempo apremiaba.
El grupo se puso en marcha carretera arriba, ojo avizor y aguzando el oído, mientras los cañones alemanes proseguían su brutal sinfonía de fuego contra los C-47. Un chasquido alertó repentinamente a los hombres que iban en cabeza: a su señal, toda la columna hincó la rodilla y preparó armas. Johnson y un soldado avanzaron con cautela unos pasos. “Rayo”, inquirió aquél. Le siguieron unas palabras en alemán al tiempo que un uniforme enemigo surgía junto a un seto. Las miradas de ambos, alemán y norteamericano, se cruzaron durante un segundo en el que ambos quedaron petrificados. Beman entonces apuntó al alemán, gritándole que levantara las manos. Éste volvió corriendo sobre sus pasos al grito de “¡Yanks! ¡Yanks!”. Estaba a punto de volver a desaparecer tras los setos cuando el fuego de varios M1 Garand se precipitó sobre él y silenció sus llamadas.
De nuevo, quietud. Y era en esta ocasión una quietud que, aunque resultaría efímera, fue absoluta, pues los antiaéreos habían callado momentánea y oportunamente. Pero, como digo, la calma fue breve porque a sus oídos no tardaron en llegar el ruido de puertas abriéndose, botas martilleando el suelo apresuradamente y exaltados gritos en alemán. Provenían de una granja al otro lado de los setos, a un centenar de metros.
“Señor, deberíamos tomar esa granja. Van a saltar muchos más por aquí.” Gage pensaba rápido y poseía una impagable virtud para un oficial: tenía iniciativa. Evans asintió y ordenó una avanzadilla.

Dos exploradores se dirigieron a la entrada de la granja, hacia donde se había dirigido el centinela enemigo. Justo cuando descubrían su cadáver tirado en el suelo, los alemanes abrieron fuego desde la caseta que flanqueaba la entrada. Los dos americanos respondieron como pudieron al fuego enemigo, y pronto se sumó a la escaramuza el resto de la escuadra.

La 1ª escuadra del 3er pelotón trataba cada vez con más dificultades de suprimir a los alemanes apostados en la caseta, y en este duro intercambio fueron heridos los primeros hombres de la compañía en la misión. No serían, ni mucho menos, los últimos. Presta en su apoyo, la 2ª escuadra del 2º pelotón maniobraba para situarse a la espalda de los vigías.



Comenzaron a sonar rifles alemanes desde los edificios en el otro extremo de la finca, y Gage reunió varios hombres y corrió a situarse a diez metros a la izquierda de la 1ª, respondiendo al creciente fuego enemigo.

Gage ordenó a Antey que rodease la finca para sorprender a los alemanes por su flanco.

Cuando los heridos pudieron moverse, Johnson ocupó, junto a unos pocos hombres, el sitio de Gage, y éste y Evans, junto con los suyos, acompañaron a Antey.
La intensidad del fuego cruzado iba en aumento. Los hombres de Evans ni siquiera estaban seguros de la fuerza defensora, aunque a buen seguro había varias escuadras.

Entre el silbido de las balas, Evans ordenó a Antey ocupar con sus hombres el bosquecillo situado a la espalda del último de los edificios de la granja. Un joven soldado pelirrojo y con el miedo impreso en su cara fue la segunda baja mortal de la escaramuza; cayó de un disparo en el pecho al intentar entrar en la arboleda.


“¡Capitán, mire!”. Cuando Evans hizo caso y giró la cabeza a su derecha, no pudo ver nada que le alegrara más: Duplessis se acercaba a la carrera junto con más hombres del 3er pelotón. Al llegar a la altura de Evans, se incorporaron inmediatamente a las hostilidades, sin tiempo para formalidades.

Pero las buenas noticias no habían terminado: al fondo se divisaban, también remontando la carretera, más paracaidistas. Antes de que el capitán acabara de preguntar a Duplessis quiénes eran, éste ya le había dicho que se trataba de Blakey con su equipo de mortero del 3er pelotón.

Poco a poco más efectivos iban completando la compañía. La escuadra de Antey oyó disparos al otro lado de la granja; ellos no lo sabían, pero se trataba de otra escuadra amiga, que se sumaba al ataque desde la retaguardia alemana. Tampoco sabían todavía que fue duramente recibida con fuego de ametralladora y sufrió varias bajas en su aproximación a los edificios.

“¡Duplessis, vaya a apoyar a Antey en la arboleda!” Era la voz del capitán Evans la que daba nuevas instrucciones a los recién llegados, sabedor de que la toma de la granja estaba próxima, pues el fuego alemán era cada vez más débil.

A pesar de tener la situación bajo control, Evans no se atrevía a asaltar la granja todavía. En esos momentos, parte de un equipo antitanque recién incorporado tomaba posiciones rápidamente.

Con todas las escuadras bien posicionadas alrededor de la granja, Evans ordenó a Blakey una descarga sobre la nave principal. Gage se mostró disconforme; pensaba que tenían fuerzas suficientes para tomar la granja y que desperdiciarían una valiosa munición de mortero que no sabían si echarían luego en falta. Pese a sus dudas, Evans aparentó firmeza y prosiguió con sus planes.
Un profundo silencio reinó durante los larguísimos segundos que los encargados del mortero tardaron en ajustar el arma. Comenzaron a caer los primeros proyectiles para calibrar la descarga. “¡Blakey, maldita sea, afina esa puntería!”, le recriminó Evans. Pero Blakey, sin alejar ni sus manos ni su vista del mortero de 60 mm, se defendió: “Señor, ésos no han sido nuestros.” Evans guardó silencio, comprendiendo que debía haber en algún sitio más gente de la Compañía C que todavía no había visto. En efecto, eran el sargento Ford, del 2º pelotón, y otro mortero ligero.


Todavía caían las últimas salvas de mortero cuando Gages y Evans coordinaban a los hombres más adelantados para rodear la granja por detrás. Era cuestión de minutos que fuese tomada, pero los defensores no cejaban en su empeño de repeler el ataque. Hubo nuevos heridos.

Finalmente, unos pocos soldados alemanes salieron con los brazos en alto y casi sollozando. Era lo poco que había quedado de la frágil guarnición.


Hasta aquí la primera entrega. Si ha sido de vuestro gusto, en los próximos días, más.
P.D.: ¿alguien puede decirme el comando para centrar el texto? ¿Y cómo cambiar la fuente?
La calidad de las imágenes no es muy buena, porque mi ordenador no es muy allá y porque no sé tratarlas para dejarlas más bonitas, y seguramente mi prosa será muy mejorable, pero aun así espero que nos divirtamos un rato.

“Y ahora buenas noches. Duerman para reunir fuerzas para mañana. Porque la mañana vendrá. Brillará la luz del sol para los valientes y honrados, para todos los que sufrieron por la causa.”
Churchill a los derrotados franceses, octubre de 1940.
CAPÍTULO I
Tras caer bruscamente en la maleza quedó brevemente desorientado. Sólo un instante después, el festival de armas antiaéreas y los centenares de aviones de transporte que sobrevolaban la campiña normanda a los que aquéllas trataban de repeler, le hicieron recobrar la consciencia de la situación. La misión para la que Evans llevaba meses preparándose había llegado.
Se despojó rápidamente del paracaídas y, mientras lo hacía, un soldado aterrizaba a una veintena de metros. Era Blaes, el operador de radio. Cuando el hombre al mando de una compañía acababa de saltar tras las líneas enemigas, si alguien quería que cayese a su lado, ése era el operador de radio. Lo ayudó a recoger su equipo y se ocultaron junto a unos arbustos. Pronto comprobó Evans que no había tenido tanta suerte como había pensado en un primer momento: la radio no funcionaba. No tenía tiempo para lamentarse, de modo que urgió a Blaes a ponerse en marcha; tenían que encontrar al mayor número posible de integrantes de la Compañía C.
Apenas habían caminado unos instantes cuando el ruido de pisadas tras unos matorrales los alertó. Evans alzó su puño para ordenar a Blaes que se detuviera; apuntó su rifle al otro lado de la maleza y susurró: “Rayo”. “Trueno”, se oyó a sólo unos metros. Evans bajó el arma, ya tranquilo, y preguntó a la silueta que se recortaba en el oscuro horizonte mientras se aproximaba: “¿Quién va?”.
El que salía de las sombras era el sargento Beman, y varios fusileros tras él. Beman hizo saber a Evans que había podido reunir a una escuadra, y cuando aún informaba de la situación a su superior, vieron acercarse a otra escuadra carretera abajo, con el teniente Gage al frente. No hubo lugar para el regocijo de haber saltado con éxito, pues el tiempo apremiaba.
El grupo se puso en marcha carretera arriba, ojo avizor y aguzando el oído, mientras los cañones alemanes proseguían su brutal sinfonía de fuego contra los C-47. Un chasquido alertó repentinamente a los hombres que iban en cabeza: a su señal, toda la columna hincó la rodilla y preparó armas. Johnson y un soldado avanzaron con cautela unos pasos. “Rayo”, inquirió aquél. Le siguieron unas palabras en alemán al tiempo que un uniforme enemigo surgía junto a un seto. Las miradas de ambos, alemán y norteamericano, se cruzaron durante un segundo en el que ambos quedaron petrificados. Beman entonces apuntó al alemán, gritándole que levantara las manos. Éste volvió corriendo sobre sus pasos al grito de “¡Yanks! ¡Yanks!”. Estaba a punto de volver a desaparecer tras los setos cuando el fuego de varios M1 Garand se precipitó sobre él y silenció sus llamadas.
De nuevo, quietud. Y era en esta ocasión una quietud que, aunque resultaría efímera, fue absoluta, pues los antiaéreos habían callado momentánea y oportunamente. Pero, como digo, la calma fue breve porque a sus oídos no tardaron en llegar el ruido de puertas abriéndose, botas martilleando el suelo apresuradamente y exaltados gritos en alemán. Provenían de una granja al otro lado de los setos, a un centenar de metros.
“Señor, deberíamos tomar esa granja. Van a saltar muchos más por aquí.” Gage pensaba rápido y poseía una impagable virtud para un oficial: tenía iniciativa. Evans asintió y ordenó una avanzadilla.

Dos exploradores se dirigieron a la entrada de la granja, hacia donde se había dirigido el centinela enemigo. Justo cuando descubrían su cadáver tirado en el suelo, los alemanes abrieron fuego desde la caseta que flanqueaba la entrada. Los dos americanos respondieron como pudieron al fuego enemigo, y pronto se sumó a la escaramuza el resto de la escuadra.

La 1ª escuadra del 3er pelotón trataba cada vez con más dificultades de suprimir a los alemanes apostados en la caseta, y en este duro intercambio fueron heridos los primeros hombres de la compañía en la misión. No serían, ni mucho menos, los últimos. Presta en su apoyo, la 2ª escuadra del 2º pelotón maniobraba para situarse a la espalda de los vigías.



Comenzaron a sonar rifles alemanes desde los edificios en el otro extremo de la finca, y Gage reunió varios hombres y corrió a situarse a diez metros a la izquierda de la 1ª, respondiendo al creciente fuego enemigo.

Gage ordenó a Antey que rodease la finca para sorprender a los alemanes por su flanco.

Cuando los heridos pudieron moverse, Johnson ocupó, junto a unos pocos hombres, el sitio de Gage, y éste y Evans, junto con los suyos, acompañaron a Antey.
La intensidad del fuego cruzado iba en aumento. Los hombres de Evans ni siquiera estaban seguros de la fuerza defensora, aunque a buen seguro había varias escuadras.

Entre el silbido de las balas, Evans ordenó a Antey ocupar con sus hombres el bosquecillo situado a la espalda del último de los edificios de la granja. Un joven soldado pelirrojo y con el miedo impreso en su cara fue la segunda baja mortal de la escaramuza; cayó de un disparo en el pecho al intentar entrar en la arboleda.


“¡Capitán, mire!”. Cuando Evans hizo caso y giró la cabeza a su derecha, no pudo ver nada que le alegrara más: Duplessis se acercaba a la carrera junto con más hombres del 3er pelotón. Al llegar a la altura de Evans, se incorporaron inmediatamente a las hostilidades, sin tiempo para formalidades.

Pero las buenas noticias no habían terminado: al fondo se divisaban, también remontando la carretera, más paracaidistas. Antes de que el capitán acabara de preguntar a Duplessis quiénes eran, éste ya le había dicho que se trataba de Blakey con su equipo de mortero del 3er pelotón.

Poco a poco más efectivos iban completando la compañía. La escuadra de Antey oyó disparos al otro lado de la granja; ellos no lo sabían, pero se trataba de otra escuadra amiga, que se sumaba al ataque desde la retaguardia alemana. Tampoco sabían todavía que fue duramente recibida con fuego de ametralladora y sufrió varias bajas en su aproximación a los edificios.

“¡Duplessis, vaya a apoyar a Antey en la arboleda!” Era la voz del capitán Evans la que daba nuevas instrucciones a los recién llegados, sabedor de que la toma de la granja estaba próxima, pues el fuego alemán era cada vez más débil.

A pesar de tener la situación bajo control, Evans no se atrevía a asaltar la granja todavía. En esos momentos, parte de un equipo antitanque recién incorporado tomaba posiciones rápidamente.

Con todas las escuadras bien posicionadas alrededor de la granja, Evans ordenó a Blakey una descarga sobre la nave principal. Gage se mostró disconforme; pensaba que tenían fuerzas suficientes para tomar la granja y que desperdiciarían una valiosa munición de mortero que no sabían si echarían luego en falta. Pese a sus dudas, Evans aparentó firmeza y prosiguió con sus planes.
Un profundo silencio reinó durante los larguísimos segundos que los encargados del mortero tardaron en ajustar el arma. Comenzaron a caer los primeros proyectiles para calibrar la descarga. “¡Blakey, maldita sea, afina esa puntería!”, le recriminó Evans. Pero Blakey, sin alejar ni sus manos ni su vista del mortero de 60 mm, se defendió: “Señor, ésos no han sido nuestros.” Evans guardó silencio, comprendiendo que debía haber en algún sitio más gente de la Compañía C que todavía no había visto. En efecto, eran el sargento Ford, del 2º pelotón, y otro mortero ligero.


Todavía caían las últimas salvas de mortero cuando Gages y Evans coordinaban a los hombres más adelantados para rodear la granja por detrás. Era cuestión de minutos que fuese tomada, pero los defensores no cejaban en su empeño de repeler el ataque. Hubo nuevos heridos.

Finalmente, unos pocos soldados alemanes salieron con los brazos en alto y casi sollozando. Era lo poco que había quedado de la frágil guarnición.


Hasta aquí la primera entrega. Si ha sido de vuestro gusto, en los próximos días, más.
P.D.: ¿alguien puede decirme el comando para centrar el texto? ¿Y cómo cambiar la fuente?