INTRODUCCION 2ª PARTE
El repliegue de Bizancio
Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de "Edad Oscura" acerca de la cual se tiene muy escasa información. Es un período de crisis, del cual, a pesar de las tremendas dificultades externas (el hostigamiento del Islam que conquistó las regiones más ricas, los continuos ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la lucha contra los persas en el este) e internas ( las luchas entre iconoclastas e iconódulos, símbolo de los enfrentamientos internos entre poder temporal y religioso), el Imperio salió transformado y reforzado.

Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable peso de administrar un Imperio amenazado desde varios frentes. Su sucesor, Tiberio II abandonó la política militar de Justiniano y permitió que Italiacayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y se replegó a Africa. Mauricio llegó a hacer un tratado favorable con Persia (590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el Ejército se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió el trono y la vida. Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y las luchas internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la revolución de algunas provincias logró salvarlo.

Desde Africa, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar a los últimos restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante todo su reinado ese interés fue capital. El siglo VII comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el peligro de ávaros y eslavos, y derrotando definitivamente a los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de replegarlos hasta el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de sobrevivir al ataque árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo un gran respaldo por parte de la Iglesia.

Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión musulmana arrebataba para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio sobrevivió a los ataques árabes (aunque perdiendo casi toda su romanidad y tomando características completamente helenísticas en el área balcánico-anatolia), mientras que los Persas fueron conquistados totalmente por los Arabes.

A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por sus magníficas fortificaciones navales y su monopolio del "fuego griego" salvó al Imperio bizantino de la destrucción.
En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino independiente de Bulgaria. Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho más precario el dominio bizantino sobre Italia.
Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre los iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos, contrarios a dicha prohibición. La primera época iconoclasta se prolongó desde 726, año en que León III (717-741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando fue restablecido por el II Concilio de Nicea. La segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813 y 843. En este año fue restablecida definitivamente la ortodoxia.

No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus apoyos territoriales. Según algunos autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder estatal- los emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclasia-, y el eclesiástico- el patriarcado de Constantinopla, en general iconódulo-; también se ha señalado que mientras en Asia Menor los iconoclastas constituían la mayoría, en la parte europea del Imperio eran más predominantes los iconódulos.
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los
themas con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al feudalismo occidental. A principios del siglo IX, el Imperio había sufrido varias transformaciones importantes:
- Uniformización cultural y religiosa
- Reorganización territorial
renacimiento macedónico
El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía Amoriana, y, sobre todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue regido por la Dinastía Macedónica. Este período es conocido por los historiadores como «renacimiento macedónico».
Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal enemigo del Imperio en Oriente, debilita considerablemente la ofensiva islámica. Sin embargo, los nuevos Estados musulmanes que surgieron como resultado de la disolución del califato (principalmente los aglabíes del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon duramente contra los bizantinos por la supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada por los árabes en 827. El siglo X fue una época de importantes ofensivas contra el Islam, que permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes: Nicéforo II Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo Antioquía (969), así como Creta (961) y Chipre (965).

El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro. Convertido al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar Simeón I (893-927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la muerte de este monarca, en 927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia, junto con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue sin embargo declinando durante el siglo X, y, a principios del siglo siguiente, Basilio II (976-1025) llamado
Bulgaróctonos (Matador de búlgaros) invadió Bulgaria y la anexionó al Imperio, dividiéndola en 4
themas.

Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue la incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de Bizancio. En la segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y Metodio fueron enviados a evangelizar Moravia a petición de su monarca, Ratislav I. Para llevar a cabo su tarea crearon, partiendo del dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo eslavo eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito, el alfabeto glagolítico ( luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión en Moravia fracasó, a mediados del siglo X se produjo la conversión de la Rus de Kiev, quedando así bajo la influencia bizantina un Estado más amplio y extenso que el propio Imperio.
Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800) y las pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre Italia. Durante toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una enorme influencia en el sur de Italia. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la princesa bizantina Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón II

Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del Imperio. No obstante, hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos, que en el siglo IX llegó a tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su rebrote en Bulgaria, la doctrina bogomilita.
Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del cristianismo oriental provocó los recelos de Roma, y a mediados del siglo IX estalló una grave crisis entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el papa Nicolás I, quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose una primera separación de las iglesias oriental y occidental que se conoce como Cisma de Focio. Además de la rivalidad por la primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos desacuerdos doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones entre Oriente y Occidente volvieron a la normalidad.
La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, con motivo de una disputa sobre el texto del Credo, en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula
filioque, significando así, en contra de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo procedía no sólo del Padre, sino también del Hijo. Existía también desacuerdo en otros muchos temas menores, y subyacía, sobre todo, el enfrentamiento por la primacía entre las dos antiguas capitales del Imperio.
Declive del Imperio (1056-1081)
Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas
pronoia) a la aristocracia y a miembros de su propia familia.
En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados bizantinos. Con la inesperada derrota en la batalla de Mantzikert (1071) del emperador Romano IV a manos de Alp Arslan, culminando así la hegemonía bizantina en Asia Menor.
En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron
Dyrrachium, en Iliria, desde donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla.
Los Comneno
Alejo I Comneno fue el tercer hijo de Juan Comneno y Ana Dalasena y sobrino de Isaac I Comneno, emperador entre 1057 y 1059. El padre de Alejo rechazó el trono cuando Isaac abdicó, y entre 1059 y 1081 reinaron cuatro emperadores pertenecientes a dinastías diferentes. Durante el reinado de uno de ellos, Romano IV Diógenes (1067-1071), Alejo sirvió con honores en el ejército combatiendo contra los selyúcidas. Posteriormente, bajo Miguel VII Parapinaces (1071-1078) y Nicéforo III Botaniates (1078-1081), combatió, junto con su hermano mayor, Isaac, a los rebeldes en Asia Menor, Tracia y Epiro.
Los éxitos de los Comnenos provocaron los celos de Botaniates y sus ministros. Los hermanos tomaron las armas contra el emperador, y entraron en Constantinopla. Botaniates fue forzado a abdicar y recluido en el monasterio de Peribleptos. Isaac renunció a la corona en beneficio de su hermano, y Alejo fue coronado solemnemente por el patriarca de Constantinopla, Cosme Hierosolimites, el 4 de abril de 1081, a la edad de 33 años.

(FIN de la introduccion)