Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

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Justin [Gen]aro MacDuro
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Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Justin [Gen]aro MacDuro »

No se si conoceis este estupendo blog sobre rugby del diario As , esta escrito por Mario Ornat y me parece bastante bueno y entretenido , aqui os dejo la primera entrada y otra de mis preferidas :

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http://blogs.as.com/mam_quiero_ser_pili ... ornat.html

La vida a palos

El rugby es como la mafia, pero sin asesinatos. Está basado en la lealtad, el honor, la conciencia grupal, los parentescos por razón de sangre y los ajustes de cuentas en esquinas poco iluminadas o aprovechando la confusión de la autoridad frente a escenas equívocas de violencia soterrada. El equipo viene a ser una famiglia. Sobre todo en la delantera, aunque se han documentado casos de hermandad morganática con la gente de la línea. Esa gente... a la que le gusta tanto correr. Ellos siempre han tenido el empuje como una posibilidad menor de belleza, un pasaje de transición del juego: "En 1823 Webb Ellis cogió el balón con la mano y echó a correr: y desde entonces, los delanteros siguen tratando de entender para qué..." :mrgreen: . Esas cosas, y otras, se han dicho y son frases célebres. Pero desde que el rugby moderno ha entremezclado los papeles, algunos trescuartos han descubierto la autoestima que proporciona entrar con la cabeza por delante en una montonera rodante, y se arrojan alegremente en los rucks, y luego confiesan que han disfrutado como niños volando cometas... A un delantero -esto es, a un soldado del ejército gordo- será raro que le ocurra algo así. Primero, será raro verlo ensayar a la carrera, aunque se dan casos. En la delantera hay mucho poeta refugiado, de los que ensayan fintas contra el espejo y se compran tees para entrenar el pateo y poder optar a convertir transformaciones y golpes de castigo: cuando uno de esos muchachos se lanza campo abajo con el balón, se convierte en un blanco fácil. Ahora, mejor pararlo antes de que agarre velocidad: yo he visto delanteros de 130 kilos poseidos por la diabólica inercia de la carrera, y componen una imagen aterradora. Son como esos trailers que se precipitan cuesta abajo en los puertos, dan ganas de ponerles un pasillo de frenada a los lados, para que no aplasten a nadie. Pero si pueden, lo harán. Cualquiera ha tenido por compañero a uno de esos primeras líneas capaces de corregir una trayectoria de carrera ganadora para poder encontrarse con un rival al que chocarle bien duro; los hay que no buscan los intervalos entre los hombres sino a los hombres entre los intervalos. Es un comportamiento atávico del delantero de cuna. Si le das a elegir entre ensayar esquivando rivales o hacerlo por aplastamiento en una de esas jugosas melés a cinco metros, no tendrá ninguna duda: elegirá cobrarse unos cuantos buenos kilos de carne ajena antes de posar el balón y que la marca suba a los letreros. Sabe de sobras que no hay placer comparable a pasarle literal y notoriamente por encima a los delanteros rivales. Si no es así, hay que mirarlo raro: podría ser un tipo ganado por el miedo; peor aún, podría ser un centro emboscado...


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El profesionalismo ha cambiado el rugby que vemos, pero no tanto el que jugamos, el de los sábados entre amigos, familiares y aficionados conspicuos. Esas exhibiciones proteicas de velocidad sideral en el movimiento de la pelota que se ven por la televisión, las hipertrofias musculares de los protagonistas y hasta a veces unos insidiosos rotulitos televisivos en los que se contabiliza el tiempo gastado (quieren decir perdido) en las melés... todo eso, digo, compone un gran espectáculo: admirable, divertido, subyugante en su atlética fiereza. Pero inevitablemente repleto de nostalgias por los viejos días. Es una trampa del recuerdo, una obligación. Y ocurre porque, en el fondo, pese las alharacas comerciales del deporte global, un equipo de rugby no ha dejado de ser en esencia lo mismo de siempre: una especie de familia disfuncional, con algunos tipos fronterizos, otros artistas, varios gordos, algunos demoledoramente fuertes y, sobre todo, ninguna estrella que pueda ganar un partido o siquiera sobrevivir en ese rectángulo animal sin sus 14 compañeros. Todos dispuestos a la sangre si fuera necesario. Todos sometidos a ciertos instintos plebeyos. Y todos preparados para la diversión tanto como para el juego. Pocos lugares en el mundo pueden ser tan divertidos como el vestuario de un equipo de rugby, donde no es necesaria la corrección política porque campea el verdadero respeto, la consideración esencial del compañero como hermano. Naturalmente, a veces la olla sobrepasa el punto de ebullición del profesionalismo y la verdad queda derramada sobre el piso. De ahí que, en medio de una excursión por la bahía durante el último Mundial, de regreso al puerto, alguien como Manu Tuilagi –el centro de la selección de Inglaterra- llegue a arrojarse al agua desde la cubierta del barco para llegar a nado al muelle y así ganar la apuesta que se había hecho con sus compañeros; o que el galés Andy Powell decida -él o su subconsciente ebrio- regresar al hotel de concentración, ya de amanecida, montado en un carrito de golf por el arcén de la carretera... Entonces es cuando el rugby global, que paga, grita su versión de la célebre queja del capitán Renault en el Café Rick de Casablanca: "¡Intolerable... acabo de descubrir que en el rugby se bebe!".



Por eso, porque lo fundamental no varía a pesar de las botas de colores y las camisetas entalladas, y porque en la melé aún huele a hombre, no hay nada como jugar al rugby. Jugar al rugby supone ingresar en un estadio superior de la conciencia, someter el cuerpo y la mente a una despreocupada supresión de fronteras íntimas. El miedo y la posibilidad del dolor: ahí enfrente hay quince tipos que no sólo te quieren ganar; si puede ser, por el camino prefieren pegarte. Así que el problema, a menudo, suelen ser las madres. Cómo explicarle a una madre las bondades de una vida en la melé y sus alrededores. Cómo decirle que amamos esta vida a palos, este lugar único en el mundo, esta forma de vida algo atroz, sí, pero feliz al modo inconfundible de las cosas verdadera e inequívocamente felices. Cómo subrayarle la dicha de un placaje. Una felicidad arrebatada de cejas abiertas, narices vueltas de lado, hombros hechos papilla, clavículas fracturadas, espaldas cruzadas por huellas de tacos como latigazos… Cómo decirle a esa madre que uno quiere formar parte de todo eso. En fin, que no quiere otra cosa, sólo eso: el rugby. El olor de la hierba, el balón en el barro, el agudo topeteo de los tacos en el pasillo de salida de los vestuarios, la pelota al aire y salir a buscarla y a buscarlos a ellos... los otros. Y aparecer ante el mundo con el aspecto tabernario de los pilares italianos, sus barbas tupidas, amenazantes como de bárbaros antiguos; parecerse al oso Adam Jones, falsamente inmóvil; cortarse las mangas como David Sole, por encima del bíceps, para que el pilar contrario no se agarre de ahí y de paso se vea el gimnasio; tener cara de carnicero sádico como Jeff Probyn, ser en el campo igual de intimidatorio y de inteligente que Keith Wood, placar como Gethin Jenkins; cruzar el campo con ese aspecto de camión desaforado de Bismarck du Plessis; masticar piedras como, pensamos, haría Pascal Ondarts; el perfil adusto de Servat; parecer engañosamente adorable como Roncero. Que la gente tenga miedo de preguntarte la hora, como a Brian Moore o a Sean Fitzpatrick. Plantarte ante esa madre amorosa y decirle: "Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby y ser primera línea”.



Entre 1964 y 1971, mi madre dio a luz a una primera línea completa. Si los tres hermanos no llegamos a jugar al rugby juntos fue sólo porque en el último parto alumbró a una niña, que con el tiempo se convirtió en mi hermana. Aunque nos costó años de fútbol y otras cosas darnos cuenta, la naturaleza fue generosa con nosotros y nos dotó para el juego desde la cuna: al nacer, mi hermano dio en la balanza 4,200 kilogramos; yo, dos años más tarde, subí la marca hasta 4,600; en progresiva evolución, mi hermana saludó al mundo marcando 5,300 en la báscula. Instante que el doctor aprovechó para darle un consejo a mi madre: “No tenga usted más hijos, por si acaso”. Y mi madre obedeció. Mi padre también. Llegamos al campo de rugby, como tanta gente, atraídos por la mística del viejo Cinco Naciones. Nos gustaba la tradición, admirábamos el respeto, las liturgias y la ocasional brutalidad. Pronto entendimos que los partidos de rugby, como la vida, están llenos de oscuros recovecos. Cualquiera que haya jugado puede decir aquella frase del replicante de Blade Runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”. Yo llevaba el 1 y mi hermano el 3. Los dos éramos pilares. Yo, inevitable: los únicos seres humanos en el mundo que no te afean el exceso de kilos son tu perro y los chicos del rugby. Si acaso, se preocupan cuando extravías peso: "Si sigues así vas a acabar jugando en la línea...", te dicen, no sin cierta repulsión. Mi hermano lo hizo al contrario. Cumplió ante nuestros ojos un arquetipo que algunos años después haría célebre Jonah Lomu: el ala que parecía un primera línea. Antes de Lomu yo me acuerdo de Vaiaga Tuigamala. Mi brother empezó con el 11 porque de chico corría los 60 lisos y siempre tuvo fibra rápida. Unos cuantos gin-tonics más tarde, la musculatura se le hizo perezosa, así que hubo que cambiarle la camiseta y darle otra con el número 3. Había ganado presencia, pero persistía en su organismo el efecto bola de cañón: cuando rompía no lo seguíamos nadie, de forma que a menudo acababa apaleado y sin la pelota. No sin antes pelear, ojo.

Él empezó a dejarlo el día que un talonador contrario le dio un cabezazo en el pecho, tipo Zidane pero fortuito, sin tanto sentido de la escenografía. Esa tarde ofreció su último recital en el tercer tiempo. En el bar ya notaba una molestia persistente en el tórax cuando levantaba las espumosas jarras. Resuelto a no dejarse engañar por un golpe de nada, se anestesió con una buena serie de alzamientos hasta que el dolor se rindió al empuje ganador del alcohol. El tercer tiempo se fue inflamando de juerga y ese hombre, como pilar que era, supo que debía tomar el mando y terminó por interpretar el que siempre fue su número más aplaudido: caminar sobre las manos con las piernas en alto, haciendo el pino, y dar volteretas laterales como esos locos del Circo del Sol, ante el jolgorio de la concurrencia. Al día siguiente lamentó haber llevado tan lejos sus habilidades acrobáticas: en el topetazo le habían roto un par de costillas.



Así que me quedé solo... Me adoptó mi nueva familia, la del vestuario, y seguí. Confiado en que el rugby mantiene los cuerpos jóvenes, a punto para el amor o para la guerra (que son dos signos indudables de la juventud), yo seguí. Aún sigo. Nunca fui nada importante ni lo seré, salvo para mis amigos y compañeros de equipo, supongo. Basta con eso. No cambiaría un partido de los que ponen en la televisión por uno solo de los menesterosos encuentros, tan imperfectos, que yo haya jugado o aún tenga que jugar. El rugby constituye una experiencia profunda, una felicidad y una diversión que yo no encontré en ningún otro juego, una ética deportiva y de vida, una escuela de amistad inquebrantable, un modo de estar, de vivir, una sublimación de valores en medio de un entorno agresivo, de afirmación física. Si en algún momento pude dejarlo fue antes de llegar. Nunca después. En realidad, sigo a la espera de que el rugby me retire de un mal golpe, como viene anunciándome mi madre desde hace más de una década; o me envíe una señal definitiva, irrefutable, de que mi hora ha llegado. Mientras tanto, sustrayendo cada día mayor terreno a la realidad en favor de la utopía, sigo entrenando y jugando, pasada ya de largo mi hora. Con los amigos de siempre, o con otros mucho más jóvenes. En un equipo modesto, pero no un equipo cualquiera, porque es el mío. Y de rato en rato lo pienso, miro desde afuera para regodearme en cuánto me gusta todavía... y lo cuento. Como hacemos todos los que hemos estado en una melé, en un ruck, en un agrupamiento, en esa carrera o aquel ensayo. Todos esos que, orgullosamente, podemos proclamar: “Sí, yo estuve ahí… Yo he jugado al rugby





http://blogs.as.com/mam_quiero_ser_pili ... rugby.html


¿Por qué lo llaman amistoso cuando quieren decir rugby?


Si llevas poco tiempo en el rugby y en tu equipo te han dicho que el próximo sábado vais a jugar un amistoso y que te convendría foguearte, mejor que leas esto. O si eres un veterano que ha regresado y te pueden las ganas de jugar todo lo que se te ponga por delante... Una de las ventajas de jugar un partido amistoso de rugby es que el término amistoso carece por completo de significado. Cuando en la prensa no avisada leemos eso de amistoso internacional en otoño, nos reímos por dentro. La palabra test fue un hallazgo estilístico de primera magnitud. En el rugby lo único amistoso es el Tercer Tiempo... y no siempre. En los amistosos se reparten el número más alto de castañas de toda la campaña invernal. El ambiente lo favorece porque, además, el árbitro suele andar poco meticuloso. Si es que es árbitro at all. De modo que hay que desconfiar por principio de los llamados amistosos, esos partiditos que monta el entrenador, con algún otro entrenador amigo suyo, en las semanas en las que no hay liga “para que los chicos se mantengan activos y seguir probando cosas”. Cuando oigo el planteamiento, empiezo a inquietarme. Sé que esos días aparentemente inocuos a menudo se convierten en una trampa para elefantes. Llegado el día del partido, la gente se borra. Inventan bodas y comuniones. Incluso las propias. Aprovechan para hacer otras cosas, comidas familiares, llevar a la chica al centro comercial o... ¡estudiar! Saben lo que hacen. Son arteros, pero más listos que tú. Si tú eres veterano y te dejas llevar a uno de estos acontecimientos será porque estás auténticamente enfermo, radicalmente solo en la vida o bien has decidido que perder la memoria acaba por compensar en algún otro ámbito de la existencia. De todo esto te das cuenta en ese momento en el que miras alrededor en el vestuario y te encuentras en medio de una alineación repleta de muchachos lampiños, mezclados con espontáneos de calcetín corto a los que jamás en tu vida habías visto antes. “Oye, ¿quién era ese desgarbado que se ha puesto de ala?”, se pregunta la gente después. “Ah, sí, ese que ha dado una patada desde el fondo y se ha quedado parado mirando… Ni idea”. El resto, los que juegan habitualmente, no se lo acaban de tomar en serio. Y en un partido de rugby todo puede acabar siendo serio... Estos siervos de la gleba que se ponen tu misma camiseta, muchos cogidos a lazo de camino al partido para completar un quince, contrastan con el rival, que viene pertrechado como la legión romana. No te extrañe que el rival sea uno de esos equipos de larga tradición que, por vaya a saber cuál motivo, este año no ha podido juntar la suficiente gente para sacar equipo en la regional. Esos son los peores. Porque andan sin desfogarse durante todo el año, están como encelados, furiosos, sin desbravar, salvo que hayan podido meterse en una pelea tabernaria de cuando en cuando. Los equipos así se toman el partido amistoso como ocasión para recordarte que si ellos estuvieran en la liga la historia sería otra cosa. Tienen ganas de caza y sangre. A poder ser, claro, la tuya: miras a tu alrededor y los muchachitos que te acompañan en el partido han adquirido el aspecto de inocentes cervatillos. En casi todas las jugadas te la dan a ti, porque tienen la sensación de que tú sí sabes qué hacer con la pelota. Son listos, pero lo son por todas las razones equivocadas. Las que menos te convienen...


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Jugar al rugby es como andar en bicicleta: en cuanto empiezas, te acuerdas de cómo iba la cosa. Nadie olvida cómo se hacen según qué cosas. En el rugby no hay voces que te avisen, ni señales que adviertan del peligro en los arcenes del campo. Por eso, en partidos así, en los que la relajación va adherida al embustero concepto del amistoso, se reparten con frecuencia los peores tortazos de la temporada. De modo que agarras el balón en apoyo de una ruptura y viene por el costado ciego un tipo que te vuelve la nariz del otro lado. El golpazo tiene, de momento, un efecto liberador, como las pastillas mentoladas: se te abren las vías respiratorias y te entra hasta el pulmón una corriente limpia de aire, como un émbolo. Después, igual que ese mar asesino que se retira sobre sí mismo unos segundos antes del tsunami, te sobreviene un ahogo y sientes que te están sacando de dentro, de manera muy poco amistosa, el aire y algo más. Afortunadamente, a pesar del cacharrazo, el cerebro del jugador de rugby trabaja solo, por costumbre o enseñanza, y es capaz de ordenar por riguroso orden de prioridad, tomar decisiones, comunicar mensajes y resolver actos: no hay dolor, no hay dolor... el baloncito limpio, atrás, ahí sobre la hierba, como un bebé, arropadito como un bebé, para que lo jueguen los que quedan en pie. Y ahora, cuando se levante toda esta gente que nos ha caído encima, ahora cuando estos ochocientos kilos que nos aplastan se vayan a liarla ocho o diez metros más allá, porque es lo que les gusta, entonces ya miraremos a ver si nos han roto la nariz, nos han derribado el puente sobre el río Kwai o nos han hecho la estética completa con una de esas rajitas que tanto gusto le agregan a las fotos carcelarias de los malevos.
Son apenas tres minutos de partido. Podrían ser horas, pero son tres minutos. Y ya te estás preguntando para qué viniste. Y, espera, sí… ese cosquilleo viscoso que baja por el caño izquierdo y gotea sobre la hierba es lo que parece. "¡Señor, cambio por sangre!", grita alguien. No será raro que de árbitro en un encuentro de éstos haga uno de esos veteranos que lleva sin jugar desde los días en que hacer el ascensor en las touches era ilegal y el punto de encuentro un nombre en clave para los cuartos oscuros. El árbitro éste ignora que hay cuatro tiempos en la melé y cuando se lo explicas le parece innecesaria tanta burocracia para el simple choque de toda la vida. En la segunda parte, ante el desparrame de las entradas, accede a lo de los cuatro tiempos, pero ni hablar de palabritas en inglés. "Cuento uno, dos, tres, cuatro... y al cuatro entráis", es su solución. Pretender que se haga cargo de qué cosa es un cambio por sangre resulta inútil. Lo suyo eran los cambios de sangre, como los Stones o el señor Burns. “Todo lo que está en el suelo es hierba, y por tanto se puede pisar”, era el lema de aquellos tipos, de forma que en estos encuentros los rucks te devuelven a aquella luminosa época añorada que era la Edad Media de la melé, cuando todos los delanteros jugábamos de lo mismo: de carniceros. Cambio por sangre. Deben de estar hablando de mí. Miro al suelo puesto a cuatro patas, una posición que sólo en un par de situaciones de la vida no resulta patética, y ésta no es una de ellas. Sangre en la hierba. Rojo y verde, como mi camiseta. Ahora habrá que examinarles las caras mientras me curan. Su cara es mi espejo. Depende de la aprensión de las miradas y los comentarios, uno sabe hasta dónde llega la cosa, más o menos.

Si la obligación de tener una ambulancia a la entrada del partido ya constituye de por sí en estas categorías una moneda al aire, en partidos como éste puedes olvidarte de cualquier tipo de asistencia letrada o facultativa. Uno mismo camina hasta la banda con ese hilo de chapapote saliéndole de las entrañas y el que te atiende es el Tonono, amigo tuyo, hermano diríamos porque ha jugado culo con culo contigo, porque ha repartido algún puñetazo que te correspondía a ti o bien se ha llevado otro que lo mismo, también era tuyo por sorteo... Tonono mira y hace una de esas preguntas que quieren decir aquí nadie sabemos nada así que mejor rezamos: "¿Te la notas rota?", es su capcioso requerimiento. No hay que culparlo: Tonono somos todos. "Yo creo que no, me parece que es sólo el golpe". Un placaje mal medido; o muy bien medido, según como se mire. Un placaje de inspiración samoana, con hombro, brazo, antebrazo y casi todo el tercio superior del cuerpo. Se placa con el hombro, pero se golpea con todo lo que uno puede. El asunto va de eso, todos lo hemos hecho. Lo hacemos. Hay que confesar que vamos a seguir haciéndolo.


Tonono pide algodón y agua. Es lo que hay. Algodón y agua. Y si eso no te cura, ya lo hará la vida. En realidad tenemos un botiquín completo, con cánula y todo porque el doctor la trajo cierto día y nos dio un tutorial de cinco segundos y medio sobre cómo sacarle la lengua del esófago a un compañero si le diera por comérsela. Como estábamos a punto de empezar un partido, en el ritual de embrutecimiento, nadie lo miró ni atendió nada a aquella frase tan vehemente que nos soltó, de pie en medio del hirviente vestuario: "¡Esto puede salvar una vida!". En el botiquín hay muchas cosas, pero ninguna sirve para hacer radiografías a la nariz de un-pilar-que-juega-hoy-de-talonador-porque-quizás-ya-no-pesa-lo-que-debería-pesar-un-pilar-izquierdo. Lo mío suelen ser las cejas. Cejas abiertas como los cortes de los boxeadores, una tontería muy molesta porque hay que detener la sangre o no puedes seguir jugando, y depende del árbitro que te dejen. Esta vez es la nariz, que ya tengo torcida siempre hacia un lado porque, de crío, un portero despejó de puños en cierta ocasión y no encontró el balón, sino que me encontró a mí. Casi todas las semanas me la retoco un poco con algún golpecito en entrenamientos o partidos. Los golpes que se extravían, caen ahí. Esta vez el topetazo no se había perdido, venía directo a mi encuentro. Así que aparte de meterte algodón en el agujero y limpiarte la sangre de las manos con agua para no parecer El Carnicero Bill Cutting (Daniel Day-Lewis en Gangs of New York) no hay mucho más que hacer. Frenar la hemorragia y listo. No es grave, creo. Se acerca el entrenador, que vigila de reojo el campo y hace una sola pregunta: "¿Puedes seguir?". Naturalmente que sí. La nariz no es del cuerpo. Y además, el cuerpo siempre estuvo al servicio del club.

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De vuelta a casa, cuando el contorno de los ojos sea ya un antifaz oscuro y parezcas un seguidor trasnochado de Robert Smith con sombra en los párpados, ella y los demás preguntarán: "Pero, ¿no dijiste que este fin de semana no había partido?". Y tendrás que reconocer que no, que el idioma no da para definir estas enfermedades. "Era un amistoso. El entrenador quería probar cosas...". A eso habíamos ido, un sábado cualquiera. En lugar de ir al cine, fuimos a que el entrenador probara cosas. Algo así deben de decirles al oído los hombres de la bata a las ratitas blancas de laboratorio .


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Saturnino Martín Cerezo
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Saturnino Martín Cerezo »

Requeteamen :cry: (lagrimitas de emoción, of course)
Y entre los muertos siempre habrá una lengua viva para decir que "¡ Zaragoza no se rinde !"
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Pietrain
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Pietrain »

Ostia, se me han puesto los pelos como escarpias... :shock:

Yo he jugado años y años de tres, desde Cadete a Veterano pasando por Juveniles y Seniors, como no: cuatro dientes, tres veces la nariz fracturada y algunas costillas a tomar por culo así lo avalan. Eso si, y de esto estoy seguro, mis lesiones las he devuelto con creces, como debe ser en un pilier que se precie... :mrgreen:

Los ratos que he pasado jugando a Rugby han sido inolvidables, y más aun sus gentes. Que tío, se nota que sabe de lo que habla. Una gozada, si señor. Amén de amenes.

Muchas gracias, fenómeno. :aplauso:
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Justin [Gen]aro MacDuro
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Justin [Gen]aro MacDuro »

Pietrain escribió:Ostia, se me han puesto los pelos como escarpias... :shock:

Yo he jugado años y años de tres, desde Cadete a Veterano pasando por Juveniles y Seniors, como no: cuatro dientes, tres veces la nariz fracturada y algunas costillas a tomar por culo así lo avalan. Eso si, y de esto estoy seguro, mis lesiones las he devuelto con creces, como debe ser en un pilier que se precie... :mrgreen:

Los ratos que he pasado jugando a Rugby han sido inolvidables, y más aun sus gentes. Que tío, se nota que sabe de lo que habla. Una gozada, si señor. Amén de amenes.

Muchas gracias, fenómeno. :aplauso:

Joder estas hecho el pupas ... yo un par de dientes , fisura en un par de costillas y un papiloma en un pie cogido casi seguro en las duchas del Orihuela C.R. , y tambien pilier .

Por cierto que hoy me llego esto :

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Recomendable 100% para maniacos del rugby , no son oficiales , pero de calidad son cojonudas y el precio es imbatible .

http://www.heritageofscotland.com/Rugby ... roduct.php
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Iosef »

jajajaja, pilieres.. Alguien ha de hacer el trabajo sucio.

Yo he jugado de talona, flanker, medio mele vuelta a flanker y vuelta a talona, segun iban subiendo los kilos y la edad. Ahora con 40 tacos, tras un año de excedencia por paternidad, ponerme a dieta, dejar las cervezas entre semana y volver a entrenar he sido convocado de nuevo. Quiero que mi hija me "vea" una vez al menos en un campo.

Yo solo tengo fastidiado pomulo, orbita (doble fractura) y la nariz una vez, pero he quedado como un pincel :mrgreen: . Lo que mas me jode es una rodilla nunca lesionada del todo, nunca bien del todo.

Gracias por el enlace, buenos precios.
Justin [Gen]aro MacDuro
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Justin [Gen]aro MacDuro »

Iosef escribió:jajajaja, pilieres.. Alguien ha de hacer el trabajo sucio.


Y si a ese alguien le encanta hacer el trabajo sucio mejor que mejor :Ok:


Yo solo tengo fastidiado pomulo, orbita (doble fractura) y la nariz una vez, pero he quedado como un pincel :mrgreen: . Lo que mas me jode es una rodilla nunca lesionada del todo, nunca bien del todo.
Gracias por el enlace, buenos precios.

De nada , si vas a comprar algo fijate en la cosa esa de los airgid points o algo asi , te ahorras un buen dinero en el primer pedido .
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Iosef »

Bueno, estoy que no quepo en mi de alegria. Mi club ha quedado campeon en la liga canaria. Yo tras el paron por el nacimiento de mi hija he vuelto a ponerme las botas, bajar 9 kg y disfrutar de la vida.

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Rommel y algunos mas ya saben.. Who I am ?? I am a champion. :army:
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Cowboy »

Enhorabuena tío,

orgulloso padre y orgullosa hija. Estas hecho un maquinorra, esas orejas de talona no mienten.

saludos :Ok:
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Iosef »

Gracias Cowboy. Si que quería que al menos una vez en la vida mi hija me viera jugar. Cuando tenga edad vendrá conmigo a los entrenos :mrgreen: :mrgreen: :mrgreen:
JimyTiguer
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por JimyTiguer »

Hola compañeros,

No había visto este hilo, cuanta verdad hay escrita....seguramente el mejor hilo de la WEB :Ok:
Iosef, me das mucha envidia, yo colgué las botas en el 2008, por miedo a lesionarme, empezó la crisis y la situación personal no me permitía tonterías, también ayudaron las 38 primaveras y una rodilla quejosa de narices.
A pesar de esto sigo vinculado y tengo que decir que el rugby me lo ha dado todo, jejeje que frase más peliculera, pero en cierta manera es de esta forma, mi mujer con la que tengo una niña, es exjugadora nos conocimos en el mismo equipo, la mayoría de mis amigos son del Rugby, incluido Pietrain, aunque no coincidimos, ya que el es mucho mayor que yo :P . y actualmente mi mayor afición es entrenar un equipo, empecé hace 8 años y sigo en ello, actualmente entreno un equipo de rugby femenino.
El Rugby engancha desde el primer día y más si eres un rugbyestilista (que juegas de nueve o diez), con la cabeza erguida, viendo todo el campo y decidiendo todo el rato, no como esos 8 seres gorditos y sucios que siempre están con la cabeza metida entre cuerpos sudorosos y peludos. :mrgreen: demasiados delantero por estos lares.
Un abrazo a toda la familia rugbystica

Jimy
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Iosef »

Hoy publican en marca un gran articulo sobre como funciona un bar de rugby:

http://www.marca.com/2013/12/30/mas_dep ... 1388499314
Porque ahora entiende que la cerveza, sin haber jugado, no sabe igual.
Y mientras comienzan las canciones, se elevan las jarras y todos se hacen uno,
Yo me he sentido muy identificado, según lo leo afloran muchísimos recuerdos. En mi club teníamos uno, donde realmente se fundó el equipo, en base a unos amigos que nos juntábamos en la playa para jugar y luego echar unas pintas de guinnes allí: el Slainte (salud en gaélico) Pero recientemente el dueño ha enfermado muy gravemente y lo han cerrado, como debe ser, tras un partido y una descomunal celebración con el club, los clientes habituales y su familia.

Por Paul y mis compañeros.. SLAINTE.

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Kieso
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Re: Mamá, yo quiero ser pilier… Quiero jugar al rugby

Mensaje por Kieso »

Pues que interesante hilo, esto si que es un juego de "onvres" bastante esclarecedor sobre ese deporte!!!
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