Relatos.

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Niko
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Mensaje por Niko »

Yo desarrollaria un poco mas la historia en la isla, vamos, ke le dejaba pasar una semana en el islote,antes de ser rescatado, escondiendiose de las patrullas japos y desarrollando mas la amistad con el cura, kizas alguna accion para mostrar lo eficientes y brutales ke podian a llegar a ser los isleños con algo de motivacion :mrgreen:

Saludos
Niko
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Kal
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Mensaje por Kal »

- Es fuerte.
- Si vieras cómo lo hacen y te contara los ingredientes, el toque local, vomitarías.

Javier miró al cura, miró la cantimplora de cuyo contenido estaban hablando y se la llevó a los labios. El vino de Simoro no era vino por supuesto, tampoco era parecido a nada que Javier hubiera probado antes, pero desde luego le importaba un carajo saber de qué estaba hecho.

Las tardes en el trópico pueden ser de dos formas básicamente: húmedas, muy muy húmedas o secas, húmedamente secas. Aquella era una tarde típica de la temporada de lluvias. A mediodía el sol había abrasado hasta los ánimos de los insectos más escandalosos, tres horas antes del anochecer las nubes parieron otras nubes y, como si las amamantaran con las cortinas de agua perfectamente visibles sobre el mar, crecieron, se acercaron y sin goteo previo, la lluvia llenó de sonidos el atardecer. El sol caía rápidamente.

- Nos estamos calando aquí.
- Acostúmbrate, dentro te mojarás igual.

Las cabañas estaban perfectamente integradas en el follaje, todo en el poblado parecía haber sido diseñado para ocultarse de las miradas indiscretas desde arriba.

- Oye, ¿es verdad lo que me dijiste antes de los cocos?
- Claro. ¿Quieres un cigarrillo?

Alargó la mano, tomó el Chester que le tendía el cura, prendió los dos con el zippo que Mike le había regalado en Pearl, relajó la espalda apoyándola contra el tronco y se entretuvo pensando en Amalda. El cielo estaba despejado hacia poniente mientras ellos recibían todo el regalo de las nubes, las goteras aumentaban. Javier se miraba los pies desnudos llenos de barro y suciedad. La lluvia hacía surcos desde sus dedos extendidos hasta los tobillos, pero nada podía contra las costras de suciedad acumuladas en las uñas.

- Na, estas de coña.
- Que sí, hombre. Que los cocos matan a mucha gente en estas islas. Lo he visto muchas veces.

Joder, pensó Javier, mirando de nuevo a los racimos de cocos que sobre sus cabezas pugnaban por soltarse de las palmeras que los sostenían como madrazas.

- Javier, es posible que no quieras hablar sobre eso… la otra noche, en la bahía

La mirada del chiclanero no admitió dudas.

- De acuerdo, pero si quieres hablar de algo, sabes que puedes contárnoslo

Y levantó un índice hacia las nubes.

Javier estuvo a punto de soltar una carcajada pero algo en su interior le recordó inmediatamente a su madre y se detuvo.

- Gracias Pablo. Lo recordaré.
- Vamos, es la hora.

Pablo Acosta era 2345RO en los archivos secretos que la C.W.O, guardaba en Castle Hill, Townsville, Australia, pero él no tenía ni la más remota idea de todo eso, de hecho creía que sus informes eran recibidos por los que le suministraban las radios y los códigos, los americanos.

Javier observaba atentamente el cuidado ceremonial con el que aquel cura menudo y de aspecto enfermizo disponía la radio sobre una manta, alineaba a su derecha el misal donde anotaba sus observaciones, a la izquierda la lámpara de aceite sobre la batería, el modo delicado y preciso con que manipulaba botones y diales; todo ello como si preparase el altar para una misa.

- Lo llevas en la sangre, no puedes negarlo.
- Eres un mamón.
- Coño padre dices más tacos que yo y quieres limpiar la mierda de mi alma, vaya ejemplo.

El zumbido apagado subió de volúmen, la emisora cobró vida y con la seguridad y la pericia de quien domina un oficio el dominico empezó a transmitir, estuvo manipulando el pulsador unos veinte minutos. Cuando hubo acabado quedó unos segundos a la espera, recibió la brevísima respuesta que esperaba e inició la misma ceremonia para desmontar y ocultar el aparato, cada pieza en un hueco perfectamente camuflado en la gruta; cuando salieron, dos hombres estaban ocultando la antena previamente tendida entre dos árboles y el cableado que la unía a la cueva.

- Sabes que un día los japoneses descubrirán el origen de las emisiones y vendrán a buscar la radio y a quien la opera.
- Ya.

Seguía lloviendo, no pararía hasta bien entrada la medianoche, cuando todos dormían excepto, supuestamente, el servicio de guardia que cada día el cura nombraba entre los nativos con más voluntad que éxito. Era norma que cuando acudía a uno de los puestos de observación lo encontrara o bien vacío o con sus ocupantes completemente dormidos.

La cabaña que ocupaba Javier era poco más grande de un tonel de bodega y tuvo que hacer maravillas con su poncho de la usnaivideloscohones para evitar mojarse, aún así, cada vez que se revolvía en sueños una parte de su cuerpo quedaba expuesta a las goteras; se cagó en todos los santos, vírgenes y mártires que pudo recordar y de una patada desmontó el tingladillo y salió. Había dejado de llover, pero tuvo que salir a un claro para evitar el agua que seguía cayendo de los árboles.

- ¿No puedes dormir?
- Me cago en tus muertos, un día te pegarán un tiro por hacer eso.

La tenue llama de un cigarrillo indicó a Javier dónde estaba el cura.

- Demos un paseo, quiero que veas algo.

Cuarenta minutos andando les llevaron al otro extremo de la isla. Subieron un pequeño cerro y se sentaron a descansar, jadeando y empapados en sudor.

- Como sea una gilipollez te pego el tiro que debí darte antes.
- Es pronto aún, descansa, yo te avisaré.

Javier miró el mar oscuro, miró el cielo cuajado de estrellas, identificó la Cruz del Sur muy pegada al horizonte, a su derecha, miró a su alrededor un rato y cuando ya no pudo aguantar más preguntó:

- Me puedes decir qué cojones hacemos aquí.
- Te he dicho que es pronto aún.

Al final se quedó dormido, aburrido y de mala leche porque se había cortado un dedo limpiándose las uñas con el cuchillo de los marines.

- Javier, despierta. Mira. Ha empezado.

Se despertó, miró.

- ¿Cómo coño lo sabías?. Se suponía que….

Le interrumpió.

- Soy cura, todo el mundo me cuenta sus cosas.

El espectáculo era sobrecogedor. Aquellos fogonazos en el horizonte estaban producidos por los cañones más grandes que portaban los más inmensos buques de guerra de la armada de Estados Unidos y Australia. Algunos de aquellos proyectiles pesaban más de una tonelada y estaban cayendo sobre personas, enemigos, nativos, daba igual, los iban a hacer polvo.

Al principio no se oía nada y fumando vieron clarear la mañana, el humo de los fuegos en Tulagi y Lunga, pensaron en los pobres diablos que habían recibido aquella lluvia de metralla, aquel derroche de explosivo y acero.

- Lunga es un sitio horrible. La malaria y las riadas os lo van a poner muy difícil. Eso sin contar con los japoneses, en las últimas semanas las patrullas se han multiplicado y debe haber muchos allí, están construyendo un aeródromo.
- Lo sé, ahora mismo deben estar palmando allí marines por docenas. Pero tú, ¿cómo sabías…?

Sonó una ráfaga de ametralladora.

- Vamos.
- Espera.
- Vamos.

Corrieron hacia el poblado, los disparon sonaban distorsionados por la vegetación: ametralladoras, fusiles, luego algún tiro de pistola aislado. Cuando el cura paró un momento para recobrar el aliento Javier le dijo:

- Es en el poblado.
- Lo sé, sigamos.
- Pablo, ametralladora, fusiles y ahora esos tiros de pistola. Están terminando, lo sabes.
- Tengo que llegar allí.

Siguieron corriendo. Javier veía entre ramas que le golpeaban la cara y las constantes caidas con los pies enredados en la vegetación la pequeña espalda del salmantino que sorteaba los obstáculos con la pericia de un nativo. De tanto en cuanto el cura se detenía a esperarle con un punto de reproche en la mirada.

Cuando llegaron cerca de las chozas se detuvieron a escuchar.

- Espera aquí un momento Pablo, voy a dar un rodeo.

Cuando Javier encontró finalmente un punto desde el que poder ver las cabañas Pablo ya estaba arrodillado sobre uno de los cadáveres, rezando con su mano derecha sobre la frente del muerto.

Con la Colt en la mano Javier miró a su alrededor, observó la cantidad de casquillos y su tipo, encontró la senda por la que habían llegado y cuando pasó por la entrada de la gruta donde escondían la radio vió a un anciano sentado en la puerta, le habían arrancado los testículos, tenía dos tiros en el pecho y uno en la frente. La radio había desaparecido y el olor le dijo que allí habían arrojado una granada. Se dirigió al árbol donde Pablo guardaba los códigos y el misal, los sacó de su escondrijo y los arrojó a las llamas de la choza más próxima.

Durmieron seis o siete horas. Habían pasado el día cavando una fosa lo suficientemente grande con la ayuda de los tres hombres y la mujer que habían sobrevivido. Ningún herido hubo de ser atendido, todos habían sido ejecutados por la misma pistola y de la misma manera.

Al medianoche del día siguiente.

- A ver, tenemos los fusiles japoneses, mi pistola, la thompson, doscientos cartuchos para los fusiles y otros doscientos del .45, dos granadas, veintiuna bengalas,….

La mujer dijo algo. El cura tradujo.

Dice que volverán, que comprobarán si alguien viene a ver porqué ha dejado de transmitir la radio y querrán sorprender a ese alguien y creo que tiene razón.

Discutieron la situación y las opciones, plantearon las alternativas, se trasladaron a la playa, se dispersaron y esperaron el amanecer. Algunos durmieron, otro rezó y todos acunaron su miedo amparándose en sus creencias, su ausencia de creencias o el puro y frio deseo de vengarse.

Una hora antes del amanecer aterrizó el hidro. Era un cuatrimotor japonés que Javier reconoció como del tipo Mavis, ni recordaba la denominación oficial japonesa ni le importó un carajo cuando estudiaba su silueta en los cursos de reconocimiento en San Diego. Lo anclaron en la bahía y de él descendieron diez hombres, por los gestos Javier dedujo que al menos uno de ellos era un oficial y que había estado el día antes en la isla. Cuando desembarcaron en la playa les guió directamente por el sendero que llevaba al pueblo.

Todo se puso en marcha.

Habían pensado que vendrían en una patrullera como en otras ocasiones. La mañana anterior ni vieron ni oyeron amerizar el hidro, pero no importó.

Dos de los nativos bucearon desde el manglar más cercano al hidroavión asomando brevemente la cabeza de trecho en trecho. Dentro, los dos pilotos, el navegante y un marinero.

En la playa dos marineros con los botes.

Hacia el pueblo, los otros ocho.

Javier vió desde la playa a los dos nativos subir al hidroavión con los machetes en la mano. Lo que sucedió en el avión no llegó a saberlo nunca pero recibió la señal que esperaba y se levantó. Se acercó hasta la linde de la selva, observó a los marineros y cuando le dieron la espalda charlando tranquilamente se acercó hacia ellos. No corría, su paso era decidido pero no corría. Diez metros, sentía una especie de punzada en la espalda, tenía miedo, no sabía qué había sido de los ocho que se habían internado en la espesura hacia el poblado. Vió a los nativos arrojarse al agua desde el hidroavión y los soldados se los quedaron mirando sin entender nada, cuando comprobaron que no eran sus compañeros dándose un chapuzón sino dos tipos con machetes en la boca dirigiéndose hacia ellos a nado y deslizaron sus pulgares por el correaje de los fusiles era demasiado tarde.

El último paso, la pesada pistola salta una vez y un chorro de sangre negra sale de la boca y la nariz del primer marinero, el segundo se gira ya con el fusil en la cadera y recibe el disparo en el centro del pecho, cuando sus hombros acaban de tocar la arena Javier le introduce el cuchillo de los marines en la garganta.

Llegan los nativos, Javier les sigue hacia el poblado. Paran a recoger el subfusil, ellos niegan con la cabeza cuando señala los fusiles japoneses que quedan escondidos.

Disparos. Corren hacia el pueblo. Las putas ramas en la cara y los tipos que corren como gamos, los pierde de vista. Un grito, dos gritos salvajes, como de animales heridos. Jadea, uno de los nativos se ha levantado de un salto y Javier pisa el pecho de un japonés muerto. Otro unos metros más allá tiene la cabeza prácticamente seccionada del tronco, ve el culo del tio que acaba de dar el machetazo, alejándose. Un claro, los tipos se adelantan más aún. Más ramas, está llegando, jadea y el sudor se le mete en los ojos, corre, oye gritos de mujer, dos disparos. La voz de Pablo. Se cae. Se levanta, sigue corriendo, humo. Suena una granada. Está llegando. Más gritos. Dos tiros de pistola, voces en japonés. Cuando pasa por la gruta otro japonés muerto. ¿Cuántos quedarán?, piensa. Está exhausto.

Las chozas, figuras que corren entre el humo, se echa a la cara la Thompson, salen tras una choza. Javier dispara, dos menos.

A su derecha la mujer está tendida, tiene una especie de espada clavada en las tripas y a su lado el oficial japonés trata de levantarse, sangra. Javier se acerca y le dispara una ráfaga, el cuerpo salta y la cabeza queda grotescamente doblada entre las raices de una palmera.

Pablo!!!!

Pablo viene con un fusil en la mano, la bayoneta calada gotea sangre y dos lágrimas corren por cara, tantas como soldados japoneses a matado a tiros y apuñalado.
- ¿Ha escapado alguno?
- Los dos nativos están sobre el cadaver del oficial, antes de que Pablo pueda decir nada han cortado su cabeza y la han arrojado al fuego.

Javier baja el arma, se acerca a la mujer. Agoniza.

Pablo se arrodilla junto a ella y su último gesto es girar la cabeza negando la cruz que le ofrece el cura que no sabe qué hacer y le toma la mano hasta que deja de respirar.
Última edición por Kal el 05 Sep 2005, 15:15, editado 1 vez en total.
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Niko
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Mensaje por Niko »

Esta de cojones!!! sigue, sigue!!........... por pedir ke no kede :x

Saludos
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MarkusWaldstein
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Cojonudos, compañero

Mensaje por MarkusWaldstein »

Estupendos, Kal. Lo del revertianismo: bueno, como decía el tio Conrad: "Somos lo que hemos leido", y seguiría como con algo de que lo que importa es que sea de nuestra cosecha, una vez le echamos el muerdo a una forma de contar... y, además, nunca he leido nada de Reverte en el Pacífico. :wink: Respecto a tema "técnico", que le den... este domingo Eslava publicaba un relato sobre Trafalgar en el dominical de El Mundo que, bueno, pa que, pa que, pa que... puaj, era patético, con todos los respetos al escritor de pura cepa que hay en él. De todos modos, me importa un huevo la técnica (de hecho, como no me entero de na tecnológicamente hablando, lo mismo da y me da)... lo importante es el ritmo que se imprima al relato y eso, colega Kal, chapó 8) 8) 8)

Buenísimos... me has alegrado el resacón de la depre posvacacional... sigue así, amigacho.
Gritó dos veces, un grito no más fuerte que una exhalación: ¡El horror! ¡El horror!
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Mensaje por Kal »

Sois todos muy amables.

Niko. Gracias apañero.

MarkusWaldstein. Me alegra ver que hay más amantes de Conrad por estos andurriales.

No me preocupa demasiado el asunto cronológico, de hecho paso de buscar información para escribirlos y debo meter la pata a menudo por no sentarme a buscar documentación; para mi lo importante es que sentarme a escribir las historietas de Gómez me lleva a lugares en los que viví un año de mi vida, países con playas y selvas donde aún es posible ver de primera mano las secuelas de una guerra atroz, parajes donde encontrar un zeke derribado en su día y hoy comido por la vegetación, el óxido y el musgo, el "graffiti" de un soldado japonés en una cueva o una trinchera donde, tal vez, alguien fumó su último cigarrillo mirando una fotografía.

Again, gracias por tan amabilísimos comentarios.
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Haplo_Patryn
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Mensaje por Haplo_Patryn »

Ahora por fin he tenido oportunidad de leerlos y me han gustado mucho. Al principio he pensado que eran de Arturo P.R pero me ha sorprendido mucho ver que son de cosecha propia. Genial.

Tenías motivos más que justificados para jugar al WitP :mrgreen:
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Mensaje por Kal »

Haplo, si yo te contara lo que sufro cuando tengo que bombardear algunos sitios en WitP no te lo ibas a creer.

Gracias.
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Re: Relatos. Achtung!!! TOCHAZO VACACIONAL.

Mensaje por Kal »

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Cuando le vi por primera vez tomé mi mauser, quité el seguro, accioné el cerrojo y le pegué un tiro.

Era uno de aquellos perros que los rusos habían adiestrado para destruir nuestros carros. Les adosaban un explosivo al lomo con un arnés y les enseñaban a escabullirse debajo de los carros. Ahí les ponían la comida y ellos olvidaban su miedo, el hambre les hacía correr hacia aquel ruido insoportable, entre disparos y gritos se escabullían buscando un trozo de carne, un pedazo de pan. El hambre tiene el mismo efecto sobre los hombres. Lo sé bien. Una vez mi sargento, creo que fue después de Kursk, le pegó un tiro a una vieja que se aferraba a una hogaza renegrida, cuando nos comimos el pan tenía gotas de sangre. Alguien hizo un chiste sobre la Comunión y seguimos comiendo, derrotados, animales, humillados por la lucha entre lo que fuimos y lo que nos habían hecho con toda aquella palabrería homicida. Nadie rió por la broma. Nada es peor que tener hambre, que haberse convertido en un ser hambriento y sin posibilidad cercana de dejar de serlo, yo también fui un animal sin esperanza.

Cuando le vi por primera vez le pegué un tiro. Le pegué un tiro y fallé. Cuando volví a recargar vi que no llevaba la carga adosada y puse el seguro, salí de mi trinchera y me acerqué al Panther humeante por detrás; allí estaba olisqueando la panza chorreante de barro y aceite, desesperado, con una expresión que ahora creo que era de decepción completa, se sentía engañado como si después de tantas promesas, cuando había superado aquel miedo que le daban los tanques, luego lo supe, por fin hubiese encontrado valor o desesperación bastante para correr hasta aquel carro, para nada, tampoco allí había comida. Me miró, saqué un tubo de queso fundido y unté una galleta verdosa, la última. Comió la galleta, creo recordar que suspiró profundamente y nunca se separó de mi hasta el día último.

Aquellos meses de retirada fueron los peores, incluso peores que los meses del fin. Mi unidad nunca había sido derrotada hasta entonces. Éramos la élite, siempre acudíamos a resolver situaciones donde otros habían fracasado. Habíamos matado tantos rusos que el combate para nosotros era como ir a la oficina. Llegábamos, hacíamos el trabajo y volvíamos a algún lugar cómodo y caliente. Es verdad que a veces, íntimamente sentía pena por aquellos campesinos que venían gritando hacia nosotros para morir. Otras, mientras clavaba la bayoneta en un pecho o aplastaba un cráneo con la culata simplemente estaba cumpliendo mi tarea, tratando de terminar cuanto antes para regresar a la estufa, la cantina o la casa de putas.

Todo aquello quedó atrás cuando empezaron las retiradas, de río en río. Aquellos ríos secos de polvo y barro o tan helados como mármoles ingentes según la época del año. Y él siempre estuvo conmigo. Los muchachos me daban parte de sus raciones para él. Le enseñaron a olvidar a no buscar comida bajo los carros parados en el batallón, a no acercarse a un carro solo jamás.

El día último fue el veinte de abril del cuarenta y cinco. Aquella mañana, como otras tantas, soportamos juntos y acurrucados en el fondo de un agujero un ataque de la artillería soviética. Nunca supe calcular cuánto duraban, siempre parecían eternos. Él tenía tanto miedo como yo a aquellos minutos, al temblor de la tierra y de nuestros cuerpos, a veces me daba un lametón y yo le apretaba más fuerte las orejas para que su corazón dejase de latir tan rápido y porque aferrado a él me creía capaz de mantenerme cuerdo. Creo que alguna vez lloramos y aun aullamos juntos en uno de aquellos boquetes. Después yo sacudía mi ropa y él se agitaba como si se hubiera dado un baño. Corríamos hacia nuestra posición y esperábamos a la infantería enemiga. Él había aprendido a mantener la cabeza a cubierto de las balas, distinguía el ruido de las botas enemigas en la oscuridad, el susurro en las guardias nocturnas y el olor ajeno al pelotón, había aprendido a despertarme sin hacer ruido. Sabía que las granadas no se podían tocar y que las minas eran peligrosas. Ya no se acercaba jamás a un carro amigo o enemigo, los miraba desde lejos y yo veía en sus ojos pardos un turbio y confuso recuerdo de miedo e inocencia vulnerada. Era un magnífico soldado y fue mi mejor amigo en aquellos meses de desesperación.

¿Por qué has querido saber siempre cómo murió? Tu insistencia de años me molestaba. Veías aquella foto sucia, vieja y arrugada y tenía que contarte cómo se llamaba, cómo llegamos a encontrarnos en aquella batalla y las cosas que pasamos juntos. Siempre te contesté con unas pocas frases mentirosas y culpables y siempre sospechaste que no te decía la verdad.

Ahora que me voy creo que debes saber la verdad: aquel veinte de abril estábamos en las afueras de Berlín, esperábamos juntos a los treintaycuatros después de que los francotiradores rusos hubieran ocupado sus posiciones, las ametralladoras nos habían fijado haciendo cualquier movimiento imposible. Los carros acabarían con nosotros, los rusos ya no se lanzaban contra nuestras spandau como antes. Los carros asomarían por la esquina y nos irían destruyendo puesto por puesto, sin acercarse, sin arriesgarse. Como antes hacíamos nosotros. Él lo vio primero, lo intuyó, no sé. Estiró las orejas, tensó su lomo y miré hacia donde él miraba. El carro estaba muy lejos para nuestros panzerfaust. Todo fue tan rápido, no sé si primero saltó aquel crío que cruzó la calle, las balas no le dieron, el otro por la derecha que cayó y el sonido metálico del cohete no pudo ocultar el del cráneo contra los adoquines y las balas repetidas, metálicas y agudas. El SS que corría sin casco y llegó desde atrás con una luger en la mano, que nos miró, gritó algo y la saliva rabiosa y sucia se proyectaba contra las nubes a su espalda. Le miramos desde el fondo de aquella trinchera, nos apuntó y le pegó el tiro. No recuerdo si me disparó antes a mí; pero siento aún con horrible nitidez eléctrica mi bayoneta deslizándose por su muslo, hundiéndose en su vientre y chocando con huesos y durezas internas que cedían con crujidos sentidos en mis dedos crispados como si los estuviera oyendo, como cuando una uña araña el encerado y se te erizan los pelos de la nuca, tengo aún presente el olor a muerte, a tripas humeantes tan conocido, su cara contraída y la suya, como si estuviera dormido y sin miedo al fin.

Querido nieto. Debes hacerme un favor. Quiero que te asegures de que me entierran con esa foto. Ahora ya sabes su historia. Tengo miedo a las trincheras. No quiero estar sin él en la que me espera.

Lamento no haberte contado tantas cosas.

Te quiere, tu abuelo.






El dibujo que ha inspirado este post es de nuestro amigo Adelscott y puede verse, junto a otros surgidos de su talento y su esfuerzo en este hilo este HILO
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Re: Relatos. Achtung!!! TOCHAZO VACACIONAL.

Mensaje por Beren »

Bravo Kal, bravo!! :aplauso: :aplauso: :aplauso:
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Re: Relatos. Achtung!!! TOCHAZO VACACIONAL.

Mensaje por Adelscott »

ohhhhh!, que bueno Kal, que bueno :aplauso: :aplauso: :aplauso:

Ya decía yo que ese perro ladraba con un acentillo raro :D
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Izan
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Re: Relatos.

Mensaje por Izan »

¡Que bien, continua el hilo! :palomitas:
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Re: Relatos.

Mensaje por Kal »

Me gustan los perros. Gracias por los comentarios.

http://www.elperiodico.com/default.asp? ... io_PK=1021
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Re: Relatos.

Mensaje por Kal »

Las botas cuarteadas, el bajo mojado de los pantalones del uniforme, la hierba moteada de gotas. La mañana helada, la espalda helada, las manos atadas rozando el muro mohoso detrás. Los recuerdos que se agolpan, que vienen como las olas en un mar otoñal, pugnando por llegar, por ser la primera y la última.

La tarde amarilla en la estepa, un anciano que aparece de la nada detrás de su carro, incorporándose torpe y decidido, las balas impactando en el chaleco ajado, los detalles, el botón anacarado que estalla arrancando la cadena de un reloj que hace una pirueta, la cara, la barba blanca, las palabras, las piernas en las que la sangre se acumula, el fusil inspeccionado: una sola bala; una bala contra un tanque de treinta toneladas. La cara macilenta, la barba escasa, mojada de babas y de sangre. El tiro de gracia y los ojos que se cierran, la boca que se abre, muda. La bala extraída de la recámara es guardada con cuidado en el cargador. La pistola que vuelve a su funda. Los movimientos mínimos de la agonía, eléctricos.

El espectáculo de la guerra: las noches mirando explosiones, incendios, pavesas, sonidos terribles, crujidos apocalípticos, sombras enormes de ciudades arrasadas, motores de aviones, en oleadas precisas y reiteradas. El aire sacudido, el silencio entre truenos. No poder dejar de mirar, de asombrarse por el despliegue de poder destructivo, tecnológico, casi milagroso.

Entrar en una habitación, desnudo, dos médicos levantan la mirada, hacen preguntas, ordenan giros y posturas, vergüenza y determinación, ansia de superar las pruebas, de formar parte de aquello; aquellos doctores tuvieron su futuro en sus manos mientras ojeaban formularios, escribían o señalaban con burocrática eficacia casillas en un formulario: APTO PARA EL COMBATE.

Una hora en posición de firmes, el cañón del fusil paralelo a la pierna, el gesto mínimo de ajustar una posición para desentumecer un pie dormido. Los gritos, los discursos, los vivas, la excitación de la multitud inmóvil. Las banderas, los himnos, la gloria, la inmortalidad, la victoria.

Las carreras, el compañero, la juventud, las muchachas y su uniforme deslumbrante, los desfiles en ciudades llenas de banderas o silenciosas de portones cerrados, de movimientos mínimos de miedo en las cortinas tras los cristales, la percepción de la emboscada, el instinto del peligro y la muerte. El tiro certero que arranca una vida a tu lado. El miedo que se acumula, las cartas recibidas de un mundo que parece el pasado o tan lejano que la mano que las escribió resulta extraña pese a ser tan querida. Cartas que hablan de problemas que no lo son, miedos e incertidumbres de retaguardia que parecen triviales y ofensivos. El vínculo con una vida que parece tan extraña como la vida de otro y sin embargo hablan de la que fue tu vida y ya no la reconoces.

La tarde en que ordenaste aquello, las miradas de desconcierto y de aprobación tras la sorpresa. Quiero que te cargues la transmisión. No vamos a movernos de aquí. Los gritos fanáticos en la radio que todos pueden oír ordenan ponerse en movimiento, la extrañeza de quienes te saben siempre el primero en avanzar, te miran como a un usurpador de ti mismo y, casi inmediatamente, un imperceptible ambiente de alivio rebota en las planchas interiores del carro; han comprendido y saben que les estás salvando la vida, que ha llegado el punto en que la suerte, la eficiencia o el valor se han acabado y ya no es posible seguir resistiendo más, que ya no se puede sobrevivir más si das otro paso al frente.

Berta 09 para Berta 01. No podemos movernos, la transmisión está bloqueada. El silencio, el chisporroteo en los auriculares, la maldición intuida. Los mensajes diferentes y el mismo, la traición, la cobardía, la muerte: Berta 05 para Berta 01. Imposible, la caja de cambios no responde. Berta 03 para Berta 01. Hemos perdido una cadena.

Acaricia el musgo del muro con sus manos atadas a la espalda. Niega con la cabeza, lentamente, como apartando una mosca imposible y prematura.

Suspira mirando hacia el frente.

APUNTEN!!!!!

FUEGOOO!!!!!
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Adelscott
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Re: Relatos.

Mensaje por Adelscott »

Acabo de leer unos comics de guerra, con guión de Garth Ennis, que respiran ese mismo aroma agridulce -pero de final amargo-. Cuando me haga mayor :roll: y dibuje con regularidad te volveré a pedir otro relato :Ok: :Ok:
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Silverman
Regular - Oberfeldwebel
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Registrado: 02 Abr 2010, 22:14
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Re: Relatos.

Mensaje por Silverman »

Amigo Kal:

Acabo de leer todo el hilo y ha sido un gran sorpresa comprobar el talento narrativo que gastas. Yo no creo que el estilo sea una copia de el del maestro Reverte; ocurre que ¿nadie? en España escribe novelas históricas de carácter militar con españoles de protagonistas, y ese ritmo trepidante "en primer plano" obviando expresamente descripciones del escenario, viene a colación de los tiempos modernos que transitamos en el siglo XXI. Actualmente, quien más quien menos, ha visto innumerables películas, documentos etc. de todo tipo y época, no siendo necesario como décadas atrás, pormenorizar todos los detalles del escenario en cuestión; la gente se los imagina fácilmente. Además, ello permite enfocarse en la acción y el devenir de los personajes, auténticos y principales protagonistas. :Ok:

Pues sinceramente, hay bastantes libros publicados más mediocres que tus relatos, sin duda pienso que podrias dedicarte profesionalmente a novelista, sin embargo, ya sabrás que en este país especialmente, si no tienes un padrino no te bautizas.

También he ojeado el blog de este periodista uruguayo que me enlazaste, (ahora no recuerdo el nombre) y realmente genial. Bastantes fotos en blanco y negro ex-profeso, supongo por el mayor impacto evocador que tienen, y un texto conciso, efectivo y profundo; es muy difícil transmitir más en tan pocas lineas. Sólo ví la parte de los meses de mayo y abril, era tarde y tenía que estudiar. Volveré a mirarlo con más tiempo. Sin duda, otra forma de ver la vida cotidiana, esa cotidianidad que a la mayoría aburre y que sólo unos pocos saben captarla con trascendencia, y todavía menos los que saben transmitírnosla. Sí, hay quien puede permitirse estar tumbado y ganarse la vida con ello. (La última foto del periodista) Es la circunstancia de cada uno. El homo Sapiens nunca aprecia lo que tiene habitualmente. Le llaman rutina. Somos así.

Muchas gracias por regalarnos estos espléndidos relatos. Nunca había leido algo tan bueno por parte de un aficionado. Y que coste que los relatos bélicos no son mis favoritos. Pero al pan pan, al vino vino, y lo que es arte al arte. Un admirado saludo :army:

P.D. Haz lo que te sarga de los cohone con el sargento Gómez, que pa eso es tu ihjo y s'acabao er tema.
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