Es un tocho en extensión. He tratado de mantenerme cerca de la superficie para no aburrir al personal, pero sobretodo para no entrar en polémicas sobre la actuación de Estados Unidos en Afganistán y otros conflictos en curso y que se engloban en lo que ya se ha aceptado comúnmente como Global War On Terrorism. Si alguien está interesado en el tema es mi intención continuar desarrollándolo en sucesivas semanas con análisis sobre Vietnam y Malasia, siempre y cuando podamos mantener el post fuera de discusiones políticas que infrinjan las normas del foro sobre la oportunidad o legalidad de las intervenciones occidentales en ultramar. Los conflictos de cuarta generación son un campo de estudio muy interesante en mi opinión.
Allá vamos. Empecemos el cuadro dando pinceladas por el principio.
La guerra.
Uno pudiera pensar que cuando el viejo maestro Clausewitz escribió su magistral “Von Kriege – De la guerra.” no había conocido conflictos como Vietnam, ni había soñado con estrategias de insurgencia global como las que se plantean en nuestro siglo XXI. Es cierto. El mundo del maestro era completamente distinto del nuestro. Los soldados tenían que acercarse unos a otros para morir y matar. Las armas “veían” a sus víctimas. Después de la desaparición del ilustre prusiano el siglo XX cambió ese escenario de muerte próxima de tal modo que la mayoría de los caídos no vieron a quien les mató. Sí, todo es diferente ahora, pero los pensamientos, la filosofía de la guerra, de Clausewitz, sigue siendo perfectamente válida a la hora de estudiar estrategia, como lo son Sun Tzu, Sun Bin, Julio Cesar o el Bushido. La explicación de su perdurabilidad es simple: la guerra no ha cambiado, sólo lo ha hecho la forma de administrar el fuego, de causar muerte o miedo, pero eso es accesorio. Clausewitz decía que la guerra no es más que un duelo a gran escala. No podríamos hoy quitarle la razón. También escribió que la guerra es un acto de violencia cuyo objeto es forzar la voluntad del enemigo, que la guerra no es un acto aislado, que jamás se conseguirá a través de la guerra un resultado absoluto y, para terminar este modesto homenaje al Maestro, la que probablemente es su frase más conocida y peor interpretada: la guerra es una continuación de la política por otros medios, siendo su mensaje que la guerra es un instrumento político, por lo tanto, indisolublemente unido a la política. La guerra no es algo que antecede a la política que se hará tras la victoria o la derrota, como tampoco es un recurso que deba ser empleado cuando la política fracase. La guerra es una herramienta política, como bien saben tanto los ejércitos modernos comandados en última instancia por políticos profesionales como los líderes de lo que se ha dado en llamar insurgencia. Todos, los unos y los otros han leído al Che, a Mao y otros muchos “revolucionarios” más o menos ilustres.
La estrategia.
Uno puede aburrirse leyendo definiciones de estrategia. Acabo de hacer una búsqueda y en 0'12 segundos he tenido a mi disposición 288 millones de enlaces al teclear “strategy”. Hoy en día hay estrategias en el fútbol, en la política, estrategias comerciales, de ventas, uno puede encontrar citas de Sun Tzu en Metropolitan, The Economist y hasta en Superpop, estrategias para ligar. La leche. Un coñazo derivado de las ventajas y penurias de tenerlo todo a mano y casi todo devaluado. Para lo que me propongo con este entretenimiento me quedo con la definición de estrategia que nos dejó un autor mucho más próximo en el tiempo: Basil Liddell Hart, a mi juicio una de las personas que con más claridad y rigor ha analizado la Segunda Guerra Mundial. Hart nos dejó escrito que la estrategia es el arte de la distribución y aplicación de los medios militares para alcanzar los objetivos de la política.
Afganistán.
Después de los atentados del once de septiembre de 2.001, Estados Unidos inició con el apoyo de algunos de sus aliados, una campaña destinada a derrocar al denominado “régimen talibán” que gobernaba Afganistán. Numerosas fuentes afirman o insinúan que esta guerra había sido planeada con anterioridad a los ataques de Al Qaeda contra territorio norteamericano. La historia, en un brochazo, de este conflicto es muy sencilla: abrumadora superioridad tecnológica contra algo que vagamente podría denominarse un “ejército”, las milicias talibanes. En pocas semanas las operaciones militares habían terminado y empezó la actual guerra. Me explicaré más adelante, porque alguno, pocos en este foro, muchos en la calle, podrían asombrarse al leer que digo que hay guerra en Afganistán.

Antes de seguir, vamos a ver qué es Afganistán. Un país muy montañoso exceptuando las grandes llanuras del norte y el sudoeste, con más de 900 kilómetros de frontera con Irán, 2100 con Tajikistán/Uzbekistán/Turkmenistán y 2500 con Pakistán. Es importante el tema de las fronteras, la geografía siempre lo es en la guerra. Treinta millones de habitantes con una edad media de 17 años y una esperanza de vida de 43. Con unos dos millones de refugiados o desplazados, dividido en 34 provincias; con un índice de paro en 2006 del 40%; un sistema de comunicaciones muy precario (30.000 usuarios de Internet), donde la industria brilla por su ausencia y el cultivo mayoritario es el opio, a pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional para que deje de serlo. En definitiva, uno de los países más pobres del mundo.

En Afganistán conviven varias étnias siendo mayoritarios los pashtunes y los tajikos; la población es casi totalmente musulmana con un 80% de sunitas. La República Islámica de Afganistán es un país con muchos problemas y un lugar interesante para estudiar movimientos insurgentes y su vacuna: la contrainsurgencia (COIN). También es una pesadilla logística, de comunicaciones, un país asolado por guerras y sus cicatrices del pasado, inclemencias meteorológicas, desastres naturales, pobreza y formas de pensar que los occidentales no podemos entender, salvo que se haga un verdadero y sincero esfuerzo. Para este ejercicio de teorización Afganistán, con permiso de sus habitantes será un ejemplo pero muchas de las cosas que aquí dejaré escritas podrían aplicarse a otros lugares que aparecen a diario en los medios de comunicación. ¿Quién sabe si hasta podría aplicarse a nuestro propio suelo en cierta medida?.
Insurgencia.
“Cualquiera que tenga forma puede ser definido y cualquiera que sea definido puede ser vencido” Sun Bin.
Bien, Sr. Bin, no se nos enfade, vamos a definir a la insurgencia, si luego pretendemos luchar contra ella.
La insurgencia es una lucha cuya intención es deslegitimar al poder establecido con el objetivo último de sustituirlo. Así, a grandes rasgos. Hay muchas definiciones más extensas, pero básicamente es eso. A la luz de conflictos en curso o recientes es común establecer comparaciones entre insurgencia y terrorismo e insurgencia y resistencia pero para entrar en ese jardín necesitaría otras cinco páginas. Digamos solamente que para lograr la victoria la insurgencia debe deslegitimar al poder y que no dudará en emplear métodos terroristas para hacerlo.
Para obtener la victoria la insurgencia debe avanzar, replegarse, flanquear, maniobrar como lo hacían los viejos generales con sus formaciones rectangulares. La gran diferencia es que el campo de batalla de la insurgencia son las mentes de los ciudadanos, no el terreno. Esto necesita una explicación. Lo que se ha venido en llamar conflictos de cuarta generación, hace inviable que las batallas se produzcan como en los viejos tiempos. El show continúa pero ya no es tan vistoso, los chacós, las casacas rojas, las banderas con águilas y los desfiles desaparecieron hace tiempo, ya lo sabemos; pero también han desaparecido los grandes duelos artilleros, los combates aéreos con docenas o cientos de aparatos dejando sus blancas estelas sobre la población; se nos acabó el escenario holiwoodiense, ya no se ven más de diez carros de combate juntos en casi ninguna parte en conflicto. En una guerra contrainsurgente, la mayor parte del tiempo ni siquiera podremos ver ya esas imágenes en verde o gris que nos muestran una bomba guiada entrando por una ventana. Esta guerra, la de Afganistán es de otra manera, pero sigue siendo la misma de siempre. Como no deja de repetir, el para algunos innombrable, APR: la guerra, desde Troya, siempre ha sido la misma guerra. Una soldado gallega muerta por una mina. Un niño de Stalingrado despanzurrado por una bomba alemana. Los muertos casi diarios en Afganistán que no salen en los telediarios porque son de color marrón y hablan pashtún. Siempre igual. El miedo en sobredosis y la muerte como advertencia. Qué razón tenía el Major General Robert Scales cuando dijo que el sueño de que la tecnología haría de las guerras un escenario limpio de vísceras se ha desvanecido.
Afganistán. Allí había centrado la mirada y, repito, podría ser cualquier otro lugar de los que todos sabemos; al fin y al cabo esto es teoría y opinión compartida con unos amiguetes sin ánimo de iraquizar la discusión. No voy a detallar cómo están las cosas allí. A pesar de lo que no nos dicen los telediarios, el que esté interesado en la actualidad puede emplear Internet para hacer un sencillo ejercicio de suma y sigue de tiroteos, bombas, suicidios y homicidios con bomba, ataques en carreteras, infraestructuras y un largo etcétera para hacerse una idea de lo bien o mal que la comunidad internacional, los donantes, los de las misiones humanitarias, lo están haciendo allí. Cada cual que saque sus propias conclusiones. Sólo vamos a ver qué tipo de guerra late en aquella tierra.
Hay quien llama a lo que pasa en sitios como Afganistán “guerras culturales”. Bueno, vale, aceptemos la frase de éxito. Al fin y al cabo la diferencia de “culturas” entre los contendientes es un factor muy importante en el curso de las operaciones, para conseguir la victoria. Con el término cultura sucede algo parecido a lo que decía antes sobre la estrategia, ahora todo es cultura: la cultura deportiva, la alimenticia, la cultura del cómic... Total, que nos vale para todo el palabro. En el contexto que me ocupa el término “cultura” implica que a los contendientes en la guerra les separan diferentes entornos lingüísticos, orígenes étnicos, alejados orígenes geográficos, religiones y estructuras sociales y económicas. Y recordemos a los clásicos cuando nos enseñaban que no es posible vencer al enemigo sin conocerlo. El gran pecado, repetido hasta el aburrimiento en la historia de los conflictos bélicos. Me acuerdo otra vez de Clausewitz y su información en la guerra.
Bien, hasta ahora tenemos los siguientes ingredientes: dos enemigos muy diferentes en todos los aspectos, uno dotado de un apabullante poder de destrucción y otro con la ventaja de estar en su casa, con la capacidad al menos teórica, como decía Mao Tse-Tung, de moverse entre la población como pez en el agua, requerimiento inexcusable para cualquier guerrilla que se precie. Tenemos a dos enemigos que buscan ganarse la legitimidad en el campo de batalla que, insisto, no es otro que los corazones y las mentes de la población.
Vamos a añadir a la receta una pequeña reflexión sobre las diferentes fases que los sesudos estudiosos han identificado en los movimientos insurgentes, sin que tengan que cumplirse las tres necesariamente o seguir este orden, todo depende de las circunstancias:
Fase I. Periodo latente o incipiente: el movimiento se constituye en torno a unos líderes que inician el reclutamiento, la organización y entrenamiento de los elementos de base y cuadros de mando intermedio. Se crean las bases estructurales que permitirán al movimiento insurgente lograr su objetivo final, que no es otro que lograr el control político previa deslegitimación y derrocamiento del existente. Es el momento de obtener información sobre el enemigo, buscar sus debilidades para flanquearle y atacar, en un futuro, con los medios adecuados. También se gesta una red de apoyo logístico, se llevan a cabo labores de propaganda y, en definitiva, se usa cualquier medio para deslegitimar ante los ojos de la población al poder gobernante.
Fase II. Operaciones de guerra de guerrillas. Se inician operaciones limitadas con la intención de desafiar y erosionar al poder establecido (gobierno o fuerza ocupante). La población es sensible a la seguridad y apoyará en mayor medida a quien pueda protegerla o darle esperanza de paz y estabilidad. La insurgencia hará todo lo posible por crear el caos dando la impresión a la gente de que el gobierno es incapaz de proteger sus vidas o propiedades. También tratará de crear estructuras paralelas que sustituyan a las oficiales. En este punto también se ejercerán medidas de violencia contra personas que colaboren con el poder a batir. De esta forma la población pensará que el gobierno no puede proteger a su propia gente.
Fase III. Guerra convencional. Se producen combates más o menos convencionales con las fuerzas regulares que apoyan el poder una vez que la insurgencia ha ido ganando terreno, esto es, adeptos hasta el punto de tener su propio ejército.
Para contrarrestar este proceso las fuerzas que apoyan al poder establecido, que se han leído los manuales, y tienen entre sus filas a alguien que se ha empapado unos libros de historia, tienen a su disposición una serie de ingredientes para la receta de la medicina eficaz contra la insurgencia (COIN):
Neutralizar a los insurgentes que sean identificados.
Desmantelar su infraestructura de apoyo.
Colaborar al desarrollo social y económico de la población.
Movilizar a la población contra la insurgencia.
Convencer a la ciudadanía de la superioridad moral del poder sobre los insurgentes.
Sí, lo siento por los que ya están a punto de dormirse, pero voy a desarrollar estos puntos.
Neutralizar a los insurgentes. Bueno, demos por hecho que hay guerra en Afganistán aunque parezca una operación de paz, un auxilio humanitario o como quiera que lo llamen los telediarios. Una organización insurgente pretende derrocar el gobierno del presidente Hamid Karzai. No entro en más consideraciones políticas, tratemos de extender este juego teórico hasta el extremo de olvidarnos cómo han sucedido las cosas en Afganistán desde diciembre del 2001; centrémonos solamente en los hechos de que hubo elecciones y este señor es ahora el presidente del país y otros quieren quitarle el sillón. Las fuerzas internacionales y locales deben buscar y detener, si ello es posible a los insurgentes. Este punto es bastante más sencillo de escribir que de llevar a cabo y está íntimamente ligado consideraciones que hago más adelante.
Para desmantelar la infraestructura de apoyo de la insurgencia la cosa no es tan sencilla como identificar al enemigo y detenerlo o matarlo en combate; pero tiene que hacerse si uno quiere mantener el poder. Vayámonos un momento a Vietnam. A grandes rasgos: los norteamericanos identificaron el problema de la insurgencia, estudiaron posibles soluciones e idearon el programa Phoenix que estableció una serie de mecanismos para acabar con la infraestructura del Vietcong en el sur, de tal forma que primero asesores americanos y luego sus fuerzas regulares peleaban contra las milicias y los regulares del norte, siendo la CIA y servicios policiales y de inteligencia del sur los encargados de lidiar con los infiltrados y reclutados que apoyaban a Vietnam del Norte. El programa en sí era una herramienta adecuada a la amenaza; sobretodo porque estableció una red de comités y centros de coordinación a todos los niveles que permitía llevar a cabo acciones COIN, bien militares o “policiales”, con efectividad, prontitud y oportunidad. El caso es que cuando Phoenix llegó ya era tarde, era la hora del caos y se produjeron detenciones masivas que colapsaron el sistema judicial y penitenciario, hubo asesinatos de inocentes que nada tenían que ver con la insurgencia y se dio a la población una imagen extremadamente negativa de los norteamericanos, esto es, más munición para el enemigo. El resultado fue, en la práctica, completamente opuesto al deseado: vencer en el campo de batalla, que recordemos, en estos conflictos no es el terreno, son las gentes.
Colaborar al desarrollo económico y social de la población es la tercera receta para luchar contra un movimiento insurgente. Bien. Eso está bien pensado. La gente si dispone de una vida cómoda tiene muchas menos ganas de hacer caso a quien le incita a perderla en una guerra. Pero... ¿cómo se hace eso? Alguno responderá que con dinero. No. Al menos no fundamentalmente con dinero. Eso requiere más que otra cosa tiempo. Desarrollar una sociedad es una cuestión de educación. Puedes dar un billete de cien dólares a quien nunca ha visto uno y lo empleará para encender el fuego o limpiarse el trasero. Es imprescindible, al tiempo que se hacen enormes esfuerzos en infraestructuras básicas, educar, erradicar la corrupción, dar valor a la vida humana, dignidad a las personas.... todo ello mucho más difícil que meter una bomba por una ventana desde cinco kilómetros de altura. Y, sobre todas las dificultades inherentes a la tarea, una: los militares no suelen estar educados para administrar territorios, hacer de gobernadores o gestores, mucho menos educadores. Los soldados se sienten seguros enfrentándose a un ejército regular. Hay que cambiar la educación del militar moderno, en eso coinciden muchos que han vuelto de las “guerras culturales” con ánimo de analizar lo que han visto y experimentado. Los oficiales y la tropa destinada a los conflictos culturales deben ser cuidadosamente seleccionados, adoctrinados y educados; deben conocer profundamente su propia historia y la del país en el que pretenden ser efectivos. Sin conocimientos de la propia historia hay pocas esperanzas de comprender la naturaleza de otras culturas y civilizaciones. Todo ello se agrava por las manifiestas divisiones internas de universo islámico, con luchas tribales, conflictos entre diferentes interpretaciones de la tradición, el Corán o la ley islámica -Sharía-; un universo que, en general, es poco dado a analizar sus propios déficits y adaptarse a los retos del futuro y en el que algunos iluminados han sembrado con éxito la idea de que todos los males del Islam provienen del mundo occidental, fuente de todos los vicios, agresiones y desgracias. El demonio, vamos. No quiero dejar este punto sin decir algo más. El mundo occidental no puede exportar democracia, ni libertad como se exportan los plátanos. La sociedad de Afganistán, como muchas otras, tiene ansia de paz, nadie en su sano juicio quiere para sus hijos la muerte. El Islam no es una religión de muerte y destrucción. Es la torticera interpretación que algunos, muchos lamentablemente, hacen de esa creencia la que hay que eliminar con la ayuda de la mayoría de los musulmanes, en Afganistán o en Madrid, me da lo mismo.
Afganistán, como su inseparable vecino Pakistán, como Oriente Medio y como las comunidades musulmanas en occidente, tiene una alta tasa de población joven. Recordemos que la media de edad en el país que nos ocupa es de 17 años. Ese “campo de batalla”, esa franja de población, es la que hay que conquistar y dominar cuanto antes por razones obvias. Como todos los campos de batalla ha de ser estudiado cuidadosamente y para conquistarlo debe emplearse la racionalización de medios. Un exceso de fuerza provocará que el natural sentimiento revolucionario de cualquier joven que tenga sangre en las venas se canalice en contra de la causa COIN, un defecto entregará esa masa potencial de luchadores a un futuro de más guerra. Hay que movilizar a la población contra la insurgencia, la cuarta de las recetas para el éxito. Es imprescindible negar a la insurgencia el apoyo de la gente. Para ello, las personas deben percibir que apoyar a los insurgentes va contra la moral, es ilegal y puede traerles problemas. En este punto los insurgentes lo tienen más fácil. Si colaboras con el poder te pego dos tiros. El gobierno no puede hacer eso, no debería poder hacer eso. Los guantánamos crean más problemas que beneficios en la lucha global contra el terrorismo. El poder debe ser ejercido de la forma más escrupulosamente “limpia” que sea posible. Las desapariciones, las torturas y los asesinatos no son una práctica que haya terminado con ningún movimiento insurgente. Es la superioridad moral la que gana esas batallas. Eso no significa que en la estrategia COIN las acciones armadas no sean necesarias y hasta imprescindibles, sobretodo, si ya se ha alcanzado la fase dos del conflicto; pero siempre con la legalidad que emana de la legitimidad a la vista de la población, asesinar insurgentes que se rinden o están fuera de combate, maltratar detenidos, en definitiva, violar las normas más elementales de la guerra moderna pondrá a las fuerzas que luchan por mantener la legitimidad en el mismo plano moral que las insurgentes. Otra victoria para el enemigo que quiere caos, erosión de la ley y el orden sacando de sus casillas al enemigo, desequilibrándolo, como probablemente diría el viejo Liddell Hart. Todo esto que estoy escribiendo en este punto puede generar polémica con los halcones y sonar a gloria a las palomas, pero la historia nos enseña que ningún régimen ha perdurado empleando el miedo, la coacción y la barbarie. Ahí están los libros para el que los quiera leer. Ceder a la presión de la insurgencia perdiendo nuestros propios valores es un error, es caer en la trampa. Hay que luchar con inteligencia y frialdad. Incluso cuando se lleven a cabo operaciones que requieran de una especial agresividad, hay que hacerlo de tal forma que la percepción de la población no se vea ofendida por las acciones llevadas a cabo. Es la superioridad moral, la que mencionaba como quinto ingrediente esencial para luchar contra la insurgencia.
Algunas conclusiones sobre lo dicho hasta ahora y sobre la lucha contra la insurgencia en general:
La militar fue considerada por Michael Howard como la más exigente de las profesiones, tanto física como intelectualmente; nunca como ahora ha sido tan cierta esta afirmación.
La superioridad moral a los ojos de la población es imprescindible. Los soldados empleados en operaciones COIN deben conocer lo más profundamente posible al enemigo y el campo de batalla: la población que deben conquistar.
Para combatir la infraestructura de apoyo de la insurgencia es necesario un mando único que reciba y disemine todas las informaciones de interés. Las redes de apoyo están constituidas mayoritariamente por no combatientes que pasarán desapercibidos a los mandos militares si no se dispone de un servicio de inteligencia unificado que incluya a personal local, infiltrados, fuentes humanas y las propias de las fuerzas armadas que puedan presentar al mando COIN una visión completa de la situación de forma adecuada, precisa y oportuna.
En el caso de ocupaciones, la colaboración de los servicios nativos es fundamental aunque se produce habitualmente una gran desconfianza hacia ellos por parte de las fuerzas foráneas. Han de establecerse mecanismos de control que permitan superar esa barrera.
Las operaciones de “guerra sucia” deben ser autorizadas por el mando único, mantenidas dentro del más estricto secreto y ejecutadas únicamente cuando no exista otra opción.
Es completamente inútil plantearse operaciones COIN desde posiciones físicas fortificadas y aisladas de la población. Debe disponerse de personal en la zona de operaciones capaz de mezclarse con el pueblo con un doble objetivo: garantizar el flujo de información hacia el mando único y desactivar mediante operaciones psicológicas las actividades de la insurgencia tendentes a obtener legitimidad entre la gente.
Bueno, si esto ha sido del más mínimo interés para algunos de vosotros y conseguimos analizar el tema de manera sosegada, continuará, probablemente analizando ejemplos históricos que no sean susceptibles de discusión política. Pienso, como decía antes, en Vietnam, Malasia, que probablemente puedan verse sin las pasiones que puede despertar el presente.
Saludos.
“Lo que en verdad nos espanta no son los acontecimientos exteriores por sí mismos, sino la manera en que pensamos acerca de ellos”. Epicteto.