Re: [AAR:CMBN] Sie Kommen batalla 1 Patxi vs. Adelscott
Publicado: 27 Feb 2014, 17:57
Patxi:
Krass apenas oye como los proyectiles rasgan el cielo y caen sobre su posición. El se limita a seguir disparando fuera de si la MG. Su rítmico repiqueteo le tranquiliza. La torreta del Sherman que deambula abajo, en la playa, aparece fugazmente tras el terraplén y Krass dirige los disparos hacia ella. Unos leves chasquidos sobre el acero y la cúpula del blindado vuelve a ocultarse tras la arena. Un obús impacta a un metro del bunker, cerca de su puerta trasera. El ensordecedor ruido ahoga el tableteo de la ametralladora. Las esquirlas de metal golpean el pesado portón. Menos mal que se encuentran dentro de el bunker. Sin solución de continuidad, otra granada explota más cerca todavía. El bunker vibra. Otro proyectil estalla sobre el techo del bunker. El sonido es ensordecedor. La onda expansiva se propaga desde el exterior al interior, sacudiendo el aire y haciendo actuar al refugio como una caja de resonancia. Los hombres son sacudidos de un lado a otro. Las cajas de municiones son zarandeadas. El bunker se estremece y con él, todo lo que guarda en sus entrañas. Otro obús de los acorazados golpea una de las paredes. Los hombres son levantados del suelo o arrojados contra el muro opuesto. Otto, que se encontraba apoyado de espaldas contra ese parapeto, revienta por el aumento de la presión en el muro. Krass no puede seguir oyendo la salva que martillea las defensas de la playa. Sus oídos, palpitando con fuerza, están deshechos. Siente las vibraciones recorrer todo su cuerpo. Conmocionado y a la vez ajeno al pesado tabique que se le viene encima, sepultando su cuerpo desde los pies a las caderas en una mortaja de escombros. Siente chasquidos de huesos. No percibe dolor alguno. Se encuentra tumbado, medio enterrado en vida. Jadea. El aire es irrespirable y turbio y siente su pecho oscilando arriba y abajo con fuerza, arriba y abajo.
El sargento Nelle se arrastra a su lado buscando la apertura de la tronera. Lleva la cara ensangrentada. Restos del bueno de Otto, supone. Arriba y abajo. Krass intenta ponerse en pie, pero una punzada aguda hace que desista. Arriba y abajo ¿Que mas dará ya? Deja de moverse y el dolor desaparece. Mejor quedarse quieto por un momento para retomar el resuello, piensa. Gira la cabeza y sus ojos comienzan a adivinar entre el polvo en suspensión y los cascotes, un suave y tupido manto de hierba verde agitándose por el viento. Arriba y abajo. Intenta alcanzarla con la punta de sus dedos, pero no puede. Arriba.
Con un supremo esfuerzo consigue acariciar el fresco cesped. Abajo. Es un tacto tan parecido a la hierba de los prados cercanos a su caserón en Mittelgebirge.
Arriba. Juguetea con las briznas entre sus dedos cubiertos de polvo, restos de pólvora y yeso. Abajo. Empieza a oír el rumor del carro de su padre ascendiendo por el camino. Abajo. Días felices aquellos.
Abajo. Krass se abandona a esa sensación de paz. Abajo. Abajo. Abajo.
(una pequeña licencia a la hora de copiar al gran Santiago Posteguillo).
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Patxi:
El Oberst Goth siente como todo el frente comienza a desmoronarse. Aun asi, se siente en la obligación de animar a unos soldados que ve como se apiñan contra un muro:
-Adelante muchachos, Normandía es nuestra.....
Los soldados se miran extrañados. El sargento que les comanda piensa en subir arriba y patearle el culo a semejante cenizo.
-No se apretujen allí y continúen avanzando hacia la playa.
-Y un huevo de paloma -gruñe el sargento. Un par de Shermans baten los edificios que cubren la salida de la playa hacia la calle principal del pueblo -grita el sargento a aquel fulano que se asoma al alfeizar de la ventana- Imposible acercarse por los alrededores.
El Oberst se aleja del vano y se deja caer en el suelo ¿Que hacer ahora? ¿Retirarse? ¿Aguantar el frente y esperar unos refuerzos que no llegaran?
Todo su mundo se viene abajo. No tiene contacto con el resto de los sectores que defienden la playa. Lo mejor será acercarse al kubelwagen y comprobar cómo aguantan los búnkeres y casamatas. Perra vida.
Otro cañonazo sacude el pueblo. Con la metralla que está cayendo por aquí. A tomar por culo -protesta, y sale disparado hacia la calle para reorganizar la defensa en el pueblo.
El Oberst Goth nunca fue un fino estratega de salón. Ni falta que hacía para manejar el caos que se apoderaba de aquella parte del Muro Atlantico. Ni el famoso y enchufadíimo Rommel, tan refinado y cortes, habría podido evitar el desastre que se avecinaba. Mandíbula apretada. Dedos apretados en torno a su Luger. Puño apretado. Que vengan ahora los teóricos de la Blitzkrieg a arreglar semejante entuerto, pensaba irónico.
Lo que hace falta ahora son huevos, mala baba y ganas de hacerles pagar a los americanos cada metro de maldita arena normanda que tomasen. Ahora si que se encontraba en su elemento natural.
Sonreía de forma aviesa mientras descendía los escalones de dos en dos y el fuego de los Shermans arreciaba contra el pueblo.
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Adelscott:
El sargento mayor Nimes, de la compañía HQ del batallón estaba como loco. Se había pasado desde que llegó a esa playa enterrado en un agujero y viendo como sus hombres iban cayendo uno a uno víctimas de un infernal fuego cruzado y de sucesivas descargas artilleras. Había gritado, jurado y maldecido como nunca había oído a nadie jamás en su Cork natal. Se había sentido abandonado y condenado a morir en aquel absurdo desembarco y de repente, cuando ya apenas le restaba fe para intentar seguir con vida, en apenas unos minutos, los carros y la artillería naval habían destruido el muro de fuego y acero que los masacraba.
Ahora corría entre los hoyos donde sus hombres yacían, heridos, muertos o desesperados, para levantarlos y hacerles avanzar hacia las ruinas desde las que hace un momento unos alemanes ahora muertos les disparaban. El olor a cordita y el calor de los pequeños incendios aquí y allá -el bunker, el kuwel, algunas maderas de la casa- era tan fuerte que si no fuese por la adrenalina que les corría por sus venas algunos hubiesen caído desmayados.
Ocuparon las posiciones enemigas y se sintieron reyes...
- Un sanitario ha vendado mi hombro y me ha puesto morfina. Al principio me he negado pero el me ha dicho que aunque ahora no sienta nada, no tardará en empezar a hacerlo y que entonces quizás no pueda venir a inyectármela. La verdad es que aunque ya no puedo hacer gran cosa me gustaría seguir teniendo consciencia de lo que pasa.
Por eso cuando el ruido de la batalla parece disminuir pregunto a Martin si es cosa de la morfina o realmente la acción esta decreciendo.
Martin, que esta pendiente de todas las transmisiones que se producen, asiente y me confirma que estamos avanzando en varios sectores de la playa y que los alemanes, ante el fuego de nuestros carros y de la artillería, ya no ofrecen tanta resistencia como al principio.
Parece que me perderé el avance...
- Yo desembarqué en la tercera oleada. Mis terrores consistían en hacerlo bajo fuego de ametralladoras y mortero pero nosotros no tuvimos nada de aquello, al menos hasta bien metidos en la arena. Sin embargo la caminata por el agua supuso el motivo de mis pesadillas durante los siguientes 50 años. Docenas de cuerpos flotaban por todas partes. Extensas manchas rojas se resistían a deshacerse por la marea y se mecían entre la espuma y las olas. Un completo compendio de los horrores de la guerra nos dio una idea de la dimensión del sacrificio de aquellos tipos que, de alguna manera, habían conseguido que ahora nosotros llegáramos ilesos hasta la playa. Allí el espectáculo era aún peor.
Krass apenas oye como los proyectiles rasgan el cielo y caen sobre su posición. El se limita a seguir disparando fuera de si la MG. Su rítmico repiqueteo le tranquiliza. La torreta del Sherman que deambula abajo, en la playa, aparece fugazmente tras el terraplén y Krass dirige los disparos hacia ella. Unos leves chasquidos sobre el acero y la cúpula del blindado vuelve a ocultarse tras la arena. Un obús impacta a un metro del bunker, cerca de su puerta trasera. El ensordecedor ruido ahoga el tableteo de la ametralladora. Las esquirlas de metal golpean el pesado portón. Menos mal que se encuentran dentro de el bunker. Sin solución de continuidad, otra granada explota más cerca todavía. El bunker vibra. Otro proyectil estalla sobre el techo del bunker. El sonido es ensordecedor. La onda expansiva se propaga desde el exterior al interior, sacudiendo el aire y haciendo actuar al refugio como una caja de resonancia. Los hombres son sacudidos de un lado a otro. Las cajas de municiones son zarandeadas. El bunker se estremece y con él, todo lo que guarda en sus entrañas. Otro obús de los acorazados golpea una de las paredes. Los hombres son levantados del suelo o arrojados contra el muro opuesto. Otto, que se encontraba apoyado de espaldas contra ese parapeto, revienta por el aumento de la presión en el muro. Krass no puede seguir oyendo la salva que martillea las defensas de la playa. Sus oídos, palpitando con fuerza, están deshechos. Siente las vibraciones recorrer todo su cuerpo. Conmocionado y a la vez ajeno al pesado tabique que se le viene encima, sepultando su cuerpo desde los pies a las caderas en una mortaja de escombros. Siente chasquidos de huesos. No percibe dolor alguno. Se encuentra tumbado, medio enterrado en vida. Jadea. El aire es irrespirable y turbio y siente su pecho oscilando arriba y abajo con fuerza, arriba y abajo.
El sargento Nelle se arrastra a su lado buscando la apertura de la tronera. Lleva la cara ensangrentada. Restos del bueno de Otto, supone. Arriba y abajo. Krass intenta ponerse en pie, pero una punzada aguda hace que desista. Arriba y abajo ¿Que mas dará ya? Deja de moverse y el dolor desaparece. Mejor quedarse quieto por un momento para retomar el resuello, piensa. Gira la cabeza y sus ojos comienzan a adivinar entre el polvo en suspensión y los cascotes, un suave y tupido manto de hierba verde agitándose por el viento. Arriba y abajo. Intenta alcanzarla con la punta de sus dedos, pero no puede. Arriba.
Con un supremo esfuerzo consigue acariciar el fresco cesped. Abajo. Es un tacto tan parecido a la hierba de los prados cercanos a su caserón en Mittelgebirge.
Arriba. Juguetea con las briznas entre sus dedos cubiertos de polvo, restos de pólvora y yeso. Abajo. Empieza a oír el rumor del carro de su padre ascendiendo por el camino. Abajo. Días felices aquellos.
Abajo. Krass se abandona a esa sensación de paz. Abajo. Abajo. Abajo.
(una pequeña licencia a la hora de copiar al gran Santiago Posteguillo).
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Patxi:
El Oberst Goth siente como todo el frente comienza a desmoronarse. Aun asi, se siente en la obligación de animar a unos soldados que ve como se apiñan contra un muro:
-Adelante muchachos, Normandía es nuestra.....
Los soldados se miran extrañados. El sargento que les comanda piensa en subir arriba y patearle el culo a semejante cenizo.
-No se apretujen allí y continúen avanzando hacia la playa.
-Y un huevo de paloma -gruñe el sargento. Un par de Shermans baten los edificios que cubren la salida de la playa hacia la calle principal del pueblo -grita el sargento a aquel fulano que se asoma al alfeizar de la ventana- Imposible acercarse por los alrededores.
El Oberst se aleja del vano y se deja caer en el suelo ¿Que hacer ahora? ¿Retirarse? ¿Aguantar el frente y esperar unos refuerzos que no llegaran?
Todo su mundo se viene abajo. No tiene contacto con el resto de los sectores que defienden la playa. Lo mejor será acercarse al kubelwagen y comprobar cómo aguantan los búnkeres y casamatas. Perra vida.
Otro cañonazo sacude el pueblo. Con la metralla que está cayendo por aquí. A tomar por culo -protesta, y sale disparado hacia la calle para reorganizar la defensa en el pueblo.
El Oberst Goth nunca fue un fino estratega de salón. Ni falta que hacía para manejar el caos que se apoderaba de aquella parte del Muro Atlantico. Ni el famoso y enchufadíimo Rommel, tan refinado y cortes, habría podido evitar el desastre que se avecinaba. Mandíbula apretada. Dedos apretados en torno a su Luger. Puño apretado. Que vengan ahora los teóricos de la Blitzkrieg a arreglar semejante entuerto, pensaba irónico.
Lo que hace falta ahora son huevos, mala baba y ganas de hacerles pagar a los americanos cada metro de maldita arena normanda que tomasen. Ahora si que se encontraba en su elemento natural.
Sonreía de forma aviesa mientras descendía los escalones de dos en dos y el fuego de los Shermans arreciaba contra el pueblo.
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Adelscott:
El sargento mayor Nimes, de la compañía HQ del batallón estaba como loco. Se había pasado desde que llegó a esa playa enterrado en un agujero y viendo como sus hombres iban cayendo uno a uno víctimas de un infernal fuego cruzado y de sucesivas descargas artilleras. Había gritado, jurado y maldecido como nunca había oído a nadie jamás en su Cork natal. Se había sentido abandonado y condenado a morir en aquel absurdo desembarco y de repente, cuando ya apenas le restaba fe para intentar seguir con vida, en apenas unos minutos, los carros y la artillería naval habían destruido el muro de fuego y acero que los masacraba.
Ahora corría entre los hoyos donde sus hombres yacían, heridos, muertos o desesperados, para levantarlos y hacerles avanzar hacia las ruinas desde las que hace un momento unos alemanes ahora muertos les disparaban. El olor a cordita y el calor de los pequeños incendios aquí y allá -el bunker, el kuwel, algunas maderas de la casa- era tan fuerte que si no fuese por la adrenalina que les corría por sus venas algunos hubiesen caído desmayados.
Ocuparon las posiciones enemigas y se sintieron reyes...
- Un sanitario ha vendado mi hombro y me ha puesto morfina. Al principio me he negado pero el me ha dicho que aunque ahora no sienta nada, no tardará en empezar a hacerlo y que entonces quizás no pueda venir a inyectármela. La verdad es que aunque ya no puedo hacer gran cosa me gustaría seguir teniendo consciencia de lo que pasa.
Por eso cuando el ruido de la batalla parece disminuir pregunto a Martin si es cosa de la morfina o realmente la acción esta decreciendo.
Martin, que esta pendiente de todas las transmisiones que se producen, asiente y me confirma que estamos avanzando en varios sectores de la playa y que los alemanes, ante el fuego de nuestros carros y de la artillería, ya no ofrecen tanta resistencia como al principio.
Parece que me perderé el avance...
- Yo desembarqué en la tercera oleada. Mis terrores consistían en hacerlo bajo fuego de ametralladoras y mortero pero nosotros no tuvimos nada de aquello, al menos hasta bien metidos en la arena. Sin embargo la caminata por el agua supuso el motivo de mis pesadillas durante los siguientes 50 años. Docenas de cuerpos flotaban por todas partes. Extensas manchas rojas se resistían a deshacerse por la marea y se mecían entre la espuma y las olas. Un completo compendio de los horrores de la guerra nos dio una idea de la dimensión del sacrificio de aquellos tipos que, de alguna manera, habían conseguido que ahora nosotros llegáramos ilesos hasta la playa. Allí el espectáculo era aún peor.