Como es un club de lectura, yo escribo, o mejor, copio lo que escribí en otra vida. Y como además el primer episodio del Zweig va de romanos, pues mira. Un romano en Casares, provincia de Málaga y lo que allí le vino a acontecer, que los romanos son de mucho acontecimiento.
Allá va...
¿Cómo serían sus vidas agarrados a la roca, viviendo, pariendo, muriendo entre paredes irregulares, unas veces rezumando humedad y calor, otras frías, gélidas?
¿Cómo forjaron su forma de ser el miedo, la privación y las oleadas de extraños invasores de lenguas, vestidos y costumbres tan dispares?
Les imagino pacíficos, aferrados al río y a la montaña, cuidando cabras y cerdos, recolectando el fruto de sus cosechas mínimas, arañando un metro más a la roca con esfuerzo, constancia y paciencia, sin apenas herramientas, siempre mirando al mar, allá a lo lejos, esperando el siguiente saqueo, ocultando a las niñas, el grano, la carne y el pescado en habitáculos aparentemente inaccesibles.
Imagino al romano subiendo la cuesta. Imagino al ibero sentado en la puerta de su casa-cueva despellejando un conejo. Se levanta. No, el conejo, no, el ibero. No se atreve a mirar los ojos del militar que rodeado de líctores malencarados se ha detenido frente a su puerta.
Julio Cesar está cansado, le duele la espalda, ha venido a probar las aguas, dicen que son buenas para el hígado. Se detiene, la subida es empinada. Con un gesto pide agua, un esclavo se arrodilla a su izquierda y le ofrece una copa de plata.
El ibero apenas respira, inmóvil.
Julio César le pregunta: ¿vives aquí?
- Sí.
- ¿Sabes quién soy?
- Un romano rico.
Dos de los escoltas carraspean, si la respuesta no le parece adecuada a su jefe, tendrán que degollar allí mismo al insolente.
- ¿Qué respuesta es esa?
- Vuestras ropas, la escolta, la copa de plata, esa espada. Sois un romano rico.
El roce metálico del gladius es inconfundible. Una mano huesuda y de cuidadas uñas se alza y el soldado detiene el movimiento. La espada seguirá en su funda. El ibero vivirá por ahora.
- ¿Vives en esta casa?.
- Sí.
- Mi nombre es Cayo Julio César.
- Yo me llamo Manolo.
- ¿Manolus?
- No, no, Manolo. Esto es Málaga. Aquí si te llamas Manolus no te toman en serio.
- Manolo. ¿Ese conejo lo has cazado tú? Me interesa la caza, quiero saber con qué arte o arma lo has abatido.
- El conejo es del Mercadona, a ocho euros el kilo, mi niña me lo ha traído esta tarde de Estepona, sabe usted.
Julio César se rasca la incipiente calvicie, parpadea dos o doce veces y explota. Es un arranque de ira que sorprende a todos, incluso su esclavo más veterano se tumba en el suelo panza arriba, sumiso y perruno. "Yastamos otra vez", susurra el escolta más joven.
- Me voy a cagar en todo!!!! ¿Cómo que en el Mercadona?. Los iberos tenéis prohibido ir a esos supermercados hasta que los inventen y eso aún no ha ocurrido, MAMON!!!!
- El ibero Manolo, Manolus no, Manolo. Saca un paquete de Celtas y prende, tranquilo, un cigarrillo.
- ME VOY A CAGAR EN TODOOOOOO!!!! EL IBERO FUMA CELTAAAASSS!!!!!!
- Esto es un sindios!!!!! A éste que lo saquen de aquí inmediatamente y lo pasen a Telecinco, no lo quiero en mi Canal de Historia.
- Glupsss.
Lo siento, es lo más intelectual que se me ocurre.
