Vosotros lo habeis querido, bellacos.
El último vuelo
(No 2GM, zorri)
Una sección de Spetznaz estaba cercada por un número muy superior de guerrilleros en la cima de una colina de apenas 300 metros de altura en el extremo sur del valle de Khost. Se había enviado un Mi-24 a recogerlos, pero había sido derribado en el intento, probablemente por uno de los nuevos Stinger que tantos disgustos nos estaban dando aquellos días. Los muyaidines estaban tomando posiciones y en cualquier momento estarían en condiciones de asaltar la cota con lo que eso supondría para nuestros compañeros allá abajo.
Tenía el mapa de la zona, mi avión, mi compañero y cuatro toneladas de armas colgando de las alas. Otro día en Afganistan. Era mi misión número 402. Dos semanas más y volvería a casa. Había sido herido en combate dos veces y derribado una. Había gaseado, arrojado napalm, alto explosivo, había ametrallado, lanzado cohetes y fotografiado a diario la zona norte de Zhawar durante casi un año. Pero esta vez sería diferente. Era mi último vuelo.
Las cosas habían cambiado con la llegada de los Stinger americanos. Esos trastos eran acarreados a lomos de borrico hasta las cuevas en las que los guerrilleros de Alá se escondían de nuestras miras laser, sensores térmicos, satélites...
Perros. Estábamos acostumbrados a todo con aquella gente. A Pavel Ivanovich Grushin, Capitán de la 12 División de Infantería con base en Gardez le hicieron un agujero del tamaño de una bellota en la base del craneo cuando volaba a 300 kilómetros por hora en un helicóptero. La habían disparado con un viejo fusil Lee Enfield, desde una distancia no inferior a 600 metros según el piloto del helicóptero, que recibió en su casco parte del cerebro de Grushin y la bala del .303 que casi le mata a él también. Varios pilotos de mi escuadrilla ayudamos a sacar el cadaver de la posición del copiloto. No era nuestro trabajo, pero allí todos hacíamos de todo cuando las cosas se ponían feas. Y, para ser sincero, siempre estaban feas.
No había mucho que planear, y teníamos que darnos prisa. El Su-25 había sido nuestra herramienta más versátil en aquella lucha salvaje entre riscos, en profundas gargantas y crestas desde las que nos lanzaban de todo; si hubiera recibido un rublo por cada agujero de AK-47, T-56, Oerlikon, por cada SAM-7, Blowpipe o granada de RPG-7 que me tiraron hubiera podido retirarme, comprar una casa de lujo y disponer de una buena cuenta corriente.
Se dice que un Mi-8 de nuestra base, encontrado casi intacto, por una patrulla del servicio de rescate había sido derribado por una piedra que le obligó a aterrizar de emergencia. La tripulación pudo informar de su posición exacta pero cuando el equipo de rescate llegó, sólo encontró las manos de los tripulantes perfectamente alineadas en el suelo, nada más.
Sí, las cosas estaban siempre feas en aquellos valles. Y esa vez me tocaba a mí. Otra vez.
Salimos hacia la zona de operaciones. Al ingresar en los dominios de Najibullah habíamos descendido a unos 30 metros de altura, muy por detrás venían dos choppers de transporte y dos artillados para recoger a los Spetznaz en cuanto hubieramos hecho "agacharse" a los guerrilleros que les cercaban. Era patético oir las transmisiones de radio, los estaban friendo literalmente, a ese ritmo la sección a rescatar sería no mucho mayor que un pelotón.
Ordené a mi ala, que se abriera 1000 metros a mi derecha y entramos en el valle, avisamos a los nuestros para que se metieran donde pudieran, activé el láser, armé las incendiarias de 500 y mientras mi compañero observaba el entorno por si salía algún Stinger en mi busca, me alineé con el objetivo que, como siempre, era invisible. Estaba a unos 2000 metros del punto de lanzamiento cuando estalló el avión de Sacha. No ví rastro del misil que le derribó, ni podía haber posibilidad de salvación; se desintegró. Tendré eternamente en la memoria el trozo más grande de su avión, su cola con la estrella roja, estrellándose contra una pared vertical, nada más.
No llegué a soltar las bombas, oí un grito en la frecuencia que me mantenía en contacto con el Teniente de la Spetznaz... cuidadooooooo; pensé que se refería a mi compañero, pero no. Mi cabeza salió disparada hacia adelante, el avión se sacudió pero pude hacerme con él, apagué las alarmas, comprobé que podía seguir pero casi inmediatamente todo se iluminó y cuando activé el asiento eyector debía estar a sólo 50 metros del suelo. La explosión del avión me quemó las manos, la cara y me arrancó una bota como si fuera un calcetín.
Lo más aterrador, ahora que lo pienso, fue el silencio. De repente estaba tirado sobre la hierba, junto a un hermoso riachuelo desabrochándome el arnés. Sabía dónde estaba, que toda una sección de las fuerzas especiales estaba a un kilómetro de mi posición rodeada de muyaidines y que los cabrones que nos habían derribado muy probablemente me veían desde arriba. Sentí pánico por un momento y sólo recordar a los helicópteros que nos seguían me devolvió una relativa calma. Sólo debía esconderme el tiempo suficiente.
No tuve esa oportunidad. Los gritos al principio se confundían con el rumor del arroyo, luego ví a lo lejos un tipo con un casco como el mío, el de Sacha pensé, pero vistiendo una larga camisa gris y que llevaba un Kalashnikov en las manos, corriendo hacia mí. Me disparó, conseguí protegerme en unas rocas.
Allah Akbaaaaaaaarrrrrrrr!!!! Eran varios, muchos y cada vez más cerca. La Makarov, dos cargadores y dos granadas. Todo fue muy rápido. Disparé, me dispararon, agoté el primer cargador, agoté el segundo, lancé la primera granada, un segundo de silencio, más gritos... quité la anilla de la segunda, la abracé con ambas manos y me la pegué al pecho.
El segundo resplandor; no habría más para mí.
One lovely morning about the end of april 1913, found me very pleased with life in general...