Voluntarios para saltar sobre Normandia

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Patxi
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

¿Alguien sabe algo de Perseo? Le he escrito un privado y un correo hace ya unos dias y no he recibido ninguna noticia suya.

Creo que ha debido de hundirse en el canal con su Sherman.... :cry:
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

6:05 AM
La primera oleada de tropas de asalto aún no podía ver las neblinosas costas de Normandía. Estaban todavía a más de nueve millas de distancia. Algunos barcos de guerra se batían ya con las baterías costeras alemanas, pero los soldados de las barcazas consideraban este duelo artillero como algo remoto o impersonal, ya que no les disparaban a ellos. El mareo seguía siendo su principal enemigo. Pocos permanecían inmunes.
Las lanchas de asalto, cargadas con unos treinta hombres y sus correspondientes equipos, tenían tan poca altura que las olas pasaban una y otra vez por encima. Cada ola las hundía y las sacudía, y el coronel Eugene Caffey, de la Brigada Especial de Ingenieros, no olvidaría que algunos hombres de su barcaza «permanecían quietos, indiferentes al agua que les pasaba por encima, y no se sabía si estaban vivos o muertos».

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Al tener el fondo plano, las lanchas cabeceaban subiendo y bajando entre las olas de más de metro y medio. «Podíamos observar», escribía un soldado, «cómo las otras lanchas se hundían y volvían a aparecer en medio de las olas.» Al mirar a su alrededor, comprobó que «el cielo y el mar y los barcos, todo era de color plomizo».
Empapados por las salpicaduras, todos los soldados no tardaron en lamentar haber tomado el «opíparo desayuno del condenado a muerte». Muchos «empezaron a devolver los pedazos de carne enlatada» de sus bocadillos. Las bolsas para el mareo empapadas de agua se llenaban rápidamente y se rompían, por lo que algunos decidieron vomitar en los cascos, que luego enjuagaban sacándolos simplemente por la borda cuando pasaba una ola. El observador avanzado de la Marina Real británica asignado sonrió discretamente cuando vio a un oficial de alto rango, sentado majestuosamente en su jeep, ponerse hecho una furia al ver que los soldados se ponían a vomitar hacia el lado de barlovento y que el resultado de su incontinencia le caía a él encima. Las consecuencias del mareo, sin embargo, no tendrían nada de gracioso. Cuando llegaron a las playas, los hombres se encontraban agotados.

Otros que tenían buenos motivos para sentirse malos de puro miedo eran los tripulantes de los tanques que debían lanzarse al mar..... (Perseooooo, ¿ande tas metioooo?).


Sin embargo, para los que no estaban incapacitados por el mareo, el espectáculo que se divisaba de la sombría flota de invasión era algo aterrador y maravilloso. En la sobrecargada lancha del cabo Gerald Burt, que transportaba un grupo de ingenieros de demolición, un hombre hizo la observación de que le hubiera gustado llevar con él la cámara fotográfica.
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

Frente a la playa Utah, el acorazado Nevada y los cruceros Tuscaloosa, Quincy y Black Prince parecían ladearse al disparar salva tras salva sobre las baterías costeras.
Mientras los grandes barcos atacaban desde una distancia de cinco a seis millas, los destructores pequeños, a una o dos millas de las playas, saturaban de fuego los objetivos de las fortificaciones costeras.
Los temibles disparos del bombardeo naval produjeron una fuerte impresión entre los hombres que lo vieron y lo oyeron. A bordo del US.S. Nevada, el pañolero de tercera clase Charles Langley estaba casi asustado por el intenso fuego de la flota. No podía imaginar «cómo un ejército podía resistir el bombardeo» y creía que «la flota podría retirarse dentro de dos o tres horas». En las veloces lanchas de asalto, mientras achicaban el agua con sus cascos, los empapados y mareados hombres miraban hacia el dosel de acero que cubría sus cabezas y aplaudían.
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A diferencia de la Marina Real británica, que disparaba sus torretas siguiendo una secuencia, los acorazados americanos, el Texas, el Arkansas y el Nevada, disparaban andanadas al unísono con sus cañones de catorce pulgadas. Al verlo, algunos observadores pensaron por un momento que el barco había volado por los aires. Incluso a distancia podía sentirse la conmoción. «Los grandes cañones», señala Ludovic Kennedy, «te producen en el pecho la sensación de que alguien te ha abrazado y te ha dado un buen achuchón.» El paso de las bombas pesadas creaba después una especie de vacío. «Era,una visión extraña», escribía un sargento, «ver cómo se levantaba el agua y seguir el rastro de las bombas y comprobar cómo volvían a caer en el mar.»
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

La última explosión fue muy cerca. El comandante Werner Pluskat pensó que el bunker iba a partirse. Otro proyectil cayó en el acantilado, frente a la misma base de la oculta
posición. La sacudida alcanzó a Pluskat y le arrojó hacia atrás, haciéndole caer al suelo.
Sobre él cayeron suciedad, cascotes y polvo. Las nubes blancas de polvo le impedían ver a su alrededor, pero oyó gritar a sus hombres. Una y otra vez los proyectiles caían en el acantilado. Pluskat estaba tan aturdido por la conmoción que hasta le costaba hablar.
Sonó el teléfono. Era el Cuartel General.
—¿Cuál es la situación allí? —preguntó una voz.
—Estamos siendo bombardeados —dijo Pluskat—. Duramente bombardeados.
En algún lugar detrás de su posición, a cierta distancia, oyó nuevas explosiones. Otra salva de proyectiles cayó en la parte superior del acantilado, enviando un alud de piedras a través de la apertura del bunker. El teléfono volvió a sonar. Esta vez Pluskat no pudo encontrarlo. Dejó que sonara. Observó que estaba cubierto de la cabeza a los
pies con un polvillo blanco y que tenía su uniforme rasgado.
El bombardeo se interrumpió por un momento, y a través de las nubes de polvo vio en el suelo a Theen y Wilkening. Gritó a este último:
—Sería mejor que fueras a tu posición antes de que sea tarde.
Wilkening le miró con mala cara; su puesto de observación estaba en el bunker vecino, a cierta distancia. Pluskat aprovechó el momento de calma para telefonear a sus baterías.
Quedó asombrado al saber que ninguno de sus veinte cañones —todos ellos nuevos, marca Krupp, de diferentes calibres— había sido alcanzado. No comprendía cómo las baterías, que estaban solamente a ochocientos metros de la costa, habían podido escapar al fuego enemigo; ni siquiera había bajas. Pluskat se preguntó si los Aliados habrían tomado los puestos de observación a lo largo de la costa por emplazamientos artilleros. Los estragos producidos alrededor de su puesto parecían indicarlo.
El teléfono sonó en el momento en que comenzó de nuevo el bombardeo. La misma voz pidió que le dijeran «la exacta localización del bombardeo». Pluskat gritó:
—¡Por el amor de Dios! Las bombas están cayendo por todas partes. ¿No pretenderá que salga a medir los agujeros con una regla?
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Colgó el teléfono y miró a su alrededor. No había ningún herido en el bunker. Wilkening se había marchado a su propio bunker, Theen estaba en una de las troneras. Pluskat
se dio cuenta de que Harras había desaparecido. Pero no tenía tiempo de preocuparse del perro. Cogió de nuevo el teléfono, se acercó a la segunda tronera y miró hacia fuera. Se veían más lanchas de asalto que la última vez que había mirado, y se acercaban por momentos. Pronto estarían al alcance de los cañones.

*Realmente Pluskat lucho en Omaha, no en Utah.
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

6:15 AM
Ahora las largas filas de lanchas de asalto estaban a menos de una milla de la playa Utah. Para los tres mil estadounidenses de la primera oleada, faltaban quince
minutos para la Hora H.
Las lanchas se dirigían bamboleantes a la orilla en medio de un ruido ensordecedor, dejando tras ellas una larga estela blanca. Los hombres tenían que hablarse a gritos para dominar el ruido de los motores Diesel. Encima de sus cabezas, como una gran sombrilla de acero, seguían pasando los proyectiles disparados por la flota. Y desde la costa llegaba el estrépito de las explosiones producidas por el incesante ataque aéreo de los Aliados. Extrañamente, los cañones de la Muralla Atlántica permanecían en silencio.
Las tropas veían la línea de costa aproximándose y se extrañaban de la falta de fuego enemigo. «Puede que el desembarco sea fácil, después de todo» pensaban muchos.
Las proas cuadradas de las lanchas de asalto se adentraban en las olas, mojando a los hombres con un agua verde, fría y espumosa. No había héroes en estos botes, sino
hombres impacientes, helados, en estado lastimoso, tan apretujados y tan sobrecargados que frecuentemente, si tenían que vomitar, no tenían más remedio que hacerlo encima de un compañero. Kenneth Crawford, de la revista Newsweek, que formaba parte de la primera oleada a la playa Utah, vio a un joven soldado de la 4a División cubierto
con su propio vómito y moviendo lentamente la cabeza en un gesto de abatimiento y disgusto.

*Extractos tomados del libro "El libro mas largo", de Cornelyus Ryan.
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

Un teniente norteamericano observaba cómo iba subiendo el agua en su barcaza, hasta alcanzarles la rodilla, y se preguntó si supondría un serio peligro. Le habían dicho que la LCA no se podía hundir, pero más tarde los soldados del teniente oyeron por radio una llamada de socorro: «¡Aquí la LCA 860!... ¡LCA 860!... ¡Nos estamos hundiendo!... ¡Nos estamos hundiendo!...» Hubo una exclamación final: «¡Dios mío, nos hundimos!» Inmediatamente,el teniente y sus hombres comenzaron a achicar el agua.

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Fuente: http://mundosgm.com/ano-2009/metodos-pa ... viales/15/

Unas cuantas barcazas de desembarco comenzaron a hundirse frente a las playas. En Utah fueron siete. Algunos hombres fueron recogidos por botes de salvamento que iban detrás, otros se mantuvieron a flote durante horas antes de ser rescatados. Algunos soldados, cuyos gritos pasaron inadvertidos, se vieron arrastrados al fondo por el peso del equipo y de la munición. Se ahogaron a la vista de las playas sin haber disparado un tiro.

De un momento a otro la guerra se había convertido en algo personal. Las tropas que se dirigían a la playa Utah vieron cómo un bote de control se alzaba del agua y estallaba. Segundos después emergieron las cabezas de los supervivientes, quienes intentaron salvarse agarrándose a los restos de la lancha naufragada. Casi inmediatamente se oyó una nueva explosión. La rampa de una barcaza de la que debían desembarcar cuatro de los treinta y dos tanques anfibios destinados a la playa Utah, chocó con una mina al bajar. El sargento Orris Johnson, a bordo de una LCT próxima, vio con horror cómo un tanque «se remontó a una altura de treinta metros, se ladeó en el aire y cayó desapareciendo en el agua». Johnson supo más tarde que entre los muchos muertos se encontraba su compañero, el tanquista Don Neill.

Docenas de hombres destinados a la playa Utah vieron los cadáveres y oyeron los gritos de los que se ahogaban. El teniente Francis X. Riley, del servicio de guardacostas,
recordaría vivamente la escena. Este oficial de veinticuatro años, que mandaba una LCI, sólo podía oír los «angustiosos gritos en demanda de auxilio de los soldados y marineros heridos, que nos suplicaban que los sacáramos del agua». Pero Riley tenía orden de «desembarcar las tropas a la hora exacta, sin tener en cuenta las bajas». Cerró los ojos y ordenó a su barcaza que pasará de largo. No podía hacer otra cosa. Cuando la lancha que llevaba al teniente coronel James Batte y a tropas del 8º Regimiento de Infantería de la 4a División pasó por entre los cadáveres, Batte oyó decir a uno de sus hombres, de lívido semblante:
—Esos tienen suerte; ya no se marearán más.
El espectáculo de los cuerpos flotando en el agua, la tensión producida por el largo viaje en los barcos de transporte y la siniestra cercanía de las arenas y dunas de la playa
Utah, sacaron a los hombres de su letargo. El cabo Lee Cason, que acababa de cumplir veinte años, se encontró de repente «jurando por todo lo alto contra Hitler y Mussolini por habernos metido en este lío». Sus compañeros quedaron asombrados de su vehemencia, ya que Cason no solía emplear ese vocabulario. En muchas lanchas, los
soldados repasaron y volvieron a repasar sus armas. Atesoraban la munición de tal modo que el coronel Eugene Caffey no pudo lograr que ningún hombre de su lancha le diera una caja de balas para su rifle. Caffey, que supuestamente no debía desembarcar hasta las nueve de la mañana, se había metido de polizón en una barcaza de la 8ª División de Infantería en un intento por reunirse con los que habían sido sus compañeros de la 1ª Brigada de Ingenieros. No llevaba equipo y, a pesar de que a todos los hombres de la barcaza les sobraba munición, «se aferraban a ella como si les fuera la vida». Finalmente Caffey pudo cargar su fusil a base de recaudar una bala de cada uno
de los ocho hombres.

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Eugene Caffey

A dos millas de distancia, las tropas de asalto comenzaron a ver sobre el agua a los muertos y a los vivos. Los primeros flotaban empujados por la marea hacia la playa, como si hubieran tomado la determinación de unirse a sus compañeros americanos.
Los supervivientes subían y bajaban con el oleaje, suplicando la ayuda que no podían dispensarles las lanchas. El sargento Regis McCloskey, desde su lancha llena de munición, vio a los hombres que gritaban en el agua, «suplicando ayuda, rogando que nos detuviéramos. Y no podíamos hacerlo, por nada ni por nadie». McCloskey apretó los
dientes y desvió la mirada mientras pasaban junto a ellos, y luego vomitó. También los vio el capitán Robert Cunningham y sus hombres. Instintivamente giraron su barcaza
hacia el lugar donde estaban los soldados. Una lancha rápida les cortó el paso. Por el altavoz llegaron las siguientes palabras:
—¡No sois un barco de rescate! ¡Seguid hacia la orilla!

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Fuente: http://www.lasegundaguerra.com/viewtopi ... 52&t=13679
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

Hora H 6:30
En la playa Utah, los hombres de la 4ª División llegaron a la playa y se internaron rápidamente. Se acercaba la tercera oleada de lanchas de asalto y los soldados seguían sin encontrar apenas resistencia. Unos pocos proyectiles caídos sobre la playa, algunas ráfagas de ametralladora y fusilería, pero nada de la tenaz resistencia que los tensos soldados de la 4ª esperaban. Para muchos hombres, el desembarco fue casi una operación de rutina. Al soldado de primera clase Donald N. Jones, que llegó en la segunda oleada, le pareció «otro ejercicio más de invasión». Otros pensaron que el asalto era un anticlimax, ya que los largos meses de preparación en Slapton Sands, Inglaterra, habían sido más duros.
El soldado de primera clase Ray Mann se sintió un poco «decepcionado», ya que «el desembarco no era tan difícil, después de todo». Incluso los obstáculos no eran tan peligrosos como habían temido.
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Alineados a lo largo de la franja de arena, cubiertos cuidadosamente por sus faldones de lona, estaban los tanques anfibios, una de las principales razones por las que el
ataque había tenido tanto éxito. Al salir del agua con las primeras oleadas, su apoyo había sido inestimable mientras las tropas cruzaban la playa. Los tanques y el bombardeo anterior al asalto parecían haber destrozado y desmoralizado a las tropas alemanas que defendían las posiciones detrás de esta playa. Sin embargo, no se había realizado el asalto sin la correspondiente ración de sufrimiento y muerte. En el momento de desembarcar, el soldado de primera clase Rudolph Mozgo vio su primer muerto. Un
tanque había sido alcanzado de lleno y «un tanquista yacía con medio cuerpo fuera».
El soldado de primera clase Edward Wolfe pasó junto a un estadounidense muerto, «que estaba sentado en la playa, apoyado contra un poste, como si durmiera». Su actitud le pareció tan natural y tranquila a Wolfe que «tuve el impulso de ir a zarandearlo y hacer que se levantara».

El general de brigada Theodore Roosevelt caminaba arriba y abajo de la playa, dándose de vez en cuando masajes en su hombro artrítico. Este general de cincuenta y siete
años —el único general que desembarcó con la primera oleada de tropas— había insistido en que lo designaran para tan difícil misión. Su primera solicitud fue rechazada, pero
inmediatamente hizo otra. En una nota escrita a mano y dirigida al oficial al mando de la 4ª División, Roosevelt le rogó que aceptara su petición, basándose en que «dará seguridad a los muchachos saber que yo estoy con ellos». Su superior aceptó de mala gana, y luego sintió remordimiento. «Cuando me despedí de Ted en Inglaterra, pensé que no volvería a verle», recordaba. Sin embargo, el decidido Roosevelt seguía con vida.
El sargento Pietrain le vio «con un bastón en una mano y un mapa en la otra, paseándose como si examinara el emplazamiento de un solar». De vez en cuando, estallaba en la playa un proyectil de mortero, levantando nubes de arena. Esto parecía molestar a Roosevelt, que se cepillaba la ropa con las manos con gesto impaciente.
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

Solamente Roosevelt y unos cuantos oficiales sabían que los desembarcos en la playa Utah se habían realizado en lugares equivocados. Había sido un error afortunado; las
baterías pesadas que hubieran diezmado a las tropas seguían intactas, colocadas a lo largo de la proyectada zona de asalto aliada. El error se había debido a varias razones.
Un solitario barco de control, confundido por el humo del bombardeo naval que oscurecía las señales orientadoras, y arrastrado por una fuerte corriente que lo desvió del lugar indicado, condujo a la primera oleada de desembarco hasta un punto situado a dos kilómetros de distancia de la playa original. En lugar de invadir la playa frente a las salidas 3 y 4 —dos de los cinco vitales caminos a los que se dirigía la 101ª División Aerotransportada—, la cabeza de puente se había establecido a casi dos mil metros de distancia y estaba ahora a horcajadas de la salida 2. Por ironías del destino, en ese momento el teniente coronel Robert G. Colé y un grupo de setenta y cinco hombres de las 101ª y 82ª Divisiones acababan de alcanzar el extremo occidental de la salida 3. Eran los primeros paracaidistas que llegaban a uno de los caminos de salida de las playas. Se ocultaron en los pantanos y esperaron a que llegaran de un momento a otro los hombres de la 4ª División.

En la playa, cerca de la salida 2, Roosevelt estaba a punto de adoptar una importante decisión. Oleada tras oleada, con pocos minutos de diferencia una de otra, iban a desembarcar treinta mil hombres y 3.500 vehículos. Roosevelt debía decidir si llevar a las sucesivas oleadas a esta nueva y relativamente tranquila zona, que tenía una sola salida, o desviarlas hacia la original playa Utah, de doble salida. Si no se conseguía abrir y retener la única salida, los hombres y vehículos quedarían atrapados en la playa en la más terrible confusión. El general se reunió con los comandantes de batallón y tomó la decisión. En vez de lanzarse sobre los objetivos planeados, situados detrás de la playa original, la 4ª División se internaría por la única salida y asaltaría las posiciones alemanas que encontrase. Todo dependía de avanzar lo más rápidamente posible antes de que el enemigo se recobrase de la sorpresa de estos desembarcos. Se encontraron con una débil resistencia, y los hombres de la 4ª División salieron de la playa rápidamente.
Roosevelt se volvió hacia el coronel Eugene Caffey, de la Ia Brigada Especial de Ingenieros, y le dijo:
—Yo voy delante con las tropas. Usted se encarga de que las demás desembarquen aquí. Vamos a empezar la batalla desde este sitio.

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Fonda da vida a Roosevelt en la pelicula El dia mas largo
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

7:41 AM Cauquigny

Parece que los alemanes andan algo tensos esta mañana....

-Tengo los Panthers listos para entrar en acción, herr Sdguez.
-Vamos, no me jodas… -el komandant Sdguez tenia un humor de perros aquella mañana-, te has fijado el pifostio que tengo montado en el puto pueblo con la reparación del puente del ferrocarril….

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Y los norteamericanos parece que tampoco andan muy alegres que digamos:

7:41AM Añorando las enormes llanuras del Medio Oeste

Ya estamos aquí. Después de dejar atrás el maldito cruce, los restos de la compañía han alcanzado su objetivo. Tres horas y media en Francia. Media compañía desecha en el salto. Otro cuarto, descansando para siempre en los desquiciantes setos normandos. Y el resto, aquí. Los restos, más bien. El capitán Tiopepe sonríe sombríamente. Hora y cuarto después de la hora H, del asalto a las playas. Dos horas de retraso respecto al horario marcado para la Dog.
Strayer, con la maldita meticulosidad y exactitud de la hacía gala, debía de estar subiéndose por las paredes allá donde estuviese.
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

El resto de la historia, en los correos de los interesados.... (si alguno no lo ha recibido que me lo haga saber). :SOS:
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

Setenta años.

http://www.lavanguardia.com/internacion ... liado.html

Al menos, se sigue recordando en los medios. Espero que no perdamos de vista nunca estas fechas tan emblematicas.
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Presi »

El sargento Presi se reunió con los restos de la Compañía… Era una locura, le habían ofrecido pasaporte falso y hasta un billete de avión validado por la Cruz Roja para volar a Lisboa en los próximos días, pero un pesado sentimiento de culpa le oprimía el pecho más de lo que había hecho la Gestapo en el Chateau… Tenía la certeza que el fracaso en su misión había costado la vida a muchos de los muchachos de la Dog y estaba convencido de que un rifle mas sería de utilidad esa noche para conseguir los objetivos. Como suboficial de inteligencia (así lo habían designado al pertenecer al primer contingente en pisar suelo francés), conocía todos los objetivos del Batallón, así que no le fue difícil (bueno, fue difícil, pero no imposible) alcanzar a los maltrechos restos de la Compañía Dog en las afueras de Cauquigny, un pequeño pueblo de Francia a las afueras de Amfreville que ni siquiera aparecía en la mayoría de los mapas, pero con un importante conjunto de puentes sobre el Merderet, vitales tanto para el avance aliado en las primeras horas como para los refuerzos alemanes hacia las playas.

No fue fácil, pero fue afortunado; su pasado como repartidor de paquetería y la formación específica en orientación para su misión hicieron que conseguir una motocicleta y encontrar el camino hacia Cauquigny fuera lo más sencillo que le había ocurrido durante aquellas primeras horas del día 6 de junio de 1944. No tuvo tropiezos, vistiendo una guerrera de un correo alemán y con el caos generado por los paracaidistas en la retaguardia alemana consiguió llegar de una pieza al bosque al sur del pueblo, donde usando su “rana” no tuvo dificultad en contactar con una unidad de ingenieros paracaidistas al mando del Capitán Liberatori con la misión de volar esos malditos puentes si la Dog no conseguía ocuparlos y mantenerlos.

El Capitán Liberatori es un tío campechano, y pese a su rango, traba conversación rápidamente con el Sargento Presi tras una taza de estupendo café francés que vaya usted a saber cómo demonios ha conseguido. Se interesa por el estado físico y anímico del sargento, y por todas las vicisitudes ocurridas en estas escasas horas que parecen meses, desde su fracaso en la misión de balizaje, el cautiverio y tortura, el desafortunado destino del Tte. Vencini (al que conocía personalmente) y la fuga de sus captores. Todo esto le cuenta el Sargento Presi mientras saborea ese manjar negro de dioses que supone un buen café después de tantas desventuras… Hasta queda un momento para descansar… Acomodado bajo una techumbre de ponchos que lo resguardan de la incesante lluvia, el agotado y maltrecho sargento Presi tiene tiempo para descansar y echar una cabezada. Seguramente no han pasado más de veinte minutos cuando otra cara familiar aparece antes sus ojos cansados, aunque parecería que ha dormido durante horas…

El Capitán de la Compañía, Tiopepe le zarandea suavemente para que abra los ojos. El Sargento Presi cree que sigue soñando, o que ha muerto finalmente y se está reencontrando con sus camaradas allá donde los creyentes dicen que se juntarán cuando todo termine, pero no, tras varios parpadeos, la visión se torna realidad y la serena aunque fatigada cara del Capitán Tiopepe se define en las retinas del Sargento Presi mientras escapa de los pegajosos brazos de Morfeo para retornar a la cruda realidad. Y la realidad es muy dura… Tiopepe, con su habitual flema de oficial pone al día al Sargento Presi de las vicisitudes de la Compañía, y como de 487 hombres que componían originalmente la Compañía, solamente han llegado al objetivo 21 combatientes… Lo siguiente en comunicarle es el trágico final del Tte. Lino y como ahora él se debe de hacer cargo de los restos de esa sección, siendo ascendido a Tte. 2º y tercero en el escalafón dentro de la compañía (no quedan más oficiales que el Capitán y el Tte. Von Patoso).

Después viene lo más duro, relatar el trágico final del jovencísimo Teniente Vencini y su huida hasta llegar a esta posición.

Quedó el relato en el camino a Carentan, embarcado en un Opel Blitz junto con el maltrecho Tte. Vencini y dos guardianes… Cómo en un determinado momento el camión aceleró bruscamente ante el sonido de disparos cercanos y como el pobre Vencini dormitaba gracias a los efectos de la morfina en el frio suelo del camión, mientras este saltaba de bache en bache…

Nos detuvimos en una ciudad, Pont l’Abbe creo que era, ya que nuestros guardas decidieron que era importante informar a sus mandos de lo que habían oído en el camino y también porque veían que su prisionero no iba a llegar con vida a Carentan, teniendo órdenes especificas del oficial alemán que se había ocupado de los primeros interrogatorios de que debían mantenernos con vida a toda costa. Pont l’Abbe era un verdadero caos, con centenares de soldados alemanes corriendo de un lado a otro sin un propósito claro (¿Dónde quedó la precisión germana?). Por lo que pude entender, la guarnición pertenecía al Regimiento 1058º de la 91ª División de Infantería, una División de Infantería Ligera recién formada (en enero y trasladada a Normandía en Mayo) cuya función futura era servir con División aerotransportada… Las deficiencias en el entrenamiento eran notables, y el caos generalizado.

Nuestros guardianes nos trasladaron a un hospital civil cercano para que el personal médico revisara a Vencini, que tras el largo traqueteo del camino iba recobrando la consciencia. A simple vista su estado era terminal, y el joven oficial era consciente de ello. En un momento de tranquilidad, fue capaz de traspasarme una medalla de San Miguel, que deseaba entregara a su novia Mary si yo conseguía sobrevivir a aquel infierno, tras lo cual comenzó a vomitar sangre a un ritmo alarmante. Intenté ayudarle, pero la culata de un Mauser impactando en mi omoplato me impidió hacerme cargo de mi compañero. En ese momento entró una joven enfermera, no más de 23 años, pequeña y delgada que se ocupó de mi compañero llevándolo a los urinarios. Se podía oír a Vencini al fondo del pasillo regurgitando lo que no tenía en el estomago (salvo sus propios líquidos) como en las peores resacas de mi adorada Güines. Tanto era así, que tras una pausa de minutos en silencio, nuestros guardianes empezaron a inquietarse. Salimos los tres (los dos guardias y yo) de la habitación en dirección a los lavabos; uno de los guardias se acercó a la puerta, la abrió y no pude entender lo que decía… Su voz sonaba artificial (mi alemán tampoco es que sea muy bueno), pero al girarse hacia nosotros entendí el motivo: Vencini venía tras él como un simio, medio erguido medio a rastras, pero empuñando un bisturí con el que había cercenado la garganta del guardia y se dirigía como un zombi rabioso hacia el otro guardia, con los ojos febriles y una expresión demente en su cara. El otro guardia tuvo tiempo de reaccionar (pese a los esfuerzos del joven teniente, su agilidad no se equiparaba a su edad en esas circunstancias). El guardia despliega el rifle, a Vencini le resta solamente metro y medio para alcanzarle, sonido del cerrojo del Mauser introduciendo una bala en la recamara, un metro de distancia, el guardia encara su fusil, medio metro y suenan dos detonaciones, mientras Vencini se desploma detenido durante segundos en el tiempo.

¿Dos detonaciones? ¿Qué tipo de entrenamiento tienen estos krauts que son capaces de efectuar dos disparos con un fusil de cerrojo en 2 segundos? La respuesta aparece ante mí vista al segundo siguiente: Un diminuto ángel blanco aparece por la puerta del lavabo con una humeante pistola en sus manos, encañonado al guarda que ya se desploma… Todo ha pasado tan deprisa que no he sido capaz de reaccionar. Vuelvo a revisar la escena; el primer guarda yace próximo a la puerta de los lavabos, mientras que el segundo se mueve lentamente en el suelo herido de muerte a mi lado. También veo a mi camarada, que con un último esfuerzo ha entregado lo que le restaba de energías y vida por procurarme la posibilidad de escapar, y que yace boca arriba con una amplia sonrisa de satisfacción en su rostro, mientras que la enfermera ha bajado su arma y se acerca ágilmente hacia mí y me susurra unas toscas palabras en inglés mientras me rodea con su brazo, animándome a moverme y salir de allí.

Luego todo fue muy rápido, al contrario de la otra escena. Guerrera alemana sobre mi raído uniforme, visita a la resistencia en piso franco, ofrecimiento de refugio por unos días y posibilidad de abandonar Francia como ciudadano suizo con documentación falsa y mi negativa ante todas esas atenciones. No puedo negar que estuve tentado. Recordaba a Marina, su precioso pelo rojo, sus ojos azules y esas pecas que cubrían todo su cuerpo haciendo que deseara volver a besar cada una de ellas… Sin embargo, el recuerdo más reciente era la expresión de satisfacción de Vencini por el deber cumplido, ofreciéndome la salvación, y el fracaso en mi misión, la responsabilidad por tantas vidas jóvenes perdidas por mi incompetencia y como vengar a Vencini y a tantos camaradas perdidos durante esas escasas horas de esta demencial noche…

Así que robé una moto, tome la carretera correcta y aquí estoy de nuevo, junto a mis camaradas de la Compañía Dog, dispuesto a terminar lo que hace tanto tiempo (es gracioso, escasamente tres horas) empecé.

:sleep:
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Vencini »

Gracias Presi. Qué bonito relato... !Malditos hijos de la gran Merkel! :mrgreen:
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¿Nadie se anima ha crear una campaña CMRT? Venga, seguro q hay algo q se puede actualizar.... Yo me apuntaría! :mrgreen:

Saludos a todos y buena semana!
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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Tiopepe2 »

Estupendo relato Tte Presi.

Ahora tendra una nueva oportunidad para redimir su actuacion como enlace con la radio baliza. 8)

Vamos a por ellos! :Running:

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Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia

Mensaje por Patxi »

Venciniiiiiii, noooooooo.......... :cry:

Otro mas para tachar de la lista..... y van unos cuantos: Marmiton, El Cid,.... :cry:
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