El sargento Presi se reunió con los restos de la Compañía… Era una locura, le habían ofrecido pasaporte falso y hasta un billete de avión validado por la Cruz Roja para volar a Lisboa en los próximos días, pero un pesado sentimiento de culpa le oprimía el pecho más de lo que había hecho la Gestapo en el Chateau… Tenía la certeza que el fracaso en su misión había costado la vida a muchos de los muchachos de la Dog y estaba convencido de que un rifle mas sería de utilidad esa noche para conseguir los objetivos. Como suboficial de inteligencia (así lo habían designado al pertenecer al primer contingente en pisar suelo francés), conocía todos los objetivos del Batallón, así que no le fue difícil (bueno, fue difícil, pero no imposible) alcanzar a los maltrechos restos de la Compañía Dog en las afueras de Cauquigny, un pequeño pueblo de Francia a las afueras de Amfreville que ni siquiera aparecía en la mayoría de los mapas, pero con un importante conjunto de puentes sobre el Merderet, vitales tanto para el avance aliado en las primeras horas como para los refuerzos alemanes hacia las playas.
No fue fácil, pero fue afortunado; su pasado como repartidor de paquetería y la formación específica en orientación para su misión hicieron que conseguir una motocicleta y encontrar el camino hacia Cauquigny fuera lo más sencillo que le había ocurrido durante aquellas primeras horas del día 6 de junio de 1944. No tuvo tropiezos, vistiendo una guerrera de un correo alemán y con el caos generado por los paracaidistas en la retaguardia alemana consiguió llegar de una pieza al bosque al sur del pueblo, donde usando su “rana” no tuvo dificultad en contactar con una unidad de ingenieros paracaidistas al mando del Capitán Liberatori con la misión de volar esos malditos puentes si la Dog no conseguía ocuparlos y mantenerlos.
El Capitán Liberatori es un tío campechano, y pese a su rango, traba conversación rápidamente con el Sargento Presi tras una taza de estupendo café francés que vaya usted a saber cómo demonios ha conseguido. Se interesa por el estado físico y anímico del sargento, y por todas las vicisitudes ocurridas en estas escasas horas que parecen meses, desde su fracaso en la misión de balizaje, el cautiverio y tortura, el desafortunado destino del Tte. Vencini (al que conocía personalmente) y la fuga de sus captores. Todo esto le cuenta el Sargento Presi mientras saborea ese manjar negro de dioses que supone un buen café después de tantas desventuras… Hasta queda un momento para descansar… Acomodado bajo una techumbre de ponchos que lo resguardan de la incesante lluvia, el agotado y maltrecho sargento Presi tiene tiempo para descansar y echar una cabezada. Seguramente no han pasado más de veinte minutos cuando otra cara familiar aparece antes sus ojos cansados, aunque parecería que ha dormido durante horas…
El Capitán de la Compañía, Tiopepe le zarandea suavemente para que abra los ojos. El Sargento Presi cree que sigue soñando, o que ha muerto finalmente y se está reencontrando con sus camaradas allá donde los creyentes dicen que se juntarán cuando todo termine, pero no, tras varios parpadeos, la visión se torna realidad y la serena aunque fatigada cara del Capitán Tiopepe se define en las retinas del Sargento Presi mientras escapa de los pegajosos brazos de Morfeo para retornar a la cruda realidad. Y la realidad es muy dura… Tiopepe, con su habitual flema de oficial pone al día al Sargento Presi de las vicisitudes de la Compañía, y como de 487 hombres que componían originalmente la Compañía, solamente han llegado al objetivo 21 combatientes… Lo siguiente en comunicarle es el trágico final del Tte. Lino y como ahora él se debe de hacer cargo de los restos de esa sección, siendo ascendido a Tte. 2º y tercero en el escalafón dentro de la compañía (no quedan más oficiales que el Capitán y el Tte. Von Patoso).
Después viene lo más duro, relatar el trágico final del jovencísimo Teniente Vencini y su huida hasta llegar a esta posición.
Quedó el relato en el camino a Carentan, embarcado en un Opel Blitz junto con el maltrecho Tte. Vencini y dos guardianes… Cómo en un determinado momento el camión aceleró bruscamente ante el sonido de disparos cercanos y como el pobre Vencini dormitaba gracias a los efectos de la morfina en el frio suelo del camión, mientras este saltaba de bache en bache…
Nos detuvimos en una ciudad, Pont l’Abbe creo que era, ya que nuestros guardas decidieron que era importante informar a sus mandos de lo que habían oído en el camino y también porque veían que su prisionero no iba a llegar con vida a Carentan, teniendo órdenes especificas del oficial alemán que se había ocupado de los primeros interrogatorios de que debían mantenernos con vida a toda costa. Pont l’Abbe era un verdadero caos, con centenares de soldados alemanes corriendo de un lado a otro sin un propósito claro (¿Dónde quedó la precisión germana?). Por lo que pude entender, la guarnición pertenecía al Regimiento 1058º de la 91ª División de Infantería, una División de Infantería Ligera recién formada (en enero y trasladada a Normandía en Mayo) cuya función futura era servir con División aerotransportada… Las deficiencias en el entrenamiento eran notables, y el caos generalizado.
Nuestros guardianes nos trasladaron a un hospital civil cercano para que el personal médico revisara a Vencini, que tras el largo traqueteo del camino iba recobrando la consciencia. A simple vista su estado era terminal, y el joven oficial era consciente de ello. En un momento de tranquilidad, fue capaz de traspasarme una medalla de San Miguel, que deseaba entregara a su novia Mary si yo conseguía sobrevivir a aquel infierno, tras lo cual comenzó a vomitar sangre a un ritmo alarmante. Intenté ayudarle, pero la culata de un Mauser impactando en mi omoplato me impidió hacerme cargo de mi compañero. En ese momento entró una joven enfermera, no más de 23 años, pequeña y delgada que se ocupó de mi compañero llevándolo a los urinarios. Se podía oír a Vencini al fondo del pasillo regurgitando lo que no tenía en el estomago (salvo sus propios líquidos) como en las peores resacas de mi adorada Güines. Tanto era así, que tras una pausa de minutos en silencio, nuestros guardianes empezaron a inquietarse. Salimos los tres (los dos guardias y yo) de la habitación en dirección a los lavabos; uno de los guardias se acercó a la puerta, la abrió y no pude entender lo que decía… Su voz sonaba artificial (mi alemán tampoco es que sea muy bueno), pero al girarse hacia nosotros entendí el motivo: Vencini venía tras él como un simio, medio erguido medio a rastras, pero empuñando un bisturí con el que había cercenado la garganta del guardia y se dirigía como un zombi rabioso hacia el otro guardia, con los ojos febriles y una expresión demente en su cara. El otro guardia tuvo tiempo de reaccionar (pese a los esfuerzos del joven teniente, su agilidad no se equiparaba a su edad en esas circunstancias). El guardia despliega el rifle, a Vencini le resta solamente metro y medio para alcanzarle, sonido del cerrojo del Mauser introduciendo una bala en la recamara, un metro de distancia, el guardia encara su fusil, medio metro y suenan dos detonaciones, mientras Vencini se desploma detenido durante segundos en el tiempo.
¿Dos detonaciones? ¿Qué tipo de entrenamiento tienen estos krauts que son capaces de efectuar dos disparos con un fusil de cerrojo en 2 segundos? La respuesta aparece ante mí vista al segundo siguiente: Un diminuto ángel blanco aparece por la puerta del lavabo con una humeante pistola en sus manos, encañonado al guarda que ya se desploma… Todo ha pasado tan deprisa que no he sido capaz de reaccionar. Vuelvo a revisar la escena; el primer guarda yace próximo a la puerta de los lavabos, mientras que el segundo se mueve lentamente en el suelo herido de muerte a mi lado. También veo a mi camarada, que con un último esfuerzo ha entregado lo que le restaba de energías y vida por procurarme la posibilidad de escapar, y que yace boca arriba con una amplia sonrisa de satisfacción en su rostro, mientras que la enfermera ha bajado su arma y se acerca ágilmente hacia mí y me susurra unas toscas palabras en inglés mientras me rodea con su brazo, animándome a moverme y salir de allí.
Luego todo fue muy rápido, al contrario de la otra escena. Guerrera alemana sobre mi raído uniforme, visita a la resistencia en piso franco, ofrecimiento de refugio por unos días y posibilidad de abandonar Francia como ciudadano suizo con documentación falsa y mi negativa ante todas esas atenciones. No puedo negar que estuve tentado. Recordaba a Marina, su precioso pelo rojo, sus ojos azules y esas pecas que cubrían todo su cuerpo haciendo que deseara volver a besar cada una de ellas… Sin embargo, el recuerdo más reciente era la expresión de satisfacción de Vencini por el deber cumplido, ofreciéndome la salvación, y el fracaso en mi misión, la responsabilidad por tantas vidas jóvenes perdidas por mi incompetencia y como vengar a Vencini y a tantos camaradas perdidos durante esas escasas horas de esta demencial noche…
Así que robé una moto, tome la carretera correcta y aquí estoy de nuevo, junto a mis camaradas de la Compañía Dog, dispuesto a terminar lo que hace tanto tiempo (es gracioso, escasamente tres horas) empecé.
