El blindado se detuvo en seco. El impacto agitó suavemente la torreta, meciendo levemente el casco sobre las orugas. Apenas un suave sonido se oyó apagado en el exterior del Sherman. En el interior, un estruendo ensordecedor, tras agujerear el blindaje y desparramar dentro su mortífera carga incandescente.
El sargento Pietrain recibió el disparo a bocajarro. El cargador cayó cegado por el material fundente y se derrumbó en el suelo, pataleando y chillando de dolor.
Julian H. Patrick, conductor de Sherman fallecio en Colonia el 6 de Marzo de 1945 (imagen algo dura)
El copiloto se golpeó la cabeza contra el mamparo, evitando abrirse la crisma por la chichonera que llevaba puesta y Persing, el conductor tartamudo, corrió mejor suerte y apenas si noto la sacudida.
Unos segundos después, la atmósfera del interior del blindado se hizo irrespirable. El humo inundó el habitáculo. A los gritos de dolor les sustituyeron las respiraciones agitadas. Nerviosas. El cargador jadeaba, intentando tomar aire para seguir desahogándose del sufrimiento que le producía la enorme herida en el rostro, revolviéndose en el suelo, golpeándose contra cantos y esquinas. Sus aullidos se transformaron en gruñidos expectorantes y el sonido sibilante de la muerte comenzó a percibirse saliendo trabajoso del interior de sus pulmones.
Apenas se podía ver más allá de un palmo frente a sus narices. El espeso vaho que salía del pequeño fuego originado en la torreta se hacía cada vez, más y más tupido. Aquella puñetera manía de Pietrain de llevar los capotes de plástico enrollados contra el mamparo de la misma para poder “echarse una cabezadita camino de Paris” no ayudaba a mitigar la humareda. Persing abrió la trampilla situada bajo sus pies y por un instante pudo ver el suelo, antes de que éste desapareciera tras jirones de vapores tintados.
Se agachó un poco. Tomó un poco de aire mínimamente respirable. Tosió, echando espumarajos por la boca. Se incorporó. El picor volvió a adueñarse de sus ojos. Los cerró de inmediato. Aquel maldito humo pestilente se pegaba a los lagrimales, irritando y atormentando al conductor. Se adhería a los poros de la piel. Intentaba colarse dentro de su cuerpo, luchando para emponzoñar cualquier atisbo de vida que encontrase en su camino. Persing se introdujo a tientas dentro del interior viciado e intentó fatigosamente guiándose por sus manos, agarrar a alguno de sus camaradas caídos en la ya húmeda y viscosa plataforma giratoria de la torreta.
Escuchó al cargador roncar trabajosa e intermitentemente, tumbado e inmóvil. Pulmones encharcados. Listo de papeles. Con su mano acarició algo parecido a una bota, inerte, y pensó inmediatamente en el sargento Pietrain y aquella puntera de acero de su bota izquierda que sus posaderas conocían tan bien. Sus pulmones le iban a reventar. No pudo resistir la respiración más y tuvo que salir del interior del habitáculo, dejando atrás a sus camaradas y su casa durante los últimos tres años. Salió ciego del blindado. Dando tumbos. Trastabillado. Atontado. Escuchando las balas silbando a su alrededor. El instinto le llevó a avanzar decididamente hacia una zona de altas sombras. Se dejo caer, sin resuello, en la mullida hojarasca del bosquete, intentando templar los ánimos y sin dejar de repetir, por lo bajini, temblando como un flan y más tartaja que nunca aquello de:
-Me…me…..me…..mecagüen….mecagüen….mecagüenlaputade…..de….de o….o….o….oros.
Ken Tout, sirviente como cargador en un Sherman durante la II Guerra Mundial, aqui os dejo parte de su historia en ingles, http://www.telegraph.co.uk/culture/film ... -tank.html