A pesar de que sus manos temblaban nerviosamente desde que había partido de Barcelona, Guillem de Cardona sabía que no era por miedo a la próxima lucha que se avecinaba. Más bien era porque la ansiaba ardorosamente, pues sabía que por fin había llegado el momento que tanto tiempo había esperado. Un momento que anhelaba desde que era un niño, cuando los sabios tutores que había pagado su padre, el poderoso vizconde de Cardona (1), le introdujeron en el mundo de la caballería. Unos tutores, que a diferencia de otros, no solo le formaron el cuerpo, sino que también convirtieron su mente en una arma más peligrosa que cualquier espada.

Castillo de Cardona, hogar del linaje homónimo
Por esto, queriendo tanto poner en práctica todo lo que había aprendido como conseguir la gloria y las riquezas dignas de un Cardona, Guillem desde hacía tiempo quería unirse a la guerra contra el infiel.
Inicialmente quiso unirse a la cruzada que proclamó el papa Innocencio III, en el 17 de junio, para recuperar la ciudad santa de Jerusalén. No obstante, a pesar de que pronto se unieron a ella los soberanos de Sicilia, Bretaña y Navarra, y algunos duques alemanes e italianos, Guillem cambió de planes cuando, por noviembre, le llegaron noticias de las recientemente concluidas cortes de Monzón.

Aunque todo el mundo sabía que habían tratado de una próxima campaña contra el infiel, grande fue la estupefacción cuando supieron cuál sería el objetivo. Pues en vez de elegir territorios cercanos, como Balansiya o Mayurqa, quien sufriría la ira de los aragoneses y catalanes sería la lejana Mursiya.

Como es lógico los que no habían podido asistir a las Cortes, pues en ella fueron solo los nobles y los eclesiásticos, se preguntaron los motivos de esta curiosa elección. Más tarde supieron que eran dos principalmente: el primero sería dejar actuar libremente a los rebeldes separatistas, para que consiguieran sus objetivos y debilitar así los almohades; mientras que el segundo sería capturar territorio leal a estos últimos con el mismo fin.
A pesar de que de seguida en sus reinos se extendió un fervor cruzado, Pere sabía que tenía que hacer una cosa antes de convocar a las levas. Pues aun estando en Monzón envió varios emisarios a sus aliados para que pedir que cumplieran con sus obligaciones y participaran en la campaña. Aunque de algunos no esperaba gran ayuda, como Hungría que en aquellos momentos estaba luchando contra Venecia por el dominio de Zara, de otros sí que esperaba un vital apoyo, como Portugal y Castilla.
Una vez hecho esto el monarca ordenó el levantamiento de todas las huestes de sus reinos, para que partieran lo más pronto posible a los puertos catalanes de Tarragona, donde se reunirían las tropas aragonesas, y de Barcelona, punto de reunión de las catalanas. Una vez allí se embarcarían hacia su destino, las largas playas murcianas.
Su proclama fue rápidamente obedecida, pues de seguida interminables columnas de infantes y caballeros se dirigieron a sus puertos de destino. Entretanto, como no disponía de una numerosa flota propia, el monarca había enviado sus agentes a las villas marítimas catalanas para que reclutaran todas las naves mercantes disponibles. Y así poder llevar el ejército a las tierras andalusíes.

Mientras Tarragona y Barcelona se llenaban cada vez más de soldados, el rey tomó una vital disposición sobre la campaña. Aunque él ardía de deseos de partir a la lucha, sus consejeros se lo impidieron argumentando que no sería bueno para la Corona que se muriera sin dejar hijos. Pues los reinos podrían caer en la anarquía por las disputas entre los distintos miembros de la casa de Barcelona. Y esto sin contar el peligro de una más que probable intervención extranjera, pues su hermano pequeño Alfons, duque de Provenza, era vasallo del emperador germánico.
Por esto, y porque pronto llegaría la princesa castellana Blanca para casarse con él, el rey eligió a dos nobles para el comandamiento de sus huestes. Una decisión, como otras tantas suyas, que fue polémica.
Para liderar a los 4954 hombres de la hueste catalana eligió al occitano conde Foix, Raimond Rogier I. A pesar de ser un guerrero veterano, y tener fuertes relaciones con Catalunya, muchos se quejaron pues era un hombre que simpatizaba con los herejes cataros. Y que además había hecho públicas declaraciones de que se quería deshacer del dominio aragonés. Ante estas críticas el monarca se encogió de hombros y solo contestó que por lo que él sabía el conde era un buen católico, y respeto a lo otro puede que se lo repensara viendo la fama y honores que podía obtener sirviéndolo.

Menos polémica hubo en la elección del comandante de la hueste aragonesa, formada por unas 5659 almas, aunque a algunos les disgustó que el beneficiario fuese el catalán conde de Empúries Hug IV. Lo que no sabían es que el rey no había elegido a ningún noble del reino de Aragón pues no encontró a nadie de confianza.

Esta fue, durante meses, la última decisión que tomó el rey sobre la guerra. Pues escasos días después, por mediados de diciembre, el ejército catalán se embarcó en el puerto de Barcelona, mientras era fervorosamente despedido tanto por el monarca como por una entusiasmada ciudad, mientras que los aragoneses, por falta de navíos, iniciaron una larga marcha hacía el sud, siendo igualmente laureados a su partida por la población local.

De repente un grito sacó Guillem de sus pensamientos. Alguien había visto a los lejos la costa murciana. Con cuidado, pues temía caer en el agua, salió a cubierta y se acercó a la proa para contemplarla. Cuando la vio las manos le dejaron de temblar. Pues sabía que por fin había llegado el momento que tanto había esperado. El momento de la fuerza y el honor, y de la ira y fuego.
(continuará)
1. Vizcondado de Cardona: título ostentado desde el siglo X por el linaje de los Cardona. Esta familia desde su aparición jugó un importante papel en la política catalana medieval. En gran parte gracias al control de las minas de sal de Cardona, que les proporcionó unos ingresos elevados, y la buena relación que tenían con los condados pirenaicos (Urgell, Pallars). Pues les convirtió en unos vitales mediadores entre la Corona y los condados catalanes de la Catalunya occidental, evitando muchos conflictos pero también aprovechando las disputas feudales para incrementar su basto poder patrimonial.
Además de su linaje surgieron un gran número de personajes que tuvieron una gran importancia en la historia tanto de la Catalunya como de la Corona de Aragón medieval, como guerreros, almirantes, eruditos, abades, obispos, cardenales, diplomáticos y consejeros regios.
A causa de su influencia política y económica en el siglo XIV pasaron a ser de vizcondes a condes de Cardona, obteniendo el título ducal, gracias a su parentesco con el rey Fernando el Católico, un siglo más tarde.
Por todo esto los Cardona fue durante la Baja Edad Media el único linaje de la antigua alta nobleza catalana que sobrevivió a la crisis que cayó encima esta clase social, siendo los únicos que obtuvieron el título de “Grandes de España”.
No obstante, por falta de hereros masculinos, en el siglo XVI se entroncan primero con los duques de Segorbe, y después con los castellanos duques de Medinaceli.