Un regalo para Alflobo.

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Kal
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Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Kal »

" Era una ciudad de calles arrasadas por las cadenas de los blindados libertadores que son los que uno suele encontrar en estos casos, aceras y calles de coches abrasados en posiciones imposibles, había tenderetes que hacían de gasolineras y vendedores con un embudo de plástico rojo en la cabeza, edificios con muros arrancados por impactos de artillería, minas o simplemente quemados con la vieja antorcha de toda la vida, barata y eficaz como una quijada y detrás de las paredes voladas la vida continuaba y veías a la familia dentro ejerciendo la cotidianidad, los niños jugando o quitándose piojos y la madre haciendo la comida como en un escaparate; el padre, irremisiblemente en la puerta esperando un milagro, impotente y resentido; el explosivo y el fuego descubriendo la intimidad de la vida diaria; por la noche, plásticos de los benefactores dejaban entrever un pequeño fuego y bultos arracimados en las esquinas y un chorrito de agua saliendo de las casas sin tejado o con tantos agujeros que competían en superficie con la parte indemne y tú fuera con la cámara y el poncho de plástico, mirando.

Ciudad de mercado improvisado formado por cientos de cubículos de chapas de madera y metales arrancados de todas partes con puertas abatibles hacia arriba para proteger los cuatro artículos a la venta repetidos, whisky, licores caseros, arroz, frutas minúsculas, jíbaras cabezas de ajo rebuscadas, bolsas y enseres de plástico, cervezas calientes, galletas saladas y cigarrillos de clavo. Marlboro, en todos los lugares donde la gente se ha matado en cantidades industriales o artesanales al por mayor encuentras Marlboro. Tabaco y Johnnie Walker, ¿rojo o negro Mister?.

Hello Mister, manos tendidas y miradas desconfiadas, de reojo, no fuera a escaparse otra ráfaga de los APC con ametralladoras del 12.70 y todos sabían lo que pueden hacer esos trastos con una calle y sus vecinos.

Era, como todas las ciudades vencidas, liberadas, una ciudad de soldados mimetizados, helicópteros artillados en vuelo rasante con figuras de cabeza de libélula, ojos negros enormes, que parecían tener la habilidad de apuntarnos a todos a la vez con las ametralladoras colgando elásticas por fuera del fuselaje, dientes blancos bajo las enormes gafas de sol que se ven desde tan lejos, rítmico batir de aspas, rasgado sonido de las turbinas y olor a keroseno en la ropa. Pilotos que jugaban a beber de servicio más que fuera de él, si ello era posible, que hacían sufrir de almorranas y descojone histérico al más bragado con sus vuelos rasantes, a un paso de ser vuelos subterráneos. Suicidas aerotransportados manejando aparatos que apenas recibían mantenimiento. Pilotos hartos de reglas en sus países que cortaban copas de árboles con las palas apurando los ángulos límites para los que sus choppers, les llamaban, fueron diseñados. ¿Por qué no esperan a que se pose? ¿Por qué tienen que saltar estando aún a dos metros del suelo? Ropa de caridad lanzada desde 30 metros por la diversión de ver a los niños correr tras unos vaqueros volantes en el torbellino. Ropa de caridad de tu país y el mío que allí luego se repartían los más listos o los más fuertes y que se vendía en los mercados. ¿Quién se lo puede reprochar?. Hay que papear, buscar la vida, Mister. Buscar la vida, frase repetida que todo lo justifica, que ampara todos engaños, todas las picarescas, los delitos y las inmundicias, pero que sin embargo, uno puede llegar a comprender. ¿Qué haría yo en tu lugar?. Mataría por dar de comer a mis hijos, por ahorrarles esas punzadas en la tripa y la tristeza en la mirada que da una perola vacía. Pero no os preocupéis para eso están aquí los buenos profesionales, quiero decir, los que hacen de ejercer de “buenos” su profesión, bien pagados profesionales mantenidos por las conciencias 0’7 % solidarias. Los buenos de la película, paseando en coches de 45.000 dólares, en un país sin ambulancias, con aire acondicionado, cedéplayer y grandes letras conocidas y azules, banderitas con manos tendidas, niños sonrientes o rojas sobre fondo blanco, todo vale para pasear entre la pobreza y la desesperación; para poder saludar como si fueran en el puto papamóvil y elegir el momento del día en el que hacer la buena obra. Elegir al azar quién comerá hoy gracias a ti y recibir besos en las manos de labios apretados bajo ojos agradecidos y pedradas al doblar la esquina porque otros se preguntan por qué ellos no tendrán nada para cenar, ni para desayunar, ni para comer mañana y los perros hace días que desaparecieron. Y el monito que era la mascota del hospital militar y vivía como un maharajá de la India y un día sólo quedó la cuerda con la cabeza del mico; estos salvajes de mierda. Y el cooperante que después de ver hambres de todas las razas y colores es despedido porque no acude a las fiestas y raja sin morderse la lengua por el despilfarro y el cachondeo indecente: me piro, si quiero ayudar a alguien vendré por mi cuenta o ayudare en mi barrio, esto es otra mierda y ya no me engañan más. Había diseñado un sistema para extraer agua de los pozos empleando energía solar. Por eso y por soso, le echaron. ¿Qué cojones haríamos entonces con las máquinas de 15.000 dólares que compramos para hacer lo que tú quieres hacer por menos de 100?, es lo que nunca le dirían, la razón, que siempre la hay. Y monjas que llevan treinta años allí y son la madre Teresa en zapatillas, con los rostros de cincuenta años que parecen, a veces, veinte más, a veces quince menos, que han pagado los peajes del tifus, el cólera, la tuberculosis y que son milagros con faldas que ya no tienen patria y algunas ni Dios y que saben dónde las van a enterrar, y muy a gusto, sabe usted, a ver si nos consiguen una subvención. Estudiantes de ingeniería agrícola que han descubierto y aplican un sistema para terminar con las ratas que arrasan los arrozales sin emplear productos químicos y que no son bienvenidos porque han cultivado maría en la casa alquilada, malditos rojos, objetivo prioritario de la policía militar, que se pone hasta la patas de esa misma cosecha cuando el capitán está borracho en el bar del PX. De puta madre, tíos, de puta madre. Y los otros siguen a lo suyo porque es la práctica de su tesina y en su país no les dejan y no hay ratas suficientes y los arroceros flipan y recolectan porque el sistema es demasiado complicado para explicárselo –es una chorrada de sentido común- y este cosechón no va a durar siempre. Y yo. Flipo.

La maquinaria salvadora y cara, sí, la que montó en un aeródromo arrasado un helipuerto con enormes depósitos marrones de óxido, excedentes desmantelados y revendidos tres veces a precio de jarrón de jade procedentes de bases de ejércitos ricos, charcos negros de aceite, aquí no hay ecología que valga, soldados armados a la sombra leyendo cómics y hurgándose los dientes o las uñas con la bayoneta, con ánimo de intimidar, mejor, pose intimidatoria para la concurrencia y, por dentro, miedo de cualquiera y de todo, o simplemente dormidos con el fusil bajo el brazo cuando se cansan de hacer de modelos para una peli de guerra a los tres días de hacer el chorras. Un bar en un bunker cubierto por tela de paracaídas y de las cuerdas cortadas cuelgan CDs, bolsas de plástico y papeles adhesivos plagados de moscas, cientos de ellas, tantas que el adhesivo está lleno y vienen otros insectos a comerse a las moscas agonizantes y las fritas por el sol. Un caza-bombardero Hawk ametrallado en la puerta por proyectiles del 30 que han dejado en el fuselaje verde agujeros del tamaño de un melón y del que alguien había arrancado los instrumentos. Imagino un altímetro y un horizonte artificial huérfanos en un puesto del mercado, inútiles, perdidos como la puta con una pierna amputada por un mortero y caros, nadie pagaría por ellos, eran piezas para los turistas de la guerra y el comprador alto y blanco inventaría una historia interesante para borracheras entre amigos al volver al mundo real. Menudas fiestas se organizaban en ese bunker. Recuerdo vagamente, estaba borracho, a una uruguaya alta y morenaza que una noche estaba tan colgada y caliente que metió en sendos cubos sus piernas abiertas y se refrescaba el coño a palmetazos con el agua y los cubitos que usábamos como neveras y cincuenta tíos empalmados la mirábamos y ella se reía como una loca. Creo que entre dos la sacaron de nuevo al calor y desaparecieron los tres. Hay quien las coge al vuelo, qué jodidos. Y en la verja, fuera, claro, había docenas de mirones que no podían permitirse ni una cerveza caliente y cuyas mujeres ni viviendo quince veces podrían llegar a soñar con hacer algo parecido al espectáculo de la calentorra-turista-benefactora. La noche de la envidia, menos para dos. Todos unidos por un sentimiento, qué bonito, por fin. ¿Cómo se dice en inglés? Hang-over, pues eso.

Miles de dólares en pintura de camuflaje, en electrificar alambradas que daban al mar, en señalizar inútilmente accesos prohibidos, en pintar de blanco piedras en el suelo y poner banderitas, muchas banderitas y cartelones enormes para la tele y los pasillos de las organizaciones, manda huevos, organizaciones. Antenas parabólicas para conexión a internet, para ver la tele, cintas de video transportadas miles de kilómetros, zippos, camisetas, cocacola light, carretes, tenemos de todo, los muchachos están como en casa y mira alrededor y escupe.
Sonríe, una foto y el “local” se muerde la desilusión y las ganas de patearte los huevos y sonríe pero cuando después ves la foto te das cuenta de que te hubiera arrancado el hígado por gilipollas y malditas las ganas de hacer de modelo.

Música de Bob Marley, hip-hop, Motherfucker on a motorcycle, la banda sonora de Gladiator, de moda, los Rolling para sentirse protagonista de una de Oliver Stone. Satisfaction, esto es como el fucking Saigon, yeah. ¿Qué coño sabrás tú?. Yo sí estuve en Vietnam y lo dice con dos cojones, como en la peli, como si tal honor fuera merecedor de admiración, pero lo dice con los ojos bajos, como si haberse revolcado en la mierda desde hace treinta años no le hubiera convertido en un adicto a las hamacas, los tiros y la sangre vertida en barrizales, desiertos o cualquier otro terreno que se pusiera de moda en los telediarios, siempre para nada, para dejar los países más jodidos que cuando llegaste con el circo, los payasos, los saltimbanquis, los malabaristas, había de todo, pasen y vean. Todos tenían una guerra anterior, una aventura que hacía palidecer esta mierda, ni siquiera hay francotiradores en este agujero. El Chad, aquello sí era una guerra. Una vez llegué a un poblado y todos estaban.... . Bah!! Bosnia, Sarajevo en los buenos tiempos. Y Sarajevo en los buenos tiempos era cuando más muertos había, cuando la sangre era más barata. Crucé sin chaleco la avenida de los francotiradores y aquí me ves. Chorradas, en Rwanda sí que había fiambres, pasé seis meses allí. Y yo pienso que es más fácil pegarse un tiro de una puñetera vez que andar buscando por medio mundo que te lo pegue cualquiera, cobrando una pasta de organismos internacionales para invertir en niñas putas pendientes de ser mujeres cualquier día de estos, pastillas y alcohol. Y tener una zorrita fija que limpia, jode y da caché, te hace la pedicura y te masajea la grasa acumulada, tripa blanca con esos puntos rojos, fofa. No es vietnamita, pero es lo más parecido que ha podido encontrar en este fucking paradise, las vietnamitas sí que saben, esta zorra... y te desconectas y pasas al siguiente personaje. Este no dice nada nuevo.

El autobús sorteaba coches en dirección contraria. ¿Cuál era la dirección correcta en aquél laberinto de escombros, agujeros y peatones ociosos y suicidas?. Cuando pusieron a los primeros agentes uniformados a regular el tráfico era tan divertido verles jugarse la vida en los cruces que parábamos en las esquinas y sólo nos marchábamos cuando el tipo estaba realmente cabreado y harto de oír nuestras carcajadas, justo un momento antes de que viniera hacia nosotros con la justa pretensión de cagarse en nuestras madres, muertos y demás ancestros. A los conductores les llamábamos ciervos, no sé por qué, tal vez por que embestían y berreaban, vete a saber.

El primer hotelito era una sala sin ventanas llena de tiendas de campaña donde antes hubo pupitres y todo el espacio lo llenaba el calor y la gente sudando y sus pies, axilas, alientos, cada uno con su aroma particular. El calor siempre estaba, inseparable de la humedad, despierto, dormido, dentro de la mosquitera y en el apestoso agujero que tenía una puerta desvencijada en el que un gracioso había descolgado en vertical una inscripción: “Welcome” aprovechando que un día se leía en esa puerta “W.C.”; un agujero en el suelo y una botella de plástico a modo de cisterna que no podía aliviar la podredumbre de las mierdas acumuladas con su ración de moscas que tenían ruta fijada de los excrementos a tu cara empapada. Arcadas, luego te acostumbras, a todo. Era de las dimensiones de uno de nuestros ascensores de cuatro plazas, pintado de marrón hasta metro y medio del suelo por las diarreas urgentes, sin papel, claro, o lo llevabas puesto o tirabas de mano izquierda, como en política; lo podías encontrar, como me dijeron, siguiendo el olor, aquello parecido a una puerta que no tocabas si no era con la punta de una bota que luego debías meter en un charco urgentemente si no querías oler como aquel lugar durante todo el día. La ropa, las botas militares, la sábana, todo mojado, siempre, y todo lo que tocabas se humedecía y resbalaba. Calor y lluvia todas las tardes, una hora antes de la puesta de sol, mecánica, previsible, podías olerla, verla llegar; de tal forma era esperada y conocida que los que llevaban algún tiempo podían danzar en los patios como posesos, como directores de orquesta que con un último e histriónico golpe de sus brazos anticipaban la caída de la lluvia espesa y caliente. Caían los brazos, miraban al cielo y ya llovía intensamente, sin preámbulos, sin chispeo. Y tú, novato y perdido, alucinabas pensando cómo coño habrán hecho eso. Llovía sin medias tintas, sin contemplaciones, llovía de cojones y con mala leche. Y luego, durante la noche, cuando más rendido estabas, cuando ya no oías el golpeteo en los techos metálicos te despertaba el silencio y las nubes se habían disuelto y las lunas eran enormes y cercanas como nunca habías visto en tu vida. Mirabas el cielo estrellado, te fumabas un cigarrillo en aquel alto el fuego, en la breve tregua e inmediatamente empezaba a amanecer y cuando tirabas la colilla ya era de día y estabas sudando el nuevo amanecer, la, la, la.

El segundo hotelito me duró tres meses. Los landlords, una vieja desdentada que masticaba una raíz roja como el tabaco de los vaqueros, con los mismos salivazos densos y certeros, pero en tecnicolor; su hija, viuda y dos hijos, jovencita adolescente, casadera y única esperanza de la familia y un crío de unos diez años. Eran tres hermanos pero el pequeño murió de privación, insectos y hambre en la selva unos días cuando la familia tuvo que poner pies en polvorosa preventiva después de que al padre lo pasaran a buscar los de Inteligencia para darle matarile, me suena, como en nuestros viejos tiempos. Y la viuda le guardaba un luto particular, no había para vestidos negros, así que lloraba dos horitas todas las noches, cuando estábamos todos callados y se apagaba la última vela. Dos horas de gemir, repetir el nombre y caer rendida, cada vez más bajito y hacías un esfuerzo para no oírla pero no podías dejar de poner la oreja, llegó a ser como el tic-tac de un despertador, si no lloraba no me dormía. Si lloraba me desesperaba y ponía música, yo qué sé, todo muy extraño.
La habitación tenía tres por dos, sin ventana; en el hueco de la pared donde estuvo un día había tela metálica de gallinero por la que una rata podía entrar aunque hubiera alcanzado milagrosamente, el tamaño de un conejo, conejos ni uno, claro; los cristales habían volado, imagino en el mismo momento, poco más o menos, en que desapareció el techo original. Sonoras y calientes planchas de zinc. Una foto, estoy contra esa ventana, con una camiseta verde, clara en la zona seca y oscura en su mayor parte, la sudada, la cara brillante, el pelo empapado por el terrible esfuerzo de estar sentado escribiendo una carta, los ojos fijos en el techo y de una botella de agua cae un chorro grueso directo a la garganta. Beber para que no te duela la cabeza, beber por prescripción facultativa, agua para no convertirte en una croqueta arrugada y somnolienta sin ganas de ponerte en pie ni para mear en el cuartucho de las cucarachas a las que hablaba mientras me echaba agua por encima a modo de ducha, con un cazo, y con jabón mientras duró el jabón, con cuidado de no apagar la lámpara de aceite, auténtico lujo que sustituyó, al aparecer un día en el mercado, a las velas de cumpleaños o poco más que nos daban sólo para leer unas cuantas páginas.
Los primeros veinte fueron días de pensar que ya lo había visto y que mejor dejaba la experiencia para los que la disfrutaban, porque había que estar pirado para vivir así. Y una mañana cuando estás pensando en llamar para que te saquen de allí descubres una sonrisa en medio de la podredumbre y te sientas, no, te derrumbas bajo un árbol y un niño se sienta a tu lado y no te dice nada, y tú no sabes qué coño puedes decirte. El niño se ríe, te ríes, a ver, y le enseñas el reloj y se lo pone y es el rey del barrio y te sientes como un jodido papá noel a destiempo y olvidas tu ombligo y ese día no es tan malo. A la mañana siguiente los niños te llaman por tu nombre.

Y vas a la playa y resulta que eres el protagonista de un anuncio de agencia de viajes, arenas blancas, paraíso, bla bla bla. Estás sólo y piensas que no es tan malo ser un mirón en una ciudad minada y con el 98% de los edificios volados unos meses antes. Al fin al cabo esto es sólo una temporada, pásalo lo mejor que puedas y algo podrás hacer, puedes ser diferente, echar una mano de verdad.

Te olvidas de las recomendaciones que te prevenían contra medusas, tiburones, serpientes acuáticas y cocodrilos, todos supuesta y ciertamente capaces de joderte vivo de una u otra forma pero menos inclinados a tratar con humanos de lo que decían y te das un baño de puta madre. Y el mar resulta no ser peligroso, es un útero cálido, una sopa sensual con fideos de algas multicolores y vuelves a la arena renacido, reencarnado en Leonardo DiCaprio con meyba de mercadillo y te tumbas en pelotas porque no hay sombrillas ni vendedores de porciones de coco, ni radiocasetes y te quedas dormido como tu madre te trajo al mundo, es decir, jodido pero contento, y te despiertas acojonado por una punzada horrible pensando que vas a morir triturado en las fauces de una bestia antediluviana en mitad de ninguna parte. Pero ves que la punzada en tu huevo derecho es un cangrejo del tamaño de cinco céntimos y que tus preciadas e insustituibles pelotas siguen en su sitio.

Nadie me había prevenido contra eso y aquel día empecé a pensar si todo lo que me habían dicho, todos los peligros, los miedos y los prejuicios, no serían más que lo que otros querían que pensara. Decidí vivir aquello de otra manera. "

A veces no hay más salida que vivir la vida de otra manera.

Un abrazo
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Kal »

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Erwin
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Erwin »

Eres un tio grande Kal.

Cito:

"Tenía que cenar, poner una lavadora, leerme todos aquellos folios e irme a la cama para madrugar al día siguiente, así que encendí el ordenador y me puse a pasear por Internet."

"Decidí que la cena iba a tener que esperar, y que la lavadora y los contratos se iban a quedar para el día siguiente"

"Mi consejo es que hagas muchas cosas, tantas como te sea posible. Emprende muchos caminos y fracasa, cágala tantas veces como puedas. Nada enseña tanto como una hostia de la vida.

Esta es una frase grandiosa, toma nota:

"Si volviera a nacer cometería los mismos errores, sólo que los haría antes"

Amén

Los amigos están para las ocasiones :Ok:

Saludos
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Kal »

A veces es sólo cuestión de encontrar la salida. No se trata de comparar nuestra angustia con la de otras personas, se trata de ponerla en perspectiva. Cuando conseguimos elevarnos sobre la gota que colmó el vaso, nos damos cuenta de que no era tan grave.

Hay que aprender a luchar y sobran buenos ejemplos. El amor es casi siempre la mejor motivación para seguir.

http://wild-running.blogspot.com/2007/0 ... -dick.html

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=flRvsO8m_KI[/youtube]
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Kal »

Para ilustrar lo que decía del amor...

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Alf
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Alf »

Gracias, Kal.
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Abbadom »

Kal escribió:" Era una ciudad de calles arrasadas por las cadenas de los blindados libertadores que son los que uno suele encontrar en estos casos, aceras y calles de coches abrasados en posiciones imposibles, había tenderetes que hacían de gasolineras y vendedores con un embudo de plástico rojo en la cabeza, edificios con muros arrancados por impactos de artillería, minas o simplemente quemados con la vieja antorcha de toda la vida, barata y eficaz como una quijada y detrás de las paredes voladas la vida continuaba y veías a la familia dentro ejerciendo la cotidianidad, los niños jugando o quitándose piojos y la madre haciendo la comida como en un escaparate; el padre, irremisiblemente en la puerta esperando un milagro, impotente y resentido; el explosivo y el fuego descubriendo la intimidad de la vida diaria; por la noche, plásticos de los benefactores dejaban entrever un pequeño fuego y bultos arracimados en las esquinas y un chorrito de agua saliendo de las casas sin tejado o con tantos agujeros que competían en superficie con la parte indemne y tú fuera con la cámara y el poncho de plástico, mirando.

Ciudad de mercado improvisado formado por cientos de cubículos de chapas de madera y metales arrancados de todas partes con puertas abatibles hacia arriba para proteger los cuatro artículos a la venta repetidos, whisky, licores caseros, arroz, frutas minúsculas, jíbaras cabezas de ajo rebuscadas, bolsas y enseres de plástico, cervezas calientes, galletas saladas y cigarrillos de clavo. Marlboro, en todos los lugares donde la gente se ha matado en cantidades industriales o artesanales al por mayor encuentras Marlboro. Tabaco y Johnnie Walker, ¿rojo o negro Mister?.

Hello Mister, manos tendidas y miradas desconfiadas, de reojo, no fuera a escaparse otra ráfaga de los APC con ametralladoras del 12.70 y todos sabían lo que pueden hacer esos trastos con una calle y sus vecinos.

Era, como todas las ciudades vencidas, liberadas, una ciudad de soldados mimetizados, helicópteros artillados en vuelo rasante con figuras de cabeza de libélula, ojos negros enormes, que parecían tener la habilidad de apuntarnos a todos a la vez con las ametralladoras colgando elásticas por fuera del fuselaje, dientes blancos bajo las enormes gafas de sol que se ven desde tan lejos, rítmico batir de aspas, rasgado sonido de las turbinas y olor a keroseno en la ropa. Pilotos que jugaban a beber de servicio más que fuera de él, si ello era posible, que hacían sufrir de almorranas y descojone histérico al más bragado con sus vuelos rasantes, a un paso de ser vuelos subterráneos. Suicidas aerotransportados manejando aparatos que apenas recibían mantenimiento. Pilotos hartos de reglas en sus países que cortaban copas de árboles con las palas apurando los ángulos límites para los que sus choppers, les llamaban, fueron diseñados. ¿Por qué no esperan a que se pose? ¿Por qué tienen que saltar estando aún a dos metros del suelo? Ropa de caridad lanzada desde 30 metros por la diversión de ver a los niños correr tras unos vaqueros volantes en el torbellino. Ropa de caridad de tu país y el mío que allí luego se repartían los más listos o los más fuertes y que se vendía en los mercados. ¿Quién se lo puede reprochar?. Hay que papear, buscar la vida, Mister. Buscar la vida, frase repetida que todo lo justifica, que ampara todos engaños, todas las picarescas, los delitos y las inmundicias, pero que sin embargo, uno puede llegar a comprender. ¿Qué haría yo en tu lugar?. Mataría por dar de comer a mis hijos, por ahorrarles esas punzadas en la tripa y la tristeza en la mirada que da una perola vacía. Pero no os preocupéis para eso están aquí los buenos profesionales, quiero decir, los que hacen de ejercer de “buenos” su profesión, bien pagados profesionales mantenidos por las conciencias 0’7 % solidarias. Los buenos de la película, paseando en coches de 45.000 dólares, en un país sin ambulancias, con aire acondicionado, cedéplayer y grandes letras conocidas y azules, banderitas con manos tendidas, niños sonrientes o rojas sobre fondo blanco, todo vale para pasear entre la pobreza y la desesperación; para poder saludar como si fueran en el puto papamóvil y elegir el momento del día en el que hacer la buena obra. Elegir al azar quién comerá hoy gracias a ti y recibir besos en las manos de labios apretados bajo ojos agradecidos y pedradas al doblar la esquina porque otros se preguntan por qué ellos no tendrán nada para cenar, ni para desayunar, ni para comer mañana y los perros hace días que desaparecieron. Y el monito que era la mascota del hospital militar y vivía como un maharajá de la India y un día sólo quedó la cuerda con la cabeza del mico; estos salvajes de mierda. Y el cooperante que después de ver hambres de todas las razas y colores es despedido porque no acude a las fiestas y raja sin morderse la lengua por el despilfarro y el cachondeo indecente: me piro, si quiero ayudar a alguien vendré por mi cuenta o ayudare en mi barrio, esto es otra mierda y ya no me engañan más. Había diseñado un sistema para extraer agua de los pozos empleando energía solar. Por eso y por soso, le echaron. ¿Qué cojones haríamos entonces con las máquinas de 15.000 dólares que compramos para hacer lo que tú quieres hacer por menos de 100?, es lo que nunca le dirían, la razón, que siempre la hay. Y monjas que llevan treinta años allí y son la madre Teresa en zapatillas, con los rostros de cincuenta años que parecen, a veces, veinte más, a veces quince menos, que han pagado los peajes del tifus, el cólera, la tuberculosis y que son milagros con faldas que ya no tienen patria y algunas ni Dios y que saben dónde las van a enterrar, y muy a gusto, sabe usted, a ver si nos consiguen una subvención. Estudiantes de ingeniería agrícola que han descubierto y aplican un sistema para terminar con las ratas que arrasan los arrozales sin emplear productos químicos y que no son bienvenidos porque han cultivado maría en la casa alquilada, malditos rojos, objetivo prioritario de la policía militar, que se pone hasta la patas de esa misma cosecha cuando el capitán está borracho en el bar del PX. De puta madre, tíos, de puta madre. Y los otros siguen a lo suyo porque es la práctica de su tesina y en su país no les dejan y no hay ratas suficientes y los arroceros flipan y recolectan porque el sistema es demasiado complicado para explicárselo –es una chorrada de sentido común- y este cosechón no va a durar siempre. Y yo. Flipo.

La maquinaria salvadora y cara, sí, la que montó en un aeródromo arrasado un helipuerto con enormes depósitos marrones de óxido, excedentes desmantelados y revendidos tres veces a precio de jarrón de jade procedentes de bases de ejércitos ricos, charcos negros de aceite, aquí no hay ecología que valga, soldados armados a la sombra leyendo cómics y hurgándose los dientes o las uñas con la bayoneta, con ánimo de intimidar, mejor, pose intimidatoria para la concurrencia y, por dentro, miedo de cualquiera y de todo, o simplemente dormidos con el fusil bajo el brazo cuando se cansan de hacer de modelos para una peli de guerra a los tres días de hacer el chorras. Un bar en un bunker cubierto por tela de paracaídas y de las cuerdas cortadas cuelgan CDs, bolsas de plástico y papeles adhesivos plagados de moscas, cientos de ellas, tantas que el adhesivo está lleno y vienen otros insectos a comerse a las moscas agonizantes y las fritas por el sol. Un caza-bombardero Hawk ametrallado en la puerta por proyectiles del 30 que han dejado en el fuselaje verde agujeros del tamaño de un melón y del que alguien había arrancado los instrumentos. Imagino un altímetro y un horizonte artificial huérfanos en un puesto del mercado, inútiles, perdidos como la puta con una pierna amputada por un mortero y caros, nadie pagaría por ellos, eran piezas para los turistas de la guerra y el comprador alto y blanco inventaría una historia interesante para borracheras entre amigos al volver al mundo real. Menudas fiestas se organizaban en ese bunker. Recuerdo vagamente, estaba borracho, a una uruguaya alta y morenaza que una noche estaba tan colgada y caliente que metió en sendos cubos sus piernas abiertas y se refrescaba el coño a palmetazos con el agua y los cubitos que usábamos como neveras y cincuenta tíos empalmados la mirábamos y ella se reía como una loca. Creo que entre dos la sacaron de nuevo al calor y desaparecieron los tres. Hay quien las coge al vuelo, qué jodidos. Y en la verja, fuera, claro, había docenas de mirones que no podían permitirse ni una cerveza caliente y cuyas mujeres ni viviendo quince veces podrían llegar a soñar con hacer algo parecido al espectáculo de la calentorra-turista-benefactora. La noche de la envidia, menos para dos. Todos unidos por un sentimiento, qué bonito, por fin. ¿Cómo se dice en inglés? Hang-over, pues eso.

Miles de dólares en pintura de camuflaje, en electrificar alambradas que daban al mar, en señalizar inútilmente accesos prohibidos, en pintar de blanco piedras en el suelo y poner banderitas, muchas banderitas y cartelones enormes para la tele y los pasillos de las organizaciones, manda huevos, organizaciones. Antenas parabólicas para conexión a internet, para ver la tele, cintas de video transportadas miles de kilómetros, zippos, camisetas, cocacola light, carretes, tenemos de todo, los muchachos están como en casa y mira alrededor y escupe.
Sonríe, una foto y el “local” se muerde la desilusión y las ganas de patearte los huevos y sonríe pero cuando después ves la foto te das cuenta de que te hubiera arrancado el hígado por gilipollas y malditas las ganas de hacer de modelo.

Música de Bob Marley, hip-hop, Motherfucker on a motorcycle, la banda sonora de Gladiator, de moda, los Rolling para sentirse protagonista de una de Oliver Stone. Satisfaction, esto es como el fucking Saigon, yeah. ¿Qué coño sabrás tú?. Yo sí estuve en Vietnam y lo dice con dos cojones, como en la peli, como si tal honor fuera merecedor de admiración, pero lo dice con los ojos bajos, como si haberse revolcado en la mierda desde hace treinta años no le hubiera convertido en un adicto a las hamacas, los tiros y la sangre vertida en barrizales, desiertos o cualquier otro terreno que se pusiera de moda en los telediarios, siempre para nada, para dejar los países más jodidos que cuando llegaste con el circo, los payasos, los saltimbanquis, los malabaristas, había de todo, pasen y vean. Todos tenían una guerra anterior, una aventura que hacía palidecer esta mierda, ni siquiera hay francotiradores en este agujero. El Chad, aquello sí era una guerra. Una vez llegué a un poblado y todos estaban.... . Bah!! Bosnia, Sarajevo en los buenos tiempos. Y Sarajevo en los buenos tiempos era cuando más muertos había, cuando la sangre era más barata. Crucé sin chaleco la avenida de los francotiradores y aquí me ves. Chorradas, en Rwanda sí que había fiambres, pasé seis meses allí. Y yo pienso que es más fácil pegarse un tiro de una puñetera vez que andar buscando por medio mundo que te lo pegue cualquiera, cobrando una pasta de organismos internacionales para invertir en niñas putas pendientes de ser mujeres cualquier día de estos, pastillas y alcohol. Y tener una zorrita fija que limpia, jode y da caché, te hace la pedicura y te masajea la grasa acumulada, tripa blanca con esos puntos rojos, fofa. No es vietnamita, pero es lo más parecido que ha podido encontrar en este fucking paradise, las vietnamitas sí que saben, esta zorra... y te desconectas y pasas al siguiente personaje. Este no dice nada nuevo.

El autobús sorteaba coches en dirección contraria. ¿Cuál era la dirección correcta en aquél laberinto de escombros, agujeros y peatones ociosos y suicidas?. Cuando pusieron a los primeros agentes uniformados a regular el tráfico era tan divertido verles jugarse la vida en los cruces que parábamos en las esquinas y sólo nos marchábamos cuando el tipo estaba realmente cabreado y harto de oír nuestras carcajadas, justo un momento antes de que viniera hacia nosotros con la justa pretensión de cagarse en nuestras madres, muertos y demás ancestros. A los conductores les llamábamos ciervos, no sé por qué, tal vez por que embestían y berreaban, vete a saber.

El primer hotelito era una sala sin ventanas llena de tiendas de campaña donde antes hubo pupitres y todo el espacio lo llenaba el calor y la gente sudando y sus pies, axilas, alientos, cada uno con su aroma particular. El calor siempre estaba, inseparable de la humedad, despierto, dormido, dentro de la mosquitera y en el apestoso agujero que tenía una puerta desvencijada en el que un gracioso había descolgado en vertical una inscripción: “Welcome” aprovechando que un día se leía en esa puerta “W.C.”; un agujero en el suelo y una botella de plástico a modo de cisterna que no podía aliviar la podredumbre de las mierdas acumuladas con su ración de moscas que tenían ruta fijada de los excrementos a tu cara empapada. Arcadas, luego te acostumbras, a todo. Era de las dimensiones de uno de nuestros ascensores de cuatro plazas, pintado de marrón hasta metro y medio del suelo por las diarreas urgentes, sin papel, claro, o lo llevabas puesto o tirabas de mano izquierda, como en política; lo podías encontrar, como me dijeron, siguiendo el olor, aquello parecido a una puerta que no tocabas si no era con la punta de una bota que luego debías meter en un charco urgentemente si no querías oler como aquel lugar durante todo el día. La ropa, las botas militares, la sábana, todo mojado, siempre, y todo lo que tocabas se humedecía y resbalaba. Calor y lluvia todas las tardes, una hora antes de la puesta de sol, mecánica, previsible, podías olerla, verla llegar; de tal forma era esperada y conocida que los que llevaban algún tiempo podían danzar en los patios como posesos, como directores de orquesta que con un último e histriónico golpe de sus brazos anticipaban la caída de la lluvia espesa y caliente. Caían los brazos, miraban al cielo y ya llovía intensamente, sin preámbulos, sin chispeo. Y tú, novato y perdido, alucinabas pensando cómo coño habrán hecho eso. Llovía sin medias tintas, sin contemplaciones, llovía de cojones y con mala leche. Y luego, durante la noche, cuando más rendido estabas, cuando ya no oías el golpeteo en los techos metálicos te despertaba el silencio y las nubes se habían disuelto y las lunas eran enormes y cercanas como nunca habías visto en tu vida. Mirabas el cielo estrellado, te fumabas un cigarrillo en aquel alto el fuego, en la breve tregua e inmediatamente empezaba a amanecer y cuando tirabas la colilla ya era de día y estabas sudando el nuevo amanecer, la, la, la.

El segundo hotelito me duró tres meses. Los landlords, una vieja desdentada que masticaba una raíz roja como el tabaco de los vaqueros, con los mismos salivazos densos y certeros, pero en tecnicolor; su hija, viuda y dos hijos, jovencita adolescente, casadera y única esperanza de la familia y un crío de unos diez años. Eran tres hermanos pero el pequeño murió de privación, insectos y hambre en la selva unos días cuando la familia tuvo que poner pies en polvorosa preventiva después de que al padre lo pasaran a buscar los de Inteligencia para darle matarile, me suena, como en nuestros viejos tiempos. Y la viuda le guardaba un luto particular, no había para vestidos negros, así que lloraba dos horitas todas las noches, cuando estábamos todos callados y se apagaba la última vela. Dos horas de gemir, repetir el nombre y caer rendida, cada vez más bajito y hacías un esfuerzo para no oírla pero no podías dejar de poner la oreja, llegó a ser como el tic-tac de un despertador, si no lloraba no me dormía. Si lloraba me desesperaba y ponía música, yo qué sé, todo muy extraño.
La habitación tenía tres por dos, sin ventana; en el hueco de la pared donde estuvo un día había tela metálica de gallinero por la que una rata podía entrar aunque hubiera alcanzado milagrosamente, el tamaño de un conejo, conejos ni uno, claro; los cristales habían volado, imagino en el mismo momento, poco más o menos, en que desapareció el techo original. Sonoras y calientes planchas de zinc. Una foto, estoy contra esa ventana, con una camiseta verde, clara en la zona seca y oscura en su mayor parte, la sudada, la cara brillante, el pelo empapado por el terrible esfuerzo de estar sentado escribiendo una carta, los ojos fijos en el techo y de una botella de agua cae un chorro grueso directo a la garganta. Beber para que no te duela la cabeza, beber por prescripción facultativa, agua para no convertirte en una croqueta arrugada y somnolienta sin ganas de ponerte en pie ni para mear en el cuartucho de las cucarachas a las que hablaba mientras me echaba agua por encima a modo de ducha, con un cazo, y con jabón mientras duró el jabón, con cuidado de no apagar la lámpara de aceite, auténtico lujo que sustituyó, al aparecer un día en el mercado, a las velas de cumpleaños o poco más que nos daban sólo para leer unas cuantas páginas.
Los primeros veinte fueron días de pensar que ya lo había visto y que mejor dejaba la experiencia para los que la disfrutaban, porque había que estar pirado para vivir así. Y una mañana cuando estás pensando en llamar para que te saquen de allí descubres una sonrisa en medio de la podredumbre y te sientas, no, te derrumbas bajo un árbol y un niño se sienta a tu lado y no te dice nada, y tú no sabes qué coño puedes decirte. El niño se ríe, te ríes, a ver, y le enseñas el reloj y se lo pone y es el rey del barrio y te sientes como un jodido papá noel a destiempo y olvidas tu ombligo y ese día no es tan malo. A la mañana siguiente los niños te llaman por tu nombre.

Y vas a la playa y resulta que eres el protagonista de un anuncio de agencia de viajes, arenas blancas, paraíso, bla bla bla. Estás sólo y piensas que no es tan malo ser un mirón en una ciudad minada y con el 98% de los edificios volados unos meses antes. Al fin al cabo esto es sólo una temporada, pásalo lo mejor que puedas y algo podrás hacer, puedes ser diferente, echar una mano de verdad.

Te olvidas de las recomendaciones que te prevenían contra medusas, tiburones, serpientes acuáticas y cocodrilos, todos supuesta y ciertamente capaces de joderte vivo de una u otra forma pero menos inclinados a tratar con humanos de lo que decían y te das un baño de puta madre. Y el mar resulta no ser peligroso, es un útero cálido, una sopa sensual con fideos de algas multicolores y vuelves a la arena renacido, reencarnado en Leonardo DiCaprio con meyba de mercadillo y te tumbas en pelotas porque no hay sombrillas ni vendedores de porciones de coco, ni radiocasetes y te quedas dormido como tu madre te trajo al mundo, es decir, jodido pero contento, y te despiertas acojonado por una punzada horrible pensando que vas a morir triturado en las fauces de una bestia antediluviana en mitad de ninguna parte. Pero ves que la punzada en tu huevo derecho es un cangrejo del tamaño de cinco céntimos y que tus preciadas e insustituibles pelotas siguen en su sitio.

Nadie me había prevenido contra eso y aquel día empecé a pensar si todo lo que me habían dicho, todos los peligros, los miedos y los prejuicios, no serían más que lo que otros querían que pensara. Decidí vivir aquello de otra manera. "

A veces no hay más salida que vivir la vida de otra manera.

Un abrazo
Kal, disculpa

¿Podrias decirme de quien es el texto? ¿Articulo, Libro, ida de pinza...?

Porque esta de escandalo...

Un saludo
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Iosef »

Kal tioene varios textos en esta pagina, desde unos curiosos relatos cortos varios a las aventuras de un artillero de un dauntless era?? andaluz en la navy

Topdos sin desperdicio alguno.

Un dia deberiamos hacer una recopilacion.
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Kal
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por Kal »

Bueno, ya vale. :oops:
One lovely morning about the end of april 1913, found me very pleased with life in general...
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MarkusWaldstein
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Re: Un regalo para Alflobo.

Mensaje por MarkusWaldstein »

Kal escribió:Bueno, ya vale. :oops:
No, no vale... clava alguna cosilla más que los lectores compulsivos necesitamos chicha :aplauso: :Ok:
Gritó dos veces, un grito no más fuerte que una exhalación: ¡El horror! ¡El horror!
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