Como no solo de tanques vivo, me gustaría compartir con este foro mi grán aficción: la guerra submarina

DESENGAÑOS ANTE NARVIK. Abril, 1940
Con el motivo de la ocupación de Noruega por el ejército alemán, el submarino del capitán de corbeta Herbert Scultze recibió la orden de interceptar, y a ser posible desarticular, en Vestfjord las fuerzas navales inglesas, cuyo ataque se esperaba.
Destructores alemanes al mando del comodoro Bonte, después de recorrer el trayecto Wilhemshaven-Narvik, extraordinariamente largo para esta clase de buques, y haciendo frente a un duro temporal de invierno, habían desembarcado en la bahía de Narvik un reducido destacamento de cazadores alpinos, con la misión de ocupar mediante un golpe de mano el importante puerto del norte de Noruega y defenderlo hasta que llegaran los demás refuerzos a bordo de transportes.
En el submarino de Schultze no se sabía exactamente lo que sucedía. ¿Habrían llegado ya a puerto los destructores alemanes? ¿Se había realizado con éxito la proyectada operación? De todos modos, debían estar preparados para la aparición de unidades inglesas, pues el enemigo se proponía ocupar Narvik y toda Escandinavia.
Todas las unidades alemanas habían sido informadas por radio de que importantes núcleos de la flota de alta mar inglesa, con transportes y mercantes, habían salido y se dirigían hacia el Norte. Pero los destructores alemanes se les habían adelantado y, según se informo por radio a los submarinos, la flotilla rebasó Baroy sin haber avistado a los ingleses.
En tan críticas circunstancias empezó a caer una intensa nevada. Los serviolas del submarino apenas llegaban a ver la misma proa. En el fondo del fiordo, desconectados de las demás fuerzas navales y con aquella nevada, no podían hacer nada. Era inaudito, Después de haber capeado con éxito un temporal, ahora todo parecía estropearse.
-¿Ha visto usted alguna vez algo parecido?-pregunta Schultze al oficial de guardia, no sabiendo cómo desahogar su rabia y su preocupación.
En el estrecho puente del submarino, el oficial mueve negativamente su enfundada cabeza, y lo mismo hacen los otros cuatro serviolas del puente, que parecen figuras navideñas forradas de algodón.
-Si ahora llegaran los ingleses… ¡Bah!, no hay que pensar en ello. Seguiremos en superficie. No hay más remedio.
Dicho esto, el comandante desaparece en el interior del sumergible. En la dura vida del mar hay que someterse a veces a las inesquivables fuerzas de los elementos.
Cuando la visibilidad es mala, los submarinos se ven obligados a sumergirse para no ser sorprendidos inesperadamente en superficie, donde es más débil que cualquier otra embarcación. Su mayor fuerza estriba en su invisibilidad bajo el agua. En cualquier momento podía cesar la nevada, y entonces quedaría a merced del enemigo. Era preciso actuar, y cuanto antes mejor. En aquellos momentos, los destructores alemanes estaban indefensos en la bahía de Narvik, tal vez abasteciéndose de petróleo. Antes de que llegaran los ingleses y pudieran cerrar la trampa, el submarino debía estar dentro de la bahía.
Pero la inoportuna y blanca cortina de nieve seguía cayendo alrededor del submarino. En el desamparado puente el oficial de guardia y los serviolas continuaban inactivos, unos expresando su desesperación y otros hoscos y silenciosos, según su distinto temperamento. Pasan lentamente los minutos.
¿Qué ocurre? De un salto, el comandante se levanta de su estrecha litera, cruza la puerta estanca, pasa a la cámara de mando y sube corriendo la escalera vertical que conduce a la torreta. Ni siquiera se ha echado el capote encima.
-Algo ha pasado muy cerca, mi comandante- informa el oficial de guardia tragando saliva y luchando aun con la impresión que acaba de recibir.
¡Malditos nervios! ¿Qué habría sido? Desde luego, un barco, pero ¿de qué clase? Sólo saben que ha agitado las tranquilas aguas del fiordo, zarandeando a su paso al submarino. ¿En qué dirección navegaba? ¿Hacia dentro o hacia fuera? El agua ya no se mueve. ¿Era un buque enemigo? De nuevo un profundo y misterioso silencio cae sobre las aguas del fiordo.
El buque podía ser noruego…, pero también inglés… ¿Cuándo terminaría aquella maldita nevada? En estas latitudes reina todavía el crudo invierno polar. Dentro del submarino, los mamparos están tan fríos que cuando los tocan con las manos, las retiran como si les diese una sacudida eléctrica. Fuera, la espesa y blanca capa cae pesadamente sobre el submarino. La nieve cosquillea la en la nariz, carga los parpados y abrir los ojos supone un doloroso esfuerzo.
De prono todos exclaman: -¡Ya están aquí!- Sí, son disparos de artillería… Al parecer, el enemigo ha llegado oculto en la nevada.
Schultze empieza a dar órdenes. Aunque algo tarde, va ha meterse en la bahía de Narvik.
La nevada ha disminuido, y puede verse ahora a doscientos metros de distancia.
Durante un rato, el submarino navega sin contratiempo por las tranquilas aguas del fiordo. Las lejanas detonaciones son cada vez más espaciadas, y al fin dejan de oírse por completo ¿Qué ocurre en Narvik? ¿Qué harán los destructores alemanes? Una y otra vez se formulan las mismas preguntas.
De pronto avistan dos destructores británicos que se retiran a toda velocidad. ¿Están preparados los torpedos? El submarino está en una situación desfavorable para el ataque. Las sombras grises se agrandan, sus contornos se precisan, y poco después pasan raudos. Si, son ingleses. Sin duda abran sido rechazados por los alemanes. Pero el enemigo desaparece sin que Schultze haya podido disparar.
Patrullando en un submarino se está expuesto a sufrir tales contrariedades, y no hay que dejarse abatir por ellas. Tal vez más adelante tengan suerte… Herbert Schultze se encoge de hombros.
El enemigo está ya en Vestfjord. Amparándose en el temporal de nieve, ha conseguido pasar las líneas de vigilancia alemanas. El tiempo les ha sido favorable y han sabido aprovecharlo. Narvik queda ahora abierto para los ingleses. Pero, según parece, su primer propósito de aniquilar las fuerzas alemanas de desembarco a fracasado, y ahora intentan ganar tiempo. ¿Llegarán a Narvik antes que los refuerzos alemanes? Los destructores alemanes no han podido salir y se encuentran como cogidos en una trampa, aislados e incomunicados. Los ingleses, con sus unidades pesadas, bloquearan toda esta zona. Los buques de línea alemanes están más al sur, ocupados en otras misiones. Además, no pueden medirse con la formidable flota británica de alta mar.
Las fuerzas alemanas deben evitar lanzarse a otra batalla como la de Skagerrak de la primera guerra mundial. Su misión ahora debe consistir en asestar golpes aquí y allá, aprovechando cuantas oportunidades se les ofrezcan. Eso piensa el capitán de corbeta Schultze, y por su parte procurará debilitar al enemigo todo lo posible y mantenerlo a distancia de la estrecha ensenada de Narvik.
El submarino avanza con precaución hacia el interior de la bahía, por entre los acantilados, erizados de salientes, del fiordo. Siguiendo las normales recibidas del Mando, estudia detenidamente, junto al oficial de derrota y con la carta a la vista, todos los complicados accidentes de la costa, los salientes rocosos, los montes, que para el navegante cambian constantemente de forma; procura retener en su imaginación todas las radas, hendiduras y bajos y anota toda clase de puntos característicos. Así podrá orientarse rápidamente en cualquier momento.
Era una suerte poder observar con tanta tranquilidad estas zonas tan difíciles para la navegación. Schultze desmenuzaba, por decirlo así, toda la ensenada, igual que el soldado de infantería desmenuza y aprende el terreno sobre el que ha de saltar. Una lucha submarina tan cerca de tierra, entre una maraña de rocas, en aguas estrechas y de escasa profundidad, más que una batalla naval, sería una operación de grupos de asalto sobre la costa.
Por los mensajes interceptados que los puestos exteriores en la mar no están ocupados todavía por los demás submarinos alemanes. Por eso Herbert Schultze se considera único defensor de Narvik. De buena gana desembarcaría para enterarse de la situación, ya que ignora en absoluto la suerte que hayan podido correr los cazadores alpinos. ¿Habrán desembarcado y encontrado las armas que esperaban? Pero no puede preocuparse de estas cosas. Su obligación es seguir en su posición de vigilancia en la ensenada.
Los destructores ingleses que patrullan buscando a los submarinos alemanes es lo único que hay ahora de la flota inglesa. A veces se acocan zigzagueando hasta las proximidades del submarino de Schultze, y los haces sonoros de los detectores resuenan como bastones en la torreta del submarino medio sumergido. Navega un tiempo en inmersión, y, cuando ni consigue librarse de sus perseguidores, se posa en los fondos de sesenta metros, cerca de los escollos, hasta que, después de varias horas de infructuosa búsqueda, los destructores se retiran. Entonces el submarino abandona el fondo y vuelve a navegar a profundidad periscópica.
Al atardecer vuelan sobre el fiordo algunos aviones enemigos. El bombardeo de Narvik, que se encuentra a unas doce millas de distancia, se oye perfectamente desde el interior del submarino. ¿Qué harán los destructores alemanes? ¿Par qué no salen a la bahía? Por la noche empeora el tiempo y empieza a llover. Salen a superficie y ven a dos destructores alemanes que están efectuando un reconocimiento. Schultze, entre tanto aprovecha para cargar las baterías, que están casi exhaustas. Para esta operación utiliza los motores diesel, en combinación con los eléctricos, que actúan como dímanos. Pero el ruido de estos motores resuena más de lo deseado en el amurallado recinto que forman los montes.
Al mediodía siguiente aun están los destructores alemanes delante de Narvik. Por el Oeste se ven unos palos, y al mismo tiempo se oye fuego de artillería. Una gran formación enemiga avanza sobre el fiordo, cubriendo toda su anchura y disparando sobre Narvik con sus cañones de gruesa calibre. A primera vista pueden contarse hasta diez destructores. Varios aviones vuelan en círculo sobre la formación. Se oyen constantemente las detonaciones de las cargas de profanidad y los disparos de los cañones. Schultze observa desde el periscopio la batalla. Es el único que sabe algo de lo que sucede fuera.
Las unidades enemigas zigzaguean sin cesar, para eludir los disparos alemanes y dificultar su puntería. Los destructores de Bonte poco podrán hacer frente a la superioridad de las fuerzas inglesas. Schultze ataca a su vez con su submarino. Avanza contra la columna de babor enemiga. Distancia: mil doscientos metros…, mil…, ochocientos… Marcación, 090º ¡Fuego! Aun lanza otro torpedo. Después arría rápidamente el periscopio… ¿Qué abra sucedido? ¿Abra hecho blanco? No hay modo de averiguarlo en medio del infernal estruendo que los rodea.
El submarino adquiere de pronto una anormal tendencia a bajar, y al cabo de de unos minutos vuelve a subir tan rápidamente que, para evitar salir a superficie, lo que supondría su destrucción, tienen que intervenir el mismo comandante y el jefe de máquinas. Por fin el submarino vuelve a su cota.
Entre tanto, a través de una rápida ojeada con el periscopio, Schultze ve, a trescientos metros de flotilla enemiga, un gran buque de línea, protegido por otros dos destructores ¡Qué objetivo tan estupendo!
Pero, desgraciadamente, los timones de profundidad no obedecen y no puede sitiarse en posición de lanzamiento. ¡Maldita sea! El submarino cabecea y sube y baja constantemente de un modo inexplicable desde que fueron disparados los dos primeros torpedos.
El submarino de Schultze no es un buque moderno, sino todo lo contrario; era una vieja embarcación destinada a estudios experimentales y que, al estallar la guerra se habilitó lo mejor posible par entrar en combate. Cojea por todas partes y es muy difícil mantener su estabilidad.
Por fin, cuando ya han conseguido llevarlo a cota periscópica y se intenta proseguir el ataque, Schultze advierte que la fortaleza enemiga flotante está ya muy lejos y en una posición que haría inútil el disparo de otro torpedo. El buque enemigo hace fuego sin parar con sus torres de artillería pesada y media. Parece que se trata del acorazado inglés Warspite. Tal vez en alguno de los cambios de rumbo quede en posición favorable para el lanzamiento. Hay que intentarlo todo. De lo contrario, los destructores alemanes serán fácilmente aniquilados. Los submarinos que formaban la protección exterior de Narvik ha sido rebasados, y no queda otro recurso que tratar de hundir las unidades enemigas que se puedan, aunque no se pueda salvar ya Narvik. También cabe atacar a los transportes.
Durante el día, los aviones y los destructores impiden al submarino estar mucho tiempo en superficie, e incluso durante la noche, es sumamente peligroso hacerlo, debido al reflejo de la nieve, a la aurora boreal y a la claridad de la luna. Sin embargo, es preciso renovar el aire y cargar las baterías, ya que de otro modo ni podría navegar en inmersión ni realizar ataque alguno. En el angosto fiordo de gigantescos murallones, las condiciones acústicas son tan extraordinarias que un diesel en marcha se oye hasta a diez kilómetros de distancia. La operación de cargar baterías resulta así sumamente arriesgada.
-¿Cómo llegar hasta el acorazado enemigo, que con toda seguridad estará ya frente a Narvik?-, se pregunta Schultze. La distancia es considerable y habría que recorrerla en inmersión para eludir la vigilancia enemiga; pero al llegar allí batería estaría ya descargada y se encontraría entonces incapaz para atacar. Por otra parte, el Warspite cuenta con una fuerte protección de destructores. El ataque resultaría muy difícil y consumiría gran cantidad de energía eléctrica, sin que se pudiese pensar en cargar baterías en aquellos momentos.
Los aviones vuelan continuamente y a escasa altura sobre el fiordo, imposibilitando toda navegación en superficie. En vista de ello, Schultze decide permanecer al acecho en la parte oeste del fiordo, aprovechando las pequeñas y ocultas radas que tan minuciosamente ha explorado. En estos escondrijos podrá, además, cargar las baterías.
Al atardecer, Schultze avista a la formación inglesa de combate. El acorazado –efectivamente, se trata del Warspite- va escoltado por seis destructores. Con marcación cero grados, el submarino se dirige hacia el enemigo. A pesar de la forzosamente reducida velocidad en inmersión, consigue acercarse y se desliza entre los buques de escolta. Pero pronto lo descubren y antes de llegar a posición de lanzamiento se ve obligado a descender a mayor profundidad, perseguido por las explosiones de las cargas.
El sistema de gobierno se ha averiado; varias válvulas se han desajustado y los motores de los timones de profundidad también fallan.
-¡Gobierno a mano!- ordena Schultze.
Resulta extraordinariamente difícil llevar el submarino a la debida profundidad. Los dos timoneles trabajan con medio cuerpo descubierto y sudan copiosamente a pesar del frío glacial que reina en las cámaras de torpedos. Han de realizar un enorme esfuerzo para mover los volantes de los timones a mano, pues al fallar la transmisión eléctrica, no pueden utilizarse los pulsadores. Su piel brilla bajo la luz artificial de la cámara, abarrotada de volantes, válvulas y toda clase se instrumentos, y mientras corre el sudor por los torsos de los dos hombres, los demás se soplan los dedos y golpean el suelo con los pies para combatir el frío. No hay calefacción en el submarino. Es una de tantas cosas que les faltan. ¡Fueron tan precipitadas las transformaciones que se hicieron!
En torno al submarino estallan las cargas de profundidad. El cazador se ha convertido en pieza de caza. Ya no hay que pensar en el ataque. Huyendo de la persecución, Schultze se dirige hacia la próxima y pequeña rada que ya ha utilizado para cargar las baterías. Los destructores no podrán penetrar en ella, y menos aun los grandes buques. ¿Conseguirá llegar a la guarida sano y salvo?
Las detonaciones de las cargas de profundidad han cesado; por lo visto han perdido la pista del submarino, pero los hidrófobos indican que la formación enemiga sigue navegando cerca. Schultze, a ciegas, sin sacar el periscopio, continúa su marcha hacia el escondrijo, y con las últimas fuerzas de sus acumuladores consigue alcanzarlo. Iza cautelosamente el periscopio y observa que uno de los destructores se ha destacado de la formación y le vigila. Introduce entonces el submarino por la estrecha boca de la reducida ensenada, mientras el destructor aparece una y otra vez no lejos de la entrada. En marcación 180º, y estimando al enemigo una velocidad de quince nudos y una distancia de mil quinientos metros, el submarino lanza un torpedo de popa y falla. El destructor captó el lanzamiento y de súbito aumento su velocidad.
Al tardecer, Schultze seca de la guarida al submarino en marcha atrás; no se puede salir de otro modo, en seguida observa que el destructor enemigo sigue vigilando el reducto, por que sabe que el submarino se ha refugiado en él. Schultze consigue virar, aunque apenas se o permite su agotada batería, y entra de nuevo en su cobijo, esta vez en marcha atrás. Para después poder salir de proa.
La noche es clara y la luna brilla en el cielo. A toda prisa se pinta de blanco la torreta del submarino; así no destacará de las rocas cubiertas de nieve. Se divisan señales luminosas en tierra. ¿Serán los noruegos quienes las hacen?
Por la mañana, a primera hora, el Warspite navega de nuevo hacia Narvik acompañado de cinco destructores. Pasa por delante de la guarida donde está el submarino custodiado por “su” destructor.
Schultze decide efectuar desde la ensenada un lanzamiento en superficie; la situación del acorazado no es del todo desfavorable. Lanza el torpedo, y poco después, tras un recorrido de unos ochocientos metros –calculados por el tiempo invertido-, el torpedo choca contra una de las rocas submarinas que abundan en aquellos parajes y estalla aparatosamente. Al punto se acercan varios destructores. Schultze, que tan en contra de sus deseos ha denunciado su propia presencia, posa el submarino en el fondo y espera que llegue la noche. El ruido de las hélices de los destructores que vigilan ante el escondite es incesante.
Mientras tanto, se desarrolla ante Narvik y en los fiordos de los alrededores el combate naval que fue el fin de los destructores alemanes. Sin petróleo suficiente para el largo viaje de vuelta, se lanzaron a un ataque desesperado y antes de sucumbir ante la aplastante superioridad del enemigo, consiguieron hundir varios buques ingleses. Las dotaciones pudieron salvarse en su mayor parte, y se unieron a los cazadores alpinos en tierra.
El pueblo de Narvik quedaba cerrado para Alemania y abierto al enemigo. Los buques de carga, alemanes y neutrales, que se encontraban fondeados ante Narvik, fueron hundidos por los disparos ingleses, y los pocos que se salvaron se refugiaron en el fondo de la ensenada. El fiordo quedo convertido en un cementerio de barcos; los cascos y palos de los buques y palos de los buques hundidos surgían de las inmóviles y heladas aguas, destacando sus oscuras formas sobre las nevadas rocas. El puerto cayó en manos del cuerpo expedicionario aliado, y la avanzadilla alemana al mando de Dielt, cuya misión era defender el puerto hasta la llegada de los refuerzos, tuvo que retirarse, batiéndose sin tregua a lo largo del ferrocarril minero que llaga hasta la costa desde las minas de suecia. La ensenada se había convertido para los alemanes en una ratonera, que los ingleses cerraron con suma facilidad.
En una trampa semejante se encuentra también el submarino de Schultze, pero su espíritu combativo se mantiene incólume. A pesar de su desventajosa posición, no pierde la esperanza de atacar. Pero poco puede hacer un solo submarino en un sector donde el enemigo domina de forma tan abrumadora.
Schultze espera, sin embargo, alguna oportunidad, y sigue al acecho desde su guarida. Su refugio y la torreta pintada de blanco le ocultan al enemigo, y puede cargar los acumuladores sin llamar la atención de los ingleses. Lo único que le inquieta es el temor de que lo descubran los noruegos que residen en la costa.
Por la noche carga las agotadas baterías. El ruido de los diesel adquiriere escandalosa resonancia en la diminuta rada; en estas regiones, la noche dura sólo dos horas y media, y la blancura de la nieve aumenta la claridad. Pero la operación se realiza sin novedad.
A pesar de la calma aparente, los obstinados destructores ingleses no cejan en su vigilancia, y no pasa una hora sin que cruce alguno por delante del refugio. Schultze decide abandonar la minúscula rada al día siguiente. Se trasladará más al oeste y buscará allí una posición más favorable para atacar a los buques aliados. Aquí está sometido a una vigilancia demasiado estrecha.
Al anochecer, con buen tiempo y excelente visibilidad, el submarino se dispone a salir de su refugio; espera el mejor momento y se sumerge para no dejarse sorprender al doblar el saliente rocoso de la entrada. En efecto, hay allí varios destructores en constante servicio de reconocimiento dispuestos a cazarle.
Durante diez horas, Schultze lucha tenazmente para burlar la vigilancia enemiga. Los destructores paran las máquinas a cada momento y escuchan con sus detectores, intentando descubrirle. Lanzan algunas cargas de profundidad, pero no consiguen su propósito. A la luz del amanecer, Schultze ve perfectamente por el periscopio a sus perseguidores. Con toda clase de precauciones se desliza junto a los peñascos de la bocana, sin que los destructores parezcan darse cuenta, y finalmente logra doblar la punta. Aunque hubiera sido descubierto, es poco probable que se hubiesen atrevido a perseguirle en tan peligrosa ruta.
Schultze aun estuvo operando durante varios días en el Vestfjord, pero, aparte de los destructores que patrullaban con protección aérea, sólo en una ocasión avistó un buen objetivo. Era el portaviones Ark Royal, pero desgraciadamente, quedó fuera de su alcance.
Varias veces el submarino de Schultze fue descubierto y perseguido por los destructores, y más de una vez intentó el atacarlos, sin conseguirlo.
Ni los malos tiempos ni las averías impidieron a Schultze continuar manteniendo el contacto con su enemigo. Hubo un momento que pareció que iba a tener éxito. Su compañero Prien divisó ante la costa un convoy enemigo y dio por radio su situación. Schultze se dirigió hacia allí, pero cuando ya lo había avistado se levantó un fuerte temporal que malogró sus propósitos. La fuerte marejada le impidió mantenerse a cota periscópica, y perdió de vista el convoy.
Transcurridos catorce días, llegó sin poder dar aviso a la base de Heligoland, cuando ya se le daba por perdido. Era el submarino que había permanecido más tiempo en el mar.
Las operaciones de Schultze en Narvik fueron las más arriesgadas de todas las que efectuó en la guerra y las que le proporcionaron más desengaños. No obstante, resultó una experiencia aleccionadora y excitante.
FIN
Espero que hayais disfrutado con este relato, lo cual sería la mayor satisfacción al tiempo empleado en transquibirlo, además de saber de otras personas que acogen con interes los mismos temas que a mí me resultan tan apasionantes, ya que en mi entorno cercano no conozco a nadie que así lo demuestre

