-Seiscientos cincuenta kilómetros hora.
Un disparo mal encajado, una diminuta esquirla, una bandada de gorriones molineros que se cruza en mi camino a esta velocidad y a esta altura del suelo y adiós muy buenas. Visualizó su P51 cómicamente empotrado contra el altar de la capilla, asomando la cola del mismo por la puerta de entrada. Se acordó del escapulario de su mujer. Intentó encomendarse a Dios, pero tan sólo soltó una blasfemia al comprobar que varios disparos habían rozado su ala derecha. Se avergonzó un poco por el poco autocontrol que mantenía y rogó que las estampitas que se acumulaban arrugadas junto a la puntera de su bota derecha por el efecto del picado estuvieran ensordecidas por los chisporroteos y crujidos que inundaban la cabina. Desplazó ligeramente el timón de cola de un lado a otro para despistar a los antiaéreos y esto le obligó a hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener el morro enfilado con la ermita y ese cachazudo cañón de asalto que no hacía ademán de moverse del sitio.
-Cinco grados más abajo, Olaf. Estas tirando por encima de su ala derecha…..
Olaf estaba como poseído y no oía ni las indicaciones de Chuiskovsen, ni al cargador que le decía que el tubo del cañón se estaba recalentando, ni a la madre que lo pario, que cinco mil kilómetros más al este, se había despertado con un mal pálpito y se hallaba rezando por lo bajini, envuelta todavía en las sábanas de su cama, para que su hijo no hiciese ninguna locura y volviese sano y salvo a casa.
Tan solo tenía oídos para su Flak 30. Plaf, plaf, plaf, plaf. Las detonaciones embotaban sus sentidos, golpeaban su pecho y agitaban su cuerpo. Plaf, plaf, plaf, plaf. Comunión cuasi mística entre el hombre y la máquina.
-Olaf, el cañón…. –insistía el cargador, tocándole el hombro.
-Un poco más….
Plaf, plaf, plaf, plaf. Dentro de unos instantes aquel moscardón suertudo se escondería tras la colina y el tubo del antiaéreo se podría cambiar con toda la calma del mundo. Plaf, plaf, plaf, ….plaf,......, plaf .Los últimos disparos segaron las copas de los árboles y el avión se ocultó de su línea de visión.
-Que Dios ampare a los hombres de Cauquigny…. –pensó Olaf y apostilló lúgubremente-, no hay nada peor que cabrear a un moscardón enfadado.
Y con un leve gesto con la cabeza, dio permiso al cargador a reemplazar el tubo. Lo iban a necesitar para cuando remontase el vuelo.
¡Una tirada de 80 sobre 100! Griffith ha conseguido pasar. Griffith ha conseguido pasar.
Seguiremos informando....
