
Nuestro campamento situado frente a las casamatas de Brest. Un lugar idílico.
Podalski . Polonia. Horas antes del inicio de la invasión a la Union Sovietica. Lo que sería la tumba del ejército alemán. Todavía faltaban algunos años para eso y el ambiente que se respiraba en el cuartel general de la 31ª Division de infanteria era de tranquila y profesional calma. Todos rebosaban optimismo. Bendita juventud. Al final de la batalla que se iba a avecinar, todos pareceríamos más viejos. Veía por los binoculares las enormes paredes de la fortaleza que tendríamos que tomar.

Vauban en el siglo XX
Brest-Litovsk. Apostada en tres islas formadas en la intersección de los ríos Bug y Mukhavets. Una anacrónica antigualla teniendo en cuenta los nuevos tiempos que corrían. Eso me dijeron. Guerra móvil, le llamaban. Blitzkrieg. Otro nombre rimbombante de la escuela de Manstein y compañía. Cualquier idea nueva tenía que tener una campaña de marketing y publicidad que la apoyase y ésta no iba a ser diferente. Sus buenos marcos habían invertido en comilonas y presentes para pulsar las teclas necesarias para que su blitz se convirtiese en la doctrina oficial de la Werhmatch. Sin embargo, aquí me tenían. Frente a Brest con mi división de vieja infantería. Mauser, bayonetas, granadas de palo y carne humana a cascoporro. Viejas compañeras que me eran conocidas. El Alto Mando me había encomendado el asalto frontal de la misma mientras las nuevas y brillantes divisiones panzer se lanzaban a la carrera por sus flancos.

Proyectado avance por Von Manstein y Cia.
Evitando los puntos conflictivos, por supuesto, para ir dejándoselos a la vieja y anticuada infantería. Puto Manstein. Bajo mi punto de vista, los infantes íbamos a comer más mierda, barro y plomo que en el 16. Y ya era decir. Les salió medianamente bien la jugada en Francia pero aquel churro, aquella conjunción de astros no tenía motivos para volver a repetirse. Los muros de la fortaleza no parecían contradecir mis pensamientos. Los niños bonitos de los blindados se limitarían a conducir sus nuevos y caros cacharros mientras el resto tendríamos que librar las batallas que los panzers se negaban a acometer.
Volví a mirar hacia Brest. Seismilcuatrocientos hombres bajo mi mando. Me preguntaría cuántos de ellos no verían un nuevo amanecer. Tragué saliva y, sin separar mi ojos de aquella mole iluminada en mitad de la noche, pregunté por la hora.
-Las 3:23, herr Hitzfeld.
Quedaban 7 minutos para el inicio de la batalla. Nuestras fuerzas iniciarían el asalto más tarde.

Despliegue débil en el ala izquierda