Según se puede ver desde aquí arriba, el trirreme luce magnífico, abriendo el mar con su espolón de proa que da gusto, a 60 paladas por minuto y con torsos y brazos musculosos, bien conformados y brillantes como el metal bruñido, tirando risueños del remo y con ricos paños de seda tapándoles las vergüenzas, con el cómitre agitando un par de maracas en vez de darle al tambor en franca francachela con los atléticos remeros ¡Menudo espectáculo!
Y pensar que así acaba el reino de Epiro, en vez de épica defensa final de su capital. Si Pirro levantará la cabeza. Menos mal que en la vida eterna se me compensarán los sacrificios hechos sobre el terruño. A buen seguro que Verdugo pasará la eternidad limpiando marmitas en las calderas de Pedro Botero.
Bon voyage, querido....
