Nihil escribió:jajaja es verdad falta la chapa metálica para el fuego, aunque yo no se si alguien ha usado el fuego ese alguna vez yo desde luego me comía las latas crudas, alguien ha comerse una lata de fabada del bote tal cual? pues cuando tienes hambre y estás literalmente muerto de cansancio me hubiera comido hasta la plancha metálica.
Por cierto lo que daba variedad al paquete eran precisamente las latas, yo las que detestaba eran las de calamares en su tinta, menuda mierda para comer!

Enero de 1.986 a 1.400 mts. sobre el nivel del mar, zona montañosa cercana al pueblo de Solsona en la provincia de Barcelona.
Una batería de artillería del RACA 21 acampa en una suave y abrupta ladera. Más arriba, en una explanada, están las tiendas de los mandos, la de la cocina de campaña, -sólo para oficiales-suboficiales, la tropa deglute a la intemperie- un par de camiones pegaso, dos o tres Land Rover y los cuatro enormes camiones Kaiser, encargados de remolcar los cuatro grandes obuses de 155/23 mm que forman la dotación principal de la unidad. Los mismos obuses se hayan desplegados en batería, cerca de la pseudo-carretera que conduce al lugar. Los coloquemos allí el primer día de llegar, costó carajo y sudores ponerlos en adecuada posición; aquello no era el patio del cuartel donde ensayábamos el despliegue de la pieza, aquí el terreno no era plano, y el desnivel del suelo, las piedras de variado tamaño y la irregularidad general, amenazaron con hacer rodar nuestro obús de 6.500 Kg pendiente abajo. Apuntalando las perchas tras cada una de las enormes ruedas tipo tractor de 280 Kg, lo pudimos contener los ocho artilleros de dotación el tiempo justo para que dos cavasen sendos hoyos con un pico al efecto de poder clavar las tejas de los mástiles en la tierra. El sargento Piñeiro jefe de la pieza, no paraba de gritar órdenes, las otras piezas ya habían comunicado a grito pelado que estaban en posición al Centro Director de Fuego, pero en la posición de la número 1 se veía volar tierra, piedras y los improperios de sus artilleros corriendo alrededor de ella. El capitán aguardaba impacientemente enojado que la "maldita" pieza 1 señalase la frase mágica, "en posición", pero lo único que sus oidos captaban eran las tajantes órdenes de un sargento cabreado.
Finalmente vino el teniente Travesí (no es coña, se llamaba Ángel Travesí Hidalgo) altavoz en mano, y se puso a chillarle al Sargento Piñeiro con más virulencia todavía, esto va por grados, cuantos más galones, más se puede chillar. Humilló al sargento y se quedó tan ancho. Por fin, pudimos colocar las tejas en los hoyos, rellenarlos con tierra y pedruscos y el obús quedó fijado. Un artillero perdió la gorra. Igual quedó debajo de algún punto del mismo obús, no recuerdo si cuando lo quitemos diez días después la recuperó.
Al tercer día cayó un nevazo impresionante. Y de noche. La pequeña tienda canadiense para dos personas, ocupada por los cabos Silverman y Romeu, quedó casi enterrada en nieve, sólo los últimos 30 cm de su pináculo eran visibles. Nos despertemos súbitamente antes de diana, jadeando ante la falta de oxígeno. ¿Qué coñó pasa? Cualquiera que estuviese afuera escuchando podría pensar que estábamos practicando sexo duro a 1.400 mts de altura. Abrí con urgencia la cremallera interior y la exterior hasta darme de bruces con una pared de nieve que se derrumbó parcialmente invadiendo el interior de la tienda. "Cagüen San Judas" Salimos buceando entre los copos aliviándonos nuestra asfixia con el limpio aire del Solsonés. Un gracioso artillero que ya deambulaba por allí, seguramente al sufrir el mismo problema, tuvo que saltar con sorna: "¿Ha dormido usted bien mi cabo?" -Vete a la mierda.
Con las culatas de los Cetmes apartemos toda la nieve de alrededor de la tienda. La mayoría de la tropa había tenido el mismo problema, aunque la nuestra había sido de las más afectadas. después tuvimos otro contratiempo: Las botas de montaña, dispuestas en la entretienda, se habían quedado congeladas. El truco era envolverlas en una bolsa de plástico sin cerrar, y meterlas a continuación dentro del saco de dormir, es decir, dormir con ellas dentro del saco, el calor corporal evita su congelación. Esto nos lo contó el Sargento Primero Elcacho a nuestro regreso al cuartel, muerto el burro la cebada al rabo, copón.
Como más de la mitad de la tropa tenía las botas como dos témpanos, comencemos a golpearlas contra las rocas, sin mucho éxito. Se acercaba la hora de formar y ya me dirás tú. Alguien encendió la fogata y las pusimos a rustir. Aquello funcionó. Más de uno las chamuscó y otro quemó los cordones, en fin.
Pudimos formar con relativa normalidad. Recuerdo a un chaval de Alicante, Juan Aso, en su vida había visto la nieve. Alucinó. Menos mal que no teníamos a ningún canario en la batería. La mañana fue ajetreada, nos hicieron despejar la pseudo-carretera de nieve. Como no teníamos palas nos hicieron usar las bandejas de aluminio para la comida.
Servidor estaba recién ascendido a cabo. Y cuatro días sin ducharse y sin afeitarse. Estuve entretenido en diversas tareas, y el Sargento Gutiérrez me dio la orden de formar la batería a las 14:00 en punto. Eran las 13:57 y menda sin comer aún. Me fuí corriendo a la desenterrada tienda y saqué la caja de la ración "K" (¿se llamaban así o de otra forma?). A ver las latas que hay por aquí...Cogí una de bacalao con tomate al-no-se-qué. Ni calentarla ni leches. La abrí, y con la navaja de supervivencia me la zampé en dos minutos y me sobró tiempo, a temperatura ambiente y sin pan. Ha sido la comida más rápida de mi vida, y espero que continúe siéndolo. El caso es que no me sentó mal. Como ha comentado
Nihil, recuerdo que también había una de fabada. El hornillo ortopédico lo utilizó uno de Madrid con la pastilla incendiaria, el ingenio era de "pitiminí", una ráfaga de viento lo tumbó derramando parte de su contenido. Con la suficiente práctica podía ser útil. Lo que más éxito tenía eran las galletas. No recuerdo si había chocolate.
La lata de fabada también cayó. Y las consiguientes ventosidades también. Para habernos matado.
saludos.
