La mayor parte de la primavera y verano del 1205 fue monótona para la hueste catalano-aragonesa. Pues desde la llegada del cuerpo aragonés a Mursiyya, hecho ocurrido a finales de abril, hasta los inicios del mes de agosto no sucedió nada digno de mención. La único excepción fue que por finales de junio el cuerpo portugués tuvo un estúpido encontronazo, cerca del castillo de Almansa, con el ejército rebelde que había asediado Tarazona, pues aunque dispersaron a los infieles solo sobrevivieron mil setecientos soldados de los cuatro-mil quinientos iniciales. Poco después los depauperados supervivientes se unieron al ejército asediador de Mursiyya, que llegó así a la increíble cifra de unos diecinueve mil hombres.
Para sobrellevar este aburrimiento los soldados cristianos comentaban, durante las interminables guardias que hacían en la empalizada que rodeaba la condenada ciudad, las últimas noticias que llegaban con las naves catalanas que los aprovisionaban:
- Aunque en un principio la cruzada cosechó varios éxitos, cuando los egipcios hubieron terminado de reunir todas sus huestes pronto expulsaron a los cristianos de los escasos castillos que habían conquistado inicialmente. Este éxito se completó cuando poco después los infieles aplastaron cerca de Jaffa a un poderoso contrataque liderado por el rey de Navarra.

A pesar de su fracaso Sancho VII ganó gran fama y gloria durante esta batalla, pues demostró un valor y una fortaleza que escasos caballeros poseían. Por eso, para toda la posteridad, seria conocido como Sancho el Fuerte.
- Aprovechando que su señor, el sultán egipcio al-Adil I, estaba vapuleando a los cristianos una alianza de distintos gobernadores sirios liderados por el emir Az-Zahir I, gobernante de Alep e hijo del legendario Ṣalaḥ ad-Din, atacó el ducado de Antioquia. Sin el apoyo de los demás estados cruzados su señor, Bohemond IV de Poitou, fue expulsado rápidamente de la fortificada Antioquia condenando así a muerte uno de los principales señoríos cristianos de Oriente.
- Y si esto no fuera suficiente por aquellas fechas el reino armenio de Cilicia, también conocido como Pequeña Armenia, estaba siendo completamente derrotado por las hordas turcas, habiendo caído ya a sus manos la mayoría de sus ciudades. Aunque en las regiones más montañosas aún había núcleos de resistencia, era evidente para todos que pronto caerían.

- Para sorpresa de todo el mundo el Imperio Latino de Oriente, principalmente gracias a la bravura de sus caballeros y a la excelente dirección del emperador Baudouin I, en los últimos meses había conseguido épicas victorias frente a los bizantinos como a los búlgaros. Puede, que después de todo, a pesar de sus peligrosos vecinos, aún tuviera alguna posibilidad en sobrevivir.
- Desde hacía medio año el reino de Hungría estaba en guerra con la Serenísima República de Venecia con el objetivo de recuperar la ciudad de Zara, que tan traicioneramente capturaron los venecianos durante el transcurso de la reciente IV cruzada. Aunque los italianos derrotaron varias veces a los serbios, aliados de los húngaros, no habían podido evitar la caída de Zara en manos de los magiares.

Iglesia de San Donato de la ciudad de Zara
- Como era fácil de suponer las huestes almorávides se apoderaron rápidamente de gran parte de Mayurqa. Lo que nadie sabía es que dentro de unos meses abandonarían súbitamente todas sus conquistas, pues tendrían que volver a Ifriquiya para hacer frente a una rebelión de algunas tribus libias.
Pero mientras los soldados se contaban estas noticias en la huerta murciana, al rey Pere de pronto le surgió un problema inesperado.
A pesar que desde su boda con la princesa castellana Blanca acometió con fogosidad la tarea de intentar engendrar un heredero, los resultados habían sido infructuosos. Decepcionado el monarca cada vez frecuentó menos su compañía, y se lanzó a los brazos de la bella y joven esposa de un octogenario caballero.

Un día, después de que ella compartiera con él un divertido chisme sobre un vergonzoso secreto de un alto miembro de la Corte, Pere se dio cuenta de la importancia de los rumores. Pues muchos secretos que teóricamente están bien guardados, en realidad son la comidilla de todo el mundo. Por lo tanto si alguien los escuchara atentamente, podría descubrir información importante que de otro modo hubiera sido imposible.
Por este motivo, para comprobar la veracidad de su teoría, el rey ordenó a sus criados que escuchasen discretamente todo lo que comentaban los cortesanos y los sirvientes, para después decírselo. Aunque en un principio solo se enteró de chismes pueriles, como que la lechera esperaba en secreto un hijo del herrero, al cabo de una semana sí que oyó algo que le dejó preocupado.

Se decía que Sanç, canciller real y conde rosellonés, desde hace tiempo estaba muy enfadado con el monarca, pues creía que no había recibido la recompensa que se merecía por conseguir la alianza con Castilla. Enfado que aumentó aún más cuando, poco antes de iniciar la campaña murciana, Pere dio la razón al monasterio de Sant Marti del Canigó respecto una disputa que tenía con Sanç sobre unos feudos situados cerca de Perpinyà, capital del condado del Rosselló.

Sant Martí del Canigó
Sintiéndose menospreciado y ultrajado, su mente envenenada por la amargura concibió una traición execrable: deponer a su soberbioso sobrino y proclamarse él como nuevo rey de Aragón. Con ese fin se unió a la cruzada contra los almohades, para aprovechar la guerra para buscar aliados entre los principales nobles aragoneses y catalanes.
Preocupado Pere envió una carta privada a Raimond Rogier I y a Hug IV, tanto para advertibles de las intenciones de su felón pariente como para ordenarles que le informaran de quien le mostraba abierta amistad.
Pasaron semanas antes de llegar la respuesta, hecho que ocurrió por inicios de agosto. En ella Raimond y Hug le decían que también en el campamento cristiano corría dicho rumor; de hecho algunos caballeros, entre ellos Guillem de Cardona, les habían denunciado airadamente que Sanç los había sondeado sobre si se unirían a una revuelta contra el soberano. Y que aunque ellos se habían negado tenían sospechas de que otros, aunque pocos por suerte, habían accedido a sus peticiones.
Lo que ignoraba Pere es que en aquellos mismos instantes la fortificada Mursiyya, agotada después de un largo sitio, se rendía a las fuerzas cristianos. Poco después la bandera real ondearía por encima de la captiva ciudad, un hecho que durante los siguientes años se repetiría en muchas otras ciudades andalusíes.

(continuará)