Después de fracasar en su intento de parar los blindados que se dirigían hacia Utah Beach, en la base de la Península de Cotentin, los alemanes han conseguido desbaratar las cabezas de playa dejando un reguero de destrucción a su paso. Las fuerzas desembarcadas y los paracaidistas de la 101 comenzaron a retirarse, combatiendo, hacia Omaha, salvando en una proeza logística y un milagro operacional, el cruce de los ríos Taute y Vire y el embudo-trampa en el que se había convertido Carentan.

Fueron días caóticos, con frentes poco definidos, panzers alemanes descuarinjados en la orillas de las playas cerca de Audoville y grupos de hombres luchando por allí y por allá, sin orden ni concierto. Unos empujando hacia el mar, otros sorteando las puntuales avalanchas de kampfgruppes aislados. Hitler decidió, en otra de sus controvertidas decisiones, poner punto final a aquella pesadilla, deteniendo el partido de futbol de colegiales en el que se había convertido aquello, inmovilizar a sus cada vez más diezmadas fuerzas blindadas y restablecer las comunicaciones entre pequeños grupos de voluntariosos germanos venidos arriba y cuarteles de desquiciados generales que no sabían donde tenían a sus tropas y hacían virguerías para que sus suministros no acabasen en estómagos racialmente impuros.

Ni qué decir que aquella parálisis que duró un par de días también permitió reorganizar el caos que se había convertido la antaño modélica fuerza de desembarco aliada. Los frentes se fueron definiendo y Eisehower decidió reembarcar a las tropas norteamericanas de forma inmediata, dejando en suspenso temporal la retirada de sus primos británicos y canadienses, hasta hacerse una idea de lo que estaba sucediendo en el continente y sopesar las posibilidades de seguir con la liberación de Francia en un frente tan estrecho y con una moral tan baja. En la práctica, ese reembarque suponía admitir el fracaso de la operación Overlord. Los despojos de la 4ª división de infantería y los corpúsculos supervivientes de la 82ª y la 101ª divisiones paracaidistas se unieron a la diminuta cabeza de playa que consiguieron abrir la desfondada 1ª División en el sector de Omaha Beach, cavaron trincheras y esperaron mientras a sus espaldas la mayoría de sus compañeros comenzaban a moverse hacia el pueblo de AUNAY-SUR-ODON, convertido por arte de birlibirloque en un nuevo Dunkerque aliado, cuatro años más tarde.

La tarea de los oficiales encargados de repatriar las tropas era inmensa. No tenían medios mecanizados con que enfrentarse a los panzers alemanes y lo primero que hicieron fue desembarcar un par de pequeños grupos de combate para ayudar, taponando como buenamente pudieran los previsibles embates del enemigo.

En el otro lado, los generales alemanes, con Rommel a la cabeza, se desesperaban por la inacción de sus tropas, detenidas a escasos kilómetros de la costa. Fueron unos días extraños esos. El Fuhrer ordenó, como cuatro años atrás, dejar el peso de la ofensiva a su fiel infantería. La estampa de sus Tigers quemados en las arenosas playas de Utah y tostados por los cazabombardeos aliados en largas hileras sobre el asfalto normando le había producido un sincope porque con la carencia de divisiones panzer que contaban en el Este, los rusos estaban apretando fuerte incluso en estos meses estivales, todo un desatino a las reglas no escritas de la guerra ante los soviéticos. Rommel, con voz melosa y dulce, interpelaba a sus superiores sobre la necesidad de cerrar el nudo sobre AUNAY-SUR-ODON y dejar todas aquellas tropas norteamericanas fuera de juego de una vez por todas. No comprendía que la guerra realmente decisiva para Alemania se estaba decidiendo en las fronteras orientales del Reich. No me insista, leñe, órdenes de arriba…. No hay nada que hacer. He conseguido arañar un par de kampfgruppes a esos rácanos del Oberkommando der Werhmacht. Apáñeselas como pueda. Y le colgaban el teléfono.
Al final del tercer día, los regimientos de infantería alemanes se pusieron de nuevo en marcha…..
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