Patxi escribió: ↑08 Nov 2018, 11:18
Ocurrido hace un tiempo indeterminado en los pinares de La Rouelle:
El grupo del teniente Passano estaba formado por unos hombres corajudos. Templados y resueltos a imagen y semejanza del oficial que los mandaba. Los soldados decían que aquel espagueti tenía poco de latino y mucho de balcánico. Tipos fríos de gestos glaciales y espíritus insensibles. Nada que ver con el resto de italo-americanos que habían conocido en su vida. Gentes alegres, amantes de la buena vida, la buena mesa y charlatanes por naturaleza.
Y allí estaban esos tres. Sueltos y desatados en aquel bosque sombrío y tenebroso. Peligroso. Inquietante. En su jodido elemento. Paseando despacio, como si estuviesen tranquilamente caminando descalzos por el pasillo de sus cómodas casas después de una buena noche de farra, con pocos ánimos de discutir con la parienta. Sólo que en aquellas circunstancias la parienta se llamaba Klaus y calzaba una Mauser en vez de rodillo de amasar. Un pelín más arriesgado.
Passano se detuvo, consultó la brújula y comprobó que se habían perdido. Estaban yendo en la dirección equivocada. No maldijo ni se acordó de las madres del coronel Trump ni de Eisenhower por meterles en aquel embrollo. Ya he dicho que era un tipo imperturbable y aquella arriesgada excursión que habían dado por territorio infestado de alemanes agazapados no le molesto en exceso. Apenas un insignificante chasquido con los labios y vuelta a resetear el disco duro de su cerebro. Hizo un gesto a sus hombres y volvieron grupas. Apenas habían dado diez pasos cuando Otis, el operador de radio, se dejó caer al suelo siendo imitado por el resto del grupo. Un imperceptible chasquido de ramitas rompiéndose y hojas pisoteadas les hizo volverse lentamente hacia atrás. Su instinto depredador se adueñó de sus cuerpos.
Las siluetas de un par de enormes alemanes brotaron de la oscuridad a escasos diez metros, cerca del lugar donde Passano se había detenido a mirar la brújula. Una mueca lobuna se dibujó en su cara.
El teniente fue el primero en abrir fuego. Veinte segundos, quince balas disparadas y una granada lanzada después, un par de cuerpos inermes yacían sobre la maleza.
Un tercer alemán que venía por detrás se tumbó y apuntó hacia Passano. Un grueso tocón de abeto se interponía entre ellos y el estampido proveniente del fusil Kar hizo saltar un trozo de corteza del tronco que les separaba, desviando la bala y salvándole la vida. Passano escuchó como el alemán recargaba el arma, ladeó el torso y salvando aquel árbol, disparó su carabina matándole mientras el alemán lanzaba un gruñido sordo.
Más allá, algunos ruidos de pasos apresurados resonaron envueltos en la oscuridad, desplazándose de izquierda a derecha en la penumbra. A continuación, el más absoluto de los silencios. Tan sólo el viento soplando fuerte sobre las copas de los árboles. Fiuuuu, fiuuuuu. Passano reptó hacia la derecha para cubrir aquel flanco mientras sus hombres, rodilla en tierra, apuntaban sus Garand hacia el vacío más oscuro. El crujido de su cuerpo arrastrándose sobre la hojarasca era atronador pero no le alteró en absoluto y continuó. Cualquier otro habría permanecido agazapado, con los nervios desechos, asustado y vigilante, pero aquel ruido desplazándose hacia su diestra rápidamente aconsejaba defender aquel sector a pesar de la posible escandalera que estaba montando. Su sangre fría le permitía, de momento, seguir caliente.
Tras unos segundos eternos, Passano llegó a su posición tras un grueso madero caído que le servía de parapeto. Su pulso apenas se había alterado. Otis y su compañero hicieron un disparo hacia la negrura siguiendo la máxima que es preferible disparar primero y preguntar después. Tipos ásperos que no se arrugan ni en mitad de un tiroteo a quemarropa. El teniente les imitó aunque sabía que aquel sitio se estaba convirtiendo en un lugar poco recomendable para permanecer mucho tiempo. Los alemanes que les rodeaban conocían seguramente su situación por las deflagraciones anteriores y no tardarían mucho en lloverles granadas de mano si aquellos conservasen todavía el cuajo suficiente. Passano rogó para que aquellos malnacidos no contasen con ninguna ametralladora y que la pérdida de tres de sus compañeros les habría hecho agachar las orejas y cagarse en los pantalones. Disponían, quizás todavía, de unas decenas de segundos de ventaja preciosos que intentarían aprovechar. Otis giró levemente la cabeza para mirar por el rabillo del ojo a su oficial, esperando instrucciones.