En el camarote de popa del quinquerreme que lo transporta, el pretor
Yurtoman toquetea nervioso el mapa sobre la mesa. Si los geógrafos griegos son de fiar, viajar a Cerdeña no es tarea fácil, y más en otoño. Hay que cruzar todo el mar tirreno, el mar "etrusco", sin referencias de costa, por mar abierto, cuando todos los marinos aconsejan navegar sin perder la costa de vista. Además, si consigue que la flota cruce el mar toda unida, sin dispersarse, cosa improbable, deberá bordear la isla hasta llegar a
MatsuHiroshi, y hacer frente saben los dioses a qué flota enemiga. Es casi una locura. Pero al menos por ahora hace muy buen tiempo y la flota navega a toda vela.
Otro buen consuelo es que le acompañan su pareja de esclavas germanas, que ahora acarician sus rodillas y entrepierna, echadas bajo la mesa.
-¿Qué piensa mi amo generalísimo? - pregunta la pelirroja Gundegurnosequé, que
Yurtoman llama Gunda.
-Nada, Gunda. Tu sigue a lo tuyo, que me relaja.
-El amo está preocupado, debemos calmarlo - contesta Sigurvarrnosequé, que
Yurtomán llama Siga.
-Eso, chicas, seguid a lo vuestro.
En el camarote entra un tribuno, que mira con cierta envidia bajo la mesa y luego a su general.
-Pretor, el augur anda diciendo no se qué acerca de señales funestas.
-¿No le basta a ese friqui con mirar pájaros en el cielo y callar? Arrestadlo por derrotismo, que hace un sol de primavera.
-Pero es el augur... los hombres no lo verán bien, los legionarios son muy supersticiosos.
De pronto entra el augur en el camarote, blandiendo su bastón y con el pelo alborotado.
-¡He visto un albatros volando a la izquierda y una gaviota cagando en el palo mayor! ¡Señales Funestas! ¡Sálvese quien pueda!
Del sobresalto, Gunda mordió donde no debía.
-¡Gunda, contrólate! – gritó
Yurtoman, dolorido en lo más íntimo.
-¡La mordedura del pene líder es otra señal funestísima! ¡Esta expedición está maldita! - el augur estaba fuera de sí.
-¡Arrestad a este insensato! ¡Me va a loquear la tropa!
-¡Arrestarme es la máxima señal funesta! ¡Estamos malditos! – gritó el augur, mientras se ponía a correr por el quinquerreme.
Al pasar junto al palo mayor, un rayo cayó encima del augur poseso. El trueno hizo temblar todo el barco. Del augur solo quedó un trozo de carne humeante y un bastón ardiendo.
-Joder, eso sí que es una mala señal de verdad– comentó el tribuno.
-¡Ayysss, Siga, ese es mi huevo!
Empezó a levantarse el viento y nubes de carbón se extendieron por el cielo. Llegaba una tormenta a la flota romana.
