Cuando a un divisionario de primera linea le preguntas por el frente ruso y sus impresiones la respuesta siempre es la misma.Me gustaria que Rommel, o Afdn que al parecer ha tenido bastante contacto con divisionarios comenten que opinaban estos de como se llevaba la "lucha contra el comunismo" en el frente del este.
Huuuu mucho frio y mucha candela…
cada uno te cuenta sus anécdotas del sector en que lucharon y poco o nada sobre lo que pasaba mas allá de su trinchera
Te pongo estas lineas de C.M Idigoras,,fue alli con 16 años y esta es la imagen que tiene del frente ruso y los españoles..(coincide con muchos otros)
No tiene desperdicio
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Con los meses, años ya, de guerra, todo iba cambiando. Los alemanes se habían acostumbrado a nosotros. Ya habían dejado de mirarnos como a seres pintorescos ,parecían ver con naturalidad que anduviésemos por encima de los parapetos, perdiésemos veinte hombres por recuperar un cañón inservible, diésemos golpes de mano por entrar en calor y nuestra vida fuese un suicida y continuado husmear en los escondrijos del frente. No se mantenían ya tan estirados, y su ingenuo complejo de superioridad, chamuscados por nuestras continuas pullas de palabra y hecho, había desaparecido
También los rusos se habían acostumbrado a nosotros, se habituaron a oírnos cantar cuando a veces, por lógica, deberíamos estar llorando, Y de nuestras locuras.. Dos hombres corrieron un día hacia las posiciones enemigas. Uno de ellos fue abatido por la ráfaga de un moscovita y el otro, a toda marcha, inició el regreso. Creyeron, naturalmente, que se hubiesen pasado de no mediar la ignorancia del centinela, pero no tardaron en saber —en el frente, tarde o temprano, todo se conoce— que aquellos dos soldados se habían limitado a cumplir una apuesta: ver quién era el español que llegaba más al Este.
Había un tipo de español que llevaba al límite su sentido de la individualidad
. Dos leoneses habían sido detenidos en la ciudad de Pireo cuando, después de atravesar, (quién sabe de cuántas argucias se valieron)!, Yugoslavia, Austria, Rumania y Hungría, fueron a parar al puerto griego. Otro, un vasco, decidió establecerse por su cuenta. Encontró una muchacha letona, y con la mayor naturalidad, tras colgar e uniforme y casarse con la chica, montó una peluquería en un barrio de Riga. Uno —que yo llegué a conocer—.- se había pasado al enemigo. Durante tres meses, y en un curso de adiestramiento, recorrió gran parte de Rusia para después, ya debidamente «regenerado», regresar a nuestro bando?
—Daba pena, hombre, estar en Rusia y sólo conocer un cachito!
—se justificaba.
Por verdadera casualidad escapó del pelotón de ejecución.
Eran peligrosos aquellos españoles; ellos, que se empeñaban en hacer la guerra por su cuenta. para guerrear aislados, robar gallinas y manejar prisioneros, los reconocíamos únicos. En cierta ocasión, uno de ellos conducía por la carretera de Leningrado a un centenar de cautivos. Había desaparecido el frío —fue durante el deshielo volchoviano— y debía sentirse incómodo con tanto trasto encima. Entregando al ruso que tenía más a mano el capote, el correaje, las bombas y la pistola ametralladora, se metió las manos en los bolsillos y, despreocupado siguió camino adelante. Todo hubiera ido bien de no tropezar con un coche del Mando teutón. Un encolerizado coronel, en una jerga español-alemán, le gritó hasta cansarse para terminar preguntándole si no comprendía que los rusos se podían sublevar, matarlo y huir.
—¿Matarme a mí? ¿Sublevarse? ¡Vamos!, les doy así..
Levantando el brazo en un ademán chulesco, y dejando escapar un silbido de atención, reanudó la marcha. Los prisioneros fueron tras él. Allí quedó el alemán, confuso, haciéndose cruces.
—A estos cabezas cuadradas no hay quien los entienda —contaba el español, muy convencido.
Durante los más fuertes bombardeos, ellos se entretenían en discutir sobre lo más o menos honestas que eran las mujeres de sus respectivas regiones, o la calidad de los cangrejos y vinos que en ellas se recogían. Eran también únicos para enseñar a pelear a los recién llegados.
—Cuando yo salte al descubierto, me sigues; cuando me tire al suelo, haces igual; yo me levanto, tú te levantas, y cuando lleguemos a las posiciones de los ruskis y veas que pincho a uno, tú pinchas a otro. ¡Tú sígueme, verás qué fácil es! Si atacamos a paso de carga, tú corres, y si llegas primero, mejor porque recibirás el pepinazo que tenían guardado para mí. Lo extraño era que, pese a ser siempre los primeros en el asalto, rara vez resultaban heridos. Milagro sin duda reservado a los valientes, los locos o los inconscientes.
Cuando iban a visitar a sus conocidos alemanes de la División 126 armaban tales juergas y líos que, por lo menos, una decena de germanos pasaban arrestados.
—A estos cabezas cuadradas no hay quien los entienda.
Un día, en la primavera pasada, el deshielo dejó junto a la chabola un cráter rebosante de agua. De allí bebíamos y la usábamos para cocerlos alimentos. Cuando se secó, descubrimos en el fondo un cadáver, por lo que inmediatamente echamos mano a la quinina Uno se limitó a exclamar —iHe aquí; muchachos, un ruso pasado por agua) Y a renglón seguido tomó un largo trago para demostrar que no temía a las enfermedades. —A la muerte, como alas mujeres, se la mata con la indiferencia —sentenció.
Eran peregrinas las ideas de aquellos hombres. En cierta ocasión, uno de ellos aseguró que las guerras eran tan horribles que a su término habla que ahorcar a todos los industriales, comerciantes y generales que hubiesen conseguido, por pequeño que fuese, algún beneficio de ellas. —Y si no lo sacan, es igual. ¡Hay que matar a todos, gane quien gane, y de los dos bandos !Así, los que les sustituyan tendrán más cuidado
Como hombres muy corridos que eran, y baqueteados por la vida, tenían cierta instrucción. Ellos repudiaban por igual las pláticas de los curas y las beatas .Se reían de los obispos porque —según ellos— hablaban del horrible pecado de amar a una mujer o tomar un trago de alcohol cuando los mundos se estaban despedazando, y de la libertad asegurada con fusiles que propugnaban ciertos políticos. Quijotes con ametralladoras, hombres enteros, pero sin ninguna disciplina, iban en las noches sin estrellas a visitar las tumbas amigas o a sorprender a los rusos en sus madrigueras por que... —El recuerdo a los muertos no está mal y el caviar; que a veces encontramos, tampoco. De los viejos fanáticos de la División solían mofarse en sus mismas barbas. —Nosotros sabemos encontrar lo bueno que hay en cada lugar. No nos gustan los tíos clavados en una idea como si fuesen estacas.
¿Disciplina?... Después de tratar de chusqueros a los superiores, les contestaban con desparpajo que los fusiles se limpiaban matando rusos
Si la disentería hacía acto de presencia en la tropa, se bajaban—como cada cual— ocho o diez veces por día los pantalones y, ya situados en tan cómoda posición, aprovechaban para escribir una carta a los suyos o una misiva de amor
Se encontraban en cualquier lugar como en su casa. Por los bosques caminaban a ciegas y casi siempre llegaban donde se proponían; a toda muchacha, guapa o fea, con la que tropezaban, la acariciaban y proponían un ratito calen titos. Mientras los demás rezaban o preparaban las bombas de mano —porque el ataque era inminente—, ellos se entretenían con toda minuciosidad en mimar a un piojo mutilado o en aprender canciones rusas de Navidad. Su profundidad les hacía ver que aquellas arengas de nuestros jefes, que a todos emocionaban, unos años después parecerían indiferentes o ridículas. Por eso, mientras nosotros escuchábamos, y escuchando reconocíamos nuestro sentido trágico de la vida, ellos pellizcaban en el cogote al compañero de delante.
Tenían la acometividad metida en la sangre, una inteligencia sin aprovechar y un alma de adalides que les impedía resignarse a ser simples soldados. Fuera de duda estaba que ninguno aceptaría jamás llevar encima ni siquiera los humildes galones de cabo.
Respecto a las condecoraciones, que les eran otorgadas después de dudar el jefe si no debían ser fusilados, tampoco les daban el menor valor. Había algunos que tenían concedidas una decena de ellas y sus guerreras aparecían siempre tan desprovistas de cintas como las de un bisoño.
—A mi me van a venir estos militaritos con cintajos y hierros!
Eran luchadores, esforzados como ellos solos; y tiraban el dinero como su propia sangre. Su vida siempre estaba balanceándose entre los más grandes honores y el fusilamiento. Desaparecían, para regresar unos días después a la Unidad con un grupo de prisioneros, una vaca o una nueva novia, Sin embargo, pocas veces eran arrestados. Su valor y simpatía ganaban la voluntad de los oficiales. Incluso uno de ellos —nunca pudo explicar para qué lo quería—, que volvió trayendo consigo el bastón de mando que enviaron desde España al general, no tuvo más castigo que unas centinelas en la más peligrosa de las avanzadillas. -
Cuando les preguntábamos por qué vinieron a Rusia, contestaban que por ideal; pero poco después confesaban sin ningún es fuerzo que no sabían en qué se diferenciaba el patrón oro de la teta de una hipopótama; y que de Partidos buenos y partidos malos,
ellos ni pín!
—iHay mucho cuento en eso de que nosotros somos santos y los demás demonios!
Peleaban como bravos que eran; mataban o se hacían matar por salvar la vida de un enemigo que les era simpático o la de un perro que, indiferente a la guerra, correteaba por entre las dos líneas.
Combates, huracanes, hambres, miedos..,
Cantaban
“”A mí tres pitos me importa
que llueva, que nieve, que deje de nevar
teniendo una buena cama
y una buena dama
que sepa follar...
Yo te daré, te daré niña hermosa...””
Eran ellos los que así cantaban, ellos, los quijotes con ametralladora, los locos de la guerra.
Luego estaban los valientes, sensatos, caballeros, los verdaderos guerreros.
Y entre ambos, nos hallábamos comprendidos los demás.